ASTURIAS: Historia


HISTORIA


Es en la Prehistoria, cuando los primeros grupos humanos se instalaron en la costa asturiana, por lo que, el Principado, cuenta con un pasado rico que empieza con la cultura castreña, pasa por la época romana y alcanza su cénit con el nacimiento del Reino de Asturias.

 

Las primeras huellas humanas en el territorio se remontan al Paleolítico Inferior, momento en que, algunos grupos se asientan cerca de la costa y de los cauces de los ríos, subsistiendo gracias a la caza y a la pesca, utilizando herramientas de piedra. Debido al enfriamiento del clima ocasionado por la última glaciación les obliga a buscar refugio en las muchas cuevas de la cornisa cantábrica. A esta fase, pertenecen las pinturas y grabados más antiguos que se han hallado en la región. En el Mesolítico, con la subida de las temperaturas, pueden abandonar las cuevas, y buscar asentamientos donde dedicarse a la agricultura y a la cría de animales.

 

Poco a poco estas pequeñas comunidades que ocupan un territorio, que iba desde el Cantábrico al norte hasta la actual Zamora al sur, y entre los ríos Deva al este y Eo al oeste, se relacionan entre ellas; comparten bienes y conocimientos, llegando a enfrentarse violentamente. Alrededor del 3000 a.C., descubren la extracción y fundición de los metales —el cobre es abundante en el subsuelo asturiano—, lo que acelera la formación de una sociedad avanzada, organizada en castros levantados sobre alturas desde las cuales dominar los alrededores, y que están constituidas por pequeñas cabañas con bases de piedra, de planta circular y con techos de madera y paja. En estas aldeas se desarrollará la cultura castreña, que sobrevivirá hasta la llegada de los romanos en el s. I a.C. En aquel momento los astures que viven más allá de la cordillera Cantábrica están divididos en cuatro tribus: los albiones, asentados alrededor del río Navia; los pésicos, a lo largo del Narcea; los lugones, que ocupan el entorno del Nalón, siendo el grupo más numeroso; y los valdinienses, instalados en los Picos de Europa.





 

Roma, tras vencer a Cartago en las Guerras Púnicas en el 218 a.C., controla el Mediterráneo, y decide expandirse desde la Galia hacia la península Ibérica. Un avance que resulta ser más lento de lo esperado, ya que tarda casi dos siglos en conquistar la mayor parte de la Península. Hacia el 29 a.C., aún no había conseguido dominar la cornisa cantábrica, y Augusto, sucesor de Julio César, decide lanzar el ataque final. Primero ataca a los vacceos, asentados en la meseta septentrional, colindando con cántabros y astures, para luego, hacer lo propio con los astures. Su idea es avanzar simultáneamente desde el sur, el oeste y el mar para terminar con la resistencia; pero, todo se complica, y la resistencia de astures y cántabros hace que solo en el 16 a.C. Roma pueda declarar completada la conquista.



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            Da comienzo una etapa en la que, Roma, empieza a romanizar la región, para ello, se construyen calzadas, puentes, y todo lo necesario para el desarrollo de la zona; al tiempo que, la organización tribal es sustituida por la administración imperial, poniendo al mando a un gobernador. Se impone también el derecho romano, en sustitución de la justicia consuetudinaria previa. Se fundan cinco grandes ciudades: Gigia (Gijón); Lucus Asturum (Lugo de Llanera, cercana a Oviedo); Vadinia, Flavionavia y Paesicorum. Se habla latín, un idioma que permite acceder a la literatura y la ciencia. Se impone el panteón de dioses romano, aunque Roma siempre permitió la libertad de culto. La sociedad está totalmente estructurada, con la aristocracia controlando al resto de la población y los recursos económicos. Al margen de algunas revueltas, todo va de maravilla; al menos hasta el siglo IV, cuando el sistema imperial entra en crisis y todo empieza a desmoronarse. El golpe de gracia llegará en los comienzos del siglo V, cuando unos pueblos germánicos que han sido expulsados de sus tierras por los hunos invaden la península Ibérica: los vándalos silingos se dirigen hacia el sur, los alanos controlaran el centro peninsular y los suevos se asientan en Gallaecia, compartiéndola con los vándalos asdingos, que se instalaron en la actual Asturias. Incapaces los romanos de hacerles frente (Roma ha sido saqueada por el rey visigodo Alarico en el 410), deciden pactar con ellos, pero, al hacerse la situación insostenible, piden ayuda a los visigodos, que desde la Galia se adentran en la península y, en medio siglo, expulsan a alanos y vándalos y acorralan a los suevos en Galicia. En el 476, el Imperio romano de Occidente deja de existir con la destitución del último emperador, Rómulo Augústulo, y los visigodos se quedan con Hispania. Durante este período los astures gozan de una relativa independencia en los márgenes del reino suevo, el cual, al cabo de un siglo desaparecerá a manos del rey visigodo Leovigildo.

 

Durante algo más de dos siglos, los visigodos dominan la Península desde su capital, Toledo. Leovigildo —último rey arriano antes de la conversión al catolicismo de sus sucesores—, consigue unificar el territorio, aunque, antes de su muerte, se abre una fase de inestabilidad interna a causa de las luchas por el poder; lo que motiva que, cuando, en el 711, los musulmanes cruzan el estrecho de Gibraltar para invadir la Península, encuentran poca resistencia. Tras la derrota en Guadalete en julio de ese mismo año, la nobleza visigoda huye, refugiándose una parte en el territorio de los astures. En 15 años el califato omeya se apodera del reino visigodo, a excepción de algunas zonas de lo que hoy es Asturias. En el 718 (722, según otras fuentes), al cruzar los Picos de Europa, los musulmanes se topan con la resistencia de las fuerzas de don Pelayo, un desconocido caudillo de origen visigodo, el cual consigue derrotarlos en la Batalla de Covadonga. Gracias al éxito obtenido, Pelayo se proclama rey en Cangas de Onís y funda el Reino de Asturias. En principio es una pequeña entidad territorial sin apenas soberanía, que seguía en mano de las tribus locales. A lo largo de las siguientes décadas, el reino pone en práctica una política matrimonial para consolidar alianzas, y sobre todo, gracias al rey Alfonso II el Casto, que traslada la corte a Oviedo, expande su poder hasta el territorio de los vascones al este y hasta el oeste de la actual Galicia, controlando toda la cornisa cantábrica. Cuando en el 910 Alfonso III el Magno es obligado a abdicar, divide el reino entre sus tres hijos: Ordoño I es nombrado rey de Galicia; Fruela II el Leproso de Asturias y García I de León. A la muerte de este último sin dejar descendencia, el cetro caerá en manos de Fruela, que unifica los dos reinos y elige León como nueva capital, lo que significa el fin del Reino de Asturias.






REYES ASTURIANOS

Don Pelayo: (718 a 737) y su esposa doña Gaudiosa 

Don Favila: (737 a 739) y su esposa doña Froiluba

Don Alfonso I: (739 a 756) y su esposa doña Ermesinda

Don Fruela I: (757 a 768) y su esposa doña Munia de Álava

Don Aurelio: (768 a 774)

Don Silo: (774 a 783) y su esposa doña Adosinda

Don Mauregato: (783 a 789) y su esposa doña Creusa

Don Alfonso II: (791 a 842) y su esposa doña Berta

Don Ramiro I: (842 a 850) y sus esposas doña Urraca y doña Paterna

Don Ordoño I: (850 a 866) y su esposa doña Nuña

Don Alfonso III: (866 a 910) y su esposa Doña Jimena Garcés





ASTURIAS DESPUÉS DEL REINO DE ASTURIAS

Asturias, tras desaparecer el Reino de Asturias, cae en una marginalidad geográfica y política, tras el traslado de la corte a León, lo que genera descontento entre la nobleza y la aristocracia local, que se transformará en oposición abierta al rey y a sus delegados. Sin embargo, el territorio despoblado y de difícil acceso, aunque con muchos recursos naturales, al entrar la Baja Edad Media nacen nuevas villas y se va formando una burguesía fomentada por el paso de peregrinos hacia Santiago de Compostela, pasando por Oviedo, que en la Cámara Santa guarda las reliquias llevadas por los visigodos que huían de Toledo. El poderoso conde Gonzalo Peláez, a principios del s. XII, por tres veces, intenta levantarse contra la Corona, sin éxito. Aunque a la larga consigue que lleguen privilegios, como, la cesión a los nobles de tierras de realengo, o la concesión de derechos legales y mercantiles a las villas, que adquieren una cierta independencia. El rey Juan I de Trastámara tiene que hacer frente a la lucha dinástica que, a finales del s. XIV, hace temblar el Reino de Castilla. Finalmente, en virtud del Tratado de Bayona, de 1388, se acuerda el matrimonio de los hijos de los dos pretendientes, Enrique, del mentado Juan I, y Catalina de Lancaster, hija del otro pretendiente, Juan de Gante. La pareja recibe el título de Príncipes de Asturias, con lo que nace así el Principado.


Menos de un siglo después estalla la Guerra de Sucesión castellana entre los partidarios de la que sería Isabel I y los de Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV, con las tropas asturianas en apoyo de la primera. Son décadas convulsas, con la región alejada del poder central y dominada por la Iglesia, que hasta el siglo XVIII seguirá acaparando la propiedad de la mayoría de la tierra. Sin embargo, el auge del comercio marítimo permite un importante desarrollo en las zonas costeras. Las ideas de la Ilustración serían acogidas enseguida por los miembros de la élite, en la que destacan algunos de los nombres más influyentes de la historia asturiana, como Gaspar Melchor de Jovellanos, que realiza un programa de explotación de los yacimientos carboníferos descubiertos a lo largo del río Nalón. En 1808, cuando Napoleón I invade la península, Asturias se levanta contra los franceses, declarándose, a través de la Junta General del Principado, independiente y soberana.


A mediados del siglo XIX, gracias al desarrollo de la minería, Asturias se convierte en el principal productor español de carbón. Las condiciones de trabajo son duras y pronto aparecen agrupaciones socialistas y anarquistas que inician una larga serie de altercados y revueltas: en 1906, en Mieres, estalla la llamada Huelgona; en 1910 nace el Sindicado Minero; y, siete años más tarde, la huelga general revolucionaria en toda España, que en Asturias durará más de un mes y será duramente reprimida. Con la dictadura de Miguel Primo de Rivera se asiste a un cambio en la estrategia del sindicato minero, que busca apoyo en el golpista; se abre una fase de colaboracionismo que llevará a la ruptura de la unidad del movimiento. Cohesión que se retoma al estallar la llamada Revolución de 1934, contra el Gobierno de la República, el cual declara el estado de guerra y envía el ejército al Principado bajo el mando de los generales Manuel Goded y Francisco Franco, que acaban con la insurrección.






La tensión de la Segunda República Española culmina con la Guerra Civil, que durante tres años ensangrentará la Península y especialmente a Asturias, que quedó aislada del Gobierno republicano y donde en 1937 se estableció un Consejo Soberano, presidido por el socialista Belarmino Tomás. La resistencia republicana se acaba la mañana del 21 de octubre, cuando las tropas sublevadas entran en Gijón; el balance es aterrador, con más de 16.000 muertos, 2.000 encarcelados y un número desconocido de exiliados.

Con el fin del franquismo se constituye el Consejo Regional de Asturias, órgano que el 30 diciembre 1981 aprueba el Estatuto de Autonomía con el que nace la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias. Tras las elecciones democráticas de 1983, da comienzo un largo proceso de reconversión industrial que afecta a todos los sectores.


Ramón Martín


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