Carlos María Isidro de Borbón y Borbón-Parma. Pretendiente Carlista como Carlos V, desde 1833 a 1845

 


Nació en el Real Sitio de Aranjuez el 29 de marzo de 1788. Era hijo del rey Carlos IV y de la reina María Luisa de Parma. Recibió una educación aristocrática y muy religiosa que influiría en el desarrollo de su personalidad: profundamente católico, con un sentido providencial de la Monarquía y de sus derechos dinásticos. A su vez, la Revolución francesa de 1789 le hizo contrarrevolucionario y enemigo del liberalismo. Durante los convulsos inicios del siglo XIX, se mantuvo en un discreto segundo plano dentro de la Familia Real. Su nombre no aparece en el proceso abierto tras la conspiración palatina de El Escorial de 1808. Tampoco parece que formara parte del partido fernandino. Tras los sucesos de Aranjuez, se convirtió en el confidente familiar de Fernando VII, acompañándole a Bayona para entrevistarse con Napoleón Bonaparte. Forzado por las circunstancias, firmó la renuncia a sus derechos dinásticos, imitando a su hermano y padre en mayo de 1808.

Junto a Fernando y el anciano infante don Antonio de Borbón, comenzó su exilio en el castillo de Valençay. Tras ver incautados sus bienes por José I, el 1 de mayo de 1809, los prisioneros reales solo contaron con lo que su anfitrión quiso otorgarles. Su carácter serio se vio reforzado durante esos años, pues estaba sometido al espionaje por la servidumbre que le rodeaba, razón por le se concentró en sus actividades religiosas y la lectura; manteniendo el estilo de vida propio de la Corte española. Napoleón, tras las desastrosas campañas militares de 1813, tuvo que aceptar el retorno de Fernando VII al Trono español. El 26 de marzo de 1814, don Carlos regresó a España, atravesando la frontera por el río Fluviá, dos días después que su hermano, por estar retenido como rehén en Perpignan hasta que las últimas tropas napoleónicas abandonaran España.

 

Don Carlos apoyó a su hermano cuando éste decidió abolir la obra liberal de las Cortes de Cádiz, retornando a la monarquía de Antiguo Régimen. El rey le fue concediendo honores y cargos, conforme a su rango, pero también ciertas responsabilidades políticas: fue nombrado generalísimo de los ejércitos, coronel de la brigada real de carabineros, hermano mayor de la Maestranza de Ronda, gran prior de la orden de San Juan de Jerusalén… y tuvo que dirigir el Palacio Real, asumir el control de la capital durante las ausencias del monarca; presidir el Consejo de Estado y el Consejo de Guerra, siendo también presidente de la Junta Suprema de Caballería, lo cual le puso en contacto con la élite política y militar. De esa manera despertó adhesiones y rechazos que se manifestarían durante la Primera Guerra Carlista. En 1816 contrajo matrimonio con la infanta portuguesa María Francisca de Braganza con la cual tuvo tres hijos: Carlos, Fernando y Juan, que aseguraban la sucesión al Trono ante la ausencia de herederos directos del rey.

 

Don Fernando, siempre estuvo informado de los movimientos políticos de su hermano. La élite que rodeaba al monarca, se dividió en dos facciones: una reformista, partidaria de hacer cambios políticos y económicos encaminados a sacar al país de la crisis en que se encontraba, a raíz de la invasión francesa (1808-1814), y otra, decididamente contraria a cualquier acción basada en principios liberales y tardoilustrados; que opinaban que, don Carlos comulgaba con sus ideales, por su defensa de las formas anteriores. En 1820, los militares dieron un golpe de Estado que restauraba el sistema liberal gaditano; don Carlos, pese a su repulsa, aceptó el cambio imitando a su hermano Fernando VII, al menos durante el tiempo que éste se distanció del Gobierno constitucional, retornando a la plena soberanía regia, lo cual se produjo en 1823.

En la última década del reinado de Fernando VII, aumentó la popularidad de don Carlos entre el sector político ultrarrealista, y entre las instituciones navarras y vascas, por su defensa de las singularidades forales en el Consejo de Estado. Por el contrario, el sector más moderado del absolutismo y el liberalismo le tenían como un obstáculo para sus planes. Don Carlos era considerado el heredero, en caso de muerte de su hermano, y nada parecía obstaculizar su llegada al Trono, pero, la rebelión de los malcontents en Cataluña y ciertos resquemores, comenzaron a debilitar los lazos, y las dos familias comenzaron a distanciarse, alcanzando un punto de tensión con el cuarto matrimonio del monarca con la princesa María Cristina de Borbón en 1829.

Los políticos afrancesados y moderados habían convencido al monarca para que aceptara ese nuevo matrimonio, con la esperanza de alejar a don Carlos de la Corona; y, Fernando VII aceptó la sugerencia, deseoso de tener descendencia directa. En marzo de 1830, en pleno embarazo de la reina, publicó la Pragmática Sanción, por la que se cambiaba la ley de sucesión semisálica, hasta entonces vigente, y se retornaba a la Ley de las Partidas de Alfonso X de Castilla. Según esta, las hijas que pudieran tener los monarcas, tenían prioridad sobre su tío; de esta manera, el infante don Carlos se alejaba del Trono. Y nació una niña, la futura Isabel II. Pero la cuestión aún podía resolverse por sí misma, ya que nada impedía un nuevo embarazo de la reina, como así ocurrió, pero su fruto fue una segunda infanta, Luisa Fernanda, en 1832. A partir de entonces, cada candidato al Trono, se convertía en la bandera de una determinada opción política.

En septiembre de 1832, durante la estancia de la Corte en La Granja, el monarca cayó gravemente enfermo. Los ministros consultaron con don Carlos si aceptaría la subida al Trono de su sobrina, y ante su rotunda negativa, hicieron ver a los reyes del peligro de que estallase una guerra civil. Con el consentimiento de María Cristina, el rey derogó la Pragmática Sanción. El rey experimentó una mejoría, y optó por destituir al anterior Ministerio, formando otro compuesto por moderados, más defensores de la sucesión femenina. Los Sucesos de La Granja demostraron los escasos apoyos cortesanos y gubernamentales de la opción carlista. A partir de octubre, las autoridades se entregaron de pleno a depurar la administración civil y militar de todo posible sospechoso de carlismo. La reina, estudió la posibilidad de detener a su cuñado, algo que fue desechado por la intervención del ministro moderado José de Cafranga, que consideró más interesante alejar a la familia de don Carlos de los centros de poder. En marzo de 1833, al desterrar a la infanta María Teresa, cuñada de don Carlos, se logró que el pretendiente y su familia le acompañaran a Portugal, a un discreto exilio.

Paralelamente a estas maniobras de los isabelinos, los partidarios del Pretendiente organizaron una red conspiratoria, cuyo propósito era propiciar un levantamiento a la muerte del monarca, pues don Carlos había desautorizado cualquier intento que tuviera lugar en vida de su hermano. El último año del reinado de Fernando VII fue una frenética carrera contra reloj entre isabelinos y carlistas para organizar el inevitable conflicto. En octubre, María Cristina firmó una amnistía que suponía la vuelta de los emigrados liberales, gesto que no fue gratuito, pues los partidarios de la reina esperaban que apoyasen al nuevo régimen, si fuera necesario, con las armas en la mano.

 Los dos hermanos se cruzaron diversas cartas, en las que, mientras el monarca le solicitaba el reconocimiento de su hija como heredera del Trono, el infante se negaba a ello. Portugal, entonces, ardía en una guerra civil, semejante a la que se auguraba para España, entre realistas y liberales, y el Gobierno de Madrid consideraba un peligro que don Carlos lograra el apoyo de los absolutistas portugueses. Pero, pese a todas las presiones, el infante y su familia obtuvieron la protección del monarca Miguel I de Portugal, por lo que, el Gobierno español optó por intentar conseguir el respaldo de sus homólogos francés y británico.




 

 

El 29 de septiembre murió Fernando VII, y don Carlos se proclamó sucesor legítimo, pero el Gobierno de Madrid sólo reconoció la sucesión de Isabel II. El Gobierno había desmantelado la trama organizada por la Junta Carlista, en la mayor parte de España, por lo que el alzamiento militar que debía estallar sólo revistió importancia donde no habían sido desmanteladas: la Rioja, Castilla la Vieja, Navarra y el País Vasco. En estas regiones, la existencia de un régimen foral había dificultado la sustitución de las autoridades civiles, muchas de las cuales eran partidarias del infante: comenzaba así la Primera Guerra Carlista (1833-1840).

Aislado en Portugal, don Carlos y su familia no pudieron trasladarse al norte de España que le reclamaban como legítimo soberano. En 1834, los realistas portugueses fueron derrotadas por las liberales, pero el Pretendiente y su séquito pudieron trasladarse a Portsmouth el 16 de junio, con la ayuda de la flota británica. El Gobierno inglés intentó que, a cambio de una pensión, renunciara a sus derechos, a lo que don Carlos se negó, comenzando a preparar su clandestina vuelta a España. El 1 de julio, con ayuda del Barón de los Valles, se dirigió hacia Francia entrando por los Pirineos ocho días después. A pesar de los intentos de Madrid en quitar importancia a su llegada, manifestando que «sólo era un faccioso más», el Trono de Isabel II se tambaleó. El carlismo ya no podía ser presentado como un conjunto de partidas guerrilleras rebeldes, sino como una opción dinástica e ideológica. Austria y Prusia comenzaron a apoyar económicamente al Estado carlista.

 

Entre 1834 y 1835, el ejército isabelino fue derrotado, pero el más afamado general de don Carlos, Tomás de Zumalacárregui, murió durante el sitio de Bilbao. Los carlistas tomaron la iniciativa formando expediciones militares con el objetivo de sublevar otros territorios. El pretendiente se presentó ante las puertas de Madrid al frente de su ejército, con la esperanza de que la reina regente le reconociera como soberano, asustada por la revolución liberal. Pero el plan fracasó y la imagen de don Carlos comenzó a declinar entre sus partidarios, aunque aún resistiría su causa tres años más. Contrajo, don Carlos, nuevo matrimonio —tras el fallecimiento de su primera esposa— con su cuñada, la infanta María Teresa (princesa de Beira).

 Hubo unas negociaciones secretas del general Maroto, que condujeron a las tropas carlistas del Norte a la rendición, cruzando don Carlos, junto a su familia la frontera francesa, instalándose en Bourges, bajo la vigilancia del rey Luis Felipe de Orleáns. El 18 de mayo de 1845, el pretendiente abdicó en su hijo, Carlos VI, conde de Montemolín, para no ser un obstáculo en el posible matrimonio de Isabel I. Sin embargo, el liberalismo se negó a esa posibilidad, estallando al poco tiempo la Segunda Guerra Carlista.

En los últimos años de su vida, don Carlos y su familia se trasladaron a Génova y a Trieste, bajo la protección del Imperio Austríaco. El pretendiente falleció el 10 de marzo de 1855, siendo enterrado en la catedral de esa ciudad adriática que, con el paso del tiempo, acogería los restos de sus descendientes.

Ramón Martín

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