Real Palacio de la Granja de San Ildefonso
A 13 kilómetros de Segovia y a unos 80 de Madrid, asentado en la vertiente norte de la Sierra de Guadarrama, se levanta en un marco incomparable el que fue símbolo del reinado de Felipe V, el rey loco y primer Borbón que tuvo la nación española. Los primeros documentos que se conocen de este lugar lo relacionan con la dinastía de los Trastámara lo cuales, grandes aficionados a la caza, organizaban sus partidas por los montes de Valsaín. Enrique IV de Castilla mandó levantar en ella, un primer albergue donde descansar tras las jornadas de caza. Lo hizo en las montañas cercanas y creó una morada y la Capilla de San Jerónimo en el llamado Casar del Pollo. Más tarde, este mismo monarca, mandó construir un primer y modesto palacio. Comienza así la historia de los Reales Sitios.
En 1477, los Reyes Católicos entregan la Casa Real de San Idelfonso a los Jerónimos del Parral de Segovia, quienes decidieron agrandarlo y construyeron una hospedería y una granja, de donde tomará su nombre el Palacio. Tras un tiempo, Felipe II se interesa por las tierras que están a los dos lados de los bosques de Segovia. El rey busca un lugar donde edificar un monasterio que muestre la importancia de la Corona española. Finalmente se decide por San Lorenzo del Escorial, aunque como aficionado a la caza, que es, acude con frecuencia a practicarla a los montes de la ladera segoviana. De hecho, Felipe II descansa tras las jornadas de caza en la “Casa del Bosque”, cercana a San Ildefonso.
Pero el lugar no tiene las comodidades que el monarca necesita, y decide entonces acometer algunas obras de mejora en ese primer pabellón de caza construido en Valsaín y lo convierte en lugar de reyes. El arquitecto que realiza las obras es Gaspar de la Vega y duran cuatro años, de 1552 a 1556. Es esta una época de gran esplendor en el Real Sitio de Valsaín. Allí nace Isabel Clara Eugenia, futura soberana de los Países Bajos, y allí se celebran en 1570, los festejos de la cuarta boda de Felipe II, con Ana de Austria.
Tanto Felipe III como Felipe IV acuden en alguna ocasión a Valsaín, pero el lugar va perdiendo la pujanza de años anteriores. En abril de 1697, reinando Carlos II, un pavoroso incendio devora la mayor parte del Palacio. El viejo enclave queda desolado, solo se recuperaron algunos materiales de las llamas y la mayoría se usaron en la construcción del nuevo palacio.
Pero hemos cambiado de dinastía, y el primer Borbón, Felipe V, vuelve a fijarse en estas tierras. Acude con frecuencia a descansar a la Granja de San Ildefonso. Tanto le gusta el lugar que en 1720 le compra a los padres Jerónimos la granja, la ermita y todos los terrenos de los alrededores para hacer una residencia que le aleje del bullicio de la Corte. La historia de su construcción y primeros años está llena de situaciones sorprendentes. Tras la guerra de Sucesión llegaron años pacíficos en los que Felipe V e Isabel pudieron dedicarse a su pasión favorita: la caza. Las visitas se repitieron varias veces, parece que la primera fue en marzo de 1716. El suntuoso palacio de Felipe II en la cercana Valsaín se había incendiado en 1686 (todavía pueden verse sus memorables ruinas junto a las casas y corrales de la periferia), de modo que cuando Felipe V descubrió su emplazamiento dio instrucciones al principal arquitecto de Madrid, Teodoro Ardemáns, para que lo reconstruyera. Se llevó a cabo una mínima reconstrucción, aunque suficiente como para permitir que el rey y la reina pudiesen cazar por la zona cuando les viniese en gana.
Mientras tanto, en una de sus cacerías el rey encontró casualmente un nuevo paraje, tan magnífico a sus ojos que le animó a pensar en una nueva residencia real. En marzo de 1720 compró las tierras a los Jerónimos, y poco después tomó las medidas oportunas para empezar a construirla. Para Felipe el palacio real de La Granja sería su definitivo retiro, pues en aquella mente enferma ya se había concebido la idea de abdicar en favor de su hijo Luis, que apenas contaba 13 años de edad. Así, durante los últimos meses de 1720 una numerosa cuadrilla de operarios comenzó a limpiar y preparar el espacio, mientras que la construcción del edificio se confiaba a Ardemáns, que dirigió y levantó la parte principal de la obra en un tiempo record (entre 1721 y 1723). Ardemáns edificó un palacio tradicional de cuatro torres modelado a imitación de un alcázar, y mientras duraron las obras Felipe e Isabel residieron a menudo en Valsaín, desde donde supervisaban todos los detalles de la construcción de La Granja mientras seguían cazando en los espléndidos bosques de la sierra circundante.
En una de las visitas, Isabel comentaba la “beauté ravissante” del paisaje, “repleto de flores amarillas, violáceas, blancas y azules, y además de esto muchos ciervos que nos aguardan”. Después de la muerte de Ardemáns, en 1726, los arquitectos romanos Procaccini y Subisati tomaron el relevo y modificaron sustancialmente el estilo del edificio, cambiando la distribución, dotándolo de nuevos patios y ampliando los jardines aledaños. La Granja acabó teniendo un estilo más europeo que español, lo que provocaba reacciones adversas por parte del pueblo, que preferían algo más familiar y acorde con el estado de las arcas públicas. Pero el palacio se mantiene hoy en un admirable buen estado y es todo un ejemplo del barroco europeo más rampante y monumental. Se ha dicho de La Granja que “el núcleo era español, la composición francesa y las superficies italianas”. Y en contra de la opinión general no hubo intención alguna de imitar Versalles. Solo los jardines, cuidadosamente planificados por Felipe, eran una realización consciente de los recuerdos que guardaba Felipe sobre la que fue Joya arquitectónica de su abuelo, El Rey Sol, a unas pocas leguas al oeste de París.
El palacio y los edificios anexos, dan al conjunto una forma de gran U, con infinidad de salas lujosamente decoradas, dormitorios, salones de recepción, gabinetes, oratorios… Todo para mayor comodidad de los reyes y el resignado servicio que los acompañaba: Museo de los Tapices; Salón de Alabarderos; Pieza de Comer, Pieza de Vestir o Pieza de la Chimenea; Dormitorio de sus Majestades; Gabinete de la Reina; Tocador de la Reina; Antecámara de la Reina; Sala de Lacas; Gabinete de Espejo. El palacio, en su parte frontal, consta de dos patios, el de los Coches, a la izquierda, y el de la Herradura, a la derecha.
Anexada al palacio, se halla la antigua capilla del monarca, la Real Colegiata de la Santísima Trinidad, que a su vez contiene la Capilla de las Reliquias y el Cenotafio Real. Sin embargo, aquí no están enterrados el rey Felipe V y su segunda esposa, Isabel de Farnesio, sino que sus restos descansan en una cripta situada detrás del altar mayor. En perpendicular al palacio, por la parte izquierda, se sitúa una dependencia conocida como Antigua Casa de las Damas. Hoy acoge el Museo de Tapices, donde se exhibe una colección de tapices flamencos, de enorme tamaño y abigarrada iconografía, confeccionados en honor del rey Carlos I de España. En el lado izquierdo de la plaza se encuentra otra dependencia conectada al edificio principal, conocida como Casa de los Oficios. Otro de los edificios del complejo palaciego es la llamada Casa de las Flores, con una superficie total de 655 m².
El interior del Palacio es profundamente barroco con hermosos frescos en los techos y molduras de madera policromada en oro. También desatacan las impresionantes lámparas de vidrio fabricadas en la Real Fábrica de Cristales de La Granja.
Pero la espléndida visión del Palacio real no sería completa sin sus 146 hectáreas de jardines. Para su diseño se aprovecharon las pendientes naturales de las colinas que circundan el palacio, y no sólo para conseguir unos decorados insuperables, sino también como un inteligente medio para hacer brotar el agua de las 26 magníficas fuentes que lo componen. El procedimiento, en realidad muy sencillo, se basaba en la única ayuda de la gravedad y en un lago artificial llamado “El Mar”, construido en el emplazamiento más elevado del parque. Actualmente sólo algunas fuentes son puestas en funcionamiento cada día, aunque en jornadas señaladas se activa todo el conjunto en un auténtico espectáculo para los sentidos.
El palacio real de La Granja fue la primera gran contribución del monarca a la arquitectura real de la época, pero sin duda supuso una carga inoportuna para los tesoreros del gobierno, que en esta época estaban luchando para poder pagar las aplastantes deudas de guerra a que estaba sometida la nación. El rey y la reina comenzaron a vivir en La Granja a partir del 10 de septiembre de 1723, cuando el edificio aún no estaba finalizado, y varios meses antes de que Felipe V abdicara en favor de su hijo Luis, quien subió finalmente al trono con 16 años y adoptando el nombre de Luis I.
La vida cotidiana de los reyes en el palacio de La Granja era de lo más aburrida. La corte se limitaba a un grupo de personas de las cuales la más importante era José, marqués de Grimaldo, que se había retirado con el rey y continuaba ocupándose de los asuntos públicos. A causa del aislamiento se ofrecían pocas oportunidades de variar la rutina diaria de la corte. Por la mañana Felipe e Isabel asistían a misa en la capilla, y por las tardes o bien iban de caza o se alejaban un poco para visitar las iglesias y conventos de Segovia. Si hacía mal tiempo se quedaban en el interior de palacio y jugaban al billar. Las noches, algo más animadas, las dedicaban Sus Majestades a consultar con los confesores y a los negocios que fuese necesario tratar con Grimaldo.
Felipe, por supuesto, adoraba el palacio que había creado. Era la única residencia donde se sentía como en casa, y tras su abdicación a favor de Luis pasó a vivir allí permanentemente. El príncipe de Asturias tenía diecisiete años cuando subió al trono con el nombre de Luis I de España, y fue proclamado rey el 9 de febrero de 1724. El hecho de que además estuviese casado desde los quince años con Luisa Isabel de Orleans, llevada al altar con doce y con un carácter totalmente aniñado y extravagante, da una idea real acerca de en qué manos quedaban las riendas de la nación. A finales de marzo el rey hizo su primera visita de un par de días a San Ildefonso, donde comentaron algunos de los problemas más inmediatos. Pero en realidad, a Luis I le interesaban poco los asuntos nacionales y estaba más atraído por las francachelas que organizaba con sus amigos en la corte de Madrid.
Luis y su esposa visitaron nuevamente La Granja en ese mismo verano, y Felipe aprovechó para hablar seriamente con su nuera. Ahora Luisa tenía catorce años y se hacía insoportable para todos con su comportamiento imprevisible e indecoroso, lo que en la España ultra católica del XVIII resultaba imperdonable. La muchacha se hizo muy conocida en la corte por su lenguaje obsceno y su conducta poco menos que disoluta. A menudo no llevaba ropa interior y se movía por los pasillos de palacio cubierta solo con un salto de cama muy ligero, que no dejaba nada para la imaginación. El marqués de Santa Cruz, escribía “tenemos todo el día un continuado sinsabor, y si no es para perder nuestras saludes no es otra cosa. (…) Este pobre rey ha sido bien desgraciado si esta señora no muda en un todo”.
Luisa aceptó la reprimenda de su suegro y le prometió que cambiaría su conducta, pero al regresar a Madrid se comportó como siempre. Luis, desesperado, escribió a su padre que “no veo otro remedio que el encerrarla, porque el mismo caso hace de lo que le dijo el rey como si se tratara de un cochero”. Finalmente, el 4 de julio, el rey ordenó que fuera puesta bajo arresto en el Alcázar. Permaneció aislada durante siete días y solo fue liberada cuando prometió solemnemente que se portaría bien. Parece que cumplió con las expectativas, El 14 de agosto el rey Luis I enfermó de viruela. La viruela era por entonces una enfermedad temida y con una alta tasa de mortalidad, pero a pesar de ello Luisa se mantuvo junto a su marido cuidándole solícitamente y exponiéndose con ello a su contagio. De nada sirvieron sus desvelos. A finales de mes el rey contrajo una fiebre muy alta que le hacía delirar, redactó a duras penas un testamento nombrando a su padre heredero universal, y falleció finalmente en las primeras horas del 31 de agosto después de un breve reinado de siete meses y medio.
Ese fue el fin del sueño de San Ildefonso para Felipe. A pesar de que renegaba del trono y llegó a decir aquello de “no quiero ir al infierno”, refiriéndose con ello a la corte de Madrid, no tuvo más remedio que retomar las riendas del poder y regresar a la vida política, cosa que sucedió con su reinstauración en el trono el 5 de septiembre de 1724. Pero no olvidó nunca su querido palacio de La Granja. A él regresó frecuentemente cuando los problemas de la corte le daban un respiro, y allí descansó definitivamente como fue su deseo, al fallecer en julio de 1746 y terminar su largo reinado de cuarenta y cinco años y tres días (el más largo de la historia de este país). Fue enterrado pocos días después en el palacio real de San Ildefonso, donde descansa dentro del mausoleo emplazado en la Sala de las reliquias junto a los restos de la que fue su segunda esposa, Isabel de Farnesio, a la que nunca le gustó el palacio en vida.
Un breve paseo por el Palacio
REAL COLEGIATA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD: Subiendo por la Alameda hacia el Palacio, lo primero que nos encontramos es La Colegiata. Su denominación exacta es: Real Iglesia Colegiata de la Santísima Trinidad y es la antigua Capilla del Palacio del Real Sitio de San Ildefonso. Erigido, como hemos visto, por Felipe V, primer rey de la Casa de Borbón, que con grandes escrúpulos religiosos, quiso ocultar su palacio a la sombra de una iglesia o quizás ocultarse él mismo ya que La Granja más parece una casa mandada construir en un lugar retirado del mundo por un rey que no quería reinar. El resultado fue la posición adelantada y central de la Colegiata con respecto al palacio, un rasgo diferenciador con respecto a otros palacios reales.
La construcción se debe a Teodoro Ardemans quien remató la cúpula el 19 de septiembre de 1723 y las torres y la fachada curvilínea son un añadido de los arquitectos italianos Andrea Procaccini y Sempronio Subissati que sustituyeron respectivamente a Ardemans tras su fallecimiento en 1726. El arquitecto Subissati además fue el autor del proyecto de la Capilla de las Reliquias conocida también como el Pantheon de Felipe V.
Esta Capilla, situada entre el brazo del crucero y el presbiterio, recibe este nombre por que inicialmente estaba destinada a guardar las reliquias de los santos mártires, pero tras la muerte de Felipe V, su viuda, Isabel de Farnesio decidió levantar en aquel lugar el mausoleo, cumpliendo la voluntad del rey difunto de ser enterrado en la iglesia de la Santísima Trinidad del Real Sitio por él fundado. Mucha gente confunde este cenotafio fúnebre con un panteón, pero la urna funeraria es de las conocidas como “de perspectiva”, pensada exclusivamente para ser vistas, pero no contiene los restos mortales de los monarcas, que se guardan en un nicho dentro del muro al cual se puede acceder por el crucero del templo, retirando la mesa del altar de San Ildefonso.
EL MUSEO DE TAPICES: En este palacio se han reunido las colecciones reales de tapices que van desde el siglo XV al XIX. Así podemos ver los grandes tapices flamencos del Emperador Carlos V y de su hijo Felipe II. Pero también aunque más modestos, algunos de la colección de Dª Juana de Castilla. No obstante, nos llamó la atención la presencia de un trozo de un tapiz personal de la Reina Isabel I, que fue adquirido recientemente en una subasta.
DORMITORIO DE SUS MAJESTADES: Uno de los detalles curiosos de este palacio es que la reina y el rey compartían cama, algo que para nuestro tiempo es bastante habitual, pero no así en el pasado. Luego cada uno tenía diferentes estancias para sus labores. Todas ellas en la planta superior.
LA GALERÍA DE PASEO: En la parte inferior, se encuentra la galería de paseo. Esta era usada para pasear cuando la climatología no permitía salir al exterior. Está finamente decorada, y al no verse afectada por el incendio, conserva sus frescos originales. En el pasado, este corredor albergaba una colección de esculturas clásicas. Tanto originales romanas y griega, como realizadas en tiempos más modernos. Actualmente son copias, porque las originales están en el Museo del Prado de Madrid. Fueron adquiridas en Roma a los herederos de a reina exiliada de Suecia, Dª Cristina.
SALÓN DEL TRONO: Es una espaciosa sala con tres balcones que corresponden al centro de la fachada, y desde los cuales se disfruta de la magnífica vista de la Cascada Nueva. Dos grandes arañas de cristal en forma de ánforas penden del techo. Las paredes están tapizadas de raso labrado, fondo carmesí, con cuadros y florones color oro viejo. Los muebles son del estilo del Imperio, de caoba, con adornos dorados. En el lienzo de la pared opuesto a los balcones hay un cuadro de grandes dimensiones que representa la familia de Felipe V. Está reunida en el suntuoso salón de un palacio, mientras los músicos de la Real cámara tocan en una tribuna elevada. El Rey, ya anciano, aparece sentado en el centro; a su izquierda está su segunda mujer Dª Isabel de Farnesio, sentada también, con el brazo izquierdo apoyado en un almohadón, sobre el cual se ve la corona Real.
SALÓN DE ESPEJOS: Actual Sala de Música. La pintura del techo representa el Tiempo, a quien unos cupidillos despluman las alas y arrebatan sus atributos por orden de Venus. Esta se halla en la parte superior, acompañada de las tres Gracias, al lado de una carroza tirada por palomas y guiada por amorcillos. Las paredes están ocupadas por cinco grandes espejos y otros más pequeños, y los intervalos que dejan entre sí háyanse recubiertos por placas de laca japonesa color rojo con flores doradas. Desde este salón, que es el último del ala principal del edificio, se retrocede hasta el de "Vientos", y desde el se pasa a una escalera por donde se desciende al Patio de la Herradura.
GALERÍA OFICIAL: Los techos abovedados de sus habitaciones están pintados al fresco por Sanni, Saxo y Fideli. Los frisos de algunas simulan columnatas y balaustradas con extrañas perspectivas, y deben atribuirse sus pinturas al tiempo de la fundación; pero en la mayor parte la ornamentación es de relieves dorados y medallones de gusto barroco, y corresponde a la época de Carlos III, que es el que formó esta galería, pues primitivamente estaban en ella las habitaciones particulares de Felipe V. Todas las piezas se tapizaron y amueblaron en tiempo de Fernando VII al estilo pesado y de mal gusto del Imperio. Los pisos están pavimentados con mármoles de diversos colores y preciosas oficalcitas.
SALA DE LA FUENTE: Un Apolo en mármol obra de Francesco Maria Nocchieri, hacia 1680, está rodeado de las musas en yeso.
DORMITORIO DE LOS REYES: En una entrada anterior os mostraba el Dormitorio de los Reyes Felipe V y de su esposa Isabel de Farnesio, en esta os muestro el que fue dormitorio del resto de los Reyes que vivieron en el Palacio. Aunque el palacio sufrió un devastador incendio en 1918 conserva aún casi todas las decoraciones al fresco de la época de Felipe V, destacando el dormitorio de los soberanos, según diseños de Juvarra y con pinturas de Panini.
EL ORATORIO: Antiguamente llamado "Pieza donde se dice misa", se adorna con cuadros de temática religiosa: San Antonio y San Joaquín con la Virgen, de Paolo de Metteis; Santa Catalina de Maratta, San Jerónimo de Mattia Pretti, una Cabeza de anciano, de Sacchi y una preciosa Asunción de la Virgen de Caracci, entre otros. También preciosas consolas de estilo Luis XIV y un oratorio portátil que perteneció a Fernando VI.
Muy cerca, la llamada PIEZA DE COMER: Llamada también Pieza de adorno de estuco, donde almorzaban los soberanos cuando no tenían invitados. En sus paredes cuelgan naturalezas muertas, adquiridas por la reina en Sevilla.
La decoración del COMEDOR REAL no pertenece a esta época.
La antigua CÁMARA DE FELIPE V, denominada también Pieza grande de azulejos, sufrió varias transformaciones. De estilo fernandino, destaca la imponente mesa de caoba de Brasil.
En una pequeña sala se encuentra la FUENTE DE GALATEA, llamada también de Las Conchas, obra de Jean Thierry, donde aparece Anfitrite bañándose. La pintura que la adorna, firmada por Bonavía, está realizada al temple en 1736 y es la más antigua del Palacio.
Por último, en esta entrada, la TRIBUNA REAL sobre el coro de la Colegiata, una maravilla realizada por Teodoro Ardemans.
TUMBA DE FELIPE V E ISABEL DE FARNESIO: La gran empresa final de los escultores franceses en el Real Sitio es el Panteón de Felipe V e Isabel de Farnesio, situado en la Colegiata, lugar que habían elegido para enterrarse, rompiendo con la tradición de El Escorial. El proyecto fue debido a Sempronio Subisatí, quien dirigió también la obra. Se adosa a la pared, disponiéndose delante del sarcófago las insignias reales y a los lados la figura sedente de la Caridad y la de España en pie, sumida en el dolor, obra de Hubert Dumandré y Pierre Pitué. En la parte superior hay dos medallones con los bustos de Felipe V e Isabel Farnesio, obra de Lebasseau y sobre ellos el Ángel tocando la trompeta de la Resurrección. La pirámide que sirve de fondo culmina con una gloria en la que se inscriben las armas reales portadas por ángeles. Frente al mausoleo se sitúa el gran medallón de estuco con la representación de Jesucristo y el triunfo de los mártires, obra de Luis Salvador Carmona. Precisamente en este panteón se inspirará Sabatini para levantar el mausoleo de Fernando VI en las Salesas Reales de Madrid.
De los muchos rumores, leyendas y anécdotas existentes en La Granja, ninguno tan sorprendente como el referido a la tumba del rey Felipe V. A pesar de existir un cenotafio construido ex profeso por Fernando VI para recibir los restos mortales de su padre e Isabel de Farnesio en la Capilla de las Reliquias de la Real Colegiata, siempre se ha dicho que los cuerpos de los reyes no se encontraban allí, todos los entendidos aseguran que en un extraño lugar de la Colegiata, entre pasillo y altar, puerta y ventana, tapiz y coro, se encuentran depositados los Reales Restos arrebatados al tétrico panteón del Escorial. Pues bien, durante las obras de restauración de la Real Colegiata afectada por el incendio de la linterna en 1945, Tuvieron que retirar los trabajadores lo que quedaba del altar, derruido durante el incendio. Uno de los trabajadores vio un brillo extraño. Ahondando más, dio con una puerta bronceada de dos hojas marcada con lises, emblema de los Borbones. Lógicamente, entre los trabajadores corrió la noticia cual rayo y las malas lenguas dieron por decir que un tesoro había sido encontrado en la obra de la Colegiata. Abad y capitulares se apresuraron a relatar a los obreros que allí se encontraban los restos de Felipe V e Isabel de Farnesio, como bien intuían a tenor de los documentos custodiados en el Archivo Colegial. Sin embargo, puesto que era cosa aceptada por todo la vecindad que los cuerpos de los reyes descansaban en el panteón, a pesar de lo que decían los documentos del archivo colegial, la autoridad competente tomó la decisión de abrir aquellas puertas y acabar con cuentos y leyendas…
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