Fernando VII, rey de España desde 1808 a 1833
El Deseado o el Rey Felón, había nacido en San Lorenzo del Escorial, el 14 de octubre de 1784, hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. Su infancia fue enfermiza, padeciendo con cuatro años una enfermedad cuto diagnostico fue "vicio de la sangre" y de la que curó gracias a San Isidro. Al acceder su padre al trono fue jurado como Príncipe de Asturias. De sus preceptores destacó Juan Escoiquiz, que puesto por Godoy, le inspiro el odio hacia el valido y hacia sus propios padres, Fernando arrastró multitud de frustraciones y taras psicológicas.
En el año 1802 contrajo matrimonio con María Antonia de Nápoles, princesa culta e inteligente, aunque el príncipe mostraba una falta de personalidad y una pasividad pasmosa, los enemigos de Godoy se fueron agrupando en torno a él. Tanto Fernando como su esposa se veían cautivos de la reina madre y del valido. Una muestra del ambiente que reinaba en la Familia Real fue la repentina muerte de María Antonia en el año 1806, y el posterior y aparente suicidio del boticario de palacio, circunstancia que levantó todo tipo de rumores y calumnias, con la acusación velada de asesinato que cayó sobre la Familia Real.
En el año 1807, la oposición contra Godoy había madurado bastante. Fernando se hacía rodear por La Camarilla con Escoiquiz como alma mater del grupo, y con la presencia del duque de San Carlos, el duque del Infantado, el marqués de Ayerbe y el conde de Montijo. La Camarilla preparó un intento de derrocar al valido y al monarca y poner en el trono a Fernando, descubierta la conspiración gracias a un pliego anónimo mandado al rey. Informado Godoy, se formó un proceso contra el príncipe, que acabó confesando su culpa y el nombre de los principales encausados en el golpe de Estado. El suceso acabó con un abrazo entre Godoy y Fernando y el partido fernandista utilizó esta humillación para exacerbar los ánimos del pueblo contra la Familia Real, y sobre todo contra Godoy. Éste, por su parte, ya había firmado con Napoleón el futuro reparto de Portugal, en el Tratado de Fontainebleau del 27 de octubre de 1807. El 19 de marzo de 1808, durante la estancia de la corte en Aranjuez, se produjo un segundo intento de derribar al valido, que dirigido por el conde de Montijo, asaltó la casa de Godoy, quien tuvo que renunciar a su puesto y exiliarse, el rey Carlos IV no tuvo más remedio que renunciar al trono español en favor de su hijo. Este acontecimiento conmovió a los propios españoles y a Fernando, siempre lleno de temores e incertidumbres, y sin saber a qué atenerse. Fernando VII fue recibido, el 24 de marzo de 1808, con auténtico entusiasmo por el pueblo de Madrid, que se veía por fin libre del dominio de Godoy.
Este primer periodo duró dos meses, el primer gabinete formado por Fernando VII lo ocuparon miembros de La Camarilla. Por el Tratado de Fontainebleau, se autorizaba el paso de tropas francesas por España para invadir Portugal. Cuando Fernando VII hizo su entrada en Madrid como nuevo rey de España, el general Murat ya tenía tropas en Aranda de Duero. Los sucesos de Aranjuez hicieron que Murat marchase rápidamente hacia Madrid, una vez en la capital, obsesionado por ser nombrado rey de España por Napoleón, persuadió al rey destronado y al propio Fernando VII para que se dirigieran a Bayona con el objeto de entrevistarse con Napoleón, el cual consiguió que Fernando abdicase en favor de su padre, Carlos IV, y seguidamente que éste hiciese lo mismo en favor suyo, quien a su vez cedió la Corona a su hermano José I. Así el Emperador se quitó de en medio a padre e hijo y dispuso de los derechos de la Corona española para su familia. Fernando, su hermano Carlos y su tío, el infante don Antonio, fueron reducidos en el castillo de Valençay. Carlos IV y María Luisa marcharon a Italia, donde acabarían sus días, mientras que Godoy quedó definitivamente en Francia. Estas abdicaciones, provocadas de forma tan vergonzosa por parte de Napoleón y de la propia Familia Real, se produjeron los días 5 y 6 de mayo de 1808. Días antes, concretamente el 2 de mayo, se había producido el levantamiento contra los franceses en Madrid: daba comienzo la Guerra de la Independencia Española.
A finales del mes de mayo, toda España se había levantado en guerra contra los franceses. La reacción francesa no se hizo esperar y el general Murat reprimió violentamente la rebelión del pueblo madrileño encendiendo la voluntad general de luchar, las autoridades españolas, la Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla se inhibieron del asunto, el grueso del ejército respaldó a Murat, lo mismo que el Tribunal de la Santa Inquisición y por supuesto los llamados afrancesados. En un principio los franceses fracasaron en los diversos intentos de ocupar Zaragoza y Valencia; la primera de ellas defendida con auténtica heroicidad por sus ciudadanos y personajes como el general Palafox y Agustina de Aragón. Pero el mayor fracaso francés se produjo en Andalucía, donde el general Dupont fue derrotado en Bailén, en julio de 1808, por un ejército al mando del general Castaños, a consecuencia de lo cual las fuerzas francesas en Portugal, mandadas por Junot, tuvieron que capitular. Napoleón se dio cuenta que la guerra en España no era una escaramuza militar, entonces envió a España a la Grande Armée, la flor y nata del ejército francés, con 250.000 hombres y las tropas españolas fueron vencidas unas tras otras por el gran rodillo francés. Los franceses mantuvieron la iniciativa hasta la primavera de 1812, haciéndose con las grandes vías de comunicación y con las principales ciudades, lo cual obligó a la Junta Central a refugiarse en Cádiz, donde convocó cortes.
Las Juntas locales eran las organizadoras de la resistencia, haciendo caso omiso a las directrices de la Junta Central; a la convocatoria de las Cortes de Cádiz, en el año 1810, sólo acudió un reducido número de miembros de la Junta Central, mientras que las autoridades locales seguían actuando sin preocuparse lo más mínimo de lo que dictaran los futuros diputados de Cádiz.
Con la llegada de la Grande Armée y del propio Napoleón para dirigir él personalmente las operaciones, se generalizó en la resistencia española La guerra de guerrillas, adoptada a causa de la manifiesta inferioridad de las tropas españolas. Estas partidas de guerrilleros y el apoyo de Inglaterra hicieron que a partir del año 1812, los ejércitos españoles e ingleses, al mando del general Wellington, comenzaron a sumar victorias. Al estar el ejército francés inmerso en la campaña de Rusia, Wellington montó una gran ofensiva ganando la Batalla de Arapiles, el 22 de julio de 1812. Esta victoria provocó la caída del rey José I, obligado a huir a Valencia. La ofensiva final con la victoria en Vitoria, el 21 de junio de 1813, provocó que el ejército francés tuviera que salir de. Por el Tratado de Valençay, del 11 de diciembre de 1813, España quedó libre de toda presencia extranjera y restituyó en el trono a Fernando VII. En septiembre de ese mismo año, comenzaron en Cádiz las Cortes ordinarias, amparadas por la Constitución construida y aprobada por los liberales.
En abril de 1814, un grupo de diputados conservadores y realistas dirigió al rey, que aún se hallaba en Francia, el Manifiesto de los Persas, denunciando irregularidades políticas cometidas durante el exilio del rey. Fernando VII a su regreso tenía que decidir entre, sancionar la Constitución de Cádiz, o bien decantarse por las peticiones de los diputados que apoyaban la vuelta al absolutismo, tantas manifestaciones de apoyo hicieron que el rey se decidiera a firmar un Real Decreto, el 4 de mayo de 1814, anulando la Constitución de 1812 y proclamando el regreso del absolutismo real. El Decreto rechazaba cualquier forma de texto constitucional, aunque admitía gobernar con Cortes convocadas por él mismo. Comenzaba así el segundo periodo del reinado de Fernando VII, volviéndose a la misma ideología del pasado. Restableció la antigua administración: Consejo Real, Consejo de Indias, Consejo de Castilla, Audiencias, etc. También recuperó los mayorazgos y señoríos territoriales, a excepción de los derechos jurisdiccionales, que seguían en poder del rey. Se olvidó por completo de la prometida convocatoria a Cortes. Se anuló el decreto de desamortización preparado en Cádiz, el Santo Oficio volvió a resurgir. El poder de la Iglesia y el poder del Estado se unieron y confundieron al resucitar Fernando VII la fórmula de Rey por la gracia de Dios. Fernando VII ejerció un despotismo mucho más virulento que sus antecesores, todos los poderes recayeron en él. Resumiendo, Fernando VII fue la encarnación fiel del poder centralizador y unificador, respetó poco o nada las libertades y privilegios locales, pero sí los privilegios personales. Los liberales, o en su defecto todo aquel que protestó sus decisiones, fueron perseguidos con saña. La consecuencia de todo esto fue que la oposición tradicionalista se tuvo que refugiar en las intrigas de la corte, mientras que los liberales se organizaron en la ilegalidad y en el exilio, al calor de la Sociedades Secretas.
La guerra provocó dos hechos significativos en el país: una inmensa pobreza material y económica que arrastraría el país durante todo el siglo; y la definitiva pérdida del prestigio a nivel europeo, circunstancia que se comprobó en las negociaciones del año 1815 mantenidas por las potencias europeas tras la caída de Napoleón, y donde no se tuvo en cuenta para nada a España. A esto hay que sumar la revuelta de las colonias americanas que privó al Estado de su principal fuente de ingresos.
Los opositores al régimen de Fernando VII se agruparon en el exilio y en las diversas Sociedades Secretas, casi todas ellas de corte carbonarista y masónico. Inglaterra no opuso resistencia a la acogida de los exiliados, ya que desconfiaba de Fernando VII. Gibraltar se convirtió en la base principal de los conspiradores. En el período absolutista hubo una serie de pronunciamientos, todos ellos nacieron en ciudades importantes, siendo sus cabecillas militares de alta graduación o personajes de gran prestigio, todos, menos el de Riego del año 1820, fracasaron por su poca coordinación. La primera de estas conjuraciones fue la del general Porlier en La Coruña, el año 1815; la segunda, se produjo en Barcelona, de la mano de Lacy. Posteriormente, se sucedieron múltiples intrigas de poca importancia. El pronunciamiento de Riego se desarrolló entre las tropas reunidas en Cádiz para ir a luchar a las colonias españolas en América. Riego fue apoyado por el resto de las principales ciudades, colaborando así en el triunfo del pronunciamiento. Fernando VII, ante el cariz que tomó la situación, no tuvo más remedio que jurar la Constitución aprobada en el año 1812.
El Trienio Liberal comenzó con una manifiesta ambigüedad que haría fracasar el intento de instaurar una monarquía parlamentaria a la inglesa. Fernando VII formó un gabinete moderado, al frente del cual puso a Martínez de la Rosa, esto provocó continuos enfrentamientos, nunca hubo diálogo entre el rey y las Cortes. Los exaltados más radicales se agruparon en la Sociedades patrióticas, con nombres tan evocadores como Los Comuneros, Los Hijos Secretos de Padilla, etc., desde donde intentaban movilizar a la oposición pública contra la política moderada y reaccionaria del gabinete.
Desde el año 1822, Fernando VII cambió de actitud, mostrándose en total desacuerdo con el sistema. Esto se debió al apoyo que encontró en grupos de absolutistas armados en Navarra y Cataluña; sin embargo, el levantamiento no tomó consistencia hasta el momento en que fue resueltamente apoyado por las potencias europeas. En el congreso del año 1822, celebrado en Verona por los representantes de las grandes potencias, el general Eguía solicitó la intervención francesa en España para restaurar los poderes del rey. A pesar de la oposición del gobierno inglés, finalmente se aceptó la petición española y en la primavera de 1823, un ejército de 110.000 hombres, bajo el mando del duque de Angulema, penetró en España para restablecer al soberano en sus prerrogativas. Los generales españoles evitaron el combate, y la expedición de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis fue un paseo militar. Una vez repuesto en su trono absolutista, Fernando VII y su partido apostólico prohibieron, por Decreto del 1 de octubre de 1823, toda la obra del Trienio Liberal. Tras la publicación de un edicto en el mismo instante que entraban las tropas francesas en Madrid, se organizó una verdadera caza de liberales. La administración fue depurada. Los sospechosos fueron llevados ante comisiones militares permanentes y perseguidas por las Juntas de Fe, último epígono de la Inquisición. La represión llegó a ser tan violenta, que las mismas potencias que apoyaron la intervención se alarmaron. Pero pese a las presiones extranjeras, las persecuciones duraron, con todo su vigor, hasta el año 1826. La reacción absolutista y apostólica ahogó todo esfuerzo de modernización política y social, dividiendo profundamente a las clases dirigentes y preparando los conflictos que padecería el país durante el resto del siglo.
Durante este período, se produjeron grandes muestras de descontento y más concretamente en el partido apostólico que demandaba más absolutismo, este partido se configuró en torno al hermano del rey, Carlos María Isidro, de cuyas filas saldría el núcleo principal de la futura oposición carlista, este partido apostólico radical publicó, en el año 1826, el Manifiesto de la Federación de Realistas Puros, que aclamaba a don Carlos como su único sucesor. En el año 1827 se produjo en Cataluña la guerra Dels Malcontents (de los agraviados), considerada como la primera manifestación insurgente del Carlismo en ciernes. Por el lado liberal, en marzo de 1830, se produjo la llamada Conspiración de los Emigrados, dirigida por Mina desde la ciudad de Bayona. En ese mismo año, desde Gibraltar, José María Torrijos comenzó a movilizar elementos para derrocar al gobierno absolutista de Fernando VII. Después de varios intentos, Torrijos partió desde la colonia inglesa, en noviembre de 1831, al mando de cincuenta hombres, con la intención de lograr adhesiones, desembarcó en Fuengirola, pero fue frenado por las fuerzas realistas y obligado a rendirse. Todos los insurgentes fueron fusilados el 11 de diciembre de 1831, acabando así la última intentona golpista liberal.
Después de tres matrimonios, Fernando VII no tuvo herederos, lo cual convertía al infante don Carlos en heredero a la Corona. En el año 1829, murió la tercera esposa, María Amalia de Sajonia, y ese mismo año se casaba Fernando VII con su sobrina, María Cristina de Borbón, este nuevo matrimonio contó con la total oposición del infante don Carlos y de sus partidarios. El 3 de abril de 1830, apareció publicada en la Gaceta de Madrid la Pragmática Sanción, mediante la cual se suprimía en España la Ley Sálica, introducida en España por Felipe V y por la que no podían reinar las mujeres en España. Esta Pragmática Sanción había sido aprobada en las Cortes durante el reinado de Carlos IV, pero debido al estallido de la Revolución Francesa y a los posteriores acontecimientos, no se pudo refrendar. Fernando VII la rescató y ratificó. De esa manera se aseguraba un heredero directo para el trono español, en caso de que su nueva esposa quedara encinta. La reina, finalmente, dio a luz, el 10 de octubre de 1830, una hija, llamada Isabel, el 30 de enero de 1832, nació la segunda hija del matrimonio, María Fernanda, con lo que la sucesión al trono estaba asegurada.
A comienzos de 1832, el rey cayó gravemente enfermo. La reina María Cristina se vio en la tesitura de elegir entre dos opciones: o la derogación de la Pragmática Sanción para calmar los ánimos, o bien, la más que probable guerra civil, ya que el infante don Carlos se negaba a negociar con la regente. Se decidió por la derogación de la ley, la cual fue firmada por el rey moribundo, sin embargo, la derogación no llegó a tener efecto oficial por un golpe de Estado dado en el Palacio de la Granja, que derribó al ministerio e hizo desaparecer el documento firmado por el rey. El 31 de diciembre de ese mismo año, el rey, ya repuesto, hizo una declaración oficial por la que anulaba cualquier documento firmado por él en su período de convalecencia, aduciendo para ello abuso de poder. El nuevo gabinete, presidido por Cea Bermúdez, desarticuló políticamente a las fuerzas carlistas mediante el cambio de capitanes generales y concediendo una amnistía general que permitió el regreso de la gran mayoría de los liberales exiliados, los cuales estaban dispuestos a defender la sucesión femenina al trono español.
El rey aseguró la sucesión de su hija Isabel mediante el reconocimiento de las Cortes como princesa de Asturias, don Carlos y sus partidarios fueron obligados a abandonar el país, fijando su residencia en Portugal. El 1 de octubre de 1833, don Carlos lanzó el Manifiesto de Abrantes, en el que se titulaba y reconocía como rey de España, con el nombre de Carlos V. El 29 de septiembre de 1833 falleció Fernando VII, víctima de una apoplejía.
Ramón Martín
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