Segunda Guerra Carlista (1846-1849)


La boda de Isabel II y su hermana se celebraron en el Palacio Real de Madrid, el 10 de octubre de 1846, y justo ese mismo mes estallaba, en Cataluña, la Guerra de los Matiners, que habría de durar tres años. Este conflicto tuvo su origen en el profundo malestar existente en amplios sectores de la sociedad, pero sobre todo al desengaño de los dirigentes carlistas ante el fracaso producido en el plan trazado de bodas reales; un plan que pretendía ser la vía —en este caso pacífica—, de acceso a un poder que habría de ser compartido con los liberales más moderados; también fue causa, el tremendo descontento por la crisis agraria e industrial del periodo comprendido entre los años 1846 a 1848.

El inicio de la revuelta estuvo precedido por un manifiesto de Carlos VI, dado el 1 de septiembre anterior, que de hecho, constituía un llamamiento a coger las armas. En dicho manifiesto, Carlos VI, reafirmaba la justicia de su causa, conminaba a no mirar al pasado, y prometía recompensar las cualidades de sus seguidores en el campo de batalla.



La Inoperancia del Partido Moderado, por entonces en el poder, para acabar con los problemas en agricultura e industria, agravó aun más el descontento popular. Tampoco sirvió de nada —todo lo contrario—, el intento de imponer las quintas militares y la legalización de la propiedad privada burguesa. A causa de este creciente malestar, a partir de septiembre de 1846, comenzaron a surgir partidas carlistas, sobre todo en tierras catalanas. Desde el sur de Francia, destacados militares carlistas: Elío, Alzaa y otros, intentaron pasar la frontera, con un objetivo claro: sublevar el norte. Pero tuvieron que desistir a causa de la escasez de armas y recursos económicos. Era un esfuerzo inútil.

El mes de diciembre, la impaciencia desbordó a Ramón Cabrera, el cual decidió trasladarse a Londres, para poder entrevistarse con el Pretendiente. Mientras tanto Elío y Alzaa le conminaban a actuar rápidamente. Pero la respuesta del Pretendiente, que se encontraba totalmente desilusionado, a causa de las múltiples dificultades para encontrar dinero que alimentara la causa, fue desalentadora. Esto provocó el desaliento entre las filas legitimistas. El veterano Villarreal, presentó la dimisión, y Carlos VI tuvo que nombrar a Elío.



A comienzos de 1847, el general isabelino Manuel Pavía, capturó a varios cabecillas catalanes, entre ellos Tristany, al que mandó fusilar en Solsona, el 17 de mayo de 1847. La muerte del líder carlista, Mosén Benet, fue el detonante para que, numerosos voluntarios se organizaran para combatir, deseosos de cobrar venganza por su muerte. Pavía comenzó a notar la movilización de efectivos y el auge que iba adquiriendo la propaganda carlista, lo que le puso en una difícil situación, a causa de la cual el general Manuel Gutiérrez de la Concha, fue nombrado para sustituirle, en el mes de septiembre. Los nuevos jefes rebeldes: Castell, Borges y los sobrinos del fallecido Tristany, pasaron al Maestrazgo para prender la guerra, aunque no pudieron conseguirlo.

Mientras los ecos del proceso revolucionario que se estaba desarrollando en Europa en 1848, llegaban a España, el presidente Narváez presentó en las Cortes, la Ley de Poderes Excepcionales, mediante la cual se le otorgaban todas las facultades necesarias para suspender las garantías constitucionales, en el caso de producirse la revolución. También se dio el caso del reconocimientos por parte de las Cancillerías de Austria, Prusia y el Reino de Piamonte-Cerdeña, del trono de Isabel II, acabando con los más notables apoyos que tenía la causa carlista fuera de la península.



A mediados del año, los carlistas se dispusieron a preparar una nueva ofensiva, que tenía que provocar numerosas sublevaciones en cadena, a lo largo y ancho de España. Estas sublevaciones se fueron sucediendo, aunque con mínimos resultados. La llegada de Cabrera a Cataluña, el 23 de junio de 1848, dio un nuevo impulso al movimiento carlista en el Principado. Los soldados mandados por el Tigre del Maestrazgo bloquearon diversas poblaciones, multiplicando las escaramuzas y encuentros con las tropas isabelinas. En estas acciones fue herido Cabrera, estando a punto de caer prisionero en Sant Llorenç dels Morunys, lo que le obligó a reposar durante unas semanas.

En el mes de enero de 1849, el Manifiesto de La Garriga, reflejó el descontento social, al afirmar que la revuelta de los Matiners podía derivar hacia el terrible combate del que no tiene contra el que tiene, esto es: el comunismo. Las opciones políticas no eran Carlos VI o Isabel II, sino la Monarquía o la Revolución.

    A estas alturas Ramón Cabrera, reclamó la presencia del Pretendiente, Carlos VI, al frente de sus tropas, convencido de que era la única solución para continuar la guerra. A consecuencia, Montemolín partió de Londres. Junto a sus hermanos don Juan y don Fernando, el 27 de marzo de 1848, pero el 4 de abril, cuando se disponían a pasar la frontera por Sant Llorenç de Cerdans, fueron detenidos por la policía francesa, que les condujo a Perpiñán, siendo conducidos, a continuación, a Gran Bretaña.

Ese mismo mes, el general Concha, disolvió la partida de Marcelino Gonfau, aunque la guerra se prolongó hasta el 27 de enero de 1849 cuando tuvo lugar la acción del Pastoral, en la que fue derrotado y herido Cabrera. Este golpe afecto el sentido de la guerra, pero aún sufriría un golpe mortal cuando el conde de Montemolín fue hecho prisionero. Esto se produjo cuando éste entró en España el 4 de abril. Y aunque recobró la libertad, y Cabrera volvió a retomar la lucha, los pueblos fueron abandonando a su suerte a los partidarios del Pretendiente, los cuales, sin auxilios del extranjero, debido a que eran escasas las posibilidades de victoria, no podían seguir la lucha por falta de los recursos necesarios. Razón por la cual, la insurrección sucumbió, algo que anunció el general Concha al pueblo español en su proclama de 19 de mayo de ese mismo año.


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La Escodada en 1870: LEER
La Conspiración de 1871: LEER
Tercera Guerra Carlista (1872-1876): LEER
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Ramón Martín

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