Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro. 16º Presidente en 1837, 25º desde 1840 a 1841 y 49º desde 1854 a 1856
Octavo Presidente del Consejo de Ministros durante la Regencia de la reina María Cristina de Borbón (1833-1840), desde el 18 de agosto de 1837 al 18 de octubre de 1837.
Decimoséptimo Presidente durante dicha Regencia desde el 16 de septiembre de 1840 al 10 de mayo de 1841.
Primer Presidente del Consejo de Ministros durante el Bienio Progresista reinando la reina Isabel II, desde el 19 de julio de 1854 al 14 de julio de 1856.
Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, nació en Granátula de Calatrava (Ciudad Real) el 27 de febrero de 1793, falleciendo en Logroño el 8 de enero de 1879. Como General y Regente de España, recibió los títulos de: Príncipe de Vergara, Duque de la Victoria, Duque de Morella, Conde de Luchana y Vizconde de Banderas.
Su padre había decidido encaminarle a un destino eclesiástico pero la Guerra de la Independencia le arrastró al frente de batalla, situación que no abandonó hasta veinticinco años después, ya fue soldado en la guerra contra la invasión francesa, oficial durante la guerra colonial en el Perú y General en Jefe en la guerra civil. En Cádiz vivió el nacimiento del liberalismo español, senda que no abandonaría jamás.
Fue Espartero, un hombre extremadamente duro en el trato, que valoraba la lealtad de sus compañeros de armas tanto como la eficacia, combatió en primera línea, siendo herido en ocho ocasiones y su carácter altivo y exigente le llevó a cometer excesos, en ocasiones muy sangrientos, en la disciplina militar. Convencido de que su destino era gobernar a los españoles, fue por dos veces Presidente del Consejo de Ministros y llegó a la Jefatura del Estado como Regente durante la minoría de edad de la reina Isabel II. Ha sido el único militar español con tratamiento de Alteza Real y, a pesar de todas sus contradicciones, supo pasar desapercibido los últimos veintiocho años. Rechazó la Corona de España y fue tratado como una leyenda desde bien joven.
Datos Biográficos
Era el menor de ocho hermanos, hijo de un carpintero-carretero. Tres de sus hermanos fueron religiosos y una hermana, monja clarisa. En Granátula había recibido clases de latín y humanidades con su vecino Antonio Meoro, preceptor de Gramática, con gran fama en la zona, dado que preparaba a los chicos para acceder a estudios superiores. Cursó sus primeros estudios en la Universidad Nuestra Señora del Rosario de Almagro, donde residía un hermano suyo dominico, y obtuvo el título de Bachiller en Artes y Filosofía. Almagro contaba con su propia Universidad desde 1553 por Real Cédula de Carlos I y era una ciudad muy activa y próspera. Su padre deseaba que tuviera una formación eclesiástica, pero el destino truncó esa posibilidad. En 1808 se alistó en el ejército para formar parte de las fuerzas que combatieron tras el levantamiento del 2 de mayo en Madrid contra la ocupación napoleónica. Las universidades habían sido cerradas el año anterior por Carlos IV y la propia Almagro había sido ocupada por los franceses.
Reclutado por la Junta Suprema Central, que había sido constituida en Aranjuez bajo la autoridad del anciano Conde de Floridablanca, para detener, en La Mancha, al invasor antes de que sus tropas llegasen a Andalucía, fue alistado en el Regimiento de Infantería Ciudad Rodrigo como Soldado Distinguido, grado obtenido al haber cursado estudios universitarios. Participó en la Batalla de Ocaña, donde las fuerzas españolas fueron derrotadas. Su condición de universitario le permitió formar parte del Batallón de Voluntarios Universitarios que se agrupó en torno a la Universidad de Toledo en agosto de 1808, pero el avance francés le llevó hasta Cádiz donde cumplía su unidad funciones de defensa de la Junta Suprema Central. El ejército casi destruido, necesitaba formar rápidamente oficiales. La formación universitaria de Espartero permitió que el coronel de artillería, Mariano Gil de Bernabé, lo seleccionara junto a otro grupo de jóvenes en la recién creada Academia Militar de Sevilla. El nuevo destino no evitó que actuase desde el primer momento en escaramuzas con el enemigo durante su formación como cadete, y así consta en su hoja de servicios. Se le integró, junto a otros cuarenta y ocho cadetes, en la Academia de Ingenieros el 11 de septiembre de 1811 y ascendió a subteniente el 1 de enero del siguiente año. Suspendió el segundo curso, pero se le ofreció como alternativa incorporarse al arma de infantería, al igual que a otros subtenientes. Tomó parte en destacadas operaciones militares en Chiclana, lo que le valió su primera condecoración: la Cruz de Chiclana.
Sitiado por los ejércitos franceses desde 1810, fue espectador de primera línea de los debates de las Cortes de Cádiz en la redacción de la primera constitución española, lo que marcó su decidida defensa del liberalismo y el patriotismo. Mientras la guerra tocaba a su fin, estuvo destinado en el Regimiento de Infantería de Soria, y con dicha unidad se desplazó a Cataluña combatiendo en Tortosa, Cherta y Amposta, hasta regresar con el Regimiento a Madrid. Aunque Espartero no participó en la Batalla de Ayacucho, tanto él como muchos de los militares protagonistas del reinado de Isabel II serían llamados los ayacuchos por su pasado en tierras americanas.
Terminada la guerra, deseoso de proseguir su carrera militar, se alistó en septiembre de 1814 -al tiempo que era ascendido a teniente- en el Regimiento Extremadura, embarcando en la fragata Carlota hacia América el 1 de febrero de 1815 para reprimir la rebelión independentista de las colonias. La corte fernandina había conseguido desplazar a ultramar a seis regimientos de infantería y dos de caballería. A las órdenes del general Miguel Tacón y Rosique, Espartero quedó integrado en una de las divisiones formadas con el Regimiento Extremadura que se dirigió hacia el Perú desde Panamá. Llegaron al puerto de El Callao el 14 de septiembre y se presentaron en Lima, con la orden de sustituir al marqués de la Concordia como virrey del Perú por el general Joaquín de la Pezuela.
Los mayores problemas se concentraban en la penetración de fuerzas hostiles desde Chile y las Provincias Unidas de Sud América al mando del general José de San Martín. Para obstaculizar los movimientos, se decidió fortificar Arequipa, Potosí y Charcas, trabajo para el cual la única persona con conocimientos técnicos de todo el Ejército del Alto Perú era Espartero, por tener dos años de formación en la escuela de ingenieros. El éxito de la empresa le valió el ascenso a capitán el 19 de septiembre de 1816 y, aún antes de cumplir un año, el de segundo comandante.
Tras el Pronunciamiento de Riego y la jura de la Constitución por el rey, las tropas peninsulares en América se dividieron definitivamente entre realistas y constitucionalistas. San Martín aprovechó estas circunstancias de división interna para continuar su acoso al enemigo y avanzar, ante lo cual un numeroso grupo de oficiales destituyó a Pezuela como virrey el 29 de enero de 1821, nombrando en su lugar al general José de la Serna e Hinojosa. Se desconoce con exactitud el papel que en este movimiento jugó Espartero, aunque su unidad en conjunto fue leal al nuevo virrey. Sea como fuere, el que sería más tarde Duque de la Victoria se empleó a fondo en el sur del Perú y este de Bolivia en un modo de combate singular caracterizado por escasas tropas y acciones rápidas donde el conocimiento del terreno y la capacidad de aprovechar al máximo los recursos a mano eran determinantes. Este modo de operar será el que más tarde desarrolle también en la guerra en España
Los ascensos de Espartero por acciones de guerra fueron constantes. En 1823 era ya coronel de Infantería a cargo del Batallón del Centro del ejército del Alto Perú. Cuando el general insurrecto Alvarado trató de penetrar por las fortificaciones de Arequipa y Potosí, de las que se sentía orgulloso Espartero, el general Jerónimo Valdés no dudó en encargar a éste la defensa de la posición de Torata, con apenas cuatrocientos hombres, para hostigar desde ella al enemigo, mientras Valdés organizaba una encerrona. Al llegar los sublevados, Espartero mantuvo durante dos horas la posición causando importantes bajas y replegándose a órdenes de Valdés de manera ordenada, mientras éste salía al encuentro del enemigo sin permitirle avanzar y, en un error del general Alvarado al desplegar una línea de frente excesiva, Valdés lanzó un ataque desde el que desbarató las pretensiones de penetración. Tras la llegada de José de Canterac, el enemigo fue puesto en fuga, siendo el Batallón de Espartero uno de los que persiguió a las fuerzas que huían por Moquehua y destacó por destruir por completo la llamada Legión Peruana.
A su valentía se unía una gran sangre fría y capacidad de engaño al enemigo, infiltrándose entre los sublevados para más tarde arrestarlos y, en juicio sumarísimo, condenarlos a muerte y ejecutarlos. Este modo de proceder sería una constante en su carrera militar.
El 9 de octubre de 1823, el comandante Espartero fue ascendido a brigadier otorgándosele el mando del Estado Mayor del Ejército del Alto Perú. Tras finalizar las labores de control de los restos de insurgentes, La Serna lo envió a la conferencia de Salta como representante plenipotenciario del virrey para la firma de un armisticio que permitiese la extensión de los acuerdos con los insurrectos de Buenos Aires al Perú. En Salta se reunió Espartero con el general José Santos Las Heras, que actuaba en nombre de los comisarios regios. Acreditado, Espartero comunicó a Las Heras que el acuerdo no era posible, pues las fuerzas enemigas carecían de toda capacidad operativa y no se sentía el Virrey obligado a otorgar más que la generosidad con la que habían sido tratados. La actitud hostil de La Serna y el propio Espartero hacia los delegados en nombre del rey Fernando se ha interpretado como una afrenta a la Corona para algunos, o como una medida de contención de las aspiraciones independentistas para otros.
El fin del Trienio Liberal y el retorno al absolutismo volvieron a dividir al ejército expedicionario. La Serna envió a Espartero a Madrid con el encargo de recibir instrucciones precisas de la Corona, partiendo desde el puerto de Quilca el 5 de junio de 1824 en un barco inglés. Llegó a Cádiz el 28 de septiembre y se presentó en Madrid el 12 de octubre. Aunque obtuvo para el Virrey la confianza de la Corona, no le fue posible garantizar los refuerzos pedidos. Embarcó en Burdeos camino de América el 9 de diciembre, coincidiendo con la pérdida del Virreinato del Perú. Arribó a Quilca el 5 de mayo de 1825 sin noticias del desastre de Ayacucho, y fue hecho prisionero por orden de Simón Bolívar. Una vez liberado, regresó a España con un numeroso grupo de compañeros de armas. A su llegada fue destinado a Pamplona y posteriormente fijó su residencia en Logroño. Allí contrajo matrimonio el 13 de septiembre de 1827 con María Jacinta Martínez de Sicilia, rica heredera de la ciudad y gracias a la cual se convirtió en un hacendado.
De regreso en la península hubo de desempeñar funciones burocráticas y destinos menores, lo que le irritaba. En 1828 fue nombrado Comandante de armas y presidente de la Junta de Agravios de Logroño y después se le destinó al Regimiento Soria destacado en Barcelona primero, y Palma de Mallorca más tarde. Pero la historia quiso que se le ofreciera una oportunidad en forma de conflicto civil. A la muerte de Fernando VII, apoyó la causa de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón frente al hermano del difunto rey Fernando, Carlos María Isidro. Espartero fue nombrado Comandante General de Vizcaya en 1834, bajo las órdenes de un antiguo jefe suyo, Jerónimo Valdés, que lo había reclamado para el servicio en campaña. Participó así en el frente norte durante la Primera Guerra Carlista, desempeñando un destacado papel.
Al frente de una división, ordenó la fortificación de Bilbao, Durango y Guernica para defenderlas de las incursiones carlistas, y persiguió las pequeñas partidas que se iban formando en distintos puntos. La primera operación de envergadura tuvo como escenario Guernica en febrero de 1834. Sitiados los cristinos por una columna de seis mil hombres, Espartero liberó la ciudad el día 24 con cinco veces menos fuerzas que los atacantes, lo que le valió el ascenso a Mariscal de Campo.
En mayo obtuvo la Comandancia General de Vascongadas. A mediados de 1835, el general carlista Zumalacárregui había agrupado las partidas de voluntarios en un ejército bien organizado. Los cristinos, sin embargo, pasaban por una grave crisis al haber sido cambiados los mandos en varias ocasiones. Zumalacárregui emprendió una ofensiva que le llevó a fijar posiciones en Villafranca de Ordicia, dominando así una amplia zona. Espartero recibió la orden de Valdés de enfrentarse a Zumalacárregui, para lo que contaba con dos divisiones y un batallón, más otras dos divisiones que se aproximaban desde el valle del Baztán. El 2 de junio consiguió situarse en un alto a la vista de Villafranca, en el camino de Vergara. Aseguró las posiciones y se dirigió a Vergara. El general carlista Francisco Benito Eraso, aprovechó la vulnerabilidad del batallón de retaguardia para atacarlo. La impresión de los atacados fue que los atacantes eran numerosos, extendiéndose el pánico entre la tropa que llegó a huir de manera desordenada hacia Bilbao. Éste fue el primer fracaso militar de Espartero. Las consecuencias de la derrota fueron muy graves, ya que los carlistas, con poco más de ochocientos hombres, habían ocupado, no sólo Villafranca, sino también Durango y Tolosa.
Los éxitos carlistas colocaron a Espartero en una situación propicia a su modo de combatir: fortificaciones aisladas, pocos hombres, ciudades asediadas, terrenos abruptos. Todo aquello que le hacía recordar sus años americanos. Su valentía y arrojo fueron incuestionables, pero también su crueldad y el sacrificio de vidas humanas en el campo de batalla en momentos críticos, como en la batalla de Mendigorría, donde los cristinos obtuvieron su primera gran victoria en la guerra.
En Bilbao de nuevo, ante el asedio de los carlistas el 24 de agosto de 1835, Espartero levantó el cerco sin apenas esfuerzo. El 11 de septiembre, camino de Vitoria, batallones carlistas se opusieron a sus unidades, ordenó arremeter contra ellos persiguiéndolos hasta Arrigorriaga, donde encontró importantes fuerzas carlistas que le obligaron a retroceder hasta Bilbao. Encontró tomada la entrada a la ciudad recibiendo ataques por vanguardia y retaguardia. Acorralado, Espartero decidió enfrentarse al enemigo en el puente sobre el Nervión, pudiendo cruzar camino de la ciudad. Una brillante acción que le valió la Cruz Laureada de San Fernando y la Gran Cruz de Carlos III, además de una herida en el brazo.
En 1836 el Ejército del Norte quedó en manos del general Lacy Evans, con Luis Fernández de Córdoba como General en Jefe. Recibidas órdenes de atacar al enemigo, Espartero ocupó en marzo el puerto de Orduña, ganando así una ventajosa posición, lo que le valió una nueva Laureada de San Fernando. Fernández de Córdoba le propuso, muy a su pesar, para el ascenso a Teniente General el 20 de junio. Aún pudo obtener el acta de Diputado por Logroño a las Cortes Generales en las elecciones celebradas el 3 de octubre de 1836 junto a quien sería otro gran adalid del liberalismo, Salustiano de Olózaga. Los éxitos militares logrados hicieron que fuera nombrado General en Jefe del Ejército del Norte y Virrey de Navarra en sustitución de Fernández de Córdoba. El motín de la Granja de San Ildefonso favoreció el nombramiento.
Los carlistas volvieron a sitiar Bilbao en 1836 con más fuerzas y mejor organizados que en la primera ocasión. Desde el Ebro, Espartero dirigió catorce batallones camino de la capital vizcaína, mientras la flota hispano-británica le esperaba en Castro Urdiales, adonde llegó el 20 de noviembre, embarcando a su ejército camino de Portugalete, donde arribó el 27. Tomó los altos de Baracaldo pero le rechazaron los carlistas, el 30 la mayoría de los generales aconsejaron a Espartero que abandonase el intento de levantar el sitio, ordenó construir un puente de barcas sobre el Nervión y el 1 de diciembre el ejército isabelino se encontraba al otro lado. El segundo intento de levantar el cerco volvió a fracasar y la moral de la tropa decayó. Falto de dinero, Espartero trazó un plan que le permitió atacar a un tiempo por las dos orillas del Nervión. El 19 de diciembre, los cañones de la Armada Española e inglesa apoyaron la operación de avance y la ciudad fue liberada en una acción meritoria, con Espartero enfermo y a la cabeza, entrando por el puente de Luchana el día de Navidad. Fruto de esta acción la reina regente le otorgó el título de Conde de Luchana.
Después de Luchana, la guerra tocaba a su fin. Las fuerzas leales a Isabel II eran superiores. Desde Bilbao, Espartero se trasladó hasta Navarra, organizó sus tropas, se dirigió al Maestrazgo y se vio obligado a enfrentarse a la Expedición Real encabezada por el pretendiente carlista, último intento de éste de conquistar Madrid y obtener la victoria en la guerra. Espartero les alcanzó a las puertas de la capital, donde se libró la batalla de Aranzueque con nueva victoria del general cristino. Los homenajes y agradecimientos convencieron a Espartero de que la popularidad obtenida era un equipaje muy valioso para alcanzar el poder político.
Entre 1837 y 1839, al tiempo que formó un gobierno fugaz, derrotó a las tropas carlistas en Peñacerrada, en Ramales y en Guardamino. Fomentó la división entre los carlistas y firmó la paz, promovida por el representante militar de Gran Bretaña en Bilbao, lord John Hay, con el general carlista Rafael Maroto mediante el Convenio de Oñate el 29 de agosto de 1839, confirmado con el abrazo que se dieron estos dos generales dos días más tarde ante las tropas de ambos ejércitos reunidas en los campos de Vergara, acto que se conoce como el Abrazo de Vergara. El final victorioso de la guerra le valió el título de Grande de España y Duque de la Victoria, amén de los de Vizconde de Banderas y Duque de Morella. Muchos años más tarde, el rey Amadeo I le concedió también el de Príncipe de Vergara. La firma del acuerdo de paz con Maroto había sido contestada por muchos sectores carlistas, entre los que se encontraba el general Ramón Cabrera que, refugiado en el Maestrazgo, plantó cara a Espartero hasta que fue derrotado con la conquista de Morella el 30 de mayo de 1840, acción por la cual la reina Isabel le concedió el título de Duque de Morella y el Toisón de Oro. Cabrera huyó hacía Cataluña con la mayor parte de los restos del Ejército del Norte, siendo perseguido por el general O'Donnell.
Terminada la guerra, Espartero había alcanzado gloria. En agosto de 1837 se unió al Partido Progresista. Sus enfrentamientos con Ramón María Narváez venían desde años atrás, cuando no se le suministraban las mismas tropas, material y fondos que al Espadón de Loja. Las incursiones de Espartero en política desde 1839 eran duramente contestadas por la prensa moderada. Consciente de su poder, tras las revueltas de 1840 consiguió ser nombrado Presidente del Consejo de Ministros, pero tuvo que dimitir. Espartero lideraba sin oposición el Partido Progresista y necesitaba una mayoría suficiente en las Cortes. El motín de la Granja de San Ildefonso había llamado la atención a los moderados sobre la fortaleza de los liberales y, por tanto, del propio Espartero. Así, el enfrentamiento con la Regente acerca del papel de la Milicia Nacional y de la autonomía de los Ayuntamientos, concluyó en una sublevación generalizada contra María Cristina en las ciudades más importantes y en la renuncia y entrega de ésta de la Regencia y custodia de sus hijas, incluida la reina Isabel, en manos del general.
Espartero alcanzó la Regencia mientras María Cristina marchaba al exilio en Francia. Fue elegido el 8 de marzo de 1841 Regente único del Reino por 169 votos de las Cortes Generales contra 103 votos que obtuvo Agustín Argüelles. Su modo de gobernar dictatorial, personalista y militarista provocó la enemistad con muchos de sus partidarios. Esta situación fue aprovechada por los moderados con el levantamiento de O'Donnell en 1841, que se saldó con el fusilamiento de algunos destacados miembros del ejército, como Diego de León. El alzamiento de Barcelona en noviembre de 1842, por la crisis del sector algodonero, fue reprimido con dureza por el Regente al bombardear la ciudad el 3 de diciembre con cuantiosas víctimas. Suya es la frase "a Barcelona hay que bombardearla al menos una vez cada 50 años", siendo el preludio del fin de su Regencia. El general Prim se sublevó en Barcelona, y le siguieron, entre otras ciudades, Granada y la propia Madrid. En 1843 se vio obligado a disolver las Cortes, ante la hostilidad de las mismas. Narváez y Serrano encabezaron un pronunciamiento conjunto de militares moderados y progresistas, en el que las fuerzas propias del Regente se pasaron al enemigo en Torrejón de Ardoz.
Espartero marchó al exilio, desde Cádiz a Inglaterra el 30 de julio. Las nuevas autoridades ordenaron que, de ser hallado fuera "pasado por las armas" sin esperar otras instrucciones. Pero las maniobras de Luis González Bravo y del propio Narváez contra los progresistas, en especial contra Salustiano de Olózaga, hicieron que éstos no tardaran en reclamar de Espartero, exiliado, el liderazgo de los liberales. En Inglaterra Espartero vivió una vida austera, aunque era agasajado constantemente por la Corte británica y toda la nobleza. No perdió de vista la política nacional y, sin duda, buena parte de las acciones civiles y militares de los progresistas en este periodo contaron con su beneplácito.
La Constitución moderada de 1845 no aseguró la estabilidad política. Antes al contrario, la distancia entre liberales y moderados se agrandó. Isabel II trató de acercar a Espartero de nuevo hacia la Corona, así el 3 de septiembre de 1847, el entonces Presidente del Gobierno, Joaquín Francisco Pacheco, le expidió el Decreto por el cual la Reina le nombraba Senador y, poco más tarde, embajador plenipotenciario en Gran Bretaña. En 1849, Espartero fue restituido en sus honores y regresó a España, refugiándose en Logroño y abandonando la vida pública. Reapareció de forma esporádica junto a Leopoldo O'Donnell después de la revolución de 1854, con quien compartió el liderazgo político en el llamado Bienio Progresista (1854-1856), años en los que fue nuevamente presidente del gobierno. Pero el propio O'Donnell terminó por desplazarlo del poder con su proyecto de Unión Liberal. Espartero ya no era el hombre capaz de agotarse hasta el extremo y comprendió que la reina Isabel había colocado, al decir de Romanones, «dos gallos en el mismo gallinero» para mantener a dos de los más prestigiosos generales de su lado.
Al ser destronada Isabel II por la revolución de 1868, Juan Prim y Pascual Madoz le ofrecieron la Corona de España, cargo que no aceptó. Los años habían hecho mella en su persona y no se consideraba con fuerzas para tan alta empresa. La ciudadanía y buena parte de la prensa liberal reclamaba al viejo general para ser proclamado Rey. En la primavera de 1870, una comisión de Diputados viajó camino del retiro del general en Logroño para pedirle que aceptara la empresa. Envió una breve respuesta negativa y cortés a Prim, y a Nicolás Salmerón.
Una vez elegido Amadeo I de Saboya como Rey de España, en septiembre de 1871 anunció su voluntad de acudir a visitar al general Espartero en su residencia de Logroño. El propio Duque de la Victoria fue a recibirlo a la estación de ferrocarril vestido con traje de gala como Capitán General, recorriendo juntos el trayecto hasta su casa en medio de las aclamaciones. Amadeo I pasó dos días en la residencia de Espartero, desconociéndose el contenido de las conversaciones, Espartero, cuando lo acompañó de regreso a la estación, dio muestras de alegría, respeto y lo trató como Rey legítimo de los españoles. A su regreso a Madrid, el Rey le concedió el título de Príncipe de Vergara, el 2 de enero de 1872, con tratamiento de Alteza Real. Aún recibiría en su hogar a Estanislao Figueras, tras la proclamación de la Primera República Española y a otro Rey que vendría a cumplimentarlo por tres veces: Alfonso XII.
El rey Alfonso XII, acudió por vez primera el mismo año de su elección, el 9 de febrero de 1875, acompañado del Ministro de Marina y también pasó, como Amadeo, la noche en casa del Duque. La delicada salud del viejo general le impidió acudir a recibir al monarca, que encontró a un hombre envejecido pero que guardaba parte de sus antiguas fuerzas. El rey le comunicó la concesión de la Gran Cruz de San Fernando, a lo que el propio Espartero hizo buscar entre sus condecoraciones alguna de las ganadas con anterioridad y quiso imponérsela a Alfonso XII.
Regresó el monarca el 6 de septiembre de 1876 para comunicar al victorioso general de la Primera Guerra Carlista que, nuevamente, el carlismo había sido vencido, y tiempo después, el 1 de octubre de 1878, celebrándose una ceremonia religiosa por las almas de las esposas de ambos, fallecidas hacía poco tiempo.
Pasó los últimos años de su vida en su hogar, rodeado del afecto de sus paisanos. Su conocida altanería dio paso a un hombre de estado, consejero para todos y que manifestó en cuantas ocasiones pudo su deseo de que las desavenencias entre las distintas facciones políticas no se solventasen más por la vía de las armas. La muerte de su esposa Jacinta le sumió en un profundo pesar y ya no atendió más que a su propio final.
Su testamento había sido otorgado el 15 de junio de 1878, apenas seis meses antes de fallecer y poco después de la muerte de su esposa. Al no tener hijos, Espartero nombró heredera universal a su sobrina Eladia Espartero Fernández y Blanco, por quien sentía gran predilección. La herencia, constituida por una gran fortuna, iba acompañada de todos los títulos y honores. Al resto de sobrinos y al personal de su casa les dio mandas y legados, y a su antiguo ayudante, el Marqués de Murrieta, le otorgó la espada con la que Bilbao le obsequió y la estatua ecuestre que le regaló la ciudad de Madrid, además de otras pertenencias militares menores.
Ramón Martín
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