La batalla de Ocaña de 1809

 


    Tras la batalla de Talavera, Francisco de Eguía había sucedido en el mando del Ejército de Extremadura, al general Cuesta y cumpliendo órdenes de la Junta Central, pasó a reunirse con el Ejército de La Mancha, que se había instalado en Sierra Morena. Situado el ejército de lord Wellington en Portugal, Eguía sólo había dejado en Extremadura unos 12 000 hombres al mando del duque de Alburquerque. El ejército francés, efectuó un avance en dirección a Daimiel, con el Primer Cuerpo al mando del mariscal Victor, con el Cuarto Cuerpo del mariscal Sebastiani, lo que provocó que, el Ejercito de La Mancha regresara a su refugio de Sierra Morena. Esto disgustó a la Junta Central y el general Eguía fue destituido, sucediéndole el general Juan Carlos de Aréizaga, que se encontraba en Lérida, preparando la resistencia de la ciudad a los ataques franceses.

    El 3 de noviembre, Aréizaga se traslada con sus tropas a Santa Cruz de Mudela y el 7 de noviembre a Herencia. Estas tropas estaban compuestas por siete divisiones de infantería y otra de caballería. Esta división de caballería marchaba precediendo al ejército explorando el terreno. Un terreno que se apresuraban a abandonar los jinetes imperiales. A pesar de lo cual, tuvieron lugar algunos combates, como el sucedido a las mismas puertas de Ocaña, donde se encontraba, el 11 de noviembre, todo el ejército español, habiendo sido abandonada, la noche anterior, por la brigada Milhaud y la división polaca del IV Cuerpo, que se replegaron hacia Aranjuez. Aréizaga se dispuso a cruzar el Tajo el día 14. Operación que se vio entorpecida por un temporal que duró tres días. Este contratiempo hizo que se perdiera un tiempo precioso, y los franceses reunieron en Aranjuez todas sus fuerzas al mando del rey José Bonaparte, con el mariscal Soult. Sin embargo, recelosos los franceses sin decidirse a tomar la ofensiva, dejaron que Aréizaga avanzase de nuevo a Ocaña el 18 de noviembre, pudiendo establecer allí sus tropas.

    Avistados ambos ejércitos, el español formó en dos líneas a ambos lados de Ocaña con la caballería en los flancos: el grupo más fuerte, mandado por el general Freire, a la derecha, y el otro grupo mandado por el coronel Ossorio. A las 10:00 abrieron fuego las guerrillas de uno y otro ejército, dirigiéndose el mariscal Mortier con las divisiones polaca y alemana del IV Cuerpo, junto a una del V Cuerpo, contra la derecha y centro del ejército español, mientras la de Dessolles se presentaba ante Ocaña por la derecha de aquellas y el general Sénarmont situaba la artillería de ambos cuerpos en una altura que dominaba todo el campo de acción, dejando en reserva la Guardia Real y el resto de las tropas. Mientras tanto, la caballería imperial, a las órdenes del general Sebastiani, daba un gran rodeo para efectuar un movimiento envolvente sobre la derecha española. La primera acometida de los polacos fue rechazada, y los españoles salieron a su encuentro. Sólo pudieron ser contenidos por la artillería francesa y bajo su protección se pudo rehacer el frente polaco. Los españoles reanudaron el ataque, con más energía; pero, a pesar de los esfuerzos de su artillería fueron empujados a retaguardia, teniendo que efectuar un cambio de frente, ante la amenaza de la caballería de Sebastiani que se divisaba por su flanco. Dicho movimiento, muy difícil en tales circunstancias, incluso para veteranos, lo efectuaron las tropas españolas.



    Viendo el mariscal Mortier que flaqueaba su primera línea, mandó a Girard que marchase por los intervalos de aquella contra los españoles, los cuales, al observar como por su izquierda las tropas de Desolles estaban a punto de penetrar en Ocaña y por su derecha la caballería española huía en retirada, ante la gran cantidad de jinetes franceses dispuestos para la carga. Pasado el mediodía, la caballería imperial, dejó cortados, con un rápido movimiento envolvente, regimientos enteros, lo que obligó al ejército español a rendirse. En las filas españolas cundió la confusión y el pánico, a pesar de los intentos de jefes y oficiales para contener la dispersión. Zayas, estuvo recibiendo órdenes contradictorias, a pesar de lo cual, se mantuvo durante un tiempo en su puesto, aunque tomada Ocaña por los hombres de Girard y Desolles, tuvo también que retirarse, en buen orden, hasta llegar a Dosbarrios, donde fue envuelto en la derrota general.

    Tan sólo la división Vigodet pudo mantenerse unida, gracias al ejemplo dado por el regimiento de la Corona, que, rodeado de franceses, juró ante su coronel José Luis de Lioni no separarse de sus oficiales, y salvar cinco piezas de artillería con sus carros de municiones. Aquella división, fue el núcleo que reunió algunos grupos restantes y unos 200 caballos. Esta columna se dirigió a Yepes, y, más tarde a La Guardia, pero hallando este pueblo ocupado por el enemigo, siguió a Turleque, en donde volvió a ponerse a las órdenes de su general en jefe, sin haber perdido en el camino ni un hombre ni una pieza. Aréizaga permaneció durante toda la batalla en una de las torres de Ocaña, vigilando el campo, pero sin dirigir el combate, tomando después, el camino de Dosbarrios, La Guardia y Daimiel, donde el 20 de noviembre informó a la Junta Central de la catástrofe: 4000 hombres resultaron muertos o heridos, de 15 000 a 20 000 fueron hechos prisioneros y se perdieron 40 cañones, además de equipajes, víveres, etc. A pesar del desastre sufrido, Aréizaga recibió el agradecimiento de la Junta Central, además de ser compensado por los servicios prestados.

Ramón Martín

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