Francisco Serrano y Domínguez. 65º Presidente entre 1868 y 1869, 68º en 1871, 72º en 1872, y 78º en 1874

Durante la Regencia ejercida por él (1869-1871), tercer Presidente del Consejo de Ministros entre el 19 de octubre de 1868 y el 18 de junio de 1869.
Durante el reinado de Amadeo I (1871-1873), primer Presidente del Consejo de Ministros entre el 4 de enero y el 24 de julio de 1871; y quinto entre el 26 de mayo y el 13 de junio de 1872.
Durante la Primera República Española (1873-1874) en el periodo de la República Unitaria (1874), primer Presidente del Consejo de Ministros entre el 3 de enero y el 26 de febrero de 1874.


    Duque de la Torre, nacido en la Isla de León, actualmente de San Fernando (Cádiz), el 17 de diciembre de 1810. Era hijo de Francisco Serrano y Cuenca, un militar liberal que había llegado a ostentar el grado de mariscal de campo. Había nacido durante el asedio francés a Cádiz e inició su educación en el Colegio de Vergara y a los doce años ingresó en el Regimiento de Caballería de Sagunto, de donde pasaría más tarde al Regimiento de Caballería del Príncipe, para seguir su adiestramiento militar en el Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, del que se licenció en octubre de 1830, con el grado de subteniente.

    Tomó parte activa en los fusilamientos de los inculpados en la fallida revuelta liberal de Torrijos (Málaga) de 1831. Su siguiente destino fue el Regimiento de Coraceros de la Guardia de Madrid. A partir de este momento, su ascensión en el escalafón fue meteórica; se distinguió pronto en la Primera Guerra Carlista, lo que le proporcionó el rango de capitán y otras condecoraciones, como la Cruz de San Fernando. Tras esto se instaló en Cataluña, en donde sirvió a las órdenes de su padre; allí destacó en los sitios de Calaf y Castilseras, que le merecieron la Laureada.

    En 1839, al firmarse el Convenio de Vergara, ascendió a coronel y, pocos meses después, fue designado brigadier, creyó oportuno dar el salto a la política, alineándose con los progresistas a los que encabezaba Espartero. Como diputado, apoyó la Regencia de éste quién, en agradecimiento le nombró mariscal y ministro de la Guerra. Su ideario político era extremadamente pragmático: se amoldaba por completo a las circunstancias. Fue capaz de unirse a Prim y González Bravo en 1843 para acabar con el poder de Espartero. La Regencia del duque de la Victoria acabaría gracias a la creación por los anteriores del ministerio universal en la ciudad de Barcelona. La ambición de Serrano era tan grande como la de Espartero, por lo que seguramente esperaba ser su sucesor. Su fidelidad a las fuerzas armadas estaba por encima de la lealtad al gobierno establecido o a la propia monarquía.

    Fue amante de la reina Isabel II. La influencia de Serrano en la corte y, sobre todo, en la persona de la reina, fue aumentando con el tiempo; el general bonito, como le llamaba la reina, era el instrumento para aliviar a la soberana de sus problemas maritales con don Francisco de Asís de Borbón. Algunos sectores de la corte veían una amenaza en la inclinación que la reina mostraba hacia Serrano, por lo que el duque de Sotomayor trató de alejar a éste de la alcoba regia y en 1847 le nombró capitán general de Navarra, pero el intento fracasó. En 1848 el gobierno moderado logró una aparente reconciliación entre los monarcas, lo que teóricamente disminuiría la influencia de Serrano. Éste fue nombrado capitán general de Granada en otro intento, esta vez por parte del gobierno de Pacheco, de alejarle de la corte. El distanciamiento resultó más efectivo en esta ocasión, pues Serrano cesó al poco tiempo en su puesto en Granada y se refugió en su finca de Arjona.

    Este impasse en su vida política lo aprovechó para viajar a Rusia, con el fin de continuar con su formación militar, aprendiendo de la organización militar zarista. Tras regresar a España, se desposó con su prima Antonia Domínguez Borrell, hija de los condes de San Antonio. En otra clara muestra de su oportunismo político, participó en la revolución de 1854 a favor de la vuelta de Espartero; por aquél entonces se hizo cargo de la Dirección General de Artillería, y en 1856 fue nombrado embajador de la corte española en París por un año. Pero lo que realmente interesaba a Serrano eran las posibilidades que se le abrían en España. Fue uno de los impulsores de la Unión Liberal, en el período moderado de 1956 a 1868, años en los que ocupó la Capitanía General de Cuba (1859-1862). A su vuelta a España se le otorgó la Grandeza de España, y fue investido con el ducado de la Torre, añadiendo más tarde la concesión del Toisón de Oro por su labor en la represión de la sublevación del Cuartel de San Gil en 1866.

    Al morir O'Donnell al año siguiente, le sucede Serrano como jefe de la Unión Liberal sumando al partido a las conspiraciones antidinásticas de progresistas y demócratas. Participó de manera decisiva en la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II, venciendo en la batalla de Alcolea, al ejército estatal del marqués de Novaliches. Ante el vacío de poder fue nombrado presidente del gobierno provisional, entre 1868 y 1869 y, vacante la jefatura del Estado, recayó sobre él como presidente del Poder Ejecutivo con tratamiento de alteza, en el bienio 1869-70.

    El pretendiente al que apoyaba era el duque de Montpensier, pero al ver que era Amadeo de Saboya quien contaba con mayores posibilidades, se acercó a él. Serrano fue el primer jefe de gobierno de la nueva monarquía constitucional, reunió un consejo pretendidamente de conciliación revolucionaria, que integraba a unionistas, progresistas y demócratas, que se vio obligado a dimitir en julio de 1871 ante la imposibilidad de soportar los ataques de la oposición y su propia desunión. La unión de los revolucionarios de 1868 había desaparecido por completo.

    Instaurada la monarquía democrática con Amadeo de Saboya, Serrano fue llamado a presidir el gobierno en dos ocasiones, en 1871 y 1872. Al estallar la Tercera Guerra Carlista, Serrano dirigió los ejércitos de Navarra, Aragón y Burgos, derrotando al pretendiente don Carlos VII en Oroquieta y firmó el Acuerdo de Amorebieta, con la esperanza de liquidar el conflicto.

    El nuevo proyecto duró muy poco, ya que la posibilidad de una revuelta republicana se hacía cada vez más evidente. Serrano trató de hacer ver al rey que la única posibilidad de evitarla era suspender las garantías constitucionales, algo a lo que Amadeo se negó taxativamente. El rechazo de las Cortes provocó su caída. Desde su destierro, Isabel II trató de aprovechar la afinidad que tenía con Serrano para pactar una posible vuelta de los borbones al trono español, pero Serrano se negó a aceptar tal propuesta.

    Con la instauración de la Primera República en 1873, Serrano reaccionó de manera informal, al igual que otros generales, intentando provocar una revuelta en la Milicia Nacional, pero fracasó. Esto significó el exilio en Biarritz; su vuelta a España no se produjo hasta el golpe del general Pavía, que acabó con el sistema republicano en 1874, siendo Serrano elegido presidente del poder ejecutivo, instaurando una dictadura republicana de talante conservador; su ambición era perpetuarse como dictador, pero la destrucción de las fuerzas republicanas había abierto el camino para la restauración de los Borbones, precipitada en aquel mismo año por el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto.

    Aceptó al nuevo rey, Alfonso XII, con la pretensión de desempeñar un papel importante en el nuevo régimen como jefe del Partido Constitucional. Quedó desairado por Cánovas y por el rey cuando éstos prefirieron a Sagasta como líder liberal, razón por la que se escindió con el grupo de la Izquierda Dinástica.

    Su labor como presidente de gobierno resultó insignificante, dado que fue un político sin ideales ni proyectos, al que la ambición de poder hizo cambiar frecuentemente de orientación y de lealtades, fue apodado el Judas de Arjonilla, por su tendencia a la traición y por el lugar en donde tenía su finca.

    Falleció el mismo día en que era enterrado Alfonso XII el 25 de junio de 1885.
Ramón Martín

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