Juan Prim y Prats. 66º Presidente en 1869-1870
Cuarto Presidente del Consejo de Ministros, durante la Regencia del general Francisco Serrano (1869-1871), desde el 18 de junio de 1869 al 27 de diciembre de 1870.
Nació el 6
de diciembre del año 1814, en Reus (Tarragona), recibiendo una esmerada
educación. En 1834 ingresó, como voluntario, en el batallón franco de tiradores
de Isabel II, y al cabo de dos meses con el grado de cadete. Tomó parte en
diversas acciones militares durante la Primera Guerra Carlista tras la muerte
de Fernando VII, concluyó la campaña como Teniente Coronel Mayor, siendo uno de
los jefes militares más distinguidos.
En
septiembre de 1840 el coronel Juan Prim iniciaba su carrera política. Fue
elegido diputado por la provincia de Tarragona, en el Congreso. El gobierno del
regente Baldomero-Espartero, que había sustituido en el cargo a la exiliada María Cristina de Borbón, no gustó a la mayoría del partido liberal y, en
consecuencia, Juan Prim que militaba en sus filas, se integró como diputado en
la oposición, donde desplegó talento y energía.
En 1843
marchó a Reus, donde fue nombrado presidente de la recién establecida junta de
gobierno. El 11 de junio se puso al mando de la plaza para resistir el ataque
del ejército regular que buscaba así impedir la extensión de la rebeldía. De
Reus pasó a Barcelona, ciudad en la que recibió el nombramiento de Coronel Brigadier
por aquella junta superior, otorgándole además, el título de Castilla con la
denominación de conde de Reus, vizconde del Bruch, prosiguiendo en tierras
catalanas su protesta armada. Hasta que, pronunciada la nación en contra de Espartero,
formó gobierno el líder progresista Joaquín María López, con la intención de ascender
a la jefatura de la Nación como reina a Isabel II.
Joaquín María López ratificó los empleos dados por las distintas juntas en España y,
además, el 13 de junio de 1843 nombró a Juan Prim gobernador de Madrid y el 16
de agosto, del mismo año, gobernador de Barcelona. Al poco tiempo cayó el gobierno
progresista, sustituyéndolo el formado por el Capitán General Ramón María Narváez, duque de Valencia, de corte moderado. Juan Prim rehusó el cargo de
Comandante General de Ceuta que le ofreció Narváez, prefiriendo pasar a la
oposición y viajar por Europa para ampliar sus conocimientos.
El 20 de
octubre de 1847, Juan Prim fue nombrado Capitán General de Puerto Rico,
cargo que desempeñó hasta el 12 de septiembre de 1848, fecha en la que regresó
a la Península. En Puerto Rico se hizo acreedor de la Gran Cruz de Dannebourg,
concedido por el rey de Dinamarca, al haber sofocado la rebelión de la colonia
danesa de Santa Cruz. En 1850 es nuevamente elegido diputado. En 1853 se le
encomienda el estudio de las operaciones de los ejércitos en la guerra de
Oriente, incorporándose a primeros de septiembre en el ejército otomano a las
órdenes de Omer-Bajá, de quien Prim recibió continuas pruebas de deferencia, un
sable de honor y la condecoración turca de Medjidie.
Hallándose en
Paris camino de Crimea, sucedió en España en 1854, La Vicalvarada,
pronunciamiento de Leopoldo O'Donnell contra el gobierno presidido por Luis Sartorius, conde de San Luis, que puso fin a la Década Moderada y dio paso al Bienio
Progresista. Prim volvió a España y fue elegido diputado por Barcelona para las
Cortes Constituyentes. Posteriormente se le encomendó la Capitanía General de
Granada y fue ascendido, en 1856, a Teniente general. El 14 de julio de 1858 es
nombrado Senador, siendo Presidente del Gobierno O'Donnell, conde de
Lucena.
La campaña militar de Marruecos de 1859-1860
Entre los
jefes superiores nombrados para mandar los Cuerpos de Ejército, lo fue el
teniente general don Juan Prim, a quien se le confió el mando de la reserva. Las
primeras acciones de guerra, fueron dirigidas por el general José Ortiz
Echagüe, en el Serrallo, donde cayó herido. En las jornadas del 22, 24, 25 y 30
de noviembre de 1859, reñidas y ensangrentadas, tomó parte la división de Prim,
destacando en la del 9 de diciembre. El día 12 salió con su división del
campamento del Serrallo con objeto de proteger los trabajos del camino que en
dirección a Tetuán se estaba construyendo a fin de dar paso a la Artillería.
Atacados por fuerzas numerosas, se trabó una sangrienta lucha; el general Prim
ordenó estratégicamente una falsa retirada, dejando emboscada una parte de sus
fuerzas. Engañados los marroquíes con esta medida se abalanzaron hacia el
grueso de la división; momento que aprovechó Prim para cargar con la
Caballería, poniéndoles en fuga y dejando el campo sembrado de cadáveres. Al
lado de Prim murió el coronel de artillería Molins y fueron heridos su ayudante
y otro oficial que iba a sus órdenes. El 15 del mismo mes se renovó el combate.
El 17, protegiendo también los trabajos del camino de Tetuán, sostuvo otra
acción en que rechazó a la morisma, causándole gran pérdida.
La simpática
figura del general Prim, su amabilidad, su franqueza, su excesivo valor y su
reconocida pericia, le habían granjeado el aprecio de todo el Ejército de
África, cuyos soldados se creían invencibles si eran conducidos al combate por él.
Pero el temporal de lluvia y viento, las enfermedades que diezmaban nuestros
batallones, y la falta de caminos transitables, obligaron a nuestro ejército a
estar a la defensiva.
El 1 de
enero de 1860 emprendió el ejército la ofensiva, tomando el general Juan Prim
el mando de la vanguardia: los triunfos en este día dieron un cierto renombre
al bravo catalán e hicieron conocer al enemigo el ejército que tenían enfrente.
Puesto en marcha el ejército en dirección a Tetuán, la división Prim se
adelantó hacia los Castillejos, mortificada por el nutrido fuego enemigo, que
ocupaba las gargantas del flanco derecho, dificultando el paso de nuestras
tropas. Los hombres del general Prim los fueron arrojando de posición en
posición hasta tomar la casa de Marabut, donde se parapetaron, siendo desalojadas
por nuestros hombres, protegidos por los certeros disparos de la artillería. Concentradas
las fuerzas árabes, fue preciso redoblar el ataque para arrojarlas de ellas.
Por tres
veces la división de Prim dominó las posiciones del enemigo, y otras tantas tuvieron
que retroceder y volver a avanzar para recobrarlas. Las muchas horas que
llevaban de combate obligaron al general Prim a disponer que el Regimiento de
Córdoba dejase las mochilas en un cerro para poder continuar la penosa tarea de
subir a las posiciones más elevadas en medio de una nube de fuego y plomo. La
morisma aumentaba a cada momento, el general Prim, coge la bandera del Regimiento
de Córdoba y, volviéndose a sus hombres, les arenga con esta expresiva frase: "Soldados de Córdoba, en esas mochilas
está vuestro honor, venid a recobrarlo; si no yo voy a morir entre los moros y
a dejar en su poder vuestra bandera."
Las palabras
del general hicieron mella en los soldados, que se lanzaron contra el enemigo.
La bayoneta y la gumía eran las únicas armas que se oían en aquel desesperado
combate en el que, acribillada a balazos la bandera que llevaba en la mano el
conde de Reus y muerto su caballo, consiguió que el triunfo coronase a nuestras
armas, que se hicieron dueñas de las posiciones que por tres veces habían sido
disputadas por uno y otro bando. Esta memorable jornada hizo concebir al
Ejército la idea de que el general Prim era invencible. Éste continuó avanzando
con dirección a Tetuán, venciendo los grandes obstáculos que se le ofrecían y
sin dejar un solo día de ser hostilizados, por el enemigo.
El 3 de
enero realizó un reconocimiento, ocupando el 5 las alturas de la Condesa, y el
6 pasó a acampar en las faldas de Montenegrón, adelantándose el 7 hasta el río
Capitanes. El día 14, el general Prim con su Cuerpo de Ejército, decidió la
batalla alcanzada en los montes de Cabo Negro, arrojando al enemigo de todas
sus posiciones con pérdida considerable. Dijo Leopoldo O'Donnell, General en Jefe
y presidente del Gobierno, al respecto: "El
general conde de Reus, con esa bravura que le hace siempre notable, se colocó
al frente de sus tropas y dirigiéndolas marchó al enemigo resueltamente. Desplegó
durante todo el día tanta inteligencia en dirigir los ataques como en llevarlos
a cabo". El 23 y 24 de enero se combatió con pericia y singular
bravura en las márgenes del río Guad-Elgelú (Wad-Elgelú).
Al amanecer del
día 4 se dispuso el General en Jefe, a dar la batalla en Tetuán. Esta población
se hallaba defendida por 78 piezas de artillería, teniendo además el ejército
marroquí, atrincherado y distribuido en cinco campamentos en las inmediaciones
de la plaza. Dada la orden de ataque, el general conde de Reus, con su
ejército, fue el primero que rompió la línea enemiga penetrando en el campamento
del príncipe Muley-Abbas, que resistió cuanto pudo el empuje de nuestros
hombres; pero a pesar de su tenaz resistencia tuvo que abandonar el campo
dejando en poder de nuestros valientes. Esta completa derrota hizo que una
comisión de Tetuán suplicase al general en jefe tomara posesión de la plaza. El
general Prim accedió a esta demanda haciendo su entrada en Tetuán sin oposición
alguna. Posesionada de ella la división del general Ríos, acampó el ejército
español en las afueras sin que nada ocurriese hasta la sangrienta acción de
Wad-Ras, que puso fin a esta campaña.
Después de
la batalla de Wad-Ras, Muley-Abbas, se apresuró a pedir la paz, acordando: dar
cuatrocientos millones a España por gastos de guerra; dar parte de la Sierra de
Bullones, con el Serrallo; dar terreno suficiente para seguridad de la plaza de
Melilla; asegurar no cometer nuevos insultos a nuestro pabellón; darnos un
puerto en la comarca de Santa Cruz de Mar Pequeña, antiguo enclave español en
el siglo XV; abrir a nuestro comercio las puertas como a la nación más amiga.
Estos preliminares fueron firmados por los enviados del emperador y el general
en jefe Leopoldo O'Donnell, tras lo cual con parte del ejército regresó a la
Península, dejando una guarnición en Tetuán hasta que se llevaran a efecto los
tratados en los que Marruecos reconocía las posesiones españolas de Ceuta y Melilla,
además de adquirir España el enclave de Ifni.
Leopoldo O'Donnell, en su calidad de General en jefe del ejército, Presidente del
Gobierno y a la sazón Ministro de la Guerra, el 19 de marzo de 1860 nombró a
Juan Prim y Prats Grande de España de primera clase con el título de marqués de
los Castillejos, por sus cualidades militares y méritos en campaña, en especial
la del sitio de la memorable batalla de los Castillejos.
Terminada la
guerra, desembarcó Juan Prim en Alicante, desde donde se trasladó a Aranjuez,
donde por aquel entonces residía la Corte. A los pocos días también llegó a
esta ciudad el duque de Tetuán, quien nombró al conde de Reus Ingeniero
General, o sea Director General del Cuerpo de Ingenieros y Plazas fortificadas.
Desde Aranjuez, tras haberse presentado ante la Reina, Juan Prim se trasladó a
Madrid con el propósito de reunirse con su familia. Pocos días después tuvo
ocasión el desfile militar de las tropas victoriosas en la campaña africana,
presidido por Isabel II, que recorrió desde la Puerta de Atocha al Palacio
Real, engalanadas las calles.
En 1861 se
hallaba la República de México, de nuevo, en el más completo desorden, consecuencia que arrastró
al Gobierno a inferir los diferentes agravios y atropellos a los súbditos
ingleses, franceses y españoles que residían en la convulsionada República. Las
tres potencias agraviadas exigieron una satisfacción y la correspondiente indemnización
por los daños causados. Como no fue posible alcanzar ni lo uno ni lo otro por
instancias diplomáticas, hubo la necesidad de enviar una expedición militar
conjunta, el 13 de noviembre de 1861. El mando del contingente español recayó
en el general Juan Prim, al que se añadió las competencias de un ministro
plenipotenciario. Prim con una vanguardia de las tropas expedicionarias, se
dirigió a Veracruz, puerto en el que el 10 de diciembre, habían desembarcado la
mayor parte de las fuerzas, a las órdenes del general Gasset, transportadas por
la flota del almirante Gutiérrez de Rubalcaba. En enero de 1862 desembarca en
Veracruz, aclamado por la multitud que acude a recibirle como un héroe de
guerra.
Unidas las
tropas de ambos generales, al mando de Prim los españoles se dirigieron a
Orizaba, punto de encuentro con los contingentes restantes de la misión
internacional. Fue aquí donde Juan Prim conoció las verdaderas intenciones de
los franceses, que aspiraban a cambiar la forma de gobierno que en adelante
decidiría Napoleón III. Se opuso Prim, considerándolo un desprecio a España e
Inglaterra, y así se lo hizo saber al general francés. Aún más, escribió al
ministro competente del gobierno francés y a Napoleón III dándoles cuenta de lo
desacertado e inconveniente del proyecto. Como no cediera en sus pretensiones
el gobierno francés, el general Prim firmó el 19 de febrero de 1862 en
Veracruz la denominada Convención de la Soledad y reembarcó al
contingente español con rumbo a la Patria poniendo fin a la aventura que
políticamente se había iniciado el 31 de octubre de 1861. Los hechos confirmaron
los presagios del marqués de los Castillejos, ya que dieron por resultado la
insurrección mejicana contra Maximiliano, su fusilamiento y la total
independencia de México.
Pasaron unos
años de controversia política entre los moderados de Narváez, los unionistas
liberales de O'Donnell, los liberales progresistas de Prim y los demócratas de Castelar. Juan Prim, integrado en la minoría liberal progresista, vive la caída
de la Unión Liberal de O'Donnell. A este gobierno le sustituye uno moderado
presidido por Manuel Pando Fernández de Pinedo, marqués de Miraflores, que dura
hasta el 17 de enero de 1864, sustituido al frente del Partido Moderado y del
Gobierno por Lorenzo Arrazola, cuyo gobierno alcanzó los cuarenta días.
Alejandro Mon fue el siguiente en presidir un gobierno, reunió a moderados y
unionistas para obtener sustento parlamentario, pero al cabo sucumbió al
declive que Juan Valera resumió en un texto lapidario: "La corona estaba sin norte, el gobierno sin brújula, el Congreso
sin prestigio, los partidos sin bandera, las fracciones sin cohesión, las
individualidades sin fe, el tesoro ahogado, el crédito en el suelo, los
impuestos en las nubes, el país en la inquietud".
Volvió Ramón María Narváez, presidiendo entre 1856 y 1868 tres gabinetes, desde los cuales
ejerció una política represiva de cualquier manifestación, a la vez que trataba
de introducir medidas reformistas. Su fallecimiento, el 23 de abril de 1868,
ocasionó el resquebrajamiento del Partido Moderado. Sólo cinco meses más tarde,
el 19 de septiembre de 1868, se produce el cuartelazo que pone fin a la
monarquía constitucional de Isabel II. Pero antes, el 2 de enero de 1866, el
general Prim a la cabeza de los regimientos de Caballería Bailén y Calatrava,
salió de Aranjuez pronunciándose contra el gobierno presidido por el general O'Donnell, pero los comprometidos en aquel pronunciamiento de Villarejo de
Salvanés, dejaron solo a Prim que marchó a Portugal. De vuelta a España,
participó en la organización de la sublevación de los artilleros del cuartel de
San Gil el 22 de junio de 1866, a cuya cabeza se puso el general Blas Pierrad,
pero no en la ejecución que fue un fracaso.
Los
movimientos del 2 de enero y el 22 de junio, no fueron secundados por ninguno
de los que se habían comprometido, cosa advertida por Prim, por lo que decidió
poner tierra de por medio para coordinar un movimiento liberal con visos de
triunfo. Por aquel entonces, Ramón María Narváez, duque de Valencia, y tras su
fallecimiento Luis González Bravo, su sustituto al frente del Gobierno, dirigían
la política nacional en el sentido del absolutismo modelo Fernando VII y su
primer ministro Francisco Tadeo Calomagne, duque de Santa Isabel; lo que
contrariaba a los liberales de los partidos progresista y demócrata.
Juan Prim se
presentó en la Bahía de Cádiz el 17 de septiembre de 1868, junto al almirante Juan Bautista Topete y Carballo, experimentado marino. Rindieron la ciudad
gaditana que vitoreó a la soberanía nacional que encarnaban estos dos
prestigiosos militares. Dos días después llegaron de las islas Canarias los
generales Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, Antonio Caballero y
Fernández de Rodas, Francisco Serrano Bedoya y Domingo Dulce y Garay. Al
alzamiento gaditano se unió Sevilla con el general Izquierdo, y toda la Marina
y Cuerpos del Ejército de aquel distrito se unieron con entusiasmo al glorioso
alzamiento nacional. El
itinerario marítimo de Prim comprendió Ceuta, Málaga, Cartagena, Alicante y
Barcelona; luego Lérida y Zaragoza por tierra. Mientras, el capitán general duque
de la Torre organizaba rápidamente, un ejército de siete mil hombres, bien
equipado, al frente del cual alcanzó Córdoba con objeto de cortar el paso al
general Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, que con diez mil hombres se
dirigía a batirle, hallándose ya en El Carpio. El general Serrano lo esperó en
el puente de Alcolea, situado entre las localidades de El Carpio y Córdoba, y
allí se dio la gran batalla en la que triunfó de la revolución y cayeron los
Borbones y los moderados.
Se presentó el
7 de octubre en Madrid, constituyéndose el Gobierno Provisional, compuesto por
unionistas liberales y progresistas, cuyos integrantes fueron Francisco Serrano y Domínguez (Unión Liberal), Juan Prim y Prats (Partido Progresista), Práxedes Mateo-Sagasta (Partido Progresista), Juan Bautista Topete (Unión Liberal),
Laureano Figuerola (Partido Progresista), Juan Álvarez de Lorenzana (Unión
Liberal), Antonio Romero Ortiz (Unión Liberal), Manuel Ruiz Zorrilla (Partido
Progresista) y Adelardo López de Ayala (Unión Liberal). En el general Serrano,
duque de la Torre, recayó la regencia del Reino, y en el general Prim, conde de
Reus, el ministerio de Guerra.
Durante el
ministerio de Prim en la cartera de Guerra, se alzaron en algunas provincias
varias partidas carlistas y de republicanos federales. A unos y otros venció el
general en poco tiempo, sin apenas derramamiento de sangre ni dispendio
económico. Pero el movimiento republicano cobraba auge impulsado por el
concepto revolucionario que había destronado a la dinastía borbónica. Los
encontronazos entre las diversas facciones del progresismo y el federalismo
pasaron a choques fuertes y abiertos, cada uno aspirando a erigirse como guías
de un nuevo orden bajo un régimen republicano de muy variable factura en su
definición y metas inmediatas.
En las
Cortes constituyentes, Prim defendió que el nuevo régimen quedara establecido
como una monarquía democrática, lo que fue plasmado en la Constitución de 1869.
Juan Prim sustituyó a Francisco Serrano en la presidencia del Gobierno el 18 de
junio de 1869. Tras una intentona de los republicanos para apoderarse del
gobierno, el general Prim pensó en poner fin a la interinidad del Gobierno en
virtud de la elección de un monarca. En septiembre de 1869 manifestó con contundencia
que la cuestión de la candidatura al trono: era para él lo principal.
La guerra
franco-prusiana, con la caída de Napoleón III y la consiguiente instauración en
Francia del sistema republicano, hicieron pensar a los políticos galos lo que
frente a la invasión germana, podría significar España. Por lo que Emilio
Kératry, delegado del Gobierno de la Defensa nacional francesa, llegó a Madrid
el 19 de octubre de 1870 con una embajada extraordinaria a proponer a Prim lo
siguiente: "Sed el representante
genuino de los liberales españoles. Avanzad un paso más y seréis el presidente
de una República basada sobre la Unión Ibérica, fundada con el asentimiento de
dos pueblos; porque, como sabéis, el partido antiunitario de Portugal sólo se
compone de los príncipes de Braganza y de los empleados celosos de sus
prebendas. Si os decidía, yo os prometo, debidamente autorizado, el apoyo del
Directorio republicano y del Gobierno francés. En cuanto a la pobreza
momentánea de la España, tan rica en recursos no explotados, recordad que nunca
habéis acudido en vano a nuestra Hacienda y, a cambio de ochenta mil hombres en
aptitud de entrar en campaña a los diez días, os prometo su paga y un subsidio
de cincuenta millones a vuestra libre disposición, los buenos oficios y buques
de Francia para asegurar la posesión de Cuba y no omitir nada para hacer de la
España y la Francia dos verdaderas hermanas unidas por el espíritu de la
libertad”. Como Prim contestara que España no quería República, Kératry
volvió a insistir en su pretensión. El final de la conversación se hizo con la
frase de Kératry de que "acaso
tuviera que lamentarse de esta actitud". A lo que Prim recalcó: "Mientras yo viva no habrá República en
España".
Las
creencias liberales del general acababan de sufrir un duro choque, sabía lo que
podría producirse y estaba dispuesto a evitarlo. La actitud contraria de Prim a
instaurar una república fue muy recordada en aquellas jornadas que iniciadas el
11 de febrero de 1873, tuvieron término el 3 de enero de 1874. El cantonalismo,
la piratería, la indisciplina y el permanente motín, fueron los hechos
constatados de la Primera República. La idea de que Prim fuera presidente de la
República no era exclusiva de los franceses, un importante grupo masónico la
alentaba, estimando que si sus ambiciones personales le llevaban hacia tal
camino, la República sería un hecho.
El
republicanismo contaba en España con bastantes adeptos. Desde principios de
febrero de 1870 que designaron presidente a Francisco Pi y Margall, no dejaron
de trabajar, consiguiendo atraer a sus filas un buen número de elementos de
acción. Aquella asamblea eligió un directorio formado por Pi y Margall,
Figueras, Orense, Castelar y Barberá, suscribiendo un manifiesto redactado por Pi y Margall con el que pretendía aglutinar a unitarios y federales. La actitud
de éstos no fue alentadora y echaba por tierra la fraternidad republicana, surgiendo
la titulada "Declaración de la
prensa", que, manteniendo la idea unitaria, admitía dentro de ellas
las autonomías provincial y municipal en sus rama económico-administrativa y
política, pero siempre en franca pugna con los partidarios del cantonalismo.
Fue autor de la declaración Sánchez Ruano, publicándose el 7 de marzo de ese 1870
en los periódicos. Pero el Directorio lanzó su anatema sobre la "Declaración" y el
republicanismo quedó grandemente escindido.
Tampoco iban
mejor los monárquicos, las candidaturas de aspirantes al trono de España
provocaban encendidas discusiones difíciles de atajar; al extremo que en la
sesión del Congreso del 19 de marzo Prim exclamó: "¡Radicales, a defenderse! ¡Los que me quieran que me sigan!".
Ya se había
aprobado en el Parlamento la ley para la elección del monarca; quedó solventado
el espinoso asunto el 11 de junio. El discurso del general Prim, del que
ofrecemos un fragmento, manifestó su parecer sobre la casa de Borbón: "La restauración de don Alfonso jamás,
jamás, jamás... Podéis, señores diputados, marchar tranquilos y decir a
vuestros electores que, con rey o sin rey, la libertad no corre ningún peligro.
En este asunto recinto dejáis la bandera de la libertad; aquí la encontraréis
cuando volváis; yo os lo ofrezco por mi honor y por mi vida... La práctica,
señores, que es el gran libro de enseñanza para la humanidad, me ha hecho
conocer lo difícil que es hacer un rey. (Varios diputados, entre ellos Emilio Castelar gritan: "¡Muy bien!"). Indudablemente que es difícil hacer un rey; pero el señor Castelar,
que me ha aplaudido, y yo se lo agradezco, no ha tenido presente que mi
contestación habrá de ser muy explícita: algo más difícil es hacer la República
en un país donde no hay republicanos”.
Los empeños
de Prim de dar a España un nuevo monarca, ajeno a la casa de Borbón, tuvieron
remate el 16 de noviembre de 1870, al ser proclamado por las Cortes Amadeo de Saboya por 191 votos, de los 311 sufragios emitidos. Con tal resultado las
cosas quedaron airosas para el duque de Aosta, que el 2 de noviembre de 1870
había escrito una carta al marqués de Montemar, comisionado para la búsqueda de
un rey, en la que figuraba el siguiente párrafo: "Aceptaré la corona si la voluntad de las Cortes me prueba que esa
es la voluntad de la nación española”. Amadeo de Saboya quedó satisfecho
por esa mayoría de sufragios, que celebrada el 16 de noviembre de 1870, fue
como sigue:
Duque de
Aosta: 191 votos
República
federal: 60 votos
Duque de
Montpensier: 27 votos
Votos en
blanco: 19 votos
General
Espartero: 8 votos
República
unitaria: 2 votos
Don Alfonso
de Borbón: 2 votos
República
sin definir: 1 voto
Duquesa de
Montpensier: 1 voto
Una vez
efectuado el escrutinio, el secretario de la Cámara, Manuel de Llano y Persi,
declaró: "El número de señores
diputados admitidos es de 344 y la unidad más uno, 173. Ha obtenido, por lo tanto,
más de la mayoría el señor duque de Aosta”. Y el presidente del Congreso, Manuel Ruiz Zorrilla, sancionó: "Queda
elegido rey de España el señor duque de Aosta”.
El general
Juan Prim pudo sentirse satisfecho y recordar las palabras con que comentó al
embajador Kératry su negativa de erigirse en presidente de la República: "He preferido el papel de Monk al de
Cromwell, y no habrá en España República mientras yo viva. Esta es mi última
palabra”.
Antes y
después de aquella jornada parlamentaria que otorgó el trono de España a Amadeo I de Saboya, la agitación política reinante imponía una sentencia cercana. Emilio Castelar acusó a Prim de usurpador de poderes; Francisco Pi y Margall, cabeza
del Partido Republicano Democrático Federal, le tachó de inconsciente y de
carente de pudor político; José Paúl y Angulo, diputado republicano radicalizado,
que culpaba al general de sus desgracias personales, le tildó de cobarde en las
columnas de su periódico El Combate, amenazándolo con matarle en la
calle como a un perro.
Juan Prim es
un personaje trascendente en el siglo XIX, culto, inteligente, brillante,
militar de valía y prestigio, político equilibrado en sus decisiones y patriota
por encima de cualquier otra consideración. Cubierto de títulos y
condecoraciones y reconocimiento social no pudo ver en vida a Amadeo I, duque
de Aosta, porque acabó con su vida el atentado que el 27 de diciembre de 1870
inauguró la serie de asesinatos de presidentes del gobierno español. Despreciaba
las camarillas de los republicanos y de los partidarios de Montpensier, como
despreciara en los campos marroquíes las balas. Desdeñoso contra el miedo a un
atentado y a las amenazas de los contubernios, su espíritu se recoge en esta
letra que corría por las calles, como otra que sonó a raíz de su asesinato en
la madrileña calle del Turco: "Si me
quieren herir o me quieren matar, yo entregaré mi espada a otro general”.
Reseña de las Cruces Laureadas de San Fernando concedidas a Juan Prim:
Cruz de 1ª
clase, Sencilla, ganada durante la Primera Guerra Carlista siendo Teniente del
3º Batallón de Voluntarios de Cataluña. Concedida por las acciones de San Feliu
de Saserra y de San Miguel de Terradellas, el 18 de julio de 1837.
Cruz de 2ª
clase, Laureada, ganada durante la Primera Guerra Carlista siendo Capitán del
3º Batallón de Voluntarios de Cataluña. Concedida por el sitio y toma de
Solsona, provincia de Lérida, del 21 al 27 de julio de 1838. En este hecho de
armas también destacó el entonces coronel Manuel Pavía Lacy, que ganó la Cruz
de 2º clase, Laureada.
Cruz de 1ª
clase, Sencilla, ganada durante la Primera Guerra Carlista siendo Comandante
del Regimiento de Zamora núm. 8. Concedida por las acciones de Peracamps,
provincia de Lérida, del 14 al 16 de noviembre de 1839.
Cruz de 5ª
clase, Gran Cruz, ganada siendo Brigadier. Concedida por el asalto y toma de
Mataró, en la provincia de Barcelona, el 24 de septiembre de 1843.
Ramón Martín
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