Motín de los sargentos de La Granja en 1836
Para
sus estancias estivales, el rey, siempre se
habían decantado por el palacio y los jardines de Aranjuez, pero, en agosto de 1832, con la salud ya muy deteriorada, los
facultativos le recomendaron trasladarse al valle de Valsaín, confiando en lo
saludable del clima. De poco sirvió. En septiembre empeoró, los médicos
auguraron el fatal desenlace y, de inmediato, se puso en marcha la máquina
sucesoria.
Fernando VII había derogado pocos años antes la Ley Sálica para poder reconocer
como heredera a su primogénita, Isabel. Debido a
su corta edad, se disponía que, en caso de fallecimiento del monarca, actuara
como regente su madre, María Cristina de Borbón. A la iniciativa se oponía la facción más conservadora
de la Corte, encabezada por el hermano del rey, el infante Carlos María Isidro.
Decidida a facilitar a éste el camino al trono, la facción se dirigió al Palacio de La Granja y aprovechar el delicado estado de salud de Fernando VII
para hacerse con la victoria. Con la complicidad del embajador del Reino de
Nápoles, que persuadió a la reina María Cristina de que el ejército no apoyaría
su regencia y de que, en el caso de no reinar don Carlos, sería inevitable una
guerra civil. Presionada y, posiblemente, convencida de que la opción de la
infanta Isabel no tenía futuro, la reina convenció al monarca para que revocara
su decisión. Pero, con lo que no contaba nadie, es que, a comienzos de octubre
el rey tuvo una importante mejora en su salud, de la que se recuperó. Intuyendo
Fernando VII que, su esposa, había sido objeto de intereses ajenos, anuló el
decreto derogatorio, con lo que instauraba a la infanta como Princesa de
Asturias. Así, en septiembre del año siguiente, Fernando moría e Isabel
accedía al trono.
La regencia no se presentaba fácil para María Cristina,
ya que los seguidores de don Carlos no dudaron en levantarse en armas contra la
reina regente. No fue eso lo único que complicó los primeros años de la
Regencia de la reina, pues, a los inconvenientes de las guerras carlistas se
añadió el descontento de los liberales que la apoyaban, vista su ambigua
actitud hacia ellos. Por otra parte, sus amores con Agustín Muñoz, un guardia
de corps al que había conocido en el Palacio de La Granja, generaban críticas
constantes, pese a que su matrimonio secreto era de dominio público. El
malestar era especialmente patente en el estamento militar. Prueba de ello fue
la Sargentada, alzamiento de un grupo de sargentos adscritos a la
milicia del palacio en el verano de 1836.
En mayo de ese mismo año, María Cristina había destituido
al progresista Juan Álvarez Mendizábal como presidente del gobierno y le había sustituido por
el moderado Francisco Javier de Istúriz. Sin embargo, las Cortes (creadas en 1834 a raíz de la
aprobación del Estatuto Real, una suerte de carta otorgada por la reina
gobernadora) rechazaron el nombramiento. Ello se saldó con el decreto de
disolución de estas y la formación de un nuevo gobierno moderado presidido por
Istúriz. La respuesta a tan arbitraria actuación se tradujo en una serie de
levantamientos militares a lo largo de todo el país, muy intensos en Málaga,
Zaragoza y Barcelona, que fueron agravados por el fracaso del ejército
isabelino ante una nueva expedición carlista.
A principios de agosto, la familia real se instaló en La
Granja para pasar el verano. En el destacamento militar del Real Sitio había
una evidente inquietud, ante la inestabilidad del reino en materia política, y
una actitud de aquiescencia ante los levantamientos de otras guarniciones. El
descontento se acentuaba debido a que, los miembros de la Guardia Real llevaban
tres meses sin percibir su salario. El día 12 la tensión estalló. Aprovechando
que la mayoría de oficiales estaban en Madrid, para asistir a una función de
ópera, un grupo de soldados y miembros de la Guardia Real encabezado por varios
sargentos se sublevó al grito de “¡Viva la Constitución!”. Armados y en
formación, ocuparon los jardines del Palacio, mientras un destacamento se
dirigía a entrevistarse con la gobernadora, para reclamar la reinstauración de
la Constitución de 1812 y la consiguiente derogación del Estatuto Real de 1834. Tras
muchas vacilaciones, y ya pasada la medianoche, María Cristina accedió a
recibir a una comisión de los amotinados. La formaban tres militares,
encabezados por el sargento Higinio García Muñoz. Tras una larga entrevista sin
resultados, el grupo exigió una nueva reunión con la reina.
En la madrugada del 13 de agosto, durante ese segundo
encuentro, María Cristina firmó un decreto por el que, hasta la redacción de
una nueva Constitución, se reinstauraba la aprobada en 1812. Al día siguiente,
un decreto expedido en La Granja destituyó a Istúriz y nombró presidente del
Consejo de Ministros al progresista José María Calatrava y ministro de Hacienda a Mendizábal. No era una acción
política más, puesto que, el decreto anulaba los intentos de conciliación entre
moderados y progresistas que había sido el Estatuto Real y reabría el proceso
político iniciado en Cádiz e interrumpido por el absolutismo de Fernando VII.
Con el triunfo de la Sargentada, puede decirse que en La Granja se rubricó la
abolición definitiva del Antiguo Régimen en España.
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