María Antonia de Nápoles, primera esposa de Fernando VII
Nace María Antonia Teresa Amelia
Juana Batista Francisca Gaetana María Ana Lucía de Nápoles el 14 de diciembre
de 1784 en el Palacio Real de Caserta, siendo hija del
rey napolitano e infante de España Fernando IV, vástago del rey Carlos III, y de la esposa de éste, María Carolina de Austria, a su vez
descendiente de la emperatriz María Teresa. El
nombre de pila de la joven era de hecho un homenaje a su tía y madrina, la
malograda María Antonieta de Austria, quien en aquellos momentos ostentaba el
título de reina consorte de Francia, sin sospechar que menos de una década
después sería ejecutada en la guillotina por los revolucionarios franceses.
La infancia de María Antonia
transcurrió de forma feliz, rodeada de su gran familia, era dieciocho hermanos,
centrada en una educación exquisita y en el desarrollo del intelecto, se
convertiría en una joven enormemente atractiva, destacando especialmente sus
ojos, de un intenso azul, y su tez clara y delicada.
El final de la tranquilidad para
María Antonia y los suyos llegaría con el
estallido de la Revolución Francesa, la ejecución de la reina María Antonieta
fue un varapalo gigantesco para su madre, la emperatriz María Carolina, y sobre
todo a partir de 1798 cuando los ejércitos franceses invadieron Nápoles,
convirtiendo este reino en la llamada República Partenopea. La Familia Real
huiría a Palermo, desde donde pondrían en marcha una contraofensiva que daría
sus frutos un año más tarde, cuando los republicanos serían derrotados y la
corona repuesta.
Mientras esto sucedía, desde España
se creyó que, era un momento ideal para terminar con la influencia de Austria
en el trono italiano y, de ese modo, hacer prevalecer los intereses hispanos en
el enclave transalpino. Así Carlos IV y especialmente la siempre astuta María Luisa de Parma propusieron
un doble matrimonio entre las dos Casas Reales. Por un lado, el de María Isabel de
Borbón con Francisco, hijo mayor de los soberanos napolitanos, que había
enviudado recientemente de su primera esposa, María Clementina de Austria, y el
del príncipe de Asturias Fernando con María Antonia de Nápoles. El acuerdo,
auspiciado por Francia, fue recibido con frialdad por María Carolina de Austria
que no parecía favorable a que su hija se convirtiera en reina de España
fortaleciendo a Francia en el teatro europeo.
La doble boda se celebraría en
octubre de 1802. Al conocerse ambas parejas, la desilusión fue generalizada.
Por un lado, Francisco encontró a Isabel poco atractiva, de exigua estatura y
con sobrepeso. Por otro, María
Antonia apenas pudo contener las lágrimas al ver al marido que le había sido
adjudicado, llegando a sufrir un vahído de la impresión.
Tampoco ayudó a la princesa el cambio de residencia. Madrid le resultaba a
María Antonia un lugar demasiado frío en invierno y demasiado caluroso en
verano. Igualmente, la gastronomía española le desagradaba una vez que era, en
su opinión, demasiado contundente e indigesta.
La relación entre los Príncipes de
Asturias mejoraría después de compartir alcoba. Quizás llevada por ambiciones
políticas, María
Antonia comenzó a tener una relación más intensa con el príncipe Fernando, convirtiéndose poco a poco en
su sostén más fiel dentro de la Corte madrileña. El matrimonio no lograría
procrear, lo que de hecho sería el talón de Aquiles de la napolitana, quien, no
obstante, sufriría dos abortos, respectivamente en 1803 y 1804.
María Luisa de Parma, empezó a
hacer la vida imposible a la Princesa de Asturias, prohibiéndola prácticamente todo,
incluso moverse con libertad en Palacio o elegir su vestuario. El punto de
mayor fricción se produciría cuando a los oídos de la de Parma llegarían los
rumores de una supuesta conspiración de los Príncipes de Asturias para derrocar
a su marido y a ella misma. El plan, hoy en día considerado como improbable,
consistiría en que María Antonia envenenaría a la reina y al Primer Ministro,
Manuel Godoy. María Antonia pues se convertiría en una prisionera
en Palacio, aislada de sus escasas amistades y siempre controlada. El único apoyo sería el de su marido,
el príncipe Fernando, que siempre tomaría partido por su esposa y en contra de
su posesiva madre.
Nunca sabremos cuál habría sido el
rumbo de la Historia de España, de haber vivido María Antonia más años. Y es
que el 21 de
mayo de 1806, con veintiún años de edad, la Princesa de Asturias moría de una
tuberculosis fulminante en el Palacio de Aranjuez. Mucho se ha hablado de un posible envenenamiento, promovido por María Luisa de Parma, pero hasta la actualidad no hay ninguna prueba que
demuestre este extremo. Para María Carolina de Austria no había lugar para la
duda, y siempre mantendría, en público y en privado, que su hija se había
convertido en un elemento incómodo en la Corte española que debía ser eliminado
a toda costa.
Diez años después del deceso de María
Antonia, cuyos restos mortales descansan en el Panteón de Infantes del
Monasterio de El Escorial, Fernando casaría en segundas nupcias con su sobrina
María Isabel de Braganza
Pese a su prematura muerte, rodeada
de misterio, la figura de María
Antonia de Nápoles, primera de las cuatro mujeres del rey Fernando VII, resulta
más importante de lo que a primera vista podría parecer. Mujer poseedora de una
notable educación y con una gran afición por la cultura, supo defender los
intereses de su marido, algo que nunca le fue suficientemente reconocido por el
futuro rey, y al mismo tiempo hacer frente a un entorno hostil en la Corte
española, personificado en su suegra que siempre la detestó.
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