Batalla de Los Arapiles en 1812
Tuvo lugar el 22 de julio de 1812, cuando un ejército compuesto
por españoles, portugueses e ingleses al mando de Arthur
Wellesley (duque de Wellington), derrotó
en las cercanías de Salamanca, entre las localidades de Arapiles, Las Torres,
Calvarrasa de Arriba, Aldeatejada y Miranda de Azán, a un poderoso ejército francés que, partía con ventaja. Fue
debido a una lección táctica que, unida a los errores en su estrategia y a la
escasa fortuna de las tropas de Napoleón pusieron la primera piedra de su declive, que culminaría
en Waterloo tres años más tarde. Esta batalla, conocida en España como la
Batalla de Arapiles, fuera de nuestras fronteras, es denominada como la Batalla
de Salamanca.
El regimiento Ligero de Lanceros de Castilla, conocido en
esos días como la Brigada de don Julián, debido a que a su mando estaba el
salmantino Julián Sánchez (El Charro), aprovechando su buen conocimiento la
orografía del terreno, fueron tomando posiciones, centrándose en el pueblo de
Arapiles. Allí, las brigadas ligeras inglesas se encuentran con los voltigeurs
franceses, unas tropas cuyo cometido era avanzar rapidamente al frente del ataque,
y allí romper las líneas enemigas. La presencia con estos temidos enemigos,
representaron un síntoma de alerta para Wellesley. A medida que va transcurriendo mañana, los franceses se fueron
acercando a las posiciones ocupada por ingleses y franceses, esperando órdenes.
Dominado el terreno necesario, los franceses fueron instalando sus baterías,
que pronto empezaron a hostigar a las cuatro divisiones inglesas que allí
estaban situadas. Las salvas de artillería se prolongarán hasta las 16:00 horas,
a pesar de lo cual, según un análisis del propio Wellesley, una vez finalizada
la batalla, no hizo demasiado daño a las posiciones de los aliados.
Mientras tanto, el grueso de tropas francesas, al mediodía, se fue
haciendo visible en su avance hacia el oeste, ya que. sus mandos, habían
decidido ocupar toda la extensión del arapil que ocupaban, y, como consecuencia,
conseguir intimidar a los españoles, puesto que, aún tenían la esperanza de
poder rodear al enemigo, precipitando su derrota. El ejército francés se había
desorganizado, debido a la dificultad que representaba posicionarse en un
poblado encinar. Marmont, más preocupado por la rapidez del avance que por mantener
la formación de sus líneas, perdió el control. Creyó que Wellesley estaba en retirada hacia Ciudad Rodrigo, confundiendo el polvo levantado
por la reserva de caballería en Aldeatejada con la retaguardia de este. Ese
error fue otra de las claves para el resultado final de la batalla. Marmont, ordenó
que tres divisiones ocuparan la cima del escarpe y la loma subsiguiente, pero sin
ordenarles que debían mantenerse cerca unas de otras. A causa de este
distanciamiento, Bonnet dirigió a sus hombres hacia el Arapil Grande, dejando
un enorme hueco con las tropas mandadas por Maucune, algo que no consideró
relevante al pensar que los ingleses no estarían cerca. Además, por detrás de
esas divisiones, quedaba otro considerable hueco con respecto a los hombres de
Thomières.
Pero la suerte estaba del lado de los aliados, ya que, en los
primeros compases del combate, algunos de los generales más importantes del
ejército francés, fueron heridos o muertos, y como consecuencia, la disposición
táctica, se resintió por la momentánea desorganización. Pero la situación, aún
habría de complicarse más para los franceses cuando un obús aliado hirió
gravemente en un brazo y en el costado a Marmont. Incapaz de seguir al frente
del ejército, tuvo que ceder el mando a Clausel, quién a pesar de la rápida
recomposición de sus tropas y su pronta reacción ante las adversidades, ante el
poder demostrado por el ejército aliado, no puedo evitar la pérdida de su
flanco izquierdo, lo que, finalmente, determinaría la derrota. Tras finalizar
el fuego artillero, continuarán produciéndose escaramuzas bajo las encinas de
la dehesa salmantina, que se convertirán en tumbas para miles de hombres. Pese
a la fragilidad de su situación, los franceses no se dan por vencida y sus siguen
intentando lograr el objetivo propuesto, consistente en hacer pasar la frontera
de Portugal a los ingleses que salieran vivos de la contienda.
Los datos que se desprenden de lo acontecido en Arapiles son espeluznantes;
puesto que, el recuento final estableció que 12.500 franceses y 5.220 aliados
perdieron la vida en dicha batalla. Entre ellos los generales Bonnet,
Desesgravier, Ferney, Marchand o Thomieres, auténticas leyendas en su Francia natal
perdieron la vida en Arapiles o fallecieron horas después a causa de las
heridas recibidas. Pero no solo la muerte castigaría a los mandos de ambos
ejércitos, puesto que, varios militares de alto rango quedarían marcados para
siempre. Es el caso de Cole, Leith y Beresfors por parte de los aliados y el
propio Auguste Marmont entre los franceses. La coalición pudo exhibir, como
trofeos de guerra, a los 200 oficiales que junto a los casi 7.000 soldados, cayeron
prisioneros en aquel encuentro; y a los 22 cañones, que pasaron a engrosar sus
efectivos.
Entre tanto, y como consecuencia directa de la derrota, el rey José Bonaparte, que llegó tarde a auxiliar
a Marmont, tuvo que regresar a Madrid, de donde partiría hacia Valencia, ante
la inminente llegada de los ejércitos aliados. También, debido a esta derrota,
los franceses se vieron obligados a levantar el sitio de Cádiz. Evidente
síntoma de la progresiva retirada que fueron emprendiendo del territorio
nacional.
El triunfo aliado pudo ser aún más aplastante si Wellington hubiera logrado su propósito, al otoño siguiente, de
avanzar hacia el Norte para expulsar de forma definitiva al enemigo. Pero los
franceses consiguieron hacerse fuertes en Burgos. Pero, Wellington, muy a su pesar,
hubo de retirarse hacia Portugal ante la inminente llegada de refuerzos para el
ejército francés, que hubieran provocado su derrota. Contratiempo que no evitó
la derrota definitiva del ejército de Napoleón, en suelo español, en
1814.
La consecuencia directa de aquella derrota ocurrida en Salamanca,
hace 200 años, enseñó el camino al resto de los contendientes que se
enfrentaban a Francia en el continente, algo que fue resumido así por el
mariscal español Miguel de Álava, en una carta enviada a la Regencia a los dos
días de finalizar las hostilidades: “La suerte de Castilla está decidida”.
Vaya tela, los franceses y los ingleses parecía que estaban en todos los fregados... Excelente información. Un placer como siempre. Abrazos
ResponderEliminarCierto. Todo era debido a conseguir la primacía en el comercio con el nuevo continente.
ResponderEliminarHas puesto el comentario dos veces y he eliminado una de ellas.
Gracias Nuria.