La Taifa de Sevilla

   
Sevilla con sus territorios fue uno de los reinos nacidos tras la desaparición del califato de Córdoba, como tal, pero no de los primeros en independizarse.
Cuando el bereber Alí ben Hammud se hizo con el califato en 1016, nombró a su hermano al-Qasim gobernador de Sevilla; y cuando aquél fue asesinado en 1018, al-Qasim le sucedió en el califato. En 1021, fue destronado por su sobrino Yahya ben Alí y tuvo que refugiarse en Sevilla. En 1023, tras la huida de Yahya, al-Qasim fue califa por segunda vez. Siete meses después, tras una sublevación, al-Qasim abandonó Córdoba e intentó refugiarse nuevamente en Sevilla, pero esta vez los sevillanos le cerraron las puertas.
En aquella época destacaba la actuación en favor de los intereses de Sevilla y no los de Córdoba, del cadí árabe yemení Ismail ben Abbad, que había sido nombrado por Almanzor. Para llenar el vacío de poder que se producía en al-Andalus, Ismail agrupó a su alrededor las fuerzas vivas de su ciudad gobernando con ellas. Lo hizo de una forma ejemplar y manteniéndose fiel al poder central de Córdoba hasta 1023. En ese año, las cataratas afectaron su visión, y aunque recuperó algo de ella después de ser operado, tuvo que dejar el cargo a su hijo Abú al-Qasim Muhammad y atender solamente las deliberaciones del Consejo de notables.
Abú al-Qasim Muhammad ben Ismail ben Abbad, comenzó ejerciendo el cadiazgo que le dejo su padre y el poder político, junto con los otros notables sevillanos, en el Consejo. Éste fue dirigido por una especie de triunvirato integrado por el propio cadí Muhammad ben Ismail ben Abbad, el alfaquí Abú Abd Allah al-Zubaydi y el visir Abú Muhammad Abd Allah ben Maryam. En 1023, el Consejo sevillano ordenó cerrar las puertas de Sevilla al depuesto califa al-Qasim y a sus bereberes, estableciendo así la autonomía de Sevilla, aunque todavía reconociendo formalmente al califa hamudí Yahya ben Alí.
Muhammad ben Abbad fue haciéndose con el poder, consolidándose en el poder cuando su padre murió. En ese tiempo, fue cortando los lazos con los califas hammudíes de Málaga hasta que en 1027 rompió definitivamente con Yahya ben Alí. Éste, secundado por Muhammad ben Abd Allah, régulo de Carmona, sitió Sevilla y consiguió que fuera reconocido califa y que Muhammad ben Abbad le entregara a su hijo como rehén, para asegurar su fidelidad.
En 1030, la ambición expansionista de ben Abbad lo llevó a enfrentarse con el reino taifa de Badajoz al tratar de apoderarse de la plaza de Beja. El régulo badajocense Abd Allah se adelantó enviando a su hijo Muhammad para que la defendiera. Los sevillanos, apoyados por la taifa de Carmona, acudieron e iniciaron un asedio. A pesar de que fue ayudado por la taifa de Mértola, el reino de Badajoz perdió la plaza, sus habitantes fueron masacrados y Muhammad fue hecho prisionero y llevado a Carmona.
En 1033, la rivalidad entre las taifas de Badajoz y Sevilla se volvió a poner de manifiesto cuando Ismail, hijo de Muhammad ben Abbad, realizó una expedición contra el reino de León por lo que necesitó atravesar el territorio del reino de Badajoz con la autorización de su régulo. Sin embargo, al regresar fue objeto de una emboscada y su ejército fue aniquilado, por lo que tuvo que buscar refugio en Lisboa.
En 1034, Yahya ben Alí ocupó el reino de Carmona, y su régulo tuvo que refugiarse en Sevilla. Hasta allí le persiguió el califa hamudí, que murió víctima de una emboscada ante sus muros. Para sucederle, los bereberes trajeron del Magreb a un hermano de Yahya, Idris, al que proclamaron califa en Málaga. Ante esta situación, en 1035, Muhammad ben Ismail, que necesitaba un califa omeya que oponer al hamudí y una excusa para acometer sus planes expansivos, decidió encumbrar a un falso Hisham II, del que se autonombró hayib (Chambelán), y hacerlo reconocer por los demás reinos de taifas. Así lo hicieron los régulos de Carmona, Denia, Valencia y Tortosa; y, aunque en un principio también lo hizo el de Córdoba, acabó negándolo, actitud que encolerizó a Muhammad ben Abbad.
En 1036, una coalición de los reinos de Carmona, Granada y Almería, atacaron diferentes plazas y castillos del reino de Sevilla y sitiaron su capital, y aunque no lograron tomarla, proclamaron califa a Idris en sus inmediaciones. En los últimos años de su reinado, el régulo sevillano buscó la expansión de su reino frente a los reinos taifas bereberes; por lo que tuvo que enfrentarse a Granada, Badajoz, Carmona y Málaga. En uno de aquellos enfrentamientos dado en Écija en 1039, derrotaron a los sevillanos; muriendo Ismail, hijo y heredero de Muhammad ben Abbad. Casi dos años después, en 1042, murió el régulo sevillano.
Abbad ben Muhammad ben Ismail ben Abbad al-Mutadid,  era hijo de Muhammad ben Abbad. Éste, en 1027, lo había entregado como rehén al califa hammudí Yahya ben Alí. Cuando volvió a Sevilla, estuvo bajo la sombra de su hermano Ismail, heredero y verdadero ejecutor de la política de su padre. A la muerte de aquél, en el enfrentamiento de Écija de 1039, se convirtió en heredero. Tenía como favorita en su harén a una hija del régulo Muyahid de Denia. En 1042, sucedió a su padre con el cargo de hayib y tomó el título honorífico de al-Mutadid. De él heredó el encabezamiento del bloque contrario a los bereberes hammudíes, el mantenimiento de la legalidad califal del supuesto Hisham II y su afán expansionista. En ese año continuó la lucha contra el reino taifa de Carmona, logrando matar en un enfrentamiento a su régulo Muhammad ben Abd Allah; sin embargo, no pudo hacerse con aquel reino hasta 1066/7. A continuación, al-Mutadid decidió atacar las taifas situadas al oeste de Sevilla, menos fuertes militarmente que las taifas beréberes del sur.

En 1044, al-Mutadid ocupó y se anexionó el reino de Mértola, que era aliado de sus enemigos los aftasíes de Badajoz; luego fue contra el de Niebla, cuyo régulo pidió la ayuda de Badajoz, Carmona, Granada, Algeciras y Málaga. Juntos se enfrentaron al sevillano y sufrieron una grave derrota. La peor parte la sufrió el reino de Badajoz. El conflicto fue tan largo y virulento, que fue necesaria la mediación de los mandatarios de Córdoba para lograr la reconciliación, que finalmente se consiguió en 1051. El régulo de Niebla terminó cediendo sus tierras a al-Mutadid y se refugió en Córdoba. La taifa fue definitivamente absorbida por Sevilla en el año 1053-1054.
Una vez asegurada la paz con el reino de Badajoz, al-Mutadid se lanzó contra las pequeñas taifas del suroeste peninsular, así: en aquel año de 1051, obligó al régulo de Huelva y Saltés a cederle su reino, con lo que éste se vio forzado a refugiarse en Córdoba; luego le llegó el turno al reino de Santa María del Algarve, cuyo régulo se refugió en Sevilla después de negociar la cesión de la taifa al no poder defenderla; en 1052 o en 1063, al-Mutadid se anexionó el reino de taifa de Silves.
En 1053, al-Mutadid decidió hacerse con los reinos bereberes de Morón, Ronda y Arcos. Para ello, urdió la estratagema de invitar a Sevilla a sus régulos y a sus correspondientes séquitos para asistir a una festividad familiar. Los recibió con gran pompa, pero luego mandó encerrarlos a todos. Pero la acción no propició la inmediata anexión de aquellos reinos, ya que tardó unos años en producirse. En 1054, se hizo con el reino de Algeciras, cuyo régulo, que no llegó a proclamarse califa al no poder encontrar aliados, tuvo que entregárselo a al-Mutadid, que le permitió refugiarse en Ceuta.
En 1059, Ismail, hijo de al-Mutadid, hizo oídos a su consejero al-Bizilyaní y se rebeló contra su padre. Fracasado el intento, Ismail volvió a la obediencia de al-Mutadid y éste mandó matar al consejero. Al poco tiempo, Ismail volvió a rebelarse, y nuevamente fracasó. Al-Mutadid lo mató con sus propias manos e hizo ejecutar a todos sus cómplices y a las mujeres de su harén. A continuación nombró heredero a su hijo Muhammad.
Hacia 1060, al-Mutadid decidió prescindir del presunto Hisham II porque, al haber desaparecido el califa bereber de Algeciras, ya no lo necesitaba. Declaró que aquél había muerto en 1044, y que debido a la guerra no creyó conveniente hacer público su defunción. Desde 1063, al-Mutadid, a pesar de sus victorias sobre los reinos de taifas, tuvo que comenzar a pagar parias a Fernando I el Magno, rey de Castilla y León, que se había presentado ante las murallas de Sevilla. Además de las parias, al-Mutadid debía entregar las reliquias de Santa Justa. Éstas fueron buscadas por los obispos de León y Astorga, pero no las hallaron. Sí encontraron las de San Isidoro, que fueron llevadas a León y depositadas allí con gran solemnidad.
En 1066, anexionó la Taifa de Ronda. Su régulo fue asesinado por una conspiración, auspiciada por al-Mutadid. En el mismo año, el reino Taifa de Morón fue entregado al-Mutadid al no poder resistir su acoso y la hostilidad de una coalición formada por los reinos de Taifas de Granada y Córdoba. También el régulo de Carmona, pactó con al-Mamun de Toledo la entrega de su reino a cambio de la cesión de un castillo en su taifa, donde poder vivir con tranquilidad. Así se hizo, seguramente, pero al-Mutadid le cambió a al-Mamun el recién adquirido reino de Carmona por la promesa de ayuda para que se apoderara del reino de Córdoba. Al-Mamun cumplió el pacto, pero el sevillano no lo hizo.
Hacia 1068, el reino Taifa de Arcos fue anexionado al de Sevilla, cuando al-Mutadid tendió una emboscada al séquito de su régulo que marchaba hacia Granada para entregar su reino. En febrero de 1069, al-Mutadid murió víctima de una apoplejía. Fue extremadamente cruel, ambicioso, vengativo, audaz, pérfido, dado a la bebida y a los placeres del sexo. Por su harén llegaron a pasar 800 mujeres y a su muerte dejó más de veinte hijos y otras tantas hijas. Pero también era culto y realizaba composiciones poéticas.
Abú l-Qasim Muhammad al-Mutamid, heredó el reino a la muerte de su padre al-Mutadid, cuando era joven, aquél lo nombró gobernador de Huelva, y posteriormente de Silves, después de su toma en 1053. Ya reinando, adoptó el título honorífico de al-Mutamid. Fue un príncipe muy culto y un excelente poeta. En el reino de Silves, tuvo como consejero y amigo a Ibn Ammar, que también era un buen poeta. Cuando en 1058 volvieron a Sevilla, conocieron a la esclava de un alfarero llamada Rumaykiyya; Muhammad, la compró, la llevó a palacio, la hizo su favorita y le cambió su nombre por el de Itimad.
En 1070, Muhammad al-Mutamid, se apoderó de Córdoba. Ocurrió que al-Mamun de Toledo puso sitio a la ciudad al comprobar que el sevillano tampoco cumplía lo pactado con al-Mutadid. El mandatario de Córdoba, falto de defensores, pidió ayuda al sevillano; éste le envió tropas que rechazaron a los toledanos. Después, ante la debilidad del reino, aquellas tropas, siguiendo instrucciones de al-Mutamid, destituyeron al cordobés y le proclamaron rey de Córdoba. Al-Mutamid entregó el gobierno de la ciudad a su hijo y hayib Abbad Siray al-Dawla.
En 1073, el rey castellano-leonés Alfonso VI envió a Pedro Ansúrez al reino de Granada para exigir el pago de parias. El régulo granadino Abd Allah ben Buluggin se negó a pagar pensando que el reino de Toledo hacía de barrera entre Granada y León. El visir sevillano Ibn Ammar aprovechó la negativa de pago del granadino para pactar con Alfonso VI una alianza contra su mortal enemigo. Juntos tomaron el castillo de Velillos para así hostigar la vega granadina. En 1075, después de varios intentos para recupéralo, Abd Allah se dispuso a pagar. Ese mismo año, al-Mutamid perdió Córdoba porque Hakam ben Ukasa, caíd de un castillo cercano a la capital, se alzó a favor de al-Mamun de Toledo y asesinó a Abbad Siray al-Dawla. Por dicho motivo, el régulo sevillano al-Mutamid tuvo que concentrar sus fuerzas y abandonó Velillos que fue ocupado nuevamente por Abd Allah. Hacia 1078, al-Mutamid logró recuperar Córdoba, hizo crucificar a Ibn Ukasa y colocó a su hijo al-Fath como gobernador.
En ese año, al-Mutamid realizó el primer intento para apoderarse de Murcia. La iniciativa partió, seguramente, del visir Ibn Ammar. Éste se presentó ante las murallas de Murcia con sus tropas y con las del conde Ramón Berenguer II de Barcelona. Por un retraso en el pago de su colaboración, éste se retiró, y además, apresó a al-Rasid, hijo de al-Mutamid, y al propio Ibn Ammar. Una vez rescatados por al-Mutamid, Ibn Ammar pidió la colaboración de Abd al-Rahman ben Rasiq, señor del castillo de Vilches o de Vélez Rubio, para volver a intentarlo.
Mientras él volvía a Sevilla, Ibn Rasiq tomó la ciudad, apresó a su régulo Abú Abd al-Rahman Muhammad ben Tahir y proclamó soberano de Murcia a al-Mutamid. A continuación, Ibn Ammar volvió de Sevilla y tomó posesión de la ciudad en nombre de al-Mutamid, pero durante unos meses, se comportó como si fuera un soberano independiente. Aprovechando una salida de inspección de Ibn Ammar, Ibn Rasiq cerró las puertas de la ciudad y no dejó que el visir volviera a entrar en Murcia. Seguramente, por estos hechos y por haber escrito unos versos gravemente ofensivos dirigidos a Itimad, al-Mutamid cortó personalmente la cabeza a su antiguo amigo y visir cuando éste regresó a Sevilla. A partir del rechazo del visir, Ibn Rasiq gobernó Murcia reconociendo, más o menos, la soberanía de al-Mutamid.
En ese año de 1079, al-Mutamid se retrasó en el pago de las parias, por lo que Alfonso VI envió al Cid, acompañado de su mesnada, a cobrar la deuda. Al mismo tiempo, envió al conde García Ordoñez a cobrar las parias de Granada. Su régulo, Abd Allah ben Buluggin, aprovechó la estancia de los castellanos para pedirles ayuda para solventar los problemas fronterizos con el reino de Sevilla. Éstos accedieron, y en compañía de los granadinos, entraron en tierras sevillanas. Al-Mutamid exigió, como reino tributario de Alfonso VI, que el Cid rechazara la agresión. Como era su obligación, éste pidió a los nobles castellanos que se retiraran a las fronteras granadinas. El ejército granadino, apoyado por los castellanos no hizo caso y siguió su avance. El ejército sevillano, con la ayuda del Cid, salió a su encuentro y derrotó totalmente a los granadinos. Durante tres días, los nobles castellanos estuvieron prisioneros hasta que el Cid los liberó. El odio contra el Cid que sentían García Ordoñez y los otros nobles se incrementó con la derrota. A su regreso, consiguieron con sus insidias enemistar al Alfonso VI contra el Cid. Este asunto fue una de las razones que produjeron en 1080, el primer destierro del Cid. Éste volvió a Castilla, después de haber sido colmado de honores por al-Mutamid, con las parias cobradas y con muchos regalos que fueron entregados al Rey.
En 1083, Alfonso VI envió a Sevilla al judío Ibn Shalib para cobrar las parias. En el pago, el embajador comprobó que las monedas eran de baja ley. Al devolverlas, al-Mutamid encolerizado ordenó crucificar al judío y apresar a toda la embajada. Alfonso VI tuvo que entregar la plaza de Almodóvar del Campo para liberar a sus embajadores. Luego, preparó un ejército en dos columnas. Una de ellas atacó por Coimbra, bajando hacia Beja y de allí a Sevilla, acampando en Triana. La otra, al mando del propio Rey, fue directamente a Sevilla arrasando cuanto encontró a su paso. Reunidas las dos columnas se mantuvieron tres días en los alrededores de la ciudad, saqueando las aldeas del Aljarafe. Después cabalgaron hasta Tarifa, pasando por Medina Sidonia. La consecuencia de aquella cabalgada fue que al-Mutamid se decidió a solicitar la ayuda de Yusuf ben Tasufin, emir almorávide del norte de África.
Yusuf ben Tasufin desembarcó en Algeciras y al-Mutamid accedió a su petición de cederle la plaza gobernada por su hijo al-Radí, ordenando a éste que se retirase a Ronda. A continuación los almorávides marcharon hacia Sevilla donde se les unieron tropas de al-Mutamid, de Granada y de Almería. Juntos se enfrentaron al ejército de Alfonso VI y lo derrotaron en Sagrajas/Zallaqa, cerca de Badajoz, en 1086. Como consecuencia de la derrota, al-Mutamid dejó de pagar las parias al rey castellano-leonés. Yusuf ben Tasufin regresó al Magreb, pero dejó algunas tropas que al-Mutamid utilizó para atacar a Ibn Rasiq, que gobernaba Murcia sin mostrar la obediencia debida al sevillano.
En 1088 fracasó el sitio que los almorávides, junto con tropas de varias taifas, habían puesto a la plaza de Aledo, situada en el reino de Murcia, que estaba en poder de los castellanos-leoneses desde 1086. El fracaso se debió a las rencillas entre los diferentes régulos coaligados. Una de ellas fue la acusación de traición contra Ibn Rasiq por haber abastecido a la plaza, hecha por al-Mutamid, logrando que el emir almorávide se lo entregara. Así, al-Mutamid recuperó un cierto control sobre Murcia, seguramente a través del caíd de Lorca Abú l-Hasan ben al-Yasa, que, probablemente, la gobernó hasta que fue ocupada por los almorávides en 1091.
Los almorávides, después de apoderarse del reino de Granada en 1090, y del reino de Córdoba en marzo de 1091, donde gobernaba al-Fath, hijo de al-Mutamid, comenzaron a atacar al reino de Sevilla. Comenzaron apoderándose de Tarifa, luego sometieron la cuenca del Guadalquivir y terminaron poniendo sitio a la capital. A pesar de que los almorávides tenían partidarios dentro de la ciudad, al-Mutamid pudo resistir durante algún tiempo hasta que la ciudad fue asaltada en septiembre de 1091. Al-Mutamid, junto con parte de su familia, fue apresado y enviado desterrado al Magreb. Allí murió cuatro años después de haber perdido Sevilla.
Ramón Martín

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