Nerón (54 a 68)

 


Nerón Lucio Domicio Claudio, nació el 15 de diciembre del año 37 en Antium (en la actualidad Anzio, Italia), en el seno de la familia más poderosa de la Roma imperial: los Julio-Claudios. Su madre, Agripina la Menor, fue una de las figuras más influyentes en la historia de su ascenso al poder, ya que ésta, conocida por su ambición, buscaba asegurar el trono para su hijo. La historia de Nerón no puede comprenderse sin entender el papel fundamental que tuvo su madre, una mujer astuta y calculadora. En el año 49, Agripina contrajo matrimonio con el emperador Claudio, su tío carnal, una maniobra política diseñada para asegurar el futuro de su hijo: lograr que Nerón sucediera a Claudio en el trono; lo que se consiguió en el año 50, cuando Claudio, influenciado por Agripina, adoptó a Nerón y lo proclamó su heredero, desplazando así a su propio hijo biológico, Británico, hijo de su difunta esposa Mesalina. Pero la ambición de Agripina fue más allá, ya que a lo largo de los años, hizo todo lo posible para consolidar el poder de su hijo, asegurándose de que éste recibiera altos honores. A los 13 años, Claudio otorgó a su hijo adoptivo el imperium proconsular, un título que le permitía gobernar de manera autónoma sobre varias provincias. Además, en el año 53, Nerón se casó con Octavia, hija de Claudio, asegurando así aún más la alianza política dentro de la familia imperial.

    Sin embargo, Claudio, aunque emperador, se encontraba en una situación personal complicada. Era un hombre frágil, dominado por su esposa Agripina, quien manipulaba todas las decisiones políticas importantes. Su falta de liderazgo fue aprovechado por Agripina, que no dudó en utilizar todos los medios, incluida la violencia, para alcanzar su meta. En este clima de inseguridad y traición, Agripina organizó la muerte de su esposo el 13 de octubre del año 54, un crimen que se perpetró mediante envenenamiento con la ayuda de la famosa Locusta, una envenenadora conocida en la corte imperial. Con la muerte de Claudio, el camino hacia el trono de Nerón estaba finalmente despejado.



Tras ser envenenado Claudio, Nerón fue proclamado emperador por la Guardia Pretoriana, el ejército de élite encargado de proteger al emperador. El joven Nerón, con tan solo 17 años, asumió el poder en un momento de incertidumbre. La noticia de su ascenso al trono fue recibida con una mezcla de temor y esperanza por parte de los romanos. Aunque Británico, el hijo biológico de Claudio, tenía derecho al trono, su influencia fue rápidamente anulada. Agripina, con el apoyo de los militares, ordenó la ejecución de los partidarios de Británico, eliminando a aquellos que podían representar una amenaza para su hijo. A pesar de su juventud, Nerón contaba con el respaldo del ejército y una parte del Senado, lo que permitió que fuera reconocido oficialmente como emperador. Aunque se rumoreaba que el Senado desconfiaba de su capacidad de gobernar, la presión del ejército y la influencia de Agripina hicieron que, finalmente, se inclinara a favor del joven emperador. Durante los primeros años de su reinado, fue aconsejado por dos figuras clave: Séneca y Burro, ambos desempeñaron un papel crucial en el gobierno de Nerón, guiando su administración con el objetivo de lograr una política más estable y menos dependiente de la influencia de su madre. En estos primeros años, Nerón adoptó un enfoque más moderado en su gobierno, tratando de mantener una política exterior prudente y reformas internas que garantizaran la prosperidad económica del Imperio. La influencia de Séneca y Burro contribuyeron a que Nerón pareciera ser un líder capaz, comprometido con la mejora de la vida de los ciudadanos romanos. En este periodo se comprometió a mejorar la infraestructura romana, redujo los impuestos y trabajó para garantizar la seguridad en las fronteras del Imperio. En la política exterior obtuvo una victoria contra los partos en Armenia en el año 54, cuando Domicio Corbulón, general romano, obtuvo una importante victoria sobre los invasores.

    Sin embargo, la consolidación de Nerón no fue fácil. A medida que pasaban los años, la relación entre madre e hijo se fue deteriorando y Agripina comenzó a perder influencia, sintiéndose, cada vez, más desplazada, mientras que Séneca y Burro ganaban protagonismo. La ruptura entre madre e hijo ocurrió cuando Agripina comenzó a conspirar con el hermanastro de Nerón, Británico, para despojarlo del trono. Entonces, Nerón decidió eliminarla. En un intento fallido de envenenarla, Agripina logró sobrevivir, pero su destino estaba sellado. Finalmente, en el año 59, Nerón ordenó que su madre fuera asesinada, acto que sería recordado como uno de los más horribles de su reinado. Con la muerte de Agripina, Nerón quedó libre de las presiones de su madre, aunque se vio más aislado. Dejo de tener los sabios consejos de Séneca y de Burro, quienes le abandonaron en los años posteriores. El joven emperador comenzó a mostrar una inclinación hacia el autoritarismo y la extravagancia, tendencia que marcaría su reinado en los siguientes años.


Con el paso del tiempo, el creciente despotismo de Nerón empezó a chocar con las élites de Roma, especialmente el Senado. Su conducta caprichosa y sus excesos empezaron a generar un descontento generalizado entre los senadores, quienes veían con recelo el creciente poder personal de Nerón. Los primeros signos de oposición comenzaron a surgir a partir del año 57, cuando Popea Sabina, su nueva amante, empezó a ejercer su influencia sobre él. Esta relación fue la chispa que encendió los ánimos de quienes ya estaban descontentos con el emperador. La figura de Popea, que aspiraba a casarse con Nerón tras el repudio de Octavia, Había provocado una feroz reacción de Agripina, que veía en Popea una amenaza. Ésta lejos de conformarse con su papel de amante, intentó manipular a Nerón para que repudiara a Octavia y contrajera matrimonio con ella. Esto generó tensiones que provocaron con la muerte de Agripina, aunque también aceleró el declive de la relación entre Nerón y el Senado. El nuevo despotismo del emperador, alimentado por la manipulación de sus favoritos, incluyendo a Tigelino, su prefecto, llevó a la conjura de Pisón en el 65, una de las conspiraciones más graves contra su gobierno. El complot fue descubierto gracias a la intervención de Milico, el prefecto de la flota de Miseno, quien delató a los conspiradores. El emperador, junto con Tigelino, desató una feroz represión. Los conspiradores fueron arrestados y ejecutados sin juicio. Séneca, quien ya se había retirado de la política, fue obligado a suicidarse debido a su implicación en la conspiración, aunque es probable que no hubiera tenido participación directa en el complot. A la muerte de Séneca le siguieron otros suicidios forzados, incluyendo a varios senadores de alto rango, como Fausto Cornelio Sila y Rubelio Plauto. La ejecución de tantos personajes influyentes marcó el punto culminante de la brutal represión del emperador. Tigelino se encargó de la eliminación de cualquier posible oposición, llevando a cabo juicios sumarísimos y envenenamientos. Nerón, aislado de las voces críticas, continuó su gobierno marcado por el abuso de poder y la persecución sistemática.

    Uno de los episodios más dramáticos del reinado de Nerón fue el gran incendio de Roma, que tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio del año 64. El fuego arrasó gran parte de la ciudad, destruyendo casas y templos. Mientras el fuego se desataba, Nerón se encontraba en su villa en Antium (hoy Anzio), lejos de la capital, pero regresó rápidamente para supervisar las labores de extinción. A pesar de sus esfuerzos por controlar el incendio, la destrucción fue masiva. Nerón organizó refugios para los afectados, abrió edificios públicos y distribuyó trigo a los pobres. Sin embargo, la devastación de la ciudad ofreció a Nerón una oportunidad para realizar sus ambiciosos planes de construcción, incluida la Domus Aurea (la Casa Dorada), un palacio imperial que ocuparía gran parte del centro de Roma. La enormidad de este proyecto y la confiscación de propiedades privadas para financiarlo causaron un gran descontento entre la población y la aristocracia romana. Como respuesta a las acusaciones de que él mismo había provocado el incendio para hacer espacio para su palacio fue buscar un chivo expiatorio: los cristianos, una pequeña secta religiosa en ese momento. Nerón los culpó del desastre, iniciando la primera persecución de los cristianos en la historia del Imperio Romano. Los cristianos fueron arrestados, torturados y ejecutados. Esta persecución no solo aumentó la infamia de Nerón, sino que contribuyó a la expansión del cristianismo, ya que muchos testigos de las atrocidades cometidas contra los cristianos se sintieron conmovidos por su fe.

    A pesar de sus intentos por recuperar su imagen pública, el incendio y sus acciones posteriores lo marcaron como un líder tiránico, más centrado en su propio placer y poder que en el bienestar de su pueblo.



La política exterior de Nerón también estuvo plagada de desafíos. Aunque en sus primeros años consiguió algunas victorias, como la campaña contra los partos en Armenia, las últimas etapas de su reinado estuvieron marcadas por revueltas internas y tensiones con las provincias. Una de las sublevaciones fue la rebelión judía en Palestina en el año 66, que obligó a Nerón a enviar a sus generales Vespasiano y Tito a recuperar la provincia. Aunque estos lograron la victoria, la revuelta fue una de las señales de la inestabilidad del Imperio, que comenzó a resquebrajarse bajo el peso de las malas decisiones del emperador. A medida que el reinado de Nerón avanzaba, su figura se fue deteriorando tanto en el ámbito político como en el personal. Los excesos, la creciente paranoia y la falta de apoyo de las elites del Imperio Romano sentenciaron su caída. Cuando las revueltas y las sublevaciones crecían, Nerón se encontró completamente aislado, sin aliados y con un Imperio al borde de la anarquía. El año 68 marcó el comienzo de una grave crisis. Vindex, gobernador de la Galia, se levantó contra el emperador, desafiando su autoridad y ofreciendo el trono a Galba, gobernador de la Bética. Vindex, aunque derrotado, inspiró a otros líderes provinciales a rebelarse. En el mismo año, Otón, gobernador de la Lusitania, también se unió a la revuelta contra Nerón.

    La situación de Nerón fue empeorando rápidamente, decidiendo recurrir a la fuerza militar para sofocar la insurrección. Envió tropas al mando de Virginio Rufo contra los rebeldes, logrando una victoria inicial en la batalla de Besanzón contra Vindex, quien fue muerto en combate. Sin embargo, la victoria no fue suficiente para restaurar la estabilidad.

    La crisis económica y el creciente descontento de la población de Roma, alimentado por las extravagancias de Nerón y su incapacidad para enfrentar las dificultades, aumentaron la presión sobre él. El hambre y la escasez de trigo en la capital, exacerbada por la falta de suministros debido a las sublevaciones, condujeron a un descontento generalizado que llegó a los oídos del Senado.

La deserción de los pretorianos que, hasta ese momento, habían sido leales a Nerón, fue el golpe final para el emperador. El prefecto del pretorio, Nimfidio Sabino, se alió con los sublevados, y los pretorianos proclamaron a Galba emperador. La pérdida de este apoyo militar fue fatal para Nerón. El Senado, al ver que los pretorianos se unían a los rebeldes, declaró a Nerón enemigo del pueblo romano. Abandonado por todos, con Roma en pie de guerra y su propia guardia imperial contra él, Nerón huyó de la ciudad en busca de refugio. Se refugió en la finca de su liberto Faón, en las afueras de Roma, donde se encontró solo y acorralado por sus enemigos. Nerón se mostró visiblemente perturbado, incapaz de afrontar la realidad de su derrota. Incapaz de soportar la humillación de ser capturado y sometido a las penas decretadas por el Senado (que incluían la ejecución pública y la humillación ante el pueblo), decidió poner fin a su vida. El 9 de junio del año 68, Nerón se suicidó en la finca de Faón. Tras intentar sin éxito matarse, pidió a uno de sus esclavos que le ayudara, y este le clavó un puñal en el cuello. Su muerte marcó el final de la dinastía Julio-Claudia, que había gobernado Roma durante más de un siglo. Con él terminó una era marcada por la grandeza, pero también por la tiranía, los excesos y las conspiraciones.

    La caída de Nerón desató, el año 69, una serie de luchas internas por el poder en Roma, conocidas como el Año de los Cuatro Emperadores, en el que los pretendientes al trono se disputaron la supremacía: Galba, Otón, Vitelio y, finalmente, Vespasiano, quien acabaría fundando la dinastía Flavia.


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Ramón Martín

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