Almanzor
Nacido en 942 en Torrox, cerca de Algeciras, Pertenecía a una
familia árabe de la tribu yemení de Ma‘afir,
descendía pues por línea directa, de Abu
amir Muhammad b. al Walid, que había participado junto a Tariq b. Ziyad en la conquista de
Hispania, concretamente la primera
ciudad de la España visigoda, Carteya. La posición de la familia mejoró
notablemente con el nombramiento del abuelo paterno de Almanzor como magistrado
(cadí) de Sevilla y con su casamiento
con una hija del médico del califa Abderramán III. Se
le concedieron tierras en Torrox, sobre el Guadiaro, al noroeste de Algeciras.
Su padre, Abu Hafs Abd Allah b. Abi Amir,
alcanzó notoriedad transmitiendo las tradiciones musulmanas, era hombre piadoso
que vivía de la renta de sus tierras; murió en Trípoli, a fines del califato de
Abderramán III cuando volvía de la peregrinación de la Meca. En cuanto a la
madre de Almanzor, Burayha bint Yahya b.
Zakariyya al-Tamimi, se sabe que era asimismo de origen árabe de buen
linaje.
Almanzor,
siguiendo los pasos de su padre, pronto se encaminó a Córdoba a fin de hacer sus estudios. En la capital aprendió
tradiciones proféticas y jurisprudencia, y lengua árabe y literatura con dos
prestigiosos maestros. Tras ocupar un tiempo el puesto de escribiente junto a
la gran mezquita, comenzó su carrera política al servicio del cadí de Córdoba, Muhammad b. Salim, que lo presentó al
visir del califa Al-Hakam II que era por entonces, Ya‘far b. Uoman al-Mushafi, quien lo introdujo
en la Corte califal.
El 3 de marzo de
967, sin haber cumplido aún los treinta años, Almanzor se convirtió en el intendente
del primogénito de la princesa madre, la vascona Subh (Aurora), favorita
del califa y madre del futuro califa Hisham II, ocupándose de sus bienes y hacienda.
Almanzor supo captar la simpatía de Subh,
mediante regalos y su encanto personal, al parecer llegaron a ser amantes,
circunstancia a la que debería, Almanzor, su fulgurante carrera. Enseguida fue
nombrado director de la ceca, y siete meses después tesorero; poco más tarde fue
nombrado cadí de la circunscripción judicial de Sevilla y Niebla. Por último,
11 de junio de 970, a la muerte del príncipe Abderramán, se le encargó la
administración de los bienes del príncipe heredero Hisham, hermano del difunto.
Una denuncia puso en peligro tan brillante carrera, pues fue acusado de
dilapidar fondos públicos. El Califa ordenó una investigación, pero gracias a
la ayuda de su amigo, el visir Ibn Hudayr,
pudo reponer el dinero que faltaba y salir bien librado del apuro. Eso le
permitió continuar su ascensión, siendo nombrado jefe de la policía media.
En esta época se
construyó una mansión en la Russafa, haciéndose popular entre los cordobeses,
manteniendo mesa puesta para todo el mundo. El hecho de haber sido enviado como
inspector de finanzas, a fin de verificar lo gastado para captar rebeldes y
comprar voluntades, junto al general Galib,
comandante de la Frontera Media, permitió a Almanzor anudar sólidas relaciones
con el Ejército. A la muerte de Al-Hakam II, el 976, tras una larga enfermedad,
se abre un nuevo período. El Califa había designado para sucederle a su hijo Hisham
II, que tenía por entonces once años, bajo la tutela del visir al-Mushafi. Pero,
el partido de los esclavones palatinos (saqaliba) quería nombrar al tío, al-Mugira.
En esos momentos,
Almanzor desempeñó un papel de la máxima importancia: por un lado, se encargó
de neutralizar al aspirante a califa y acabar con sus veleidades, asegurándose
el apoyo de Subh, al-Sayyida al-Kubra, (la gran princesa) que le ayudaría monetariamente y le procuraría el
apoyo de las tropas merced a su influencia; por otro lado, su vinculación con
el visir al-Mushafi dio nuevos vuelos a su ambición, ya que a partir de ahí
ocuparía los más altos puestos del Estado. Aunque debió ocuparse, contra su
voluntad, de asesinar a al-Mugira, hermano menor de Al-Hakam II, al que la
guardia esclavona quería nombrar califa. Tras el asesinato, los esclavones se
adhirieron a la causa de los dos hombres fuertes del régimen, perdiendo la influencia
política que había tenido durante los reinados de Abderramán III y de Al-Hakam II. El propio Almanzor fue el encargado de redactar el acta de investidura (bay‘a) del nuevo
soberano, que se produjo dos días después de la muerte de su padre, el 10 de
septiembre de 976, en una ceremonia que duró varios días, a causa de las
personalidades que le juraron fidelidad.
El nuevo califa,
Hisham II al-Mu'ayyad bi-llah, (el que
recibe la asistencia victoriosa de Allah), nombró chambelán (hayib) a al-Mushafi y
Almanzor ocupó el puesto de visir. Las primeras medidas que tomaron fueron: una
bajada de impuestos y se derogó el que gravaba el aceite.
Poco después
comenzaron las campañas que harían famoso a Almanzor, fueron cincuenta y dos
contra los cristianos del norte peninsular, primero como caíd y después como hayib, lo cual daría a al-Ándalus la mayor seguridad militar de
toda su historia y a Almanzor fama
de invencible. El año 977 Ibn Abi Amir
al contener un ataque cristiano, conquistó los arrabales de al-Hamma (baños de Ledesma, Salamanca).
La expedición apenas tuvo importancia, pero hábilmente explotada le sirvió para
aumentar su prestigio y ganarse las simpatías del ejército, sobre todo las de
Galib. Mientras, la popularidad de al-Mushafi declinaba a causa de su nepotismo
y falta de visión política. Ibn Abi Amir, se hizo nombrar sayib
al-madīna (gobernador
de la capital cordobesa), cargo que hasta entonces desempeñaba Muhammad, hijo
de al-Mushafi. El nuevo gobernador restableció la seguridad en Córdoba, donde
los atentados y los robos nocturnos eran frecuentes, imponiendo un orden
estricto. Poco después, a comienzos del año 978 obtuvo del general Galib la
mano de su hija Asma, de la que Almanzor nunca se separaría, ya que era mujer
culta e inteligente. Contando con el apoyo incondicional de su suegro, hizo
prisionero a al-Mushafi, acusándolo de malversación, y confiscó sus bienes;
años más tarde, en 982, lo hizo asesinar.
Cuando acabó con
el chambelán, Ibn Abi Amir, gobernaba la corte mediante su mandato de policía,
el ejército mediante su generalato, y el palacio gracias al favor de que gozaba
en el harén. Más tarde se deshizo del jefe militar de su caballería y acto
seguido se proclamó hayib, chambelán.
Almanzor era ya el verdadero señor de al-Andalus
Almanzor era ya
el verdadero señor de al-Ándalus, sólo le quedaba acabar con el general Galib,
para que su poder fuera absoluto. Al año siguiente de la caída de al-Mushafi,
el año 979, una conjura estuvo a punto de derribar al joven califa Hisham II,
los conjurados querían sustituirlo por otro nieto de Abderramán III, llamado Abderramán b. Ubayd Allah. En la
conjura estaba implicado, el propio gobernador de la capital Ziyad b. Aflah, quien al fracasar la
tentativa en el propio alcázar de Córdoba, metió a todos los conjurados en la
cárcel, a fin de salvar su cabeza. Ibn Abi Amir los hizo condenar a muerte, y
en eso, no solo influyó la razón de Estado, también quiso congraciarse con los
alfaquíes de Córdoba, ya que alguno de los conjurados tenía ideas heterodoxas. Trató de ganarse a la plebe
urbana exteriorizando su piedad, llegando a copiar por su propia mano un
ejemplar del Corán, con el propósito de llevarlo en sus expediciones.
Pero fue también
en esta época cuando mandó expurgar la célebre biblioteca califal. Dice Sa’id
al-Andalusí: “La primera acción de
dominio sobre Hisham II fue dirigirse a las bibliotecas de su padre al-Hakam II, que contenían colecciones de libros famosos, e hizo sacar todas las clases
de obras que allí había en presencia de los teólogos de su círculo íntimo, y
les ordenó entresacar la totalidad de los libros de ciencias antiguas, que
trataban de lógica, astronomía y otras ciencias, cultivadas por los antiguos, a
excepción de los libros de medicina y aritmética. Una vez que se hubieron
separado, Abu Amir, ordenó quemarlos y destruirlos. Algunos fueron quemados;
otros fueron arrojados a los pozos del alcázar, y se echó sobre ellos tierra y
piedras, o fueron destruidos de cualquier otra manera. Abu Amir hizo eso para
granjearse el afecto de la plebe de al-Ándalus, ya que por entonces esas
ciencias eran mal vistas y cualquiera que las estudiaba era sospechoso de
herejía y presunto heterodoxo en relación con la ley islámica (Sari’a)”.
En todo caso, la conjura legitimista, sofocada a tiempo, y la corriente de
puritanismo que se había apoderado de la capital revelaban la existencia de un
partido de oposición.
Durante mucho
tiempo el todopoderoso chambelán tuvo pruebas de que se continuaba murmurando
de la conducta irregular de la princesa Subh, a la que suponían embarazada por
él, y de las costumbres contra natura del gran cadí Muhammad b. al-Salīm, que
seguía en funciones a pesar de su incapacidad. Hacía ya varios meses que Ibn Abi
Amir había abandonado su mansión de Russafa por otra almunia más amplia y
lujosa, que se había hecho construir cerca de Medina Azahara. Pese a que por
entonces Almanzor todavía ocultaba su juego y respetaba la autoridad absoluta
del Califa, las relaciones con Subh se fueron enfriando, al ver ésta cómo
mermaba paulatinamente el poder de su hijo.
Almanzor, con
objeto de librarse de la princesa madre y del Califa, edificó una nueva ciudad
administrativa a la que, parafraseando el nombre de la ciudad de Abderramán III, llamó al-Madina al-Zahara, (la ciudad resplandeciente), cuya
construcción duró dos años, del 978 al 980. Estaba emplazada al lado del río
Guadalquivir, aguas arriba de la capital cordobesa. En el interior erigió un
fastuoso palacio, desde donde Almanzor regiría al-Ándalus como soberano absoluto;
levantó casas para sus hijos y para los principales dignatarios de su séquito,
así como viviendas y locales para las oficinas de la cancillería y para el
personal, además de cuarteles y caballerizas para la guardia y vastos almacenes
para depositar armas y grano.
Obteniendo del califa una delegación de todas sus funciones, a fin de consagrarse a ejercicios de piedad
Pronto la ciudad
se salió de sus primitivos límites, pues las gentes vinieron a habitar en ella,
de tal manera que los arrabales de la nueva ciudad no tardaron en enlazar con
los de Córdoba. Ibn Abi Amir se instaló en ella en el año 981, transfiriendo
todo el aparato estatal de Madina
al-Zahra a su nueva residencia, obteniendo del califa una “delegación de todas sus funciones, a fin
de consagrarse a ejercicios de piedad”. Esta delegación le procuró la
cobertura legal para su autoridad, dándole la oportunidad de mantener recluido
al califa en su palacio. Almanzor asumirá la dirección del Estado, sin
someterse a la aprobación del Califa. Se puede decir que desde el año 981 al
1002 Almanzor se conducirá como el verdadero soberano de al-Ándalus.
Durante esos
veinte años atacará a los diferentes reinos cristianos. El único que se opuso
al poder alcanzado por Almanzor y a transigir con el cautiverio del Califa, fue
el general Galib, muy afecto a la casa omeya. Este aliado de otrora, que le
había dado la mano de su hija y le había ayudado a conseguir sus objetivos
políticos y militares, se enfrentó a Almanzor con sus tropas y con las fuerzas
del príncipe Ramiro, hijo de Sancho II Abarca, rey de
Pamplona, así como con los hombres del conde de Castilla, García Fernández. Almanzor
asistido por tropas beréberes, conducidas por el general Ya’far b. Ali b. Hamdun se enfrentó con Galib y sus aliados cerca
de Atienza, siendo éstos derrotados.
El general Galib, octogenario ya, murió en Torre
Vicente el 10 de junio de 981. En seguida Ibn Abi Amir, explotando el
éxito, envió tropas contra los dominios del conde castellano y contra el Reino
de León. La fortaleza de Zamora
opuso una eficaz resistencia, pero la ciudad fue saqueada y sus aldeas,
iglesias y monasterios limítrofes pillados e incendiados; no menos de cuatro
mil cautivos fueron llevados a Córdoba.
Tras estas
victorias del año 981 fue cuando Ibn Abi Amir adoptó el sobrenombre de al-Mansur bi-llah, “el
vencedor por Dios”, y por el que en adelante sería conocido en las
crónicas cristianas en la forma romanceada de Almanzor. Se impuso entonces en
la Corte el tratamiento de “señor” (mawla). A
partir de esa fecha, Almanzor pudo dedicarse a hacer la guerra contra los cristianos
del norte de la península. Estas campañas dañaron considerablemente, la labor
repobladora de la llamada Extremadura
del río Duero, llevada a cabo a lo largo del siglo IX, y pararon “toda reconquista”. Peor parada quedó
la situación de los estados orientales peninsulares, puesto que carecían de
frontera. El poder de Almanzor fue tan grande que los reyes cristianos: Sancho II Garcés de Navarra y Bermudo II de León, le prestaron
obediencia.
Hasta entonces,
las campañas musulmanas contra territorio cristiano, habían sido como respuesta
a ataques cristianos previos, habían sido relativamente benignas y no habían
causado ni demasiados estragos ni muertes, no pasaban de las tierras
fronterizas. Los ataques de Almanzor no constituían represalias, sino ataques
llevados a cabo de forma continuada y con dureza inusitada, dejando una estela
de destrucción, muerte y odio. Los musulmanes que constituían su ejército, no
eran andalusíes, sino beréberes, lo cual daría lugar al crecimiento de una
solidaridad defensiva entre los cristianos contra el enemigo común.
El rencor acumulado entre los cristianos, les llevó a la convicción, de que había que relanzar la Reconquista
A la caída de los
amiríes, el rencor acumulado entre los cristianos, les llevó a la convicción, de
que había que relanzar la Reconquista. Almanzor resultó invencible, gracias a recluta
de mercenarios, en especial beréberes. De esta manera pudo prescindir de las
tropas andalusíes y tener un efectivo aparato de represión para el interior y
un instrumento ofensivo de calidad para el exterior. Había eximido a los
andalusíes de la prestación del servicio militar por un impuesto especial (fida), aunque eso, le hizo
entrar en una espiral de recluta de hombres y de búsqueda de recursos para
pagarlos. Tener un ejército dispuesto las veinticuatro horas tenía sus ventajas
y también sus inconvenientes: el empobrecimiento de la población andalusí por
los pesados impuestos para mantener ese Ejército profesional.
En medio de
estos triunfos, en el año 389, Almanzor tuvo que hacer frente a una
conspiración organizada por un lejano descendiente de al-Hakam I, Abd Allah b. Abd al-Azīz al-Marwani,
conocido por “Piedra Seca”, gobernador
de Toledo y Abderramán b. al-Muţarrif,
general de la Marca Superior, quienes prometieron al propio hijo de Almanzor,
el veinteañero Abd Allah, que una
vez derribado su padre él ocuparía su puesto. Descubierta la conjuración, Abd
Allah se refugió en Castilla con García Fernández, quien se lo entregó a su
padre, el cual no dudó en decapitarlo en el año 990 y enviar su cabeza al
califa Hisham II con el parte de las victorias allende el Duero. En cuanto a
Abderramán al-Muţarrif, fue ejecutado en al-Zahara ante Almanzor. Piedra Seca salvó la vida porque, el
amirí, no quiso acrecentar el odio de los marwaníes.
En el año 991 el
dictador concedió a su hijo Abd al-Malik
el título de ḥayib y
nombró visir a su hijo Abderramán,
guardando para sí el título de al-Mansur b. Abi Amir en los escritos oficiales,
y en 996 el uso de los títulos de sayyid, (señor) y malik karim, (noble rey). Almanzor no desatendió el Magreb, siguió la
política de Abderramán III y al-Hakam II, más por medios pacíficos que buscando
el enfrentamiento. Abd al-Malik, instalado en Fez como un auténtico virrey,
nombró jefes de distrito hasta Siųilmasa, depósito del tráfico comercial
transahariano; amén de someter a los habitantes de esas tierras a impuesto.
Unos meses después, sería llamado a Córdoba por su padre, llegando a la capital
el 18 de abril de 999. Wadih, el gran oficial esclavón, general en jefe de la
Marca Media, volvía al norte de África para mantener la región bajo estricto
orden.
Al regresar de esta expedición, Almanzor murió
La última
campaña de Almanzor contra los cristianos tuvo lugar a comienzos del verano de 1002,
y estuvo dirigida contra el territorio de la Rioja. Aunque no se ha encontrado
noticia alguna, se sabe que, el ejército musulmán avanzó hasta Canales, a unos 50 kilómetros al
sudoeste de Nájera, alcanzó el
monasterio de San Millán de la Cogolla,
que fue saqueado. Al regresar de esta expedición, Almanzor murió, después de
una larga enfermedad, por esa época tenía más de sesenta años. Se sabe que
guardaba celosamente, para que lo cubriera en la tumba, el polvo de los
vestidos que usaba en sus expediciones y que hacía sacudir y guardar después de
cada campaña. En el camino de regreso a Medinaceli, puesto avanzado de la Marca
Media, su estado empeoró hasta el punto de tener que ser llevado en litera
durante un penoso viaje de dos semanas. Llegado por fin a la plaza fronteriza,
en su lecho de muerte hizo escribir sus últimas disposiciones, entregando el
gobierno a su hijo Abd al-Malik, conocido posteriormente como al-Muzaffar, con
instrucciones de cómo había de llevarlo. Almanzor no dejó de expresar temor de
que a su muerte todo lo hecho se fuera al traste.
Almanzor murió
en la noche del 27 al 28 de ramadán del año 392, es decir, del 9 al 10 de
agosto de 1002. Se le hizo enterrar en el patio del alcázar de Medinaceli,
rezando en sus exequias su hijo Abderramán (Sanchuelo), mientras Abd al-Malik
se dirigía a Córdoba para asentar su poder y evitar cualquier veleidad de
cambio de régimen. Sobre la lápida marmórea de su tumba se grabaron los
siguientes versos: “Sus trazas te hablan
acerca de sus noticias como si tú con los ojos las vieses. ¡Por Dios! No hubo
nadie que gobernara la Península como él en verdad, ni quien condujese los
ejércitos igual a él”. La política de destrucción y remodelación del Estado
cordobés permitió a Almanzor mantenerse en el poder, a costa de acabar con las
estructuras que constituían el sistema. Tras él, el califato se extinguió de
manera lamentable. Los andalusíes no considerarán más que a un solo enemigo:
los beréberes, se olvidarán de los cristianos. Y dado que, los andalusíes se
las tuvieron que ver con una sociedad feudal fuertemente militarizada, las
posibilidades de supervivencia de un al-Ándalus poderoso fueron nulas. La
política de aceifas de Almanzor engendró, en última instancia, la actitud
mental cristiana que propiciaría continuos ataques de reconquista, que
terminarían con la propia existencia de al-Ándalus.
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