Alfonso VIII, rey de Castilla de 1158 a 1214.


        Probablemente nació en Soria el 11 de noviembre de 1155. Era hijo único de Sancho III el Deseado y de su esposa, Blanca Garcés, su nacimiento fue motivo de grandes celebraciones, siendo bautizado con el nombre de Alfonso en honor a su abuelo paterno, el rey de Castilla y León Alfonso VII. Llegó al poder a los tres años de edad. La mayor parte de su minoría de edad estuvo bajo la supervisión de la familia Lara. Tras asumir el control de su reino en 1169, se enfrentó a los reyes de Navarra y León, con el fin de recuperar los territorios que le habían sido arrebatados durante su minoría de edad. Además de estas campañas el rey de Castilla se enfrentó en varias ocasiones con los ejércitos almohades, a los que derrotó en la batalla de las Navas de Tolosa.

    Unos meses más tarde, el 12 de agosto de 1156 falleció la reina, siendo enterrada en la iglesia de Santa María de Nájera. Pero éste no sería el único acontecimiento triste de su infancia, puesto que el 31 de julio de 1158, cuando sólo contaba 3 años de edad, murió Sancho III, que designó como regente del reino a su antiguo ayo, Gutierre Fernández de Castro, que además debía vigilar la formación de Alfonso, para que fuera lo más completa posible.

    Don Gutierre, debido a las fuertes presiones que ejerció sobre él la familia Lara, se vio obligado a renunciar a su cargo y a entregar al rey niño a García García de la Aza, el cual un año y medio más tarde, le entregó a Manrique Pérez de Lara. Las protestas de los Castro fueron en aumento, lo que provocó sucesivos episodios violentos, en los que participó activamente desde el año 1162, Fernando II de León. Los Lara mantuvieron el control sobre Alfonso VIII durante 9 años, a pesar de la violenta muerte de don Manrique en 1164, ya que Nuño Pérez de Lara asumió todas las responsabilidades que había ostentado su hermano mayor, hasta que el monarca tomó el control de su reino en el año 1169.

    Durante la minoría de edad de Alfonso, Fernando II se había apoderado del Infantazgo de Tierra Campos, las relaciones de ambos monarcas fueron cordiales durante los primeros años de gobierno personal del rey de Castilla. Pero las relaciones entre tío y sobrino se fueron enrareciendo con el paso del tiempo, sobre todo a partir del año 1176, cuando Alfonso dio por concluidas sus campañas en Navarra. En el otoño de 1178 el monarca castellano con un poderoso ejército, partió de Simancas para atacar Medina de Rioseco. Fernando II intentó cortarle el paso en Castrodeza, donde Alfonso VIII obtuvo una importante victoria, que le permitió apoderarse de todas las plazas y villas que formaban parte del ya citado Infantazgo. El rey de León no se resignó a perder estos territorios, por lo que se sucedieron los enfrentamientos entre tropas castellanas y leonesas en la frontera de ambos reinos. Pronto ambos monarcas acercaron sus posiciones y finalmente llegaron a un principio de acuerdo el 27 de febrero de 1181, que fue ratificado oficialmente por la Paz de Medina de Rioseco el 21 de marzo de ese mismo año. La paz no fue duradera, ya que en 1182 volvieron a reanudarse las hostilidades, por lo cual se hizo necesaria la intervención del maestre de Santiago y del prior de la orden de San Juan, que mediaron para que Fernando II y Alfonso VIII volvieran a negociar, firmándose así el Tratado de Fresno-Lavandera el 1 de junio de 1183.

    La llegada al poder de Alfonso IX, tras la muerte de Fernando II, el nuevo monarca de León intentó afianzar las relaciones de amistad con su primo. Así el 19 de marzo de 1188 tuvo lugar una reunión entre ambos monarcas en Carrión de los Condes, en la cual Alfonso IX se comprometió a casarse con una infanta castellana y fue armado caballero por Alfonso VIII, lo cual significaba que el rey de León reconocía la supremacía del rey de Castilla. Poco después Alfonso VIII presidió el matrimonio de su hija primogénita, doña Berenguela, con el príncipe alemán Conrado, tras lo cual ambos fueron jurados como herederos de Castilla, ya que en ese momento no había nacido ningún infante. Dichos acontecimientos no fueron del agrado de Alfonso IX, que acariciaba la idea de convertirse en el heredero al trono castellano, por lo que firmó una alianza con el rey de Portugal, a la que se unió poco después el monarca aragonés Alfonso II y Sancho VI de Navarra, que aislaba a Castilla. La situación se fue haciendo cada vez más tensa entre ambos monarcas y fue necesaria la intervención del papa para evitar la guerra, firmándose el laudo arbitral de Tordehumos el 20 de abril de 1194.


    Firmada la paz, Alfonso VIII dedicó sus esfuerzos a luchar contra los almohades, aunque no desaparecieron los problemas, ya que Alfonso IX firmó una importante alianza con el califa almohade tras la batalla de Alarcos. Alfonso VIII, tras recibir la noticia de que los leoneses se preparaban para atacar su reino, firmó una alianza con Pedro II de Aragón e hizo todo lo que estuvo en su mano para asegurarse que Sancho VII de Navarra se mantuviera neutral. Esto permitió al rey de Castilla enfrentarse con éxito a Alfonso IX, recuperó Plasencia, tomó la fortaleza de las Somozas y la población de Castro de los Judíos. Concluida la campaña Alfonso VIII se quejó ante el papa, el cual amonestó a Alfonso IX por colaborar con los musulmanes, aunque de nada sirvió ya que el rey de león mantuvo sus contactos con éstos. Pero la situación muy pronto cambiaría, ya que en el año 1197 Alfonso VIII firmó una tregua de 5 años con el califa almohade, circunstancia que dejó al rey de León completamente aislado.

    El monarca castellano, siguiendo los consejos de su esposa, decidió firmar la paz con su primo, el cual se comprometió en matrimonio con la infanta Berenguela, para asegurar la paz entre ambos reinos, por un lado Alfonso VIII entregó a su hija como dote las plazas fronterizas que le había arrebatado al monarca leones y éste como prueba de sus buenas intenciones, entregó a la infanta castellana las plazas que había arrebatado a su padre. Pero tanto el papa Celestino III, como su sucesor Inocencio III, se negaron a reconocer esta unión, dado el grado de parentesco. Así a pesar de los intentos por legalizar el matrimonio por parte de ambas cortes, tanto doña Berenguela como Alfonso IX fueron excomulgados, excomunión que se hizo extensible a los hijos que nacieran de esta unión.

    Tras conocer la decisión del pontífice, Alfonso VIII, abandonó el asedio de Vitoria, para dirigirse a Plasencia donde se reunió con su yerno, el 8 de diciembre de 1199. Allí se firmó un acuerdo por el cual se reconocía a doña Berenguela como dueña de todas las plazas fronterizas hasta su muerte, aunque finalmente se disolviera la unión. La paz con León quedó sólidamente cimentada y durante los años siguientes tan solo se registraron enfrentamientos sin importancia.

    Con respecto a Navarra, durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Sancho VI de Navarra además de vincular a sus posesiones los territorios de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, incorporó a su reino gran parte de la Rioja, Logroño, algunas plazas como Santo Domingo de la Calzada y tras penetrar en la Bureba, tomó posesión de Briviesca; tras lo cual firmó una tregua con Nuño Fernández de Lara. Dicha tregua que debía tener una duración de 10 años, fue rota por Alfonso VIII en el año 1172, ya que no podía tolerar estas importantes pérdidas territoriales. En el mes de mayo el castellano recuperó las plazas de Briviesca y Garañón, y en el mes de septiembre había llegado hasta Logroño. Pero la guerra no había hecho más que empezar. Así las campañas se mantuvieron hasta el año 1176, en que tras el asedio a la plaza de Leguín, el rey navarro decidió contemporizar con su enemigo.

    Debido a las dificultades para llegar a un acuerdo, fue necesario recurrir a Enrique II de Inglaterra. Tras la intervención de éste se firmó el 25 de agosto de 1176, un compromiso arbitral, por el cual ambos monarcas se comprometían a instaurar sus fronteras en el mismo punto en el que se encontraban a comienzos del reinado de Alfonso VIII, aunque esto no satisfizo las aspiraciones de ninguno, motivo por el cual se mostraron reacios a acatar la sentencia, especialmente Sancho de Navarra, que finalmente se vio forzado a aceptar la nueva situación, por las fuertes presiones que Alfonso VIII ejerció sobre él. Así el 15 de abril de 1179 se firmó un nuevo tratado de paz.

    La calma fue la tónica los años siguientes, aunque tras la muerte de Sancho VI, el 27 de junio de 1194, se reanudaron los enfrentamientos, puesto que su sucesor, Sancho VII, aprovechando la derrota de Alfonso en Alarcos, decidió aliarse con el rey de León, y pactando con los almohades. Aunque hay que señalar que Sancho el Fuerte no llegó a intervenir en apoyo de Alfonso IX, ya que en marzo de 1197, a instancias del rey de Aragón, se reunió en Tarazona con el rey de Castilla, restableciéndose nuevamente la concordia entre ambos reinos. Pero la paz, una vez más, no iba ser duradera, ya que el navarro rompió la tregua ese mismo año, acción que no fue perdonada por Alfonso VIII, que tras firmar la paz con León y con los almohades, llevó a cabo una serie de campañas, entre 1198 y 1200, que tuvieron como principal consecuencia que Álava y Guipúzcoa se incorporaran definitivamente a Castilla.


    La alianza firmada por Alfonso VII con ibn Mardanis, el rey Lobo, no se vio alterada durante la minoría de edad de su nieto, Alfonso VIII. Dicha alianza fue beneficiosa para los castellanos, que gracias a la intervención de éste, no tuvieron que hacer frente a los ataques almohades, en un momento en que la situación interior estaba marcada por los enfrentamientos entre los Lara y los Castro. Esta situación de calma se trastocó cuando Alfonso VIII llegó a la mayoría de edad, puesto que educado en los ideales de la Reconquista, muy pronto estuvo interesado en enfrentarse a los musulmanes, motivo por el cual entró en contacto con el caudillo luso Geraldo Sempavor y afianzó sus relaciones con el rey Lobo. Los norteafricanos decidieron informar al emir de Marruecos, Yacub, del cambio que se había producido en el reino de Castilla, motivo por el cual éste decidió cruzar el Estrecho para encabezar una expedición de castigo personalmente. De este modo en el año 1171 tras atravesar Badajoz, Yacub atacó Toledo aunque su verdadero propósito era acabar definitivamente con la independencia del reino de Murcia, reino que pasó a estar bajo su control el año siguiente, sin que Alfonso VIII pudiera hacer nada por evitarlo. El peso de la guerra contra los musulmanes recayó en el reino de Castilla, puesto que al desaparecer el reino de Murcia sus fronteras quedaban expuestas a los ataques almohades. Ese mismo 1172, Toledo y Talavera fueron duramente castigadas y se puso sitio, el 8 de julio, a la fortaleza de Huete. Alfonso no tardó en reaccionar partiendo para liberar la plaza. Pero Yacub se había visto obligado a levantar el asedio, tras quedar devastado su campamento por un fuerte vendaval. De este modo se encontraron el 25 de julio y un día después se iniciaron los enfrentamientos, aunque no tuvo lugar ninguna batalla campal, ya que Alfonso VIII abandonó sus posiciones y se dirigió a Hita, aunque finalmente, debido a los problemas que tenía en sus fronteras tanto con navarros como con leoneses, decidió negociar una tregua con los almohades, la cual se firmó ese mismo año.

    Alfonso no tardó en romperla tras firmar, junto al rey de Navarra el compromiso arbitral que había dictado Enrique II. Así en enero de 1177 encontramos al monarca castellano dirigiendo personalmente el asedio a Cuenca, ciudad rendida por hambre en septiembre de ese mismo año. Desde la conquista de Cuenca hasta el año 1181, el rey de Castilla no participó personalmente en ninguna expedición, quizá por los numerosos enfrentamientos que mantuvo con el rey de León, hasta la firma del Tratado de Medina de Rioseco.

    Firmada la paz con Fernando II, no tardó Alfonso en reanudar las hostilidades contra los musulmanes, a finales de abril de 1181 le encontramos en Toledo preparando una expedición mucho más ambiciosa que las llevadas a cabo en años anteriores. En el mes de junio de 1182 condujo a sus hombres a la ciudad de Córdoba, ante el estupor de los almohades, al tiempo que el gobernador de Sevilla realizaba los primeros intentos para reorganizar el ejército. Dicha situación animó a Alfonso a seguir con la campaña y tomó la plaza de Setifilla, puesta bajo la custodia de una poderosa guarnición, ya que pretendía conservar esta fortaleza como avanzadilla cristiana, aunque finalmente tuvo que renunciar debido a la reacción del citado gobernador de Sevilla, que intentó tomar Talavera, aunque sin ningún éxito. Los dos años siguientes, los ejércitos castellanos continuaron con sus campañas en territorio enemigo, no obstante, la inesperada muerte de Yacub puso fin a la ofensiva iniciada por los almohades en el año 1184, circunstancia que animó a los castellanos a penetrar en territorio musulmán entre los años 1185 y 1189. Pasados estos años la situación del imperio almohade se hizo más estable, ya que el nuevo emir, Muhammad al-Nasir, decidió cruzar el Estrecho para iniciar la guerra santa en contra de los castellanos, circunstancia que impulsó a Alfonso VIII a solicitar una tregua, que fue aceptada por éste en el año 1190.

    Entre los años 1190 y 1193 la tregua fue renovada puntualmente, pero tras la firma del Tratado de Tordehumos, el 20 de abril de 1194, el rey castellano, decidió organizar una nueva expedición por tierras del Guadalquivir, en la que obtuvo unos resultados brillantes. La reacción del emir almohade no se hizo esperar y en la primavera del año siguiente volvió a convocar a todos los musulmanes para emprender la guerra santa. Conocidas las intenciones de Muhammad, Alfonso VIII, convocó a los magnates castellanos y a todos los miembros de las órdenes militares, para plantar cara al enemigo. A pesar de reunir un poderoso ejército, Alfonso sufrió una de las derrotas más dolorosas de su reinado en Alarcos, batalla celebrada el 18 de junio de 1195. La debilidad de Alfonso fue aprovechada por los reyes de León y de Navarra para firmar una alianza con los musulmanes los cuales envalentonados por su triunfo se negaron a firmar la paz con Castilla. En el año 1196 los almohades iniciaron una expedición en contra de Toledo, que pudo resistir el ataque. Finalmente el emir consintió en firmar una tregua con Alfonso VIII.

    La tregua se mantuvo hasta 1210, sin registrar ningún enfrentamiento, debido al interés que demostró sentir Alfonso VIII por Gascuña. Las relaciones entre almohades y castellanos se fueron enrareciendo con el paso de los años, especialmente en las fronteras, es posible que la repoblación emprendida por el monarca castellano en la plaza de Moya, encendiera la mecha de la guerra. Así el emir almohade llegó a al-Andalus a principios del año 1211, tras haber ordenado que se predicara la guerra santa, aunque, al parecer, los primeros ataques partieron de los cristianos, un grupo de caballeros de la Orden de Calatrava, atacaron Baeza, Andújar y Jaén. Rota definitivamente la paz, los almohades iniciaron una incursión por territorio castellano y pusieron sitio en junio a la fortaleza de Salvatierra. Alfonso puso en pie de guerra a todos sus hombres, aunque no logró liberar la mencionada fortaleza. Pero la caída de Salvatierra provocó que gran cantidad de hombres de todos los reinos cristianos, tanto de la Península, como caballeros europeos, acudieran a luchar en defensa de su religión y se unieran a las tropas de Alfonso VIII en Toledo el día 20 de mayo de 1212. Así, un mes después, un poderoso ejército abandonó la ciudad, los norteafricanos salieron a su encuentro en el llamado paso del Muradal, lugar donde tuvo lugar el día 16 julio, la famosa batalla de las Navas de Tolosa. Pero a pesar de la derrota musulmana, no acabaron los enfrentamientos, siendo el hambre que se vivía en tierras de Castilla el detonante que impulsó a Alfonso a firmar una tregua con sus enemigos en el año 1214.

    Las relaciones entre Alfonso VIII y Alfonso II de Aragón fueron cordiales desde 1169 hasta 1179, aunque existieron algunas diferencias que fueron resueltas sin dificultad. Ambos monarcas se enfrentaron conjuntamente al rey de Navarra entre 1174 y 1177, por no mencionar que Alfonso II colaboró decisivamente en la conquista de Cuenca. Pero tras la firma del Tratado de Cazorla, el 20 de marzo de 1179, las relaciones se fueron enfriando, y el 15 de abril de ese mismo año, Alfonso VIII firmó la paz por separado con el rey de Navarra, acto que no gustó al aragonés. A pesar de lo cual, ambos reyes intentaron resolver un pequeño conflicto fronterizo de forma pacífica y acordaron que el primero ayudaría al segundo a afianzar su autoridad sobre Albarracín. Alfonso VIII mostró poco interés en participar en los proyectos de Alfonso II, circunstancia que indujo a éste a aliarse con el rey de Navarra, el 7 de septiembre de 1190 en Borja. Simultáneamente Alfonso IX de León firmaba un tratado con el rey de Portugal, alianza que no tardó en unirse al ya firmado por aragoneses y navarros, en el Tratado de Huesca, firmado el 12 de mayo de 1191. De este modo en el mes de julio los reyes de Aragón y de Navarra iniciaron una expedición por tierras sorianas, aunque muy pronto Alfonso II tuvo que abandonar a su aliado, ya que Teruel fue atacado por los castellanos. Éste nada pudo hacer por defender sus posesiones, ya que fue hecho prisionero tras caer en una emboscada, aunque gracias a la intervención de los obispos de Osma y Tarazona, se restableció la concordia entre ambos reinos, tras la muerte de Alfonso II en 1196, su sucesor Pedro II, se convirtió en el principal aliado de Alfonso VIII hasta el año 1213.

    Gascuña formaba parte de la dote de su esposa, doña Leonor, pero el monarca castellano apenas le prestó atención hasta el año 1199. Así no tomó ninguna medida en contra del vizconde de Bearn, cuando este juró fidelidad al rey de Aragón en el año 1170 y no pudo o no quiso hacer nada, para frenar las actuaciones de los nobles gascones tras la llegada al trono de su cuñado, Ricardo Corazón de León. Pero la llegada de las tropas castellanas a la frontera del Bidasoa, marcó un antes y un después en las relaciones de Alfonso VIII con Juan Sin Tierra y con Felipe Augusto de Francia, que buscaron la amistad del castellano, puesto que ambos se encontraban en guerra. Al mismo tiempo algunos nobles gascones buscaron el favor de Alfonso, lo cual favoreció que éste mostrara un interés creciente por este territorio, aunque hasta la muerte de Leonor de Aquitania, el 4 de abril de 1204, no dejó sentir su autoridad. No obstante, a pesar de que encabezó una expedición para reforzar su posición en 1205, apenas un año después abandonó sus pretensiones sobre Gascuña.

    En virtud de una de las cláusulas del tratado de Sahagún, firmado por Sancho III de Castilla y Fernando II de León en el año 1157, sí alguno de los monarcas fallecía sin descendencia, la corona revertiría directamente en aquel que sobreviviera. Dicha cláusula se mantenía en vigor entre los descendientes de ambos, motivo por el cual era urgente dar a la corona de Castilla un heredero lo más rápido posible, ya que Alfonso VIII carecía de hermanos, por lo que en época muy temprana se inició la búsqueda de una esposa para el joven monarca. La elegida fue doña Leonor, la hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, con la que Alfonso VIII contrajo matrimonio en septiembre de 1170. Pero el matrimonio no debió consumarse hasta años más tarde, ya que Leonor tenía 10 años cuando se celebró el enlace. El primer nacimiento del que tenemos constancia es el de doña Berenguela, en 1180, después de esta fecha conocemos la identidad de al menos 9 hijos más, entre los que podríamos destacar por su importancia al infante Fernando en 1189, cuya muerte causó una profunda tristeza en su padre; y al futuro Enrique I, en 1204.

    La vida familiar de Alfonso VIII fue feliz, aunque la muerte de algunos de sus hijos enturbió esta felicidad. De este modo el rey se mostró satisfecho con su matrimonio y sobre todo con las grandes cualidades de su esposa, a la que respetó durante los 44 años que duró su unión. Aunque existen algunas referencias literarias, que hablan de una supuesta relación de Alfonso VIII con una judía de Toledo, aunque dicha relación no ha podido ser corroborada.

    Por lo que respecta a los últimos años del monarca hay que señalar que tras la citada batalla de las Navas de Tolosa, la salud de Alfonso se encontraba muy deteriorada, debido fundamentalmente a las numerosas campañas guerreras que éste había dirigido a lo largo de su reinado. Pero su delicado estado de salud no le impidió continuar ejerciendo sus responsabilidades. Así a pesar de que entre octubre y noviembre del año 1213 había estado a punto de morir, a causa de una grave enfermedad, a finales de éste último mes emprendió viaje a Toledo, ciudad donde debía reunirse con su ejército para marchar sobre Baeza. El asedio de Baeza se prolongó durante algunos meses y Alfonso VIII permaneció en el mismo hasta el 2 de febrero de 1214, fecha en la que inició el regreso a Castilla. No permaneció mucho tiempo descansando, puesto que pocos días después viajó a Carrión de los Condes. Instalado nuevamente en Burgos a principios del mes de mayo, durante todo el verano estuvo muy pendiente de las negociaciones para firmar una tregua con los almohades, tras lo cual, a principios de septiembre de ese mismo año, inició el que sería su último viaje. Gravemente enfermo, apenas podía cabalgar sin ayuda, Alfonso VIII se obstinó en viajar a Palencia, donde debía reunirse con su yerno Alfonso II de Portugal. Pero en el viaje, el rey, recibió la noticia de la muerte de uno de sus más fieles colaboradores, Diego López de Haro, personaje al que pensaba entregar la custodia del infante Enrique. Aunque hay que tener en cuenta que continuaba teniendo vigencia el testamento elaborado por el monarca en el año 1201, por el cual la reina Leonor se convertía en tutora del monarca y en regente en caso de que se produjera su fallecimiento, ya que había confirmado nuevamente el mencionado documento tras la muerte del infante Fernando.

    La muerte de Alfonso VIII tuvo lugar en una pequeña aldea situada entre Arévalo y Ávila, llamada Gutierre Muñoz, donde su séquito se detuvo, dado que el monarca aquejado de fiebres era incapaz de seguir. Acompañado por su esposa, su hija doña Berenguela y su heredero el infante Enrique, tras solicitar una última confesión, recibió la extremaunción de manos del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada. Pocas horas después, en la madrugada del 5 al 6 de octubre fallecía el rey de Castilla a punto de cumplir los 59 años. Debido a la falta de medios de la mencionada aldea, tras encontrar un ataúd adecuado para transportar sus restos, Alfonso VIII fue conducido a Valladolid, donde fue embalsamado. Pocos días más tarde fue enterrado con toda solemnidad en el Panteón Real del monasterio de las Huelgas.





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