Leonor de Plantagenet esposa del rey Alfonso VIII
Fue la octava de los diez hijos que LEONOR de Aquitania tuvo, primero con el rey de Francia, Luis VII, y después con el de Inglaterra, ENRIQUE II. Nació en Normandía, en el castillo de Domfront, de la estirpe de los temibles vikingos que conquistaron aquellas tierras francesas y luego hicieron lo mismo con Inglaterra. Su madre, duquesa de Aquitania, poseía más tierras galas que el propio rey francés, con quién la casaron. Cuando se divorció de él, y se casó con el rey inglés muchas de ellas pasaron a esa corona y estuvieron en el origen de de cien años de guerra.
Uno de sus hermanos fue el legendario RICARDO CORAZÓN DE LEÓN y otro fue Juan sin Tierra. Pero Leonor de Plantagenet, también señora de Aquitania y condesa de Gascuña, fue ante todo, reina de Castilla, esposa de ALFONSO VIII, el vencedor de Las Navas y fundadora del Real Monasterio de las Huelgas. Una de las grandes reinas de la historia de España.
Protectora de maestros canteros, fue iniciadora de la catedral de Cuenca, por lo que tiene algo de estilo normando. Impulsora del Camino de Santiago, su abuelo, Guillermo el Aquitano, había muerto de agotamiento tras concluir su peregrinaje, abrazado a la imagen del apóstol. También fue la voz que susurró al rey castellano la conveniencia de dar fueros a villas y gentes cantábricas para que construyeran los barcos que iban a ser la base de la hegemonía de la Escuadra Castellana, durante tantos siglos, en los mares del mundo.
Cuando llegó a España para casarse con ALFONSO VIII de Castilla era tan solo una niña de 10 años. Había sido recogida en Burdeos por el arzobispo de Toledo y los obispos de Burgos, Palencia, Segovia y Calahorra amén del todopoderoso jefe de la casa Lara, don Nuño Pérez de Lara y los más importantes condes del reino. ALFONSO VIII la esperó en Tarazona, donde reinaba su primo, ALFONSO II, casado con su tía, doña SANCHA.
Alfonso no era mucho mayor que ella, “El rey Pequeño” le llamaban aún los moros. Había llegado a los 15 años, edad que le habilitaba para reinar, tan solo unos meses antes. Su niñez había sido tormentosa pero las vicisitudes habían forjado un bien probado carácter y dado una entereza impropia de sus pocos años. Leonor aportó la Gascuña como
dote y adornó la corte castellana con la dignidad de su persona. La
reina era, según decían, la viva imagen de su madre, LEONOR de Aquitania. Casi
tan alta como ALFONSO a pesar de su edad; de cuerpo esbelto, piel clara,
cabellos rubios y cara limpia y risueña, recorrida de pecas que le daban un
aire travieso y que encandilaban al rey. Pero el encanto que venía a
Castilla estaba en sus ojos, cuyo coló nadie era capaz de afirmar. Tan pronto
se presentaban verdes como marrones. A La Luz de los hachones parecían de miel,
y bajo el sol de Castilla eran dorados.
Pero eran dos niños quienes se unieron en el altar en Tarazona y se fueron luego a celebrar sus bodas a su capital burgalesa. No se separarían nunca, salvo cuando tuvo que quedar como regente, aunque siempre procuró hacerlo cerca, incluso en la peligrosa frontera musulmana y a veces embarazada, una vez que le llegó la edad de consumar el matrimonio, y a partir de los 18 comenzó a tener hijos. Diez de ellos superaron el parto y fueron bautizados aunque la desdicha se cebó en los varones: el primero Sancho, a los tres meses de nacer; el príncipe Fernando ya cumplidos los 20, cuando ya combatía al lado de su padre, murió de fiebres un año antes de Las Navas, dejando sobrecogido al reino y desolados a sus padres; y el pequeño Enrique, que aunque fue rey no reinó, murió también niño por el golpe de una teja desprendida en la cabeza.
Esa muerte no la sufrió ya Leonor, pues ella misma había seguido a su marido ALFONSO, menos de un mes después de que el rey falleciera. Habría de ser la mayor de todos los vástagos, BERENGUELA, quien hubiera de mantener, y le costó lo suyo, la Corona, hasta entregarla a su hijo, FERNANDO III, que unificaría definitivamente León y Castilla y conquistaría Córdoba y Sevilla a los musulmanes, culminando así la obra de su abuelo, llegando incluso, a Santo. Otras dos hijas fueron también reinas: Urraca, a la que vio casarse con el rey portugués ALFONSO II y la séptima de todos, la que llevaba su mismo nombre, Leonor, que sería la reina de Aragón y su marido nada menos que JAIME I el Conquistador.
La reina niña, desde su llegada a Castilla se había hecho querer desde el principio por los castellanos y por su esposo, que le enseñó la lengua y las costumbres, hasta convertirse en la más castellana de las reinas. ALFONSO también aprendió de ella muchas cosas. Así convino en que vinieran a su reino muchos caballeros y gentes de allende de los Pirineos, de Aquitania y de Gascuña, a repoblar la dura frontera, la Extremadura Castellana, muchos pueblos llevan su patronímico como Gascuña de Bornova. También llegaron canteros y maestros en construir templos y catedrales, fortificaron Atienza y conquistaron Cuenca, ciudad que cautivó a Leonor y a la que favoreció en lo que pudo e inició las obras de su catedral. Y Burgos, claro, donde se volcaron sus afanes por engrandecerla como gran capital castellana. El REAL MONASTERIO DE LAS HUELGAS sería la más hermosa y perdurable de sus obras, en él está la enseña arrebatada al califa almohade que pretendía hacer zozobrar a la cristiandad entera. En las Huelgas están enterrados Leonor y ALFONSO y en la sala contigua muchos de sus hijos y también la que fue la primera señora y abadesa del Monasterio, su hija Constanza.
Fue Leonor una buena consejera real y hizo ver a su marido cosas de la mar que le fueron muy útiles y que, como inglesa y normanda sabía. Las villas de Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera y Castro Urdiales se convirtieron en el germen de la gran armada de Castilla. También ayudo a su esposo en las cosas del mundo y de la diplomacia y a través de sus poderosos parientes logró en buena medida que el Papa Inocencio declarara cruzada el combate mortal y decisivo contra el terrible imperio almohade.
Al lado del rey ALFONSO estuvo Leonor siempre y en todo momento, también en las horas malas, tras la desastrosa derrota de Alarcos, cuando todo el reino se tambaleó y fueron acosados tanto por los crecidos sarracenos como por sus propios parientes, los otros reyes cristianos, el de Navarra y el de Aragón, que se confabularon con ellos.
Y aunque seguramente ella no tuvo noticia, porque la leyenda fue una invención muchos años posterior, es cuando presuntamente acaeció el abandono del rey a su esposa seducido por una hermosa judía toledana. De ello se escribió mucho, siglos después, y se sigue escribiendo ahora, quedando como hecho cierto y por demás novelado, aunque no se sostenga en nada. Porque lo del rey ALFONSO encerrado con la hermosa judía y abandonando todas sus obligaciones nada menos que durante siete años, y que ese pecado fuera la causa de su derrota en Alarcos, no tiene nada de verdad, pues durante ellos la reina Leonor no dejo de darle hijos y de estar junto a él por villas y ciudades. Pero las leyendas, más si son románticas y las pergeñan alemanes, el escenario es Toledo y su protagonista una bella hebrea, son imbatibles y no hay pergamino viejo que pueda con ellas.
Pero lo cierto es que los dos, ALFONSO y Leonor, fueron de la mano juntos por la vida desde que se la dieron siendo niños en Tarazona cuando ella llegó rodeada de lo más florido de la nobleza aquitana y gascona a la guerrera y austera Castilla, hasta que la de ALFONSO cayó rendida por la fiebre y por la muerte el 5 de octubre de 1214, en Gutierre-Muñoz (Ávila) cuando se dirigían hacia Portugal a visitar a su hija Urraca. No tardó tan siquiera un mes la reina Leonor, para acompañarlo a la tumba, el día 31.
Esa fue Leonor de Plantagenet de Aquitania, reina de Castilla. Una gran reina, y un hermoso nombre.
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