Jaime I el Conquistador, rey de Aragón desde 1213 a 1276


    También rey de Valencia. Jaime fue engendrado cuando se cumplían dos años de que su padre, Pedro II el Católico, rey de Aragón, hubiese repudiado a su madre, María de Montpellier, y solicitado la nulidad del matrimonio al papa Inocencio III, el cual siempre se negó a concedérsela. Al parecer, la reina urdió una estratagema mediante la cual sustituyó en el lecho a una amante del rey Pedro y consiguió quedar embarazada. El niño nació el 2 de febrero de 1208 y, aún en su cuna, fue objeto de un atentado, en 1211 fue entregado por su padre Pedro II, como rehén a Simón de Montfort, ya que en aquel momento se encontraba en una grave situación política y militar ante los avances de la cruzada contra los albigenses en el sur de Francia.

    El gran interés de Pedro II por el sur de Francia se veía acrecentado, por las alianzas que se derivaban de su matrimonio con María, quien en 1203, a la muerte de su padre, había heredado Montpellier. La doctrina de los albigenses, basada en un sistema de tipo maniqueo; rechazaba la jerarquía eclesiástica, la riqueza y el derecho de propiedad, lo que permitió entre sus adeptos encontronazos entre la burguesía y las clases populares de Languedoc y Occitania, regiones en las que la secta tuvo mayor arraigo, así como con los señores feudales de la región, deseosos de apropiarse de las tierras eclesiásticas. En 1208 Inocencio III hizo predicar una cruzada contra los albigenses, que quedó al mando de Simón de Montfort, el cual, al frente de un ejército de caballeros del norte de Francia, asoló Languedoc; la cruzada se convirtió así en una lucha entre la nobleza languedociana y el poder real de los Capeto del norte de Francia. 

    En 1213, Pedro II recibió una petición de ayuda de su vasallo, el excomulgado conde de Tolosa, viéndose obligado a intervenir y, con la aureola conseguida en la batalla de las Navas de Tolosa, se lanzó al frente de sus tropas contra el enemigo. El choque tuvo lugar en Muret, donde fue derrotado y muerto por Simón de Montfort. De esta manera, a los cinco años de edad, Jaime heredaba los dominios de sus padres y se convertía en un rey rehén. La nobleza aragonesa envió una embajada al papa para pedirle la liberación del niño. Una bula de Inocencio III hizo que Simón de Montfort le liberara en 1214, tras lo cual fue reconocido como rey de Aragón y conde de Cataluña y, como determinaba el testamento de María de Montpellier, muerta el año anterior, fue entregado a la custodia de los templarios. En Monzón, una de las plazas fuertes de la orden, Jaime I fue educado por el gran maestre del Temple mientras ejercía la regencia su tío Sancho, conde del Rosellón. 

    Sancho quiso continuar la intervención en el sur de Francia que había caracterizado a la Corona de Aragón y, pese a la oposición del papa, continuó la lucha contra Simón de Montfort. Mientras, en Aragón las luchas entre los barones feudales se hacían endémicas y Sancho se vio obligado a renunciar a parte de sus poderes. En 1217 el rey fue llevado a Zaragoza, donde fue prisionero de la nobleza. En 1220, a los trece años de edad, le casaron con la infanta Leonor, hija de Alfonso VIII de Castilla, de la que nueve años más tarde tuvo un hijo, Alfonso; este matrimonio fue declarado disuelto en 1229 por el Concilio de Lérida, a instancias del rey, debido al grado demasiado próximo de parentesco entre la pareja, aunque el mismo concilio reconoció la legitimidad de Alfonso

    Entre 1222 y 1226 Jaime I tomó parte en varias acciones bélicas, como el sitio de Castejón o la fracasada campaña contra Peñíscola, en las que adquirió experiencia guerrera. En 1226 se preparó una expedición contra Teruel que finalmente no se llevó a cabo debido a la alianza entre esta ciudad y el rey musulmán de Valencia, con quien se había concertado una tregua. A raíz de una discusión sobre la conveniencia de respetar la tregua, Jaime I, partidario de ella, se enzarzó en una pelea cuerpo a cuerpo con uno de sus nobles, el cual resultó muerto por un partidario del rey. Esta muerte provocó un duro alzamiento contra Jaime I, en el que intervino gran parte de la nobleza. El rey logró dominar la situación y en 1227, a los diecinueve años de edad, inició su gobierno personal tras alcanzar la paz de Alcalá, un acuerdo por el que eran nombrados como árbitros de los posibles conflictos el obispo de Lérida, el arzobispo de Zaragoza y el maestre del Temple. Uno de los frutos de este acuerdo consistió en la restitución del condado de Urgel a la condesa Aurembiaix, que se declaró feudataria de la corona y se convirtió en amante del rey. 

    En 1228, las cortes de Barcelona aprobaron una expedición de conquista de las Baleares. La armada del rey Jaime I partió de los puertos de Tarragona, Salou y Cambrils en septiembre de 1229 y el desembarco se produjo en Santa Ponsa. La dura batalla de Porto Pi llevó a los expedicionarios hasta la capital, que estuvo sometida a asedio durante tres meses y fue tomada por asalto el 31 de diciembre de 1229, con intervención directa del rey. La campaña duró hasta 1232 y fue completada en 1235 con la conquista de Ibiza.

    Entretanto, el anciano rey Sancho VII el Fuerte de Navarra, que había mantenido excelentes relaciones con la Corona de Aragón y recelaba de las intenciones castellanas, impulsó un tratado con Jaime I por el que se prohijaban ambos monarcas. Este tratado, firmado en Tudela en 1231, favorecía a Jaime I en cuanto que era bastante más joven que su padre adoptivo y, previsiblemente, heredaría la corona de Navarra. Pese a que Sancho VII murió tres años después, el pacto no se cumplió, entre otras razones por el temor del resto de los monarcas de la cristiandad, incluido el papa, al poderío resultante de un reino que surgiera de la unión entre los de Navarra y Aragón. 

    En 1232 las Cortes de Monzón decidieron la conquista de Valencia, que había empezado con la toma de Morella y que fue continuada, mediante la conquista de Burriana en 1233 y un lento avance hacia la capital. En 1235 Jaime I contrajo matrimonio con la princesa Violante de Hungría, que aportó como dote una importante cantidad monetaria y unos territorios que nunca fueron gobernados por Jaime I o sus sucesores; en cambio, el rey se comprometía a dar las Baleares y lo que conquistara en Valencia a los hijos que tuviera con Violante. La reina Violante impulsará la conquista de Valencia y acentuará las diferencias entre el rey y su primogénito Alfonso

    En 1237, ya en tierras valencianas, Jaime I juró que no volvería a cruzar el Ebro hasta que hubiera conquistado la ciudad de Valencia, que se rindió en septiembre de 1238. Una campaña posterior, destinada a conquistar Játiva, Alcira y Biar, dio origen a un serio conflicto entre Jaime I y el infante Alfonso, heredero de la corona castellana que se convertiría en Alfonso X el Sabio. Tras una difícil negociación en la que destacó la energía de Jaime I y la intervención de la reina Violante, se firmó en 1244 el Tratado de Almizra, que fijaba definitivamente los límites de las conquistas castellanas y catalanoaragonesas en una línea que pasaba por Biar y la sierra de Villena. A pesar de este tratado y de los lazos de parentesco entre las familias reales de Castilla y Aragón por el matrimonio entre Alfonso X y Violante de Aragón, hija del rey Jaime I, las relaciones entre los dos grandes reinos peninsulares alcanzaron momentos de tensión, principalmente con ocasión del levantamiento de los musulmanes de Valencia en 1254, a los que de forma encubierta prestaba apoyo el ya rey Alfonso X de Castilla. Dos años más tarde, en una entrevista celebrada en Soria, Jaime I y su yerno Alfonso X lograron establecer un clima de cooperación que alcanzaría su resultado más tangible en 1265 cuando el Conquistador, contra la opinión de su nobleza, en especial de los barones aragoneses, se lanzó a la conquista del reino de Murcia, que era desde hacía veinte años un protectorado castellano, y después de una rápida campaña lo entregó en 1266 a Castilla. 

Entrada de Jaime I en Valencia

    Jaime I fue un gran jefe militar y dio muestras de extraordinario valor personal; sin embargo, cometió con frecuencia errores políticos de envergadura, entre los que destaca la partición de sus reinos entre sus herederos. En 1248 fue conocida la disposición testamentaria del rey, según la cual Alfonso, su primogénito, hijo de Leonor de Castilla, recibiría el reino de Aragón; Pedro, futuro Pedro III el Grande, primero de los hijos habidos con Violante de Hungría, reinaría sobre Cataluña, Baleares y el condado de Ribagorza; a Jaime, futuro Jaime II de Mallorca, hijo también de Violante, le destinaba Valencia; finalmente, Fernando heredaría el Rosellón. 

    El infante Alfonso se mostró disconforme con este reparto, y sus diferencias con el rey llegaron a un punto tal que en 1250 las cortes de Alcañiz nombraron un jurado con la misión de resolver el conflicto. Las muertes de Alfonso, FernandoViolante de Hungría obligaron a modificar los acuerdos alcanzados hasta entonces, sin por ello abandonar la idea de división de los territorios gobernados por el Conquistador. Las desavenencias entre los infantes Pedro y Jaime fueron un factor añadido al nuevo reparto, que quedó definitivamente establecido en 1262: Pedro, que en secreto impugnó el nuevo testamento de su padre, recibiría los reinos de Aragón y Valencia y el condado de Barcelona; Jaime, el reino de Mallorca, los condados de Rosellón, Colliure, Conflent y Vallespir y el señorío de Montpellier. Esta secesión de los dominios catalanoaragoneses se produjo efectivamente a la muerte del rey y se mantuvo durante tres cuartos de siglo. 

    En 1258, poco antes de que quedara establecida la partición definitiva, Jaime I firmó con Luis IX, rey de Francia el Tratado de Corbeil, según el cual renunciaba a cualquier reivindicación sobre los territorios del sur de Francia, con excepción del señorío de Montpellier, a cambio de la renuncia de los soberanos franceses a los derechos feudales que podrían reclamar en su condición de descendientes de Carlomagno. Este tratado y la renuncia de sus derechos sobre Provenza, efectuada ese mismo año, señalan un cambio de orientación en la política exterior, que detuvo su expansión ultrapirenaica para iniciar una política de mayor apertura hacia el Mediterráneo. En este sentido debe interpretarse el matrimonio celebrado en 1262 entre su hijo Pedro, que se había convertido en primogénito a la muerte del infante Alfonso, y Constanza de Sicilia. Otra muestra de esa política fue la organización de una cruzada a Tierra Santa. En 1269 zarpó la escuadra real del puerto de Barcelona, pero fue dispersada por un temporal a los pocos días. El barco del rey regresó a Barcelona, mientras que varias de sus naves llegaron hasta San Juan de Acre, donde sus tripulantes, faltos de un mando indiscutido, renunciaron a la empresa, una empresa que ha sido considerada como precursora de la expedición de los almogávares a Oriente. 

    Los últimos años del reinado de Jaime I fueron casi tan agitados como los de su minoría de edad. Las discrepancias del rey con su hijo Pedro, que demostraba ser un hombre de gran energía, y las de éste con Fernando Sánchez de Castro, bastardo de Jaime I y predilecto de éste, se añadieron a revueltas nobiliarias y a un grave levantamiento musulmán en el sur de Valencia. Pedro exoneró a su padre de la procuraduría general de la corona, puso sitio a su hermanastro Fernando en el castillo de Pomar y le hizo arrojar al Cinca. En cuanto al alzamiento musulmán, el propio rey acudió a sofocar la rebelión, pero fue vencido en Luxent y se vio obligado a retirarse a Valencia mientras su hijo Pedro tomaba el mando de las tropas. Jaime I murió en Valencia el 26 de julio de 1276, cinco días después de haber abdicado en favor de los infantes Pedro y Jaime.

    Las crónicas de su tiempo le presentan como un hombre hermoso, alto, sensible, profundamente religioso, pese a haber sido excomulgado en 1237 por injurias al arzobispo de Zaragoza y por haber hecho cortar la lengua al obispo de Gerona, y sobre todo como un home de fembres, como prueban sus numerosas amantes y ramas ilegítimas. Entre las muchas realizaciones de su reinado destacan la redacción del Llibre del Consolat del Mar, primer código de costumbres marítimas; los grandes progresos institucionales con la introducción del derecho romano, la aparición de compilaciones locales como los furs de Valencia, la estructuración de instituciones como las Cortes o la organización municipal; la consagración literaria del catalán como lengua con el Libre dels feyts, crónica del reinado de Jaime I escrita en primera persona, y con las primeras obras de Ramón Llull; el triunfo del gótico en la arquitectura y el desarrollo económico y demográfico de sus reinos. 

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