Orden del Temple


    Corre el año 1120, cuando varios caballeros, entre los que se encontraba Hugo de Payns, deciden que hay que hacer algo para proteger a los viajeros cristianos, que peregrinaban a Jerusalén. Es entonces cuando adquieren el compromiso de fundar una organización perfectamente estructurada para asumir dicho reto. La premisa fundacional establecía una vida en que se conjugara la dedicación a Dios y la lucha en defensa de la cristiandad, Es decir, ser a la vez monjes y soldados. Nacerá así la Orden del Temple. 


CONTENIDO 

- Situación en Europa 
- Primeros datos para conocer la Orden del Temple 
    o La vida cotidiana del Templario 
    o El Capítulo General 
    o El Capítulo Provincial 
    o El Capítulo Ordinario o de la Encomienda 
- Jerarquía en la Orden del Temple o El Maestre 
    o El Senescal 
    o El Mariscal 
    o El Comendador del reino de Jerusalén 
    o El Comendador de la ciudad de Jerusalén 
    o Los Comendadores de Trípoli y Alejandría 
    o El Pañero 
    o Los Comendadores Provinciales 
    o Los Comendadores de las Casas (Encomiendas) 
    o Comendador de los Caballeros 
    o Las Mujeres en el Temple 
- Las categorías de los templarios 
    o Caballeros 
    o Sargentos 
    o Capellanes 
    o Artesanos, escuderos y siervos 
    o Turcopoles 
- La Elección del Maestre 
- Reglas de la Orden del Temple 
- Castigos por incumplimiento de las normas 
    o Las Faltas que conllevaban la Expulsión 
    o Faltas que implicaban la Perdida del Habito 
- Economía y Finanzas de la Orden del Temple 
    o La Construcción del Patrimonio 
    o Las Riquezas del Temple 
- El ingreso en la Orden del Temple 


SITUACIÓN EN EUROPA 

    Para centrarnos en el origen de la Orden del Temple, hemos de situarnos en la Europa que quedaba tras la caída del Imperio Romano. Estamos en el siglo V y todo el mundo mediterráneo se había descompuesto en multitud de Estados, gobernados por los invasores germánicos, quedando la mitad correspondiente al Imperio Bizantino, que subsistió hasta 1453. 

    Aparece en Oriente Medio y el norte de África, con inusitada fuerza el islam. 


    Poco menos de dos siglos después en el Oriente medio y el norte de África aparece con inusitada fuerza el islam. En el crisol de la Alta Edad Media se mezclaban los restos de la cultura romana, los germanos y la religión cristiana, una mezcla en la que avanzó el islam, extendiéndose hasta el corazón de la vieja Europa, siendo frenado a mediados del siglo VII por los enfrentamientos internos; al islam se sumaron los pueblos del norte, vikingos o normandos, que sedientos de botín llegaron hasta el Mediterráneo. A principios del siglo X, al descomponerse el Imperio Carolingio, aparecieron los magiares o húngaros, que asolaron las regiones orientales de la cristiandad hasta que Otón I en el año 951, en la batalla de Lechfeld puso orden; los reinos cristianos occidentales mantuvieron sus creencias imponiendo su cultura y su religión, con lo que los normandos y magiares acabaron convirtiéndose al cristianismo a fines del siglo X. El islam, superiores en cultura y en formas de civilización, mantuvo su religión y su identidad. La desunión del islam, la pérdida de su impulso inicial y la resistencia, de los reinos cristianos de la península Ibérica, trajeron consigo un período de estabilidad, manteniéndose así hasta mediados del siglo XI. 

    El Occidente cristiano comenzaba a salir del oscuro período de la Alta Edad Media, aparece el feudalismo, que fue uno de los pilares de la supervivencia de Europa Occidental. Entre tanto la Iglesia, se regeneró gracias a la reforma del papa Gregorio VII. Florecen la economía y el comercio, crecen las ciudades, la agricultura multiplica la producción, y los Estados lograron establecer nuevas formas políticas en torno a dinastías reales. Así en Europa se van asentando los nuevos reinos: Inglaterra, Francia, el Imperio romano-germánico, Aragón, Navarra, Castilla y León y Portugal. Consiguientemente la construcción aumenta y, los grandes templos románicos son sustituidos por las grandes catedrales de estilo gótico. La Iglesia ve cómo se multiplican las órdenes monásticas y se fundan monasterios, conventos y parroquias por todas partes. En la península Ibérica, los reinos cristianos del norte se lanzaron a la conquista del territorio musulmán del sur; en el centro de Europa, los alemanes avanzaron hacia el este en un proceso colonizador y cristianizador, y se despertó tal euforia que se vio posible que un viejo sueño se hiciera realidad: la reconquista de Tierra Santa y la recuperación de los Santos Lugares. El papa Urbano II que tras el breve pontificado de Víctor III, había sucedido al gran Gregorio VII, se mostró dispuesto a realizar ese viejo sueño y, en las laderas de Champ-Herm, en Clermont, en presencia de altas dignidades eclesiásticas, nobles, caballeros y el pueblo llano, pronunció un encendido discurso en el que llamó a todos los cristianos a tomar las armas y a recuperar por la fuerza los Santos Lugares de Oriente. Urbano II, en cierto modo, emulaba el llamamiento a la yihad de los musulmanes. La guerra contra el islam fue anunciada como una guerra santa. Su llamada tuvo éxito. Algunos no querían esperar más y se pusieron espada a la obra, Pedro el Ermitaño, reunió a varios miles de pobres, y se puso en marcha el 8 de marzo de 1096; atravesó Europa, llegando a Constantinopla el 1 de agosto; no tenían la menor preparación para la guerra y el 21 de octubre de ese año el ejército turco lo aniquiló en Civetot (Nicea). Pero Urbano II no se dio por vencido, convenció a varios nobles franceses para que tomaran la cruz y las armas, y partieran hacia la conquista de Jerusalén, supo encender el fervor religioso. Los caballeros adoptaron la cruz como signo de identificación y la cosieron sobre los hombros de sus capas; y se convirtieron así en los crucesignati, los marcados por la cruz, los cruzados. 


PRIMEROS DATOS PARA CONOCER LA ORDEN DEL TEMPLE 

    En la Orden de Temple, a diferencia de la caballería andante, en la que las proezas individuales son alabadas y donde la destreza es paradigma de fama y fortuna, el triunfo individual no se reconocía, todo se realizaría para mayor gloria de la Orden. La vida en comunidad requería unas reglas, tanto en disciplina y jerarquización, como los horarios de comidas y rezos. 

Las comunidades cristianas se regían por la regla de san Agustín o la de san Benito.


    A principios del siglo XII las comunidades monásticas cristianas se regían por dos reglas principales: la de san Agustín y la de san Benito. La de san Agustín hacía especial hincapié en la propiedad comunitaria de todos los bienes de los hermanos del convento, en la oración individual, el ayuno y la castidad, en tanto la regla de san Benito enfatizaba la disciplina y la jerarquía, la oración reglada y el cumplimiento de un estricto horario en el convento. 

    A finales del siglo XI, el papa Gregorio VII, introdujo una reforma, que incorporó algunas normas y costumbres, a las utilizadas por los que entraban en religión. No obstante, las órdenes monásticas de Cluny y del Císter, ya en esos comienzos del siglo XII, habían adoptado la regla de san Benito, y al ser, estas órdenes, las principales, eran sus normas, las que regían en los monasterios más influyentes de la Europa cristiana. 

    Pronto, las órdenes monásticas se dividieron, en las de carácter caritativo, como la del Santo Sepulcro, y las de carácter militar, como la del Temple, según sus funciones. Hugo de Payns optó por dotar a la Orden del Temple, una estructura monástica con un perfil netamente militar. Nada se sabe sobre las normas por las que se organizaron los templarios, a lo largo de los primeros nueve años; es posible que recibieran influencias de algunas sectas islámicas, como la de los Hermanos de la Pureza. Vivieron en comunidad, pero sin uniformidad en los hábitos, pues usaban ropas seglares. Esto junto a la falta de estructura y al escaso número de miembros, nos indica que, entre 1120 y 1126, los templarios se organizaron bajo unas instrucciones dictadas por el patriarca de Jerusalén, del que dependían en el aspecto religioso. 

    En 1128 la Orden del Temple únicamente poseía la mezquita de al-Aqsa, concedida por Balduino II, y que se situaba en donde había estado el Templo de Salomón en Jerusalén. Pero a partir del viaje, que entre 1128 y 1130, realizaron a Europa, Hugo de Payns junto a algunos de los templarios pioneros, las donaciones aumentaron, constituyéndose encomiendas por toda la cristiandad. A lo largo del siglo XII el Temple tuvo que ir adaptándose al rápido crecimiento. 

    La estructura del Temple partía de una casa central desde la cual se dirigía toda la Orden. Esta casa estuvo en tres lugares entre 1120 y 1311: Primeramente en Jerusalén, desde el 1120 hasta su pérdida en 1187, en la mezquita de al-Aqsa, derribada por Saladino. En segundo lugar en Acre, desde 1191, en que fue reconquistada por los cristianos en la Tercera Cruzada. Los templarios edificaron un edificio, denominado el Temple, fue sede hasta su conquista por los musulmanes en 1291. La tercera en la isla de Chipre tras la pérdida de Acre, siendo gobernada por el linaje de los Lusignan, permaneciendo allí hasta su disolución. 

    En los años siguientes la administración de la Orden se basó en dos grandes territorios: el de Tierra Santa, donde residía el maestre, y el europeo, llamado Citra mare, administrado por el maestre de Citra mare, que era el responsable de todas las encomiendas en Europa. Pronto surgió la necesidad de estructurar las encomiendas europeas en varias provincias, cuya delimitación solía coincidir con la de los reinos cristianos de Occidente. Estas provincias comprendían varias encomiendas, que eran la unidad básica. Esta estructura permitía a los templarios disponer de una gran autonomía para gestionar sus recursos, que se fue ampliando hasta lograr en el siglo XIII una independencia casi total. 

    La vida cotidiana del templario giró en tomo a su encomienda, de la que no podía salir sin permiso. Las había rurales y urbanas. Las rurales constaban de capilla, sala capitular, moradas para los caballeros, bodegas, almacenes, edificios auxiliares, tierras de labor, y casi siempre un castillo; si era urbana disponía de varias casas y tiendas en la ciudad. La encomienda era gobernada por el Capítulo, y estaba compuesta por un comendador o preceptor, un subcomendador o compañero, un clavijero encargado de las cuentas, un camarero y un capellán, además de los hermanos caballeros, sargentos, artesanos, siervos y criados. El Temple sólo obedecía al papa, pero el poder efectivo de la Orden radicaba en los Capítulos, que se celebraban en tres niveles: 

    El Capítulo General, principal órgano de gobierno de toda la Orden, presidido por el maestre. En el se debatían y se tomaban las decisiones importantes y era el órgano que ponía en marcha el sistema para elegir al maestre. Su sede era una sala, primero junto a la mezquita de al-Aqsa en Jerusalén, luego en el Temple de Acre y por fin en Chipre

    El Capítulo Provincial dirimía los asuntos de cada una de las provincias. Lo presidía el comendador de la provincia y asistían todos los comendadores de las casas o conventos de esa circunscripción. 

    El Capítulo Ordinario o de la era el propio de cada unidad en que se dividía el Temple. Se reunía una vez a la semana en la sala capitular que había en cada convento, en domingo, además de las vísperas de Navidad, Pascua y Pentecostés. Para que fuera legal tenía que convocar al menos a cuatro hermanos. Era el organismo encargado de amonestar a los infractores, imponiendo las penas, además de dirigir todos los aspectos concernientes a su encomienda. 

    En cada uno de los tres niveles, el Capítulo se encargaba de la admisión de nuevos miembros, rubricaba los acuerdos económicos, actuaba como órgano consultivo del maestre o de los comendadores y servía como espacio para la confesión pública de las faltas por parte de los hermanos que las habían cometido. 


JERARQUÍA EN LA ORDEN DEL TEMPLE 

    La Orden se estructuraba mediante una jerarquización basada en el principio de la obediencia. En los primeros años sólo consta el maestre, Hugo de Payns, como autoridad única, aunque la relevancia otorgada en algunos textos al caballero flamenco Godofredo de Saint-Omer indica la existencia de un lugarteniente. 

    Con el crecimiento de la Orden a partir de 1128 fue necesario adaptar los cargos, se hizo aplicando el criterio que regía en el convento de Jerusalén a las encomiendas que se fueron fundando por toda Europa, manteniendo la estructura jerarquizada desde el cargo de maestre. No obstante, la estructura de mando no quedó del todo perfilada hasta mediado el siglo XIII. 

    El maestre: Era elegido un caballero que hubiera realizado una larga carrera militar en la Orden, aunque en algunos momentos intervinieron reyes y papas para colocar a sus candidatos, como hizo por ejemplo Ricardo Corazón de León. Sobre el maestre recaía todo el poder de los templarios y sólo estaba obligado a obedecer al papa. Disponía de dos hermanos caballeros, un capellán, un asistente, un sargento, un ayuda de cámara, un herrador, un amanuense sarraceno y un turcopole. Se le asignaban cuatro caballos y de dos a cuatro, bestias de carga; sus caballos recibían una cantidad adicional de cebada. Sus competencias estaban muy limitadas, por el Capítulo General, su función en la Orden se sintetizaba en una frase: “Todos le obedecen y él obedece a la casa”

    El senescal: El segundo cargo en importancia, actuaba como lugarteniente del maestre. Para su servicio disponía de un caballero, dos escuderos, un sargento, dos infantes, un diácono, un turcopole y un amanuense sarraceno. Se le asignaban cuatro caballos y un palafrén para cargar el equipo. Era el portador del estandarte picazo del Temple y usaba el mismo sello y una tienda redonda de campaña similar a la del maestre, cuyo lugar y funciones ocupaba cuando éste se ausentaba. 

    El mariscal: Su función era eminentemente militar. Disponía de dos escuderos, un sargento y un turcopole. Se le asignaban cuatro caballos, un caballo turcomano y un rocín sin castrar. Todas las armas estaban bajo su jurisdicción. Era el estratega en las batallas y el encargado de dar las órdenes directas de combate. No se podía entrar en combate hasta que el mariscal daba el grito de guerra. Era el encargado de comprar los caballos de batalla, y asignarlos a los caballeros, así como del aprovisionamiento de acero para forjar armas y de alambre para fabricar cotas de malla. Podía nombrar a un vicemariscal, que era un sargento encargado de dirigir a los artesanos, y designar al abanderado. El abanderado disponía de dos caballos; en la marcha iba delante del estandarte. 

    El comendador del reino de Jerusalén: Tenía a su servicio dos escuderos, un sargento, un diácono, un turcopole, un amanuense sarraceno y dos infantes. Se le asignaban cuatro caballos, un palafrén, un pabellón como el del mariscal y una tienda para sus ayudantes. Su función era ejercer como preceptor y tesorero supremo de la Orden, recibir todas las pertenencias y ser guardián del tesoro. En una lista, anotaba todas las propiedades del Temple. Debía suministrar las cantidades de paño y tela necesarias, para los hábitos y ropajes de los templarios. Estaba autorizado a comprar las bestias de carga, camellos incluidos, necesarios para desarrollar su trabajo. Recibía todos los tributos, impuestos y rentas que ingresaba la Orden, así como los beneficios del botín de guerra. También era el encargado de la flota y del astillero que el Temple tenía en San Juan de Acre. 

    El comendador de la ciudad de Jerusalén: Era ayudado por dos escuderos, un sargento, un amanuense sarraceno y un turcopole. Se le asignaban cuatro caballos y otro más que podía ser una mula, un caballo turcomano o un rocín, una tienda redonda y un estandarte picazo, bajo el cual debían cabalgar todos los caballeros que se encontraran en Jerusalén. Su misión era organizar las escoltas que protegían a los peregrinos que iban desde Jerusalén hasta el río Jordán. Era, también, el encargado de proteger la reliquia de la Vera Cruz en campaña, para lo cual se le asignaban diez caballeros. Tenía derecho pleno sobre el botín de guerra ganado más allá del río Jordán, del cual podía quedarse la mitad y repartir el resto. Este cargo desapareció en 1187 tras la toma de Jerusalén por Saladino

    Los comendadores de Trípoli y Antioquía: Ambos tenían asignados como ayuda a un caballero, un sargento, un diácono, un turcopole, un amanuense sarraceno y un infante. Tenían derecho a cuatro caballos y un palafrén, una tienda redonda y un estandarte. Ejercían la función del maestre, en su ausencia, en los territorios bajo su mando. Debían proporcionar a las fortalezas bajo su jurisdicción, lo necesario para su mantenimiento, controlar los tesoros de cada lugar y disponer que estuvieran preparadas las guarniciones. 

    El pañero o vestiario: Tenía asignados dos escuderos y un encargado de las bestias de carga; además, disponía de cuatro caballos, un pabellón como el del mariscal, una tienda para sus ayudantes y otra para los sastres, y varias bestias de carga. Era el encargado de la ropa de la Orden. Supervisaba la uniformidad de los templarios, pudiendo darle órdenes y corregirle. Su cargo era considerado el tercero en la jerarquía del Temple. 

    Los comendadores provinciales: Al frente de cada una de las provincias había uno, también llamado maestre provincial, que ejercía las funciones del maestre en su jurisdicción. Era elegido por el capítulo provincial, por un periodo de cuatro años, aunque podía prorrogarse. Era ayudado por un lugarteniente o subcomendador, al que se denominaba compañero, y un capellán que hacía las veces de escribano. 

    Los comendadores de las casas (encomiendas): Cada casa o convento del Temple estaba gobernado por un comendador, a veces llamado maestre de encomienda. Disponía de dos escuderos y de cuatro caballos, o en cualquier caso siempre un caballo más que el resto de los caballeros de la encomienda. Sus atribuciones estaban sujetas al Capítulo General y a lo que ordenara el maestre, a quien debían pedir permiso para cualquier decisión extraordinaria, aunque estaba facultado para entregar a los hermanos del convento un besante, una sobreveste, una camisa, una copa, una piel de oveja y un paño de lino. No podía construir edificios nuevos sin autorización, pero sí reconstruir o reparar los ya existentes. 

    Había además un comendador de los caballeros que no tenía más atribución que aprobar que un templario pasara una noche fuera del convento. Cada escuadrón de diez caballeros tenía a un comendador o comandante al frente. En algunas, solía nombrar a un subcomendador para que le ayudara, a un clavero, encargado de las llaves y de la despensa, y a un receptor, que llevaba las cuentas. 

    La castidad era uno de los tres votos que profesaban los templarios.


    Las mujeres en el Temple: La castidad era uno de los tres votos que profesaban los templarios. Se consideraba el mayor símbolo de la pureza, y su cumplimiento les elevaba espiritualmente por encima del resto de los humanos. En su elogio, Bernardo de Claraval dejó claro que los templarios debían vivir sin mujeres, siguiendo la práctica que se venía observando en los conventos cristianos desde hacía siglos. La regla del Temple era más contundente que el santo cisterciense, al prohibir a los templarios tocar siquiera a una mujer, ni aunque fueran sus madres o sus hermanas: La compañía de mujeres es cosa peligrosa, pues a través de ella el diablo ha apartado a muchos del sendero que conduce al Paraíso. De ahora en adelante, que ninguna dama sea admitida como hermana en la casa del Temple; ésa es la razón, queridísimos hermanos, por la que de ahora en adelante no es conveniente seguir esta costumbre, para que así la flor de la castidad pueda mantenerse por siempre entre vosotros. Creemos que es peligroso que un religioso tenga demasiadas ocasiones de contemplar el rostro de una mujer, ya sea viuda, joven, madre, hermana, tía o cualquier otra cosa; y de ahora en adelante los caballeros de Jesucristo deberían evitar a toda costa los abrazos de las mujeres, por los que los hombres han perecido en tantas ocasiones, para que así puedan permanecer eternamente ante el rostro de Dios con una conciencia pura y una vida segura. Ahora bien, en algunas encomiendas ciertas mujeres fueron admitidas como cofrades; así, en la encomienda navarra de Novillas había 90 cofrades, 49 eran hombres y 41 mujeres. 

LAS CATEGORÍAS DE LOS TEMPLARIOS 

         El Temple era una Orden eminentemente militar, pero además de soldados, hacían falta administradores, constructores y gentes de leyes y de religión. No todos los templarios eran iguales en categoría ni en condición. Había cuatro figuras dentro de la Orden: caballeros, sargentos, capellanes y artesanos, escuderos y siervos, a los que habría que añadir los turcopoles, soldados mercenarios contratados en Tierra Santa. Caballeros y sargentos eran los combatientes, y se denominaban los hermanos, frates o freires. El resto no participaba en el combate. Los caballeros, sargentos, capellanes, artesanos y escuderos eran los hermanos mayores, mientras que los siervos eran los hermanos menores. 

    Caballeros: Eran los auténticos Caballeros de Cristo. Se reclutaban entre los miembros de la aristocracia europea, y debían demostrar su pureza de sangre y la nobleza de su linaje, además de ser hijos legítimos. Su número dentro de la Orden osciló, desde los nueve fundadores a unos mil en la época de mayor presencia en Tierra Santa. Eran los únicos que podían llevar la capa y sobreveste completamente blanca con la cruz roja sobre el lado izquierdo, y disponían de tres caballos y un escudero. 

    Había caballeros de tres tipos: El permanente, que había hecho los votos, tomado el hábito y profesado renunciando al mundo para servir a la Orden de por vida. Eran los verdaderos monjes-soldados, la esencia del Temple; El temporal, quien decidía dedicarse a la Orden por un tiempo limitado durante el cual serviría como los caballeros permanentes, pero una vez cumplido el plazo podía regresar a su vida anterior. No son considerados como hermanos. El de la Orden Tercera eran caballeros que deseaban servir en el Temple pero sin renunciar a su vida. Podían seguir casados, aunque debían dormir fuera del convento. Hubo reyes, como García Ramírez o Sancho VI de Navarra, y nobles que adoptaron este modelo. 

    Sargentos: Su ingreso seguía los mismos cauces que los caballeros, pero los sargentos eran de condición no nobiliaria, por tanto inferiores a los caballeros. Vestían hábito con capa y sobreveste de color negro, a veces marrón, con una cruz roja delante y otra detrás, y disponían del mismo equipo que los caballeros, caballos sólo se les asignaba uno, y no disponían ni de tienda ni de caldero propio. Sólo cinco sargentos podían poseer dos caballos: el vicemariscal, el abanderado, el cocinero, el herrero y el comandante del astillero de Acre, que además tenían también un escudero. Uno de los sargentos era denominado como gonfalonero y se encargaba de mandar a los escuderos. Los sargentos y los caballeros estaban exentos de realizar trabajos manuales, pero podían ser castigados a ejercer otras tareas, como castigo. 

    Capellanes: Eran de condición eclesiástica y habían recibido las órdenes para poder administrar los sacramentos; no combatían y se dedicaban a los servicios religiosos, además de actuar como notarios y escribanos. El Temple dispuso de sus propios sacerdotes al margen del clero diocesano. 

    Artesanos, escuderos y siervos: Los artesanos eran los freres de mestiers, o de los oficios, realizaban actividades como tareas de horno, forja, establo, construcción, vestidos...; estaban exentos de realizar actividades militares. Los escuderos o armigers eran los ayudantes de los caballeros, y se encargaban de mantener su equipo militar y de asistirles en el combate. 

    Turcopoles: Los turcopoles eran mercenarios que integraban las tropas auxiliares contratadas por los templarios para reforzar sus ejércitos en Tierra Santa. La mayoría procedían de extracción turca, de ahí el nombre. Al mando de estas tropas mercenarias estaba el turcoplier, cargo que recaía en uno de los caballeros y que podía disponer de hasta cuatro caballos. 


LA ELECCIÓN DEL MAESTRE 

    El cargo de maestre era vitalicio. Una vez tomado posesión de su dignidad, el maestre permanecía al frente de la Orden hasta su muerte. Cuando el maestre fallecía era sustituido provisionalmente por el mariscal que, organizaba los funerales y convocaba a Capítulo General extraordinario a los miembros con derecho a participar en la asamblea. Los funerales eran sencillos pero se encendían un gran número de velas, honor sólo reservado al maestre, y era enterrado con toda solemnidad. Durante los siete días siguientes los hermanos rezaban doscientos padrenuestros, ayunaban a pan y agua durante tres viernes y cien pobres eran alimentados en la comida y la cena. 

    El comendador del reino de Jerusalén proponía a un comendador, que debería ser un hermano que hablara todas las lenguas, amará la paz y la concordia y no alentara las discrepancias 

    Acabados los funerales y convocado el Capítulo, éste debía reunirse, si era posible, en Jerusalén, en un día fijado por el mariscal y el comendador del reino de Jerusalén. A partir de ese momento era el comendador quien se encargaba de la custodia del sello del maestre. Al amanecer del día señalado para la elección los electores, dos o tres hermanos ilustres por cada casa o encomienda, acudían a la sala capitular después de la oración de maitines. Una vez reunidos, el comendador del reino de Jerusalén proponía a un comendador de la elección, que debería ser un hermano que hablara todas las lenguas, amará la paz y la concordia y no alentara las discrepancias. Elegido éste comendador, él mismo nombraría a su vez un compañero para que le ayudara. Ambos pasaban la noche rezando y sin hablar, salvo que tuvieran que comentar alguna cosa con respecto a la elección. El día discurría entre oraciones, rezos en la capilla y una misa dedicada al Espíritu Santo, a quien se pedía Su gracia para elegir al nuevo maestre. 

    A continuación el comendador del reino les llamaba, para exhortarlos a elegir a dos compañeros, de modo que ya eran cuatro. A su vez, estos cuatro escogían a dos más, con lo que ya eran seis; los seis a otros dos, siendo ocho; los ocho a dos más, para ser diez, y los diez a otros dos, con lo que el número de electores ya era de doce. Los doce elegían al último elector, que tenía que ser capellán y ocupar así el lugar simbólico de Jesucristo, en recuerdo de la Última Cena. De los trece electores, ocho tenían que ser caballeros, cuatro sargentos y uno capellán, y además deberían ser de distintas nacionalidades para evitar que una de ellas monopolizará el cargo. 

    Los trece electores se retiraban de la sala del Capítulo y se reunían en otra estancia. Comenzaba entonces el proceso de elección del nuevo maestre mediante la admisión de las propuestas que cada uno de los trece fuera realizando. Si no había acuerdo, el comandante de la elección lo comunicaba al Capítulo, cuyos componentes rezaban de rodillas pidiendo la intercesión del Espíritu Santo. La sesión de los trece continuaba hasta la elección del maestre; sus deliberaciones estaban sujetas a un estricto secreto. Una vez elegido maestre, el comendador de la elección comunicaba su nombre al Capítulo y solicitaba su asentimiento. A continuación, el maestre juraba su cargo si estaba presente y en caso contrario se enviaba una delegación para comunicarle el nombramiento, era conducido a la capilla, se arrodillaba ante el altar y se ofrecía un Te Deum de acción de gracias. 


REGLAS DE LA ORDEN DEL TEMPLE 

    Como monjes que eran, los templarios debían someterse a las reglas monacales por las que se regía la vida en sus casas o conventos. Además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, los templarios habían jurado también contribuir a la conquista y a la defensa de la presencia cristiana en Tierra Santa, dando su vida si fuera preciso; por eso, desde el principio, la regla quiso ser muy estricta, imponiendo una disciplina férrea para crear un grupo humano sólido y comprometido con sus ideales, evitando cualquier situación en la que esa disciplina pudiera relajarse. 

    El silencio se imponía en cada momento, en caso de tener que hablar, el templario debía de hacerlo en voz baja y dirigiéndose a su interlocutor de manera comedida. Al salir de la oración estaba prohibido hablar, salvo causa mayor, especialmente en las oraciones nocturnas. Hablar en demasía se consideraba un pecado. Debían procurar la cortesía y la elegancia; incluso a la hora de dar órdenes, ahora bien, si un templario tenía conocimiento de que otro había cometido una falta, debía denunciarlo de inmediato. 

    El templario se debía a su labor, y estar siempre listo para lo que sus superiores le demandaran. Les estaba prohibido salir del convento sin permiso, aunque esta norma se podía saltar si se estaba en Jerusalén y sólo para ir a rezar ante el Sepulcro del Señor o a otros lugares de culto en la Ciudad Santa, pero siempre que lo hicieran en pareja, por razones de seguridad. 

    La seriedad debía regir todos sus actos. Debían evitar la envidia, la calumnia, el rumor y el despecho, y no despreciar a nadie; prudencia, fortaleza y templanza eran las virtudes más preciadas. Tenían prohibido cualquier manifestación de orgullo. Debían huir de cualquier protagonismo, pues todo estaba destinado a mayor gloria de Dios y de la Orden. No podían poseer nada de valor en cuanto ingresaba en ella, ni siquiera podían dedicar dinero al rescate de cautivos. Si un templario era apresado en batalla, el único destino que le esperaba era tratar de escapar, morir ejecutado o pudrirse en prisión de por vida o mientras durase la condena. 


CASTIGOS POR INCUMPLIMIENTO DE LAS NORMAS 

    Consideraban que su energía procedía de la castidad y la obediencia. El incumplimiento de las normas contenidas en la regla era castigado con la imposición de penas que se clasificaban en dos apartados: la expulsión y la pérdida del hábito; aunque para pequeñas faltas, como por ejemplo tener descuidado el equipo, los castigos consistían en dormir en el suelo, ser privado de alguna comida, realizar tareas reservadas a los siervos o incluso ser azotado. 

    La expulsión implicaba la salida de la Orden para siempre, mientras que la pérdida del hábito variaba según la gravedad de la falta, se podía castigar desde un día sin hábito hasta un año. La penitencia se cumplía a la entrada de la capilla, pudiéndose incluir algún tipo de castigo corporal, que se aplicaba los viernes o los domingos. En caso de expulsión el culpable, debía acudir ante el Capítulo vestido sólo con sus pantalones y una cuerda alrededor del cuello, y cumplir penitencia por un año y un día. 

    Las faltas que conllevaban la expulsión, eran las más graves y estaban penadas con la sanción más dura, la exclusión definitiva de la Orden. Eran las siguientes: 

Simonía: haber entrado en la Orden ganándose a un hermano mediante la compra 
Revelación: contar a un hermano o a otra persona lo deliberado en una sesión del Capítulo 
Asesinar a un cristiano
Robar
Salir de un castillo por un lugar que no fuera la puerta señalada
Conspirar
Marcharse con los sarracenos
Cometer un acto de herejía
Cobardía: Abandonar el estandarte y huir por miedo a los musulmanes. 

    Faltas que implicaban la pérdida del hábito (que podía ser temporal): estas podían ser castigadas con la prisión o con la pérdida de derechos: no poder participar en la elección de maestre, no comer con el resto de los hermanos, no ir a la capilla, no poder portar el estandarte o el sello. En muchos de estos casos, la pérdida del hábito se deja a discreción de los hermanos, que lo decidían en capítulo. Las faltas que conllevaban la aplicación de estos castigos eran las siguientes: 

Desobedecer
Golpear a un hermano
Golpear a un cristiano
Tener contacto con una mujer
Acusar a un hermano en falso
Autoacusarse para obtener un permiso
Irse a otra orden, o amenazar con hacerlo, sin autorización
Amenazar con irse con los sarracenos
Bajar el estandarte para golpear
Cargar sin permiso siendo el portador del estandarte
Cargar sin permiso (salvo que se viera a un cristiano en peligro de muerte)
Negar el pan y el agua a un hermano
Entregar el hábito a alguien a quien no se debe
Aceptar un donativo de quien desea apoyo para ingresar en la Orden
Romper el sello del maestre sin permiso(abrir una carta, se entiende)
Forzar un cerrojo sin permiso
Dar limosna sin permiso
Prestar cualquier pertenencia de la Orden sin permiso
Prestar el caballo a otro hermano sin permiso
Mezclar las pertenencias de un señor con las del Temple
Declarar, en falso, que unas tierras pertenecen al Temple
Matar, herir o perder a un esclavo por error propio
Matar, herir o perder a un caballo por error propio
Cazar
Probar las armas y el equipo si se deriva de ello algún mal
Entregar un animal del aprisco sin permiso
Edificar una casa sin permiso del maestre o del comendador de la zona
Causar una pérdida, a sabiendas o por error, de cuatro dineros o más
Atravesar la puerta del convento con intención de irse y luego regresar arrepentido
Dormir dos noches fuera del convento
Devolver o tirar el hábito por ira
Coger el hábito que otro ha tirado y ponérselo al cuello. 

    Los templarios tenían permitidos algunos juegos y diversiones para escapar de la rutina cotidiana. Podían realizar pequeñas apuestas con otros de sus hermanos, siempre que no les costara dinero. Sólo estaba permitido jugar a las tabas, al llamado marelles o rayuela, practicado sobre un tablero con fichas, y al desconocido forbot, pero estaban expresamente prohibidos el ajedrez o el backgammon. 

    La soberbia y el orgullo de que fueron acusados los templarios, intentaba ser rebajada con ciertos ritos, como era la obligación de lavar los pies y secárselos con paños y después besárselos con humildad a trece pobres, el día de Jueves Santo. 


ECONOMÍA Y FINANZAS DE LA ORDEN DEL TEMPLE 

    La construcción del patrimonio: La Orden nace en 1120 con tan sólo un solar en Jerusalén y la mezquita de al-Aqsa consagrada como iglesia que el rey Balduino II donó para que dispusieran de un lugar en el que poder reunirse y vivir como frailes. Durante los primeros cinco años no hay constancia de ninguna otra donación, ya que los templarios pretendían vivir de las limosnas de los peregrinos. La pobreza era uno de sus normas. 

    Una y otra vez la regla de 1129-1131 alude a los templarios como los pobres Caballeros de Cristo, pero ya, su patrimonio se había incrementado notablemente. Es decisiva la incorporación del conde Hugo de Champaña en 1125, ya que supuso la obtención de grandes recursos económicos. Cuando la delegación de templarios llegó a Europa en 1128 para darse a conocer ante los reyes de la cristiandad, las donaciones se produjeron en masa, a pesar de que eran unos perfectos desconocidos. El conde de Champaña, que era uno de los grandes señores nobiliarios de Europa, tuvo mucho que ver en ese aumento de donaciones, así como sus cartas de recomendación unidas a la defensa que de la nueva orden realizara el prestigioso Bernardo de Claraval.

    Los monarcas cristianos lavaban su conciencia, y los nobles pretendían hacer olvidar no haber atendido la convocatoria predicada en 1095 en Clermont 

    A partir de 1128 las donaciones se multiplican. Nunca había ocurrido nada semejante. Los monarcas cristianos, que no habían acudido a la Primera Cruzada, lavaban su conciencia, y los nobles que no habían atendido la convocatoria predicada en 1095 en Clermont pretendían hacer olvidar. Así entre 1128 y 1236 hay una verdadera catarata de donaciones; las tierras y los edificios no se podían llevar a Tierra Santa, pero las dádivas en dinero sí, y éstas se produjeron en grandes cantidades. El hijo de Hugo de Payns, abandonó el monasterio de Santa Coloma de Troyes, del que era abad, y en 1140 marchó a Jerusalén llevándose consigo parte del tesoro que se guardaba en la abadía. 

    Los templarios consiguieron notables exenciones fiscales del papado, y fueron eximidos del pago de casi todos los impuestos entre 1130 y 1150, además de lograr el control absoluto de los impuestos y donaciones que ellos a su vez recibían, como los derechos de sepultura en sus templos. Entre 1140 y 1150 una gran cantidad de dinero, llegó a la Casa que el Temple tenía en Jerusalén. Los donativos superiores a cien monedas de oro, se enviaban directamente a la sede central, mientras que las cantidades inferiores, se guardaban en la encomienda en la que se había realizado el donativo. Una buena parte del dinero obtenido, iba destinada a la compra de bienes inmuebles, que les proporcionaban unas rentas seguras y constantes. Entre 1150 y 1180 adquirió varios edificios y tiendas en Jerusalén, que alquilaba, al igual que las casas. El arqueólogo Adrián Boas descubrió vanas inscripciones con la letra «T» en edificios que formaron parte del mercado medieval de Jerusalén, lo que le ha hecho suponer que todas esas tiendas eran propiedad del Temple. En Europa las inversiones se centraron en la construcción de edificios sedes de las encomiendas y en graneros para guardar las cosechas de sus tierras. También dedicaron una gran parte a construir fortalezas en Tierra Santa, y en Europa, y a equipar su ejército de caballeros, sargentos y escuderos. Hacía falta una enorme cantidad de dinero, pues los soldados a caballo, los caballeros y los sargentos, necesitaba además de la montura todo el equipo militar de combate. Levantaron iglesias en Tierra Santa y en Europa. El 15 de julio de 1149, se consagró el nuevo templo del Santo Sepulcro en Jerusalén; las obras se realizaron con las aportaciones procedentes de Occidente hacia Oriente gracias al excedente de las encomiendas europeas, que se denominó responsio. Hubo incorporaciones en bloque de algunas pequeñas órdenes militares fundadas en el siglo XII, como la orden del Santo Redentor de la localidad de Alfambra, en el reino de Aragón, absorbida con todas sus propiedades en 1196. A fines de ese siglo XII se había producido una paradoja; los templarios, habían nacido con vocación de pobreza y hacían votos de ella al profesar en la Orden, pero el Temple era cada vez más y más rico. 

Las riquezas del Temple


    En el año 1200 era la orden religiosa más rica de la cristiandad. Las encomiendas producían una gran cantidad de rentas. En 1135 ya existen algunas operaciones de préstamo, su prestigio y su condición de caballeros, propiciaron que se convirtieran en prestamistas de reyes, de nobles y de mercaderes. Así, desde la segunda mitad del siglo XII los templarios tuvieron la capacidad de financiar el rico comercio que seguía fluyendo entre Oriente y Occidente. En la casa del Temple de París se custodiaba el tesoro real de Francia desde el siglo XIII; Jaime I depositó sus joyas y las de su esposa Violante en el castillo de Monzón, como fianza hasta 1240. Sus barcos recalaban en los puertos de Niza, Biot, Toulon, Marsella y Barí, y en su base naval de La Rochelle. Algunos de sus barcos estaban especialmente diseñados para el transporte de caballos, imprescindibles para la tarea de los templarios; los llamados huissies eran capaces de transportar hasta sesenta caballos. Su capacidad financiera les permitió remodelar barrios enteros en París, Londres o Barcelona, donde eran propietarios de decenas de casas y de tiendas que alquilaban a particulares. Los templarios eran guerreros, y necesitaban de un considerable equipo militar. Aunque dueños de bienes considerables, no vivían como ricos, su vida era bastante austera. Los edificios templarios, que se han conservado, son sólidos pero austeros; sus castillos e iglesias fueron construidos con la mayor simplicidad, desprovistos de elementos artísticos que pudieran encarecer la obra. 

    Ninguno inventario de las encomiendas recoge la existencia de tesoros o de joyas maravillosas. Es cierto que poseían un tesoro, del cual no existe ningún dato cuantitativo, en Tierra Santa, que se guardaba en el formidable edificio conocido como el Temple o la Bóveda en la ciudad de Acre. Los caballeros no tenían nada en propiedad, todo era de la Orden, ningún templario tenía intereses en actividades económicas privadas, todo beneficio era para el fondo común de la Orden. Aunque alguno, como Roger de Flor, usó el Temple en su beneficio, siendo expulsado de la Orden y perseguido por ello. La encomienda era la base de todo el sistema económico de la Orden, disponía de una capilla para la oración, una sala capitular para las reuniones del Capítulo, un edificio para morada de los hermanos, con al menos un comedor y un dormitorio, ambos espacios comunes; no faltaban las bodegas y los almacenes, algunos edificios auxiliares y cuadras y establos para el ganado y para los caballos .Reyes, nobles y mercaderes fueron clientes del Temple, y beneficiarios de sus préstamos, como Jaime I de Aragón en la segunda mitad del siglo XIII o Felipe IV, rey de Francia a principios del siglo XIV. Algunos reyes llegaron a entregarles como aval por un préstamo objetos veneradísimos: Balduino, rey de Jerusalén, les ofreció la reliquia de la Vera Cruz como fianza por un préstamo. 


EL INGRESO EN LA ORDEN DEL TEMPLE 

    No todo el mundo podía ser templario. Para ingresar en la Orden era necesario, tras la solicitud, pasar por un período de prueba. Nadie podía ser admitido de manera inmediata, era necesario profesar como novicio por algún tiempo; para ello se citaba expresamente la frase de San Pablo: “Poned a prueba el alma a ver si viene de Dios”. No se podía entrar sin haber cumplido los dieciocho años de edad, argumentando que quien deseara entregar a su hijo al Temple debería educarlo hasta que sea capaz de empuñar las armas con vigor; entonces los padres deberían llevarlo a la casa de la Orden. Entonces comenzaba el período de prueba, sin una duración concreta. 

    Superada esta fase, se consulta al resto de hermanos, si alguno tenía algún inconveniente en acoger al postulante; si nadie ponía objeciones, el neófito era conducido a una estancia cerca de la sala donde se reunía el Capítulo, donde era asistido por dos hombres de mérito o por tres de los más ancianos de la casa, que le indicaban lo que tenía que hacer. Esos padrinos le preguntaban si solicitaba ingresar en el Temple y ser siervo y esclavo de la Orden para siempre; si el postulante contestaba afirmativamente, le explicaban los sufrimientos que debería soportar a lo largo de su vida como templario, y la obligación de abandonarlo todo. A continuación le interrogaban por su condición y acerca de su pasado, para ver si cumplía los requisitos para ser caballero, que eran los siguientes: 

- No tener esposa o prometida 
- No haber hecho voto de promesa en ninguna otra orden. 
- No tener ninguna deuda con un seglar que no pudiera pagar. 
- Estar sano de cuerpo y no padecer enfermedades secretas. 
- No ser siervo de ningún hombre. 
- No ser sacerdote. 
- No estar excomulgado. 

    Si cumplía todos estos condicionantes, era conducido hasta la sala del Capítulo, a presencia del maestre o de quien lo representara. Los padrinos lo presentaban y declaraban que, tras haberlo sometido a interrogatorio, no encontraban ningún obstáculo que impidiera su ingreso en el Temple. El maestre se dirigía a los presentes demandando si alguien conocía alguna traba, y si no la había preguntaba al postulante si solicitaba el ingreso en la Orden, a lo que éste debía responder que sí deseaba ser siervo y esclavo para siempre. Le advertía que debería obedecer a cuanto se le ordenase, y que no se tendrían en cuenta ni sus deseos ni sus apetencias, que se le enviaría a servir a la Orden a donde no desease ir y que se le despertaría cuando durmiese o se le ordenaría descansar cuando quisiese estar despierto. El postulante mostraba su acatamiento. 

    A continuación el maestre le invitaba a salir de la sala capitular para rezar. Tras su salida, volvían a ser preguntados los miembros del Capítulo sobre si había algún motivo de rechazo. Se reclamaba de nuevo al postulante, que ahora debía postrarse de rodillas, con las manos unidas, y solicitar el ingreso. Todos juntos rezaban un padrenuestro y el maestre, o el comendador en su caso, le preguntaba si cumplía los requisitos citados, y se le amenazaba con los siguientes castigos si no era cierto que los reunía: 

- Si se demostraba que tenía mujer, sería despojado del hábito, encarcelado y sometido a vergüenza pública y expulsado de la Orden para siempre. 
- Si hubiera estado en otra orden sería despojado del hábito, expulsado del Temple y devuelto a la de origen. 
- Si tuviera alguna deuda, sería despojado del hábito y entregado al acreedor. 
- Si estuviera enfermo podría ser expulsado de la Orden. 
- Si se demostrara que había pagado a alguien para entrar en el Temple sería acusado de simonía y expulsado. 
- Si fuera siervo de algún hombre sería expulsado y devuelto a su señor. 
- Si se trataba de un hermano caballero se le podía preguntar si era hijo de caballero y dama y si su padre era del linaje de los caballeros, y si había nacido de un matrimonio legal.
 
    Cumplido este requisito, se le exigían los tres votos monásticos, el de obediencia al maestre y a cualquier superior, el de castidad de por vida y el de pobreza; y además tenía que jurar los votos como soldado de Cristo y observar las costumbres y tradiciones de la Orden, ayudar a conquistar la Tierra Santa de Jerusalén y no actuar en contra de ningún cristiano. El postulante pronunciaba a continuación la profesión de fe con la siguiente fórmula: 

    Yo, NOMBRE estoy dispuesto a servir a la regla de los Caballeros de Cristo y de su caballería y prometo servirla con la ayuda de Dios por la recompensa de la vida eterna, de tal manera que a partir de este día no permitiré que mi cuello quede libre del yugo de la regla; y para que esta petición de mi profesión pueda ser firmemente observada, entrego este documento escrito en la presencia de los hermanos para siempre, y con mi mano lo pongo al pie del altar que está consagrado en honor de Dios Todopoderoso y de la bendita Virgen María y de todos los santos. Y de ahora en adelante prometo obediencia a Dios y a esta casa, y vivir sin propiedades, y mantener la castidad según el precepto de nuestro señor el papa, y observar firmemente la forma de vida de los hermanos de la casa de los Caballeros de Cristo. A cambio de todos esos votos, al postulante sólo le ofrecían el pan y el agua y las modestas ropas de la casa y mucho dolor y sufrimiento. 

    La ceremonia continuaba con la imposición de los hábitos; el maestre tomaba el manto blanco con la cruz roja, distintivo de los caballeros templarios, y lo colocaba sobre los hombros del postulante, atándole las cintas al cuello mientras el capellán rezaba en voz alta el salmo 132, que reza ¡Mirad qué bueno y agradable habitar juntos los hermanos!, y una oración al Espíritu Santo para rezar después todos juntos un padrenuestro. Un beso en la boca, emulando así el símbolo que sellaba los contratos de vasallaje, cerraba esta fase del ritual, mientras repicaba la campana. 

    Ya aceptado en la Orden, se le enumeraban las obligaciones que debía cumplir durante su vida como templario: 

- No golpear jamás a ningún cristiano, ni tirarle del pelo, ni patearlo. 
- No jurar ni por Dios, ni por la Virgen, ni por los santos. 
- No usar los servicios de una mujer, salvo por enfermedad y con permiso, ni besar jamás a una mujer, aunque fuera la propia madre o la hermana. 
- No dirigirse a ningún hombre con insultos ni con palabras malsonantes. 
- Dormir siempre en camisa, pantalones y calzones ceñidos con un cinturón pequeño, y no usar otra ropa que la que le proporcionase el hermano pañero. 
- Ir a la mesa del comedor sólo cuando sonara la campana, y esperar a la bendición antes de empezar a comer. 
- Acudir a la capilla en acción de gracias una vez comido. 
- Levantarse para rezar los maitines y rezar todas las oraciones estipuladas cada día. 

    El protocolo de ingreso en el Temple recoge elementos del ritual de la caballería y del vasallaje, manteniendo fórmulas, símbolos y señales muy similares y combinando ambos en cierta armonía. No en vano, ser templario significaba ser a la vez siervo y caballero de Cristo. 

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