Batalla del Salado

 


El 23 de septiembre de 1340 comenzaba el asedio, por parte de los benimerines, de la ciudad de Tarifa, en su último intento de los norteafricanos de asentarse en la península y la Batalla del Salado fue la consecuencia directa de las ambiciones entre cristianos y musulmanes por controlar el Estrecho de Gibraltar. Alfonso XI de Castilla decidido a no permitir que los musulmanes conquistaran Tarifa, comunicó su voluntad de auxiliar la plaza y combatir en una batalla campal a los sitiadores. Para asegurarse de que el sultán respondía a su desafío, el monarca castellano y el portugués Alfonso IV, enviaron emisarios para conminar a Abu al-Hasan a ofrecer batalla en la Laguna de la Janda, a lo que éste respondió, altivamente, que les daría batalla, pero no donde ellos querían, sino en torno a Tarifa. Tras efectuar un alarde en Sevilla, el ejército cruzado se dirigió hacia el sur en busca del enemigo que estaba ocupado en intentar tomar Tarifa, cosa que no pudo conseguir pese a los grandes medios utilizados, debido a la férrea defensa prestada por la guarnición, sabedora de que un ejército de socorro iba en camino. Los norteafricanos conocedores de que los cruzados se aproximaban, levantaron el asedio, quemaron las maquinas de asedio y se retiraron a las alturas circundantes, adoptando una posición defensiva. Abu al-Hasan confiaba en detener a los cristianos gracias a su posición y superioridad numérica.

Los castellanos se desplegaron en cinco cuerpos:

La retaguardia: Constituida por peones al mando del cordobés Gonzalo de Aguilar, y del noble leonés Pedro Núñez de Guzmán. Se trataba de las tropas de peor calidad de todas las reunidas para la batalla. El papel de la infantería castellanoleonesa era habitualmente defensivo.

El centro: Comandado por Alfonso XI, protegido por los mesnaderos reales, las huestes episcopales y arzobispales, junto con caballeros fijosdalgo.

El flanco derecho: Bajo el mando de Alvar Pérez de Guzmán, comandando a los caballeros de su propia hueste, así como a otros naturales de la frontera; que iban armados ligeramente para contrarrestar la rapidez y la flexibilidad de la caballería musulmana.

El flanco izquierdo: Comandado por el rey de Portugal, Alfonso IV, suegro de Alfonso XI. Al millar, aproximado, de caballeros portugueses se incorporaron unos tres mil castellanos para reforzar esa ala.

La vanguardia: En la que se integraba la flor y nata de la nobleza castellana, y estaba liderada por Juan Núñez de Lara, Alonso Méndez de Guzmán y el escritor, don Juan Manuel. Junto a estos contingentes nobiliarios, estaban las milicias de los concejos de Sevilla, Jerez y Carmona.


En cuanto a lo que se refiere a los musulmanes, estos dividieron sus fuerzas en cuatro secciones:

La retaguardia: Formada por unos seis mil efectivos de caballería a cargo de Hammu al-Asri. Abu-l Hassan, que se mantuvo como reserva, siempre lista para ayudar donde fuese necesario.

El centro: Bajo las órdenes del propio Abu al-Hasan, era la zona donde se preveía que la lucha iba a ser de mayor dureza.

El flanco derecho: A cargo del monarca granadino Yusuf I, estaba situado en una zona de colinas que le ofrecía una ventajosa posición defensiva, con el centro del dispositivo ocupado por la caballería y sus flancos por infantes y arqueros turcos.

El flanco izquierdo: Bajo las órdenes del hijo de Abu al-Hasan, Abu Umar, protegiendo la zona más próxima a la ciudad de Tarifa, también en una zona de cerros que les ofrecía una mayor ventaja defensiva frente a los cruzados.


Correspondió a los cristianos tomar la iniciativa, iniciando los combates cuando Alfonso XI dio orden de cruzar el río Salado, justo después de que Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, hubiese terminado de oficiar misa y tras un encendido discurso. Era el lunes 30 de octubre de 1340.

La batalla dio comienzo con el intento de la vanguardia cristiana por vadear el curso del río Salado, cosa que no pudo llevarse a cabo, debido a la dura resistencia ofrecida por la vanguardia benimerín que cubría ese sector. El joven Alfonso XI, con apenas 28 años en ese momento, pronto se impacientó ante la tardanza de su vanguardia en cruzar el río, por lo que envió un mensaje a don Juan Manuel para saber los motivos. A la impaciencia del monarca se sumó la del caballero García Jofre Tenorio quien exigió a don Juan Manuel que lanzase a las huestes para cruzar el vado. Al persistir la indecisión de éste, su alférez cogió el pendón para lanzarse al ataque, pero don Juan Manuel le golpeó con una maza, derribándole del caballo. Actitud extraña que hizo que la mayoría de los componentes de la delantera castellana desconfiasen de él y que de facto la vanguardia cristiana estuviese dirigida únicamente por Juan Núñez de Lara. Para solventar el desconcierto producido por la indecisión de don Juan Manuel y poder establecer una cabeza de puente al otro lado del río Salado, los hermanos Gonzalo y Garcilaso Ruiz de la Vega, que eran vasallos de don Fadrique y don Fernando, hijos bastardos del rey, se desviaron hacia la derecha consiguiendo cruzar el río por un pequeño puente de época romana. La irrupción sorprendió a los musulmanes, que en un primer momento retrocedieron, refugiándose en el grueso de su dispositivo; aunque, al poco tiempo, contraatacaron violentamente, poniendo a los caballeros que ya habían cruzado el río, en una situación muy comprometida, por su diferencia numérica.

Alfonso XI supo reaccionar, a pesar de que sus órdenes no se habían cumplido debido a la inexplicable actitud de don Juan Manuel, el monarca, para evitar que los caballeros que habían cruzado el río fuesen aniquilados, envió a Alvar Pérez de Guzmán junto a 1500 jinetes pesados. El auxilio realizado por el flanco derecho fue eficaz, y tras una pelea cuerpo a cuerpo muy dura, la resistencia musulmana fue quebrada en ese sector. Ante este primer revés, Abu al-Hasan, que contaba con superioridad numérica, ordenó a su hijo Abu Umar, encargado del flanco izquierdo musulmán, que cargase con 3000 jinetes benimerines contra los castellanos que habían logrado establecer una cabeza de puente al otro lado del Salado. La carga de la caballería musulmana fue tan brutal que obligó a los castellanos a retroceder a sus posiciones iniciales y abandonar la cabeza de puente que habían establecido.


Ante estos contratiempos Alfonso XI avanzó hacia el río Salado. Los caudillos de la vanguardia, Juan Núñez de Lara y el maestre de Santiago Alfonso Méndez, viendo que el rey avanzaba, se unieron a él, cruzando junto a la vanguardia cristiana y trabando combate con los benimerines que guardaban los vados. El empuje cristiano hizo estremecerse al dispositivo benimerín. Los pendones de Juan Núñez de Lara y de Alfonso Méndez junto a una parte de la vanguardia, consiguieron flanquear el dispositivo musulmán, escalando una pequeña colina situada a la derecha de los benimerines. En ese momento, la batalla comenzó a descontrolarse y los hechos de armas, a favor de los cristianos se sucedieron de forma rápida. La parte de la vanguardia castellana, que había conseguido flanquear a los musulmanes, se lanzó en un alocado ataque frontal contra el real benimerín, que se encontraba mucho más retrasado con respecto al dispositivo establecido por Abu-l Hassan. Los caudillos, pretendían atacar a la gran aglomeración de fuerzas que mantenían los norteafricanos en el centro del dispositivo, desde la colina que habían ganado, sin embargo, el ansia de botín, hizo que la sección de vanguardia se desentendiese del combate y se fuese rauda a robar las riquezas reunidas por Abu-l Hassan en su real. Al mismo tiempo, las fuerzas que se encontraban dentro de la plaza de Tarifa, comandadas por Juan Alfonso de Benavides, salieron de ella y atacaron frontalmente a las fuerzas encargadas de proteger el real, que pese a su superioridad numérica, pronto renunciaron a la lucha, dejando el palenque de totalmente desprotegido. Algunos componentes de la retaguardia benimerín huyeron hacia Algeciras, mientras que otros descendieron de las alturas y se unieron al cuerpo central, donde en ese momento también se combatía muy duramente.

Mientras se producía el saqueo del real benimerín, Alfonso XI, había conseguido cruzar el río y establecido contacto con el grueso del contingente musulmán, muy superior en número. Decidido a matar o capturar a Abu-l Hassan, Alfonso XI ordenó a sus fuerzas cargar contra el centro del dispositivo enemigo, donde se encontraba el sultán magrebí. Fue el momento crítico de la batalla, pues las fuerzas que protegían al monarca castellano quedaron mermadas al marchar parte de su vanguardia a saquear el real, quedando parte de las fuerzas que estaban en su derecha, algo alejadas. Entonces, el centro del ejército musulmán aprovechó ese momento de debilidad para contraatacar a las reducidas tropas que protegían a Alfonso XI, puesto que, si mataban o capturaban al monarca, la batalla quedaría totalmente a favor de los norteafricanos. Los benimerines lanzaron una lluvia de flechas que a punto estuvo de segar la vida de Alfonso XI, llegándose a clavar una saeta en la silla de montar del joven rey. Pero el monarca mantuvo la calma y arengó a sus huestes para que no desfalleciesen, intentando unirse a la refriega, siendo detenido por Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, justo antes de cargar con su caballo. A pesar de lo desesperado de la situación, las huestes reales se mantuvieron frente a los benimerines. En ese momento, la retaguardia cristiana, al mando de Gonzalo de Aguilar, llegó en auxilio del rey. A la milicia concejil de Córdoba se sumaron la de Écija, la de Zamora y el obispo de Mondoñedo, Álvaro Pérez de Biedma. Refuerzo que consiguió aliviar la crítica situación en la que se encontraba el centro del despliegue cristiano.

Los musulmanes, que por un momento llegaron a acariciar la victoria, vieron como se les escapaba, ya que, al renovado ímpetu del centro castellano, se sumaban ahora las tropas que previamente habían asaltado el real. A punto de ser rodeados desde todas las direcciones, los norteafricanos emprendieron una huida desordenada hacia Algeciras, quedando los cristianos dueños del campo de batalla y, por tanto, victoriosos. De forma paralela, los reyes de Granada y Portugal también combatieron tenazmente en un tramo más alto del río Salado. El contingente castellano/portugués a las órdenes de Alfonso IV trabó combate contra las tropas andalusíes, estando la batalla en ese flanco muy igualada, incluso inclinándose peligrosamente a favor de los granadinos, no obstante, la infantería castellana, al mando de Pedro Núñez de Guzmán, llegó en el momento oportuno para reforzar a los caballeros lusos y castellanos, derrotando así a las huestes de Yusuf I y poniéndolas en fuga.




La victoria cristiana resonó por toda la cristiandad, supuso una dura derrota para Abu-l Hassan, quien desde ese momento, y especialmente tras la pérdida de Algeciras cuatro años más tarde, debió reconducir su política expansiva únicamente al norte de África. Alfonso XI, por otro lado, pletórico tras su victoria, no dejó escapar la ocasión y al año siguiente conquistaba las plazas de Alcalá la Real, Priego, Carcabuey, Rute y Benamejí. En 1344 era Algeciras la que pasaba a manos castellanas, y pese a que Gibraltar no pudo ser conquistada debido a la muerte de Alfonso XI en 1350, desde entonces ningún poder norteafricano trató de asentarse en la península ibérica.



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Ramón Martín


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