El Siglo XX en España (Capítulo 3) – Un repaso a las Instituciones


La Iglesia Católica Española

    Es evidente que las crisis de los gobiernos están provocadas por las crisis de las instituciones. La iglesia española del siglo XX arrastra la blanda herencia del siglo XIX, sin grandes figuras que la orienten, anclada en una depresión intelectual y espiritual lastimosa. Afectada su situación económica por la reciente desamortización, se vio empujada a la reconstrucción financiera, orientándola ahora a los bienes muebles, en perjuicio de su renovación religiosa e intelectual. Los seminarios seguían a remolque de la escolástica más retrógrada; el clero vegetaba a la sombra de los poderosos, olvidando la miseria y las reivindicaciones del pueblo. Las corrientes renovadoras del pensamiento católico europeo morían, como tantas otras cosas, en los Pirineos. Es la época del cura de misa y olla; una iglesia totalmente dormida en una época en que necesitaba, más que nunca, estar despierta. Los Sindicatos católicos, con efectivos, en su inicio, muy superiores a los sindicatos socialistas, degeneraron pronto, por falta de visión, en un endeble sindicalismo amarillo que quedó definitivamente a la deriva tras la huelga revolucionaria de 1917.


El Ejército Español

    Tampoco era brillante la situación del ejército. La guerra de Marruecos ofrecía continuas ocasiones al heroísmo personal, pero ese heroísmo chocaba con la imprevisión y la desorientación que convirtieron esa guerra en un mal endémico. El desastre de Annual, en 1921, fue la culminación de una etapa de indecisiones políticas y desinterés nacional, todo como consecuencia de cientos de pequeñas operaciones tácticas, realizadas con sacrificio y concebidas sin grandeza. En la metrópoli el descontento del Ejército se manifestó en el confuso problema de las Juntas de Defensa, sobre el que abundan las interpretaciones. Algunos quieren ver en las Juntas, la protesta de una institución que no quería perder la preponderancia que alcanzó en los pronunciamientos del siglo XIX y, para otros, la inquietud militar se relacionaba exclusivamente con aspiraciones más prosaicas y corporativas. Pero es evidente que el Ejército del siglo XX está muy lejos del romántico militarismo liberal. Quizá por considerarse el brazo de la patria, herido en sus empresas desgraciadas; quizá por la forja diaria bajo el sol marroquí entre la disciplina y la muerte, el Ejército va adquiriendo un tremendo peso de responsabilidad que le aleja de los fáciles golpes ambiciosos y le concentra, como última reserva, ante una anarquía creciente. 


El campo

    Las instituciones flaqueaban porque estaban montadas sobre un pueblo en ebullición. En España nunca se había realizado una reforma agraria, como las varias que, con signo político unas veces y económico-migratorio otras, habían reestructurado y estabilizado los verdes campos de Europa. El campo español se resentía de este anquilosamiento. Se ha divulgado hasta la saciedad la secuencia humana del latifundio: las extensiones inmensas solo utilizadas para la caza y el pastoreo extensivo; el administrador avaro que selecciona braceros en plan de mercado, a la salida de la misa dominical, mientras el propietario duerme sus ocios en el lejano caserón de Madrid. 

    Frente al latifundio el minifundio ridículo. Vigente al alborear el siglo en muchísimas zonas del campo español. Un propietario para el terreno, otro para las edificaciones, otro para los árboles y otro para la cosecha, todo en quinientos metros cuadrados. Es fácil ver que los problemas agronómicos y los problemas humanos vendrían inevitablemente a converger en soluciones mitad estoicas, mitad anarquistas. El caciquismo, como válvula de seguridad, no podía durar mucho tiempo, y los campesinos anarquistas, evangelizados por Bakunin y sus epígonos, después de la Primera Internacional, iban extendiendo su solidaridad por las zonas industriales de Cataluña y Levante, donde acudían los éxodos andaluces extremeños y murcianos. El anarquismo catalán es radicalmente de la España del sur.




La industria

    Tampoco tuvo España una neta revolución industrial. Tiempo hacía que los prósperos talleres castellanos, habían cerrado sus puertas, era más cómoda la tala salvaje de los bosques de Castilla, en busca de las primeras cosechas fértiles, leña y sosa extraída de las cortezas. La industrialización no fue en España un fenómeno global. Solo tuvo centros importantes en la periferia: Cataluña, País Vasco y Asturias. 

    Otra gran transformación europea hecha a medias en lo técnico, sin visión económica de altura y sin la menor proyección social. El resultado fue el encono de la lucha de clases apenas esbozada y el abismo que se fue abriendo entre las clases trabajadoras, que empezaban a adquirir conciencia de clase, y todo lo que a sus ojos significase conexiones con la fortaleza patronal que, día tras día, iba asaltando.



Los intelectuales

    Para colmo el movimiento intelectual español, soportado sobre capas sociales siempre más próximas a la cumbre que a la base popular, se desentendió de las tradicionales corrientes que hicieron a España, y se montó sobre bases hipercríticas, cuando no extrañas y ajenas por completo a toda posibilidad de comprensión comunitaria: fue una desgracia que todo el impulso renovador de la Institución Libre de Enseñanza derivase de una tendencia filosófica tan endeble y pasajera como el krausismo. El renacimiento cultural de la época de Alfonso XIII no es paralelo al progreso intelectual; pero los dos están dominados por la generación del 98, conjunto de “jóvenes airados” que han dado páginas de gloria a la literatura, pero que, con su brillante evasión poética, no han facilitado demasiado la convivencia española. Por lo demás, las grandes masas de ideología tradicional no conseguirían crear durante el reinado de Alfonso XIII ni una buena avanzada intelectual, ni un auténtico espíritu conservador. El binomio revolución-reacción del siglo XIX se prolongaría durante el XX. Las dos Españas -aristocracia y pueblo, patronos y obreros, clericales y anticlericales- se dividían cada día más.

Enlaces al resto de los capítulos de esta serie:

Capítulo 1: La Herencia recibida

Capítulo 2: Reinado de Alfonso XIII

Capítulo 3: 

Capítulo 4: La Dictadura de Primo de Rivera

Capítulo 5: Fin de la Monarquía

Capítulo 6: ¡Hola República!

Capítulo 7: Los primeros tiempos republicanos

Capítulo 8: La izquierda se consolida

Capítulo 9: La derecha se reorganiza

Capítulo 10: Reacción y Revolución

Capítulo 11 y último: Llegando al final de este periodo



Para la realización del siguiente artículo se han empleado apuntes tomados de diversos periódicos de la época. Las imágenes son de Pinterest.

Ramón Martín


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