Muhammad II, Califa de Córdoba el año 1009 y el año 1010


Muhammad al Madhi era bisnieto de Abderramán III, apoyado en la población obrera de Córdoba, que eran fervientemente dinásticas, consiguió apoderarse del palacio califal, obteniendo la abdicación de su pariente Hisham II. El palacio de los Amiríes, Zaíra, fue incendiado y saqueado, mientras que Abderramán Sanchuelo, segundo hijo de Almanzor, que se había hecho con el poder, fue muerto en compañía de su feudatario, el conde de Carrión. 

Desaparecía así el régimen Amirí en el año 1009. Los restos del hijo de Almanzor, sirvieron de trofeo, expuesto en a una de las puertas de palacio. Este golpe de estado, primero en 253 años de historia andalusí, abrió una época y cerró otra. La restauración de los omeyas no trajo la paz, puesto que todavía persistía el fermento revolucionario de los eslavos y de los beréberes, que habían sido traídos a Córdoba por los últimos califas, para proseguir victoriosamente la guerra contra los cristianos, y que fueron favorecidos por la política de Almanzor. 

Los bereberes perseguidos, dirigidos por su jefe Zawi b. Zirí, proclamaron califa a Sulaymán, otro omeya también biznieto de Abderramán III, que tomó el nombre de Al-Mustain. Desde Guadalajara, quisieron atraerse al gobernador de la frontera, el eslavo Wadih, el cual se negó al pacto, y les obligó a pedir ayuda al conde Sancho I García. El conde se encontraba, por esta circunstancia, erigido en árbitro de los musulmanes hispanos. Los berberiscos se encontraron con que, una embajada de Muhammad al Madhi, había entregado a Sancho unos riquísimos presentes. La austera y pobre Castilla comenzaba, de esta manera, a enriquecerse con los despojos del califato. Pero Sancho I García, que estaba muy bien informado, se inclinó a los africanos y le envió un gran socorro de víveres. 

El ejército de Muhammad, que estaba compuesto por burgueses faquíes y obreros de Córdoba, fue deshecho y acuchillado en Cantich, a orillas del Guadalquivir. Muhammad intentó conjurar el peligro proclamando de nuevo a Hisam II, pero de nada sirvió, Córdoba fue saqueada por cristianos y berberiscos y el conde abandonó la ciudad con un inmenso botín. 

Los sublevados proclamaron califa a Sulaymán, con el título de al Mustain bi allah (el que implora la ayuda de Dios). Muhammad al Mahdi, se refugia en Toledo, y su lugarteniente, Wadih se establece en Tortosa, desde donde entró en negociaciones con el conde de Barcelona, Ramón Borrell I, hijo de Borrell II, que había presenciado el saqueo de Barcelona por las tropas de Almanzor. El ya poderoso condado catalán, desligado de la influencia franca, había entrado de lleno en la política peninsular, unas veces junto al califato de Córdoba, otras aliándose con los príncipes cristianos en contra de los musulmanes. Ramón Borrell, aceptó las dádivas y ofertas de Wadih y junto al conde de Urgel, Armengol, tomó el camino del sur. A comienzos de junio de 1010, los eslavos de Muhammad, reforzados por los catalanes, lucharon contra los berberiscos de Sulaymán en Acaba al Bacar, cerca de Córdoba. 

La batalla fue dura y en ella encontró la muerte el conde de Urgel, aunque la victoria se decantó por Muhammad y sus aliados. Los bereberes levantaron sus asentamientos en Medina Azahara y partieron, perseguidos por las tropas de Muhammad, que fue derrotado por ellos en el Guadiaro, Córdoba fue de nuevo saqueada. Los catalanes fueron derrotados en un nuevo combate en Guadiaro, que debilitó sus fuerzas, por lo que decidieron retornar a Cataluña, dejando la ciudad califal bajo la amenaza de las represalias berberiscas. 

Wadih, jefe de los eslavos, convencido de que Muhammad era un inútil, le hizo asesinar y devolvió el trono a Hisam II, con la esperanza de ser un nuevo Almanzor. Los bereberes comenzaron a pedir contrapartidas, exigieron territorios, recogida de impuestos, a cambio de protección, lo cual derivaría en la instalación de los ziríes en Granada y Jaén, de los Jizruníes en Arcos, de los Birzalíes en Carmona, de los Dammaríes en Morón y de los Yafraníes en Ronda



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