Abderramán III. Emir de Córdoba desde el 912 al 929 y Califa de Córdoba desde el 929 al 961


Al morir Abd Allah en octubre de 912. Le sucedió su hijo Abderramán III, que era hijo de Muzna, una esclava vasca, de la que había heredado su pelo rubio y sus ojos azules. Era inteligente, amable y generoso y no tenía nada de fanático. Agradable en el trato, aparte del árabe, sabía hablar el romance derivado del latín, que por entonces se hablaba en Córdoba. A su vez era digno en su apostura y en su corte imperaría una estricta etiqueta. 

Una crónica anónima dice su abuelo Abd Allah, le prefería a todos sus hijos, y lo tenía señalado para ser su sucesor. A veces lo hacía sentar en el trono, en lugar suyo. Por lo demás, él habitaba en el Alcázar con su abuelo, cosa que sus propios hijos no hacían. La entronización de Abderramán, en detrimento de los hijos de Abd Allah, se hizo fácilmente y sin oposición. Recibió el juramento de fidelidad de los súbditos, el jueves 1 del ya mencionado mes de rabi (15 de octubre de 912). 

Su meta fue conseguir un Estado fuerte y dominado. Para lo que se aplicó con inteligencia y grandes dotes de estadista. Era consciente que para dominar a la levantisca nobleza árabe, lo mejor era colocar en puestos de confianza a mozárabes y esclavos, aunque esa tolerancia, no le eximía de ser cruel hasta con los cadáveres de los rebeldes mozárabes a los que había conseguido vencer. Así cuando se apodera de la fortaleza de Bobastro, averigua donde esta enterrado su gran rival, Umar ben Hafsún, lo hace exhumar y crucifica el cadáver entre sus dos hijos. 

A comienzos del año 929, Abderramán III, adoptó los títulos de Califa y emir almuminin (Príncipe de los Creyentes). Un paso este que, ninguno de los emires que le precedieron, fueron capaces de dar. En lo sucesivo ya no se reconocería ninguna supremacía, y las invocaciones en las mezquitas se harían citando su nombre. Nace así el Califato de Córdoba, el monarca a partir de ahora el representante de Alá en la Tierra. 

Dado el régimen de la poligamia, el número de hijos solía ser elevado, en aquella época, aunque sin alcanzar la cifra de cien hijos que tuvo Abderramán II. Abderramán III, no obstante tuvo once varones y dieciséis hembras, de los cuales solo sobrevivieron cinco hijos varones, que según alcanzaban la mayoría de edad y la pubertad, iban saliendo a sus respectivos alcázares. 

Con un Estado fuerte económica y políticamente, el joven monarca, se centra en acabar con las múltiples rebeliones existentes en todo al-Andalus. El año 913, somete Écija, las coras de Jaén y Elvira, al año siguiente le toca el turno a Sevilla y Carmona, donde los muladíes campan a sus anchas. 


Durante el reinado de Abderramán III, tuvo que hacer frente a una intensa actividad, por parte de los vecinos del Norte, como también fue muy intensa la que el soberano cordobés desplegó contra los reyes cristianos de la Península. El 19 de agosto de 913, Ordoño II atacó Évora, que fue tomada, y en la que perecieron el gobernador musulmán y unos setecientos hombres de la guarnición; dos días después, Ordoño abandonaba la plaza, con cerca de cuatro mil mujeres y niños, cautivos. 



Continuas luchas contra los reinos cristianos


Un año más tarde, el monarca leonés atacó el castillo de Alanje, en las cercanías de Mérida, haciéndoles correr a sus moradores, la misma suerte que a los de Évora. Con estas incursiones, Ordoño II sembró el pánico entre las poblaciones del Algarve, y hubo señores musulmanes, como el príncipe Abd Allah, de los Banu Marwán de Badajoz, que para evitar problemas, le envió un tributo importantísimo. La reacción del soberano omeya no se hizo esperar y, en el verano de 916, encomendó a su general Ibn Abí Abda hacer una aceifa por tierras de León, la primera que Abderramán III, realizaba contra los territorios cristianos. Al siguiente verano, el mismo general, trató de apoderarse de San Esteban de Gormaz, pero la batalla que libraron contra las huestes de Ordoño, ante las puertas de dicha plaza, el día 4 de septiembre de 917. fue un auténtico fracaso. 


Luego, el rey leonés aliado con Sancho Garcés I de Pamplona, en la primavera del 918, se dirigió a tomar Talavera, sobre el Tajo, mientras el soberano de Pamplona atacaba el feudo de los Banu Qasi, y asolaba los alrededores de Nájera, Tudela y Valtierra. Unos meses más tarde, en agosto de 918, el hachib Bard ben Ahmad, infligió una derrota de consideración cerca de una localidad llamada Mitonia o Mudania, a los ejércitos de Ordoño II. Un año después, el general Ishaq ben Muhammad al-Qurashi desbarató los contingentes del rey leonés cuando este trataba de adentrarse, una vez más, por los territorios musulmanes. 

Al siguiente año 920, Abderramán III, salió personalmente contra Ordoño y Sancho, llevando a feliz término la célebre campaña de Muez, que duró tres meses, saqueando e incendiando Osma, el 8 de julio; la toma y desmanteló San Esteban de Gormaz, ocupó las fortalezas de Carcar y Calahorra; el día 26 tuvo lugar el sangriento descalabro de navarros y leoneses en el valle de Junquera y la célebre derrota de Valdejunquera del mismo día y, por último, la conquista al asalto del castillo de Muez, del que tomó nombre la campaña, el día 29. 

Un año después, es Ordoño el que hace una profunda incursión por territorio musulmán. En 923, el monarca leonés se adueñó de Nájera, mientras Sancho Garcés I, atacaba a los Banu Qasi en el castillo de Viguera. Al año siguiente, Abderramán emprendió una aceifa de castigo contra el rey navarro, saqueando los castillos de Peralta, Falces, Tafalla y Carcastillo, haciéndole huir, llegando a Pamplona, cuya ciudadela fue ocupada, saqueados sus barrios e incendiada su catedral, y finalmente, bajó contra la vieja fortaleza musulmana de Sajra Qays (Azagra), que destruyó y emprendió el camino de regreso a sus dominios por Tudela. 

Años después, el día 1 de agosto del 939, el califa sufrió el desastre del foso de Simancas, donde los contingentes leoneses de Ramiro II, los castellanos del conde Fernán González y los navarros de la reina Toda se cubrieron de gloria. 

El intervalo comprendido entre 940 a 945 menudearon las incursiones de los musulmanes por tierras de León y Galicia, de las que volvían repletos de botín. En 946, el cuartel de operaciones de la Marca media de al-Andalus fue trasladado desde Toledo a la vieja fortaleza de Medinaceli, que había estado abandonada durante mucho tiempo y hubo de ser reconstruida. En julio de 956, una los musulmanes hicieron más de diez mil muertos a los cristianos al atacar por sorpresa; Ordoño III, bajó a saquear Lisboa, y su suegro Fernán González obtuvo un éxito sobre los musulmanes cerca de San Esteban de Gormaz. Al siguiente año, al-Nasir concertó un ventajoso tratado con Ordoño III y el conde castellano; pero murió el rey de León, y su hermano y sucesor, Sancho I el Craso, se negó a ratificar el documento, por lo que el califa ordenó proseguir la lucha, y Sancho sufrió un serio descalabro, que le supuso la pérdida del trono leonés y el salir hacia Navarra para colocarse bajo la protección de su abuela Toda. 

Poco tiempo después, La reina navarra se decidió a emprender el camino de Córdoba con su hijo García Sánchez I y su nieto Sancho, para rendir homenaje al califa, al tiempo que le pedía ayuda militar. Al-Nasir envió un ejército contra Zamora, que fue ocupada, con lo que Sancho I recobró el trono leonés en 960. A partir de entonces, los estados cristianos fueron tributarios suyos. Por lo que respecta a las relaciones entre Córdoba y Barcelona por esta época, parece ser que fueron amistosas, si bien la plaza de Tarragona fue recuperada por los musulmanes en los últimos días de al-Nasir, sin que se sepa qué circunstancias concurrieron en el suceso. 

Otra faceta interesante del reinado de al Nasir, la constituyó la gran actividad que este soberano se vio forzado a desarrollar en el septentrión africano para librar a la España musulmana de la amenaza fatimí; mediante la práctica de una política audaz, atinada y oportunista, no solo logró inmiscuirse en los asuntos de África y atraer hacia la órbita omeya un buen número de partidarios con bastante antelación al único intento de los fatimíes contra al-Andalus: el saqueo de Almería, en 955, por los soldados del califa al-Mu'izz, sino que consiguió, además, posesionarse de Ceuta en el 927 y Tánger en el 951, las plazas marítimas más importantes del litoral africano en el Estrecho. 


El Alcázar de Córdoba, llegó a ocupar una extensión considerable. Tenía el palacio cinco puertas, que nunca se abrían a la vez. La principal daba a la presa o azud del río, y se llamaba la puerta de la Zuda, cerca estaba la puerta de la Justicia. Las otras tres eran las llamadas de Hierro, del Río y la poterna del Norte. Otra residencia real, era la almunia de al-Naura o de la Noria, a orillas del Guadalquivir. 



Un nuevo palacio, digno de un gobernante poderoso: Medina Azahara


Pero Abderramán quería tener otro palacio, a poder ser más fastuoso. Y entonces se le presentó, de improviso, la ocasión. Una de sus concubinas había dejado, al morir, una importante fortuna al soberano, que éste decidió emplear en construir una medina (ciudad) a la que decidió dar en nombre de Zahara (flor), una de sus favoritas. El emplazamiento elegido fue en la parte occidental de la sierra cordobesa, a los pies del Yebel Alarus (el Monte de la Novia). El año 936. Dieron comienzo las obras de Medina Azahara, que habrían de durar cuarenta años. El arquitecto designado se llamaba Maslama, e intervinieron unos diez mil hombres. 

Abderramán no tuvo paciencia para esperar a acabar las obras, trasladándose a la nueva residencia el año 945. Se llegaba a ella por una carretera que desembocaba en una puerta llamada Zuda, la cual daba acceso a la larga galería que desembocaba en los salones de recepción. Durante los veinticinco años que duró el reinado de Abderramán III, se gastaron enormes sumas en el nuevo palacio. 

Por aquel tiempo Córdoba llegó a ser un centro de tráfico de esclavos, procedentes del Este de Europa y del África negra. En el año 935 llegó a Córdoba Juan de Gortz, embajador de Otón I, emperador de Alemania, tomando suma importancia las relaciones del Califato con la Europa Central. 

Los años de su vejez, los pasó Abderramán III en Medina Azahara, entregado al amor, la poesía y la música. Abderramán III murió en Córdoba el 15 de octubre de 961, en pleno apogeo de su fama y de su poderío, y fue inhumado en la Rawda del Alcázar, junto a sus antepasados. 







FUENTES: Nubeluz, Biografías y Vidas, y Wikipedia 

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