Napoleón III presidente de la República francesa desde 1848 a 1852, y emperador de Francia de 1852 a 1870

 

DINASTÍA BONAPARTE

Nacimiento: El 20 de abril de 1808 en Paris.

Fallecimiento: El 9 de enero de 1873 en Londres.

Padres: Luis I Bonaparte y Hortensia de Beauharnais.

Presidente de la República Francesa: Desde el 20 de diciembre de 1848 al 2 de diciembre de 1852.

Rey de Francia: Desde el 2 de diciembre de 1852 al 4 de septiembre de 1870.


Carlos Luis Napoleón Bonaparte, nace en París, el 20 de abril de 1808. Era hijo de Luis Bonaparte, hermano del emperador Napoleón Bonaparte y Hortensia de Beauharnais, hija de la emperatriz Josefina. Al ser sobrino de Napoleón Bonaparte, se convirtió en su heredero legítimo, tras las muertes de su hermano mayor y de Napoleón II. En su juventud fue un conspirador liberal, hay constancia de su participación en los movimientos revolucionarios italianos de 1831. Desde 1832, al heredar la jefatura de la dinastía Bonaparte, a causa de la muerte del duque de Reichstadt, se dedicó a intentar la conquista del poder, para lo cual, protagonizó dos intentos frustrados de derrocar a Luis Felipe de Orleans, uno en Estrasburgo en 1836 y otro en Boulogne en 1840. Por este último fracaso, fue condenado a cadena perpetua en el castillo de Ham, de donde consiguió evadirse en 1846 y refugiarse en Inglaterra. Desde entonces, gozó de una mala salud que le acompañaría durante el resto de su vida.

La Revolución de 1848, que instauró la Segunda República en Francia, le permitió regresar y participar en la política activa. Al restablecerse el sufragio universal, en un país predominantemente campesino le proporcionó un éxito electoral, beneficiándose de la memoria de su tío y de la asociación del nombre Bonaparte con una época de orden en libertad y de hegemonía continental de Francia. Así se convirtió, en 1848, en el primer y único presidente de la Segunda República, con un mensaje ambiguo que proponía la mezcla de los principios de la Revolución Francesa de 1789, con los deseos de orden y paz social de la Francia más conservadora.

Como presidente de la República, siguió la corriente conservadora mayoritaria en la Asamblea: ganándose el apoyo de los católicos al dejar, con la Ley Falloux de 1849, la enseñanza privada en manos de la Iglesia, e intervenir militarmente, ese mismo año, para reponer el poder del papa contra la República Romana; al mismo tiempo que, salvaguardaba su imagen, presentándose como víctima de las medidas más impopulares de la Asamblea. Se esforzó por acrecentar su poder personal, recortando el sufragio universal y las libertades.



Para perpetuarse en la presidencia, el año 1851, protagonizó un golpe de Estado, en contra de las prescripciones constitucionales, golpe que sancionó después con un plebiscito que ganó por abrumadora mayoría. Comenzaba así, su estilo de gobierno: una mezcla de autoritarismo personal y apelación directa al pueblo, eliminando la intermediación de los partidos y del Parlamento. En 1852 completó su dictadura, promulgando una carta otorgada de corte cesarista, inspirada en la Constitución del año VIII, donde restablecía en su persona la dignidad imperial hereditaria; el que, hasta entonces, había sido príncipe presidente pasaba a llamarse Napoleón III, emperador de los franceses. El carácter dictatorial de aquel Segundo Imperio le obligó a buscar una legitimación por la vía de las realizaciones. Para conseguirlo, emprendió una política exterior encaminada a desmontar el orden europeo que había establecido el Congreso de Viena de1815 y volver a colocar a Francia, en el papel de gran potencia mundial, política que le atrajo la simpatía de las masas populares urbanas y que también tenía la ventaja de mantener a los militares absorbidos por aventuras exteriores.

En cuanto al interior, compensó el recorte de las libertades individuales con una política de reformas sociales, encaminada a desmovilizar el potencial revolucionario del movimiento obrero; esforzándose en potenciar el desarrollo económico apoyado en la gran industria, facilitando las grandes concentraciones financieras, extendiendo la red de ferrocarriles, remodelando las ciudades, exportando, exportando capitales, ampliando los mercados con la expansión colonial y suscribiendo un valiente tratado de libre comercio con Gran Bretaña (el Tratado Cobden-Chevalier de 1860). Con todo ello, hizo del Segundo Imperio una fase muy significativa en el proceso de industrialización de Francia. La dureza de los siete primeros años dejó paso a un cambio más progresista, desde la intervención militar en Italia de 1859 y del Tratado comercial de 1860, enemistando al régimen con parte de la clase empresarial francesa. Pero este giro no modificó las instituciones políticas, que siguieron marcadas por el autoritarismo hasta que, en 1869-70, inició una evolución hacia el parlamentarismo, en un experimento de Imperio liberal que no llegó a cuajar por la inmediata caída del Imperio. Caída que fue provocada por las aventuras exteriores: las primeras se habían visto coronadas por el éxito, un ejemplo lo constituye la intervención contra Rusia en la Guerra de Crimea de 1854-55, que puso al régimen en un momento de máxima gloria con la reunión del Congreso de paz en París, que se celebró simultáneamente con la Exposición Universal de 1855, que proyectó al mundo la imagen de una Francia moderna y pujante; y al nacimiento de un príncipe heredero fruto del matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo, lo que parecía asegurar la sucesión.

Aquel éxito, junto con el obtenido en la guerra de unificación italiana, llevó al emperador a confiar, en exceso, en su sueño de poderío universal, animándole a intervenir diplomáticamente en la Guerra de Secesión americana, a un proyecto de hegemonía sobre América Latina que comenzaría por la instauración en México del régimen imperial de Maximiliano I y a la pretensión de obtener compensaciones territoriales en Alemania por la neutralidad de Francia en la Guerra Austro-Prusiana de 1866; todos esos intentos constituyeron sendos fracasos, antecedentes del descalabro final, dejándose arrastrar por un incidente diplomático sin importancia: el telegrama de Ems, a propósito de la candidatura de un príncipe Hohenzollern al vacante Trono de España, Napoleón III aceptó ir a la guerra contra Prusia en 1870, confiando en su capacidad para frenar a la Prusia de Bismarck y el peligro de que condujera a formar un Estado alemán fuerte y unido. La derrota, el año 1870, en esta guerra fue completa, y Napoleón cayó prisionero del ejército prusiano en la batalla de Sedán, lo que provocó el hundimiento del Segundo Imperio frente a las fuerzas republicanas, al tiempo que estallaba en París la Revolución de la Comuna y que Bismarck completaba la unificación del Imperio Alemán (Versalles 1871) y arrebataba a Francia las provincias de Alsacia y Lorena.

Puesto en libertad, el ya exemperador se refugió en Inglaterra, desde donde siguió proclamando las virtudes del bonapartismo y reclamando sus derechos al trono, al que nunca abdicó. El controvertido y ambiguo dictador moría tres años después, en Londres, el 9 de enero de 1873, dejando a la posteridad un modelo de populismo autoritario y modernizador, que sin duda ha inspirado a otros políticos.

Ramón Martín

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