María de Molina, esposa de Sancho IV



    Nacida hacia 1264 en Molina de Aragón, era hija del infante Alonso, señor de Molina y hermano de Fernando III el Santo, y de doña Mayor Alfonso Téllez, del linaje de los Meneses de Tierra de Campos. Se casó en Toledo en 1282 con el infante don Sancho, hijo de Alfonso X el Sabio, futuro Sancho IV de Castilla, al que le unía un estrecho parentesco. El matrimonio se efectuó sin dispensa pontificia, por lo que el papa Martín IV lanzó la excomunión sobre Sancho, al negarse éste a separarse de María. El infante amenazó con matar a los enviados que llevaban la bula de excomunión y con apelar ante los sucesores del Papa y ante el primer concilio que se celebrase.

    La primera actuación política de María es con la revuelta promovida en 1282 por el infante Sancho contra su padre. María trató de lograr la reconciliación entre ambos, pero no pudo evitar que Sancho fuera desheredado y maldecido por su padre. A pesar de ello, tras la muerte del rey sabio, Sancho fue rápidamente coronado junto a María en 1284. La reina ejerció una gran influencia sobre Sancho, cuyo carácter impulsivo trataba a menudo de templar, actuando de mediadora entre el rey y sus numerosos opositores en la corte. La muerte del rey en 1295 la convirtió en regente y tutora de su hijo Fernando IV, que contaba 10 años, según las disposiciones testamentarias de Sancho IV. Los primeros años de la regencia fueron muy difíciles para la reina, que tuvo que hacer frente tanto a las intrigas nobiliarias que querían desbancarla del gobierno como al gran desorden económico y al malestar social que reinaba en Castilla.


    El reconocimiento de Fernando IV como rey no fue fácil, ya que una facción nobiliaria apoyaba a Alfonso de la Cerda, nieto de Alfonso X al que éste había declarado su heredero legítimo, al tiempo que el infante Juan, hermano de Sancho IV, se hacía proclamar rey de León. Por su parte, don Diego de Haro se apoderó de Vizcaya, apoyado por el infante don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X, mientras el linaje de los Lara, al que el testamento de Sancho IV encomendara la custodia de la reina y de su hijo, abandonó la causa de María.

    Otro frente de oposición fue el levantado por el infante don Enrique, hermano de Sancho IV, quien consiguió que las Cortes le entregaran la regencia del reino, aunque María pudo conservar la custodia de su hijo. Los distintos contendientes buscaron el apoyo de los países vecinos. Jaime II de Aragón utilizó como excusa su apoyo a Alfonso de la Cerda para intentar la anexión del reino de Murcia. María ejerció una resistencia desesperada frente a los aragoneses que impidió la toma del reino, si bien la guerra con Aragón se prolongó durante toda la minoría de Fernando IV.

    Por otra parte, Felipe el Hermoso, rey de Francia y rey consorte de Navarra, exigió a María la restitución de territorios en otro tiempo navarros y amenazó con prestar su ayuda al infante de la Cerda. María consiguió renovar la paz con Felipe el Hermoso y su inhibición de la guerra castellana. Finalmente, el rey de Portugal don Dionís aprovechó la situación para exigir a la reina la rectificación de su frontera con Castilla, ocupando Ciudad Rodrigo y otras plazas castellanas. María firmó con don Dionís la Concordia de Alcañices de 1297 por la que le cedió dichas plazas, a cambio de lo cual el portugués se comprometía a no apoyar a los rebeldes. La paz se selló con un doble matrimonio entre la infanta doña Constanza de Portugal y Fernando IV y entre el heredero del trono portugués, Alfonso, y Beatriz, hija de María y Sancho IV.


    En el interior de Castilla, la reina intentó una solución entre los diversos bandos nobiliarios, haciendo numerosas concesiones a unos y otros, pero no consiguió el suficiente apoyo como para poner fin a la contienda. La falta de sostén entre la nobleza obligó a María, a apoyarse en los concejos municipales y en la asamblea de Cortes, a la que recurrió con una frecuencia inusitada para debatir los problemas del reino.

    La violencia nobiliaria y la invasión de las tropas extranjeras causaron gran devastación en Castilla y provocando el agotamiento de los recursos del tesoro. María intentó paliar esta situación haciendo acuñar moneda en nombre de su hijo con el consentimiento de los concejos. Sobre los futuros beneficios de esta emisión la reina obtuvo créditos que le permitieron pagar tropas que defendieran su causa. La retirada de Portugal y Francia de la contienda y la mejora de la situación económica de la Corona debilitaron la posición de los rebeldes. El infante don Juan se sometió a María en 1300, abandonado por sus partidarios. Este hecho y la paz firmada entre el infante don Enrique y sus enemigos los Lara, mediante acuerdo matrimonial, trajeron una relativa paz a Castilla, turbada de tanto en tanto por las incursiones de los aragoneses en el reino de Murcia y por los ataques de los nazaríes en el sur.

    En 1301 María consiguió de las Cortes el subsidio necesario para solicitar la legitimación de su matrimonio con Sancho IV, que le fue concedida por bula del papa Bonifacio VIII, lo que garantizaba la ascensión al trono de su hijo. Sin embargo, ese mismo año, el infante don Juan y los Lara, que se habían ganado la confianza de Fernando IV, urgieron a éste a tomar el poder, cuando contaba 16 años, y le enfrentaron con su madre, a la que el joven rey pidió cuentas de su gobierno. Fernando IV vio pronto traicionada su confianza por los intentos disgregacionistas de sus tíos y María volvió a actuar como mediadora entre los distintos bandos para conservar la corona de su hijo. Éste murió en 1312, sin haber puesto fin a las luchas nobiliarias. Su hijo Alfonso XI contaba apenas un año de edad y María de Molina ocupó la regencia.

    La nueva minoría no hizo, sino agravar los enfrentamientos por el poder. La regencia de María fue impugnada por varios pretendientes nobiliarios. La reina consiguió que se llegara a un acuerdo en el convenio de Palazuelos de agosto de 1314, que garantizaba una regencia colegiada. El acuerdo establecía que la tutoría del rey sería compartida por María y los infantes don Pedro y don Juan, hermano y tío respectivamente de Fernando IV. Esta tutoría fue confirmada por las cortes de Burgos de 1315. Sin embargo, las luchas por el poder continuaron en los años siguientes. Los dos infantes murieron en 1319 en una desastrosa campaña contra los nazaríes de Granada, lo que dejó de nuevo a María como única regente.

    La reina tuvo que hacer frente de nuevo a las luchas por la regencia entre los infantes don Juan Manuel, don Felipe, hermano de Sancho IV, y don Juan, hijo del infante del mismo nombre fallecido en 1319. No obstante, conservaba gran autoridad moral en el reino y todos los aspirantes intentaron obtener su reconocimiento. La reina se inclinó nuevamente por la conciliación y, poco antes de su muerte, reunió Cortes en Valladolid, consiguiendo el establecimiento de otra regencia colegiada entre los infantes, que se dividirían el gobierno según sus zonas de implantación territorial. María murió en Valladolid pocos días después, el 17 de julio de 1321, y fue enterrada en el monasterio de las Huelgas de aquella ciudad.

    Gran defensora de la monarquía frente a las ambiciones nobiliarias, la reina María fue ejemplo del uso del poder como mediación entre las distintas fuerzas sociales, desestimando el recurso tradicional a la fuerza, en un empeño de pacificación que a menudo fue desautorizado por sus opositores debido a su condición de mujer.




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