Fernando IV, rey de Castilla desde 1295 a 1312
Hijo primogénito del rey Sancho IV y de María de Molina, nació en Sevilla el 6 de diciembre de 1285. A la muerte de su padre, los infantes de la Cerda volvieron a reivindicar el trono, el infante don Juan, reclamó sus derechos al trono, el infante don Enrique, hermano de Alfonso X, pidió la regencia y tutoría del niño rey, que ejercía María de Molina. A todos estos se sumaron: don Diego López de Haro, don Juan Núñez y don Nuño González de Lara. Todos estos apoyados por Aragón y Portugal, listos para reducir el poder de Castilla-León. El ataque se produce por el lado más débil, la ilegalidad de Fernando IV, al no haber sido reconocido el matrimonio de sus padres, tanto por Alfonso X como por el Papado. En las cortes de Valladolid de 1295, el infante don Enrique consiguió ser nombrado regente, mientras que María de Molina conservó la custodia de su hijo.
El infante don Juan se autoproclamó rey de Castilla y León con el apoyo del rey portugués Dionis. El nuevo regente acudió a Portugal para negociar con el infante don Juan, recobrando éste sus posesiones leonesas, cediendo al portugués los castillos de Gorpa y Moura. Don Diego López de Haro y los infantes de Lara juraron fidelidad al nuevo rey, una vez que este les devolviera sus perdidas posesiones. Para reforzar el pacto entre ambas coronas se concretó el matrimonio de Fernando IV con doña Constanza, hija del rey portugués.
En 1296 Jaime II de Aragón montó una coalición contra Fernando IV, el plan era dividir el reino: León para Juan, Castilla para los infantes de la Cerda y Murcia para Aragón, trasladando así la frontera sur al reino de Granada. Don Juan llegó hasta Palencia, convocando cortes, Jaime II penetró en Murcia, los portugueses avanzaron por la ribera del Duero, Alfonso de la Cerda tomó Sahagún, proclamándose rey de Castilla. Mientras tanto María de Molina y Fernando IV aguantaron en Valladolid. Gracias al temple de María de Molina y a la fidelidad de algunos nobles como Alfonso Pérez de Guzmán, la crisis puedo superarse, obligando a las tropas rebeldes a retroceder. Se firmó la Paz de Alcañices, renovándose el compromiso entre Fernando IV y Constanza de Portugal, y acordándose el matrimonio entre doña Beatriz, hija de Sancho IV y María de Molina con el infante portugués don Alfonso, heredero de la corona.
Hubo una tercera intentona de sublevación en el año 1298. Jaime II volvió a atacar Murcia, apoderándose de Elche y Alicante. María de Molina reunió Cortes en Valladolid para obtener dinero con el que afrontar la campaña contra el aragonés; mientras tanto los procuradores leoneses pidieron ayuda al rey portugués, el cual accedió aunque en realidad lo que hizo fue negociar con el infante don Juan y con don Enrique el Senador un nuevo reparto de Castilla y León. María de Molina tuvo que pactar con Dionis, al tiempo que otorgaba el señorío de Écija, Roa y Medellín a don Enrique; don Juan, al verse solo prestó homenaje público de vasallaje al rey en Valladolid en el año 1300.
Accede en el año 1301, Fernando IV a la mayoría de edad, con tan solo catorce años. Sus a otrora enemigos los Lara y el infante don Juan son ahora sus máximos apoyos; en el lado contrario encontramos a don Diego López de Haro, don Juan Alfonso de Haro, don Juan Manuel y por supuesto el infante don Enrique el Senador. Pero la oportuna muerte de don Enrique en 1302 privó a esta oposición de la cabeza, eliminándose así uno de los obstáculos de Fernando IV. Aprovechó estas circunstancias el rey, renovando la amistad con el rey Dionis y con Muhammad III. Acto seguido firmó con Aragón el Tratado de Ágreda, en el año 1304, en el cual el monarca aragonés renunciaba a amplios territorios conquistados en Murcia a cambio de una amplia zona de la actual Alicante. Los de la Cerda renunciaron a sus pretensiones al trono, a cambio de Alba, Béjar, Valdecorneja, Lemos y el Real de Manzanares.
Pero algunos no parecían muy contentos con ese periodo de paz. El infante don Juan reclamó el señorío de Vizcaya, alegando los derechos de su mujer, María, anteponiéndolos a los de don Diego López de Haro. La disputa entre ambos derivó en una auténtica guerra civil, que acabó en una tregua firmada en Pancorbo en 1306. Llevado el pleito a las cortes celebradas en Valladolid en 1307, Fernando IV actuó como árbitro, acordándose que don Diego López de Haro lo conservaría hasta su muerte, pasando en ese momento al infante don Juan.
En las Cortes de Burgos celebradas en 1308, Fernando IV y la nobleza acordaron continuar la reconquista contra el gobierno nazarí, Jaime II se sumó gustoso al proyecto en una entrevista celebrada por ambos monarcas en Santa María de la Huerta, en diciembre de 1308, resoluciones que fueron firmadas en Alcalá de Henares el año siguiente. Jaime II iría contra Almería, mientras Fernando IV lo haría sobre Algeciras. Con la acción valerosa de Alfonso Pérez de Guzmán, los castellano-leoneses conquistaron Gibraltar, firmando en 1310, la Paz de Algeciras, en la que el nuevo emir Nasr devolvió las plazas de Quesada, Bedmar y Alcaudete, y se obligaba al pago de un tributo anual y respetar a los comerciantes castellano-leoneses en la zona. Este tratado despertó una guerra civil, teniendo que pedir Nasr ayuda a Fernando IV, el cual reunió Cortes en Valladolid, para pedir subsidios con que acudir en auxilio de su vasallo. Pero Fernando murió víctima de una trombosis el 9 de septiembre del año 1312, cuando se disponía a partir hacia Granada.
Cuenta una leyenda que, el sobrenombre de El Emplazado se debió al emplazamiento hecho por dos caballeros de la familia Carvajal, a quienes el monarca había condenado a muerte por un homicidio que no habían cometido. Los hermanos, ante la injusticia, emplazaron al rey a comparecer muerto ante un tribunal de Dios, en el plazo de un mes.
A su muerte quedaba como sucesor un niño de apenas un año de edad, el futuro Alfonso XI, por lo que, de nuevo, María de Molina asumió la regencia. Un nuevo periodo de guerras civiles se abría, el orden político y social no se volvió a restablecer hasta el año 1325, con la mayoría de edad de Alfonso XI.
En septiembre de 1312, sus restos mortales fueron trasladados a una capilla de la Mezquita-Catedral de Córdoba, en donde estuvieron hasta su posterior traslado en la noche del día 8 de agosto de 1736, junto a los restos de Alfonso XI, a la iglesia de San Hipólito de Córdoba, en la que reposan desde entonces.
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