La masacre de Monte Arruit

 


Como veíamos en el artículo anterior, en la huida desde Annual, las tropas españolas se retiraron formando una larga columna, sin que nadie tuviera la iniciativa de establecer flanqueos o de proteger la retaguardia de esta. Cuatro kilómetros de terreno descubierto para penetrar en un desfiladero de quince kilómetros, hasta Ben Tieb. En la subida a Izumar y en la bajada a la llanura de Sebsa, la confusión fue en aumento, pues los disparos llegaban por todas partes. Así las cosas, el pánico se apoderó de la columna y los hombres fueron abandonando todo aquello —incluyendo el armamento—, que suponía un impedimento para emprender una loca carrera para salvar el pellejo. Bastante hicieron los escuadrones de caballería de Alcántara mandados por el teniente coronel Primo de Rivera, por proteger a la tropa en su loca carrera. Tanto así que en la posición de Ben Tieb, hubieran podido ofrecer resistencia, puesto que allí había munición suficiente, pero nadie pensaba en otra cosa que no fuera llegar a Monte Arruit. Ante el caos producido, la guarnición voló el depósito de municiones y se unió a la columna en su desbandada.




El general Navarro, segundo jefe de la Comandancia de Melilla, contaba con poder establecer una posición defensiva en Dar Drius, pero al comprobar el estado en que llegaba la columna, tuvo que desistir. A la mañana siguiente se formó una nueva columna, protegida por los escuadrones de Alcántara, marchando hacia Batel. Al pasar el río Kert fueron atacados sufriendo numerosas pérdidas, pudiendo llegar, a duras penas, hasta Batel, donde permanecieron hasta el 29 de julio. Agotadas las provisiones Navarro decidió continuar hasta Monte Arruit. A poco de conseguir llegar a Monte Arruit, la columna atacada por el pánico, abandonó heridos y piezas de artillería, entrando alocadamente en la posición.

El asedio de Monte Arruit, se inició el mismo día 29 de julio, con unos 3.000 hombres al mando del general Navarro, sería el último acto de la cadena de desastres militares iniciados aquel 21 de julio. Cadena de sastres que, en poco menos de diez días había hecho desaparecer toda la presencia militar española en el Protectorado, salvo la ciudad de Melilla, aunque asediada y hostigada desde las alturas del Gurugú. Todo el frente se había desmoronado como un castillo de naipes. Durante el asedio en Monte Arruit, los sitiados reciben no menos de 400 disparos de artillería al día, careciendo de medios para organizar sus defensas, ya que tan solo poseen una ametralladora y catorce cajas de municiones. Ante esta situación, el general Navarro ordena que solo se dispare contra blancos que estén, como máximo, a cincuenta metros para asegurar la puntería. En un principio, pueden comer una vez al día, pero, transcurrida una semana ya no les quedan suministros, teniendo que consumir los mulos y caballos. El problema de la sed es mucho peor, ya que no pueden realizar la aguada y solo quedan reservas para beber una jarra pequeña, compartida por cada cuatro hombres.




Agotados por el calor, exhaustos por la falta de agua, carentes de víveres, sin apenas municiones, y lo que es aún peor: sin la posibilidad de recibir refuerzos desde Melilla, el 9 de agosto de 1921 el general Navarro obtuvo permiso para negociar la rendición de la posición, para ello: entregarían sus armas y el fortín a cambio de poder evacuar las tropas hacia Melilla. La rendición tendría lugar ese mismo día, pero el pacto no fue respetado por las tribus rifeñas, contrariamente a las órdenes dadas por Abd el-Krim. Cinco mil harqueños, ávidos de venganza, volvieron a desatar la misma orgía de sangre que en la huida desde Annual: de los casi 3.000 defensores rendidos, mataron, e incluso remataron, a 2.668 soldados, dejando sus cuerpos mutilados como alimento de alimañas y buitres. Tan sólo se salvaron el general Navarro y un puñado de oficiales que tomaron como prisioneros. En cuanto a los soldados, solamente unos 400 llegarían a Melilla destrozados y aterrados.

En total, entre la caída de Abarrán y la masacre producida en Monte Arruit, se consumirían las vidas de un total de unos 7.915 militares españoles, de un total de 11.013 soldados desplegados en la zona, según los cómputos del coronel Fernando Caballero Poveda. Aunque, a veces, se apunta que fueron en torno a 12.000, las víctimas mortales del derrumbe producido en la Comandancia de Melilla, aunque, al parecer, esta última estimación está sobredimensionada por obtenerse de los estadillos en los que no se registraban los permisos de ausencia, los cambios de destino y otros factores. El número de prisioneros tomados por los rifeños, se evalúan en otras 514 víctimas de la derrota, que sufrirían un penoso cautiverio hasta enero de 1923, y en el cual perecieron un mínimo de 119, fugándose 75 y siendo rescatados los restantes.




 

Pese a las dificultades de la época, la catástrofe de Annual y la masacre de Monte Arruit, serían conocidas, de inmediato, tanto en España como en el resto del mundo, provocando una oleada de indignación en la opinión pública española, donde creció un sentimiento de odio al moro traidor, muy intenso y generalizado. Una indignación popular que prestó su apoyo a un nuevo gobierno de concentración nacional presidido por Antonio Maura, que tomó posesión del cargo el 14 de agosto de 1921. Esa misma indignación hizo mella entre los militares, caldo de cultivo de una reacción militar abiertamente vengativa. Desde los primeros días de agosto se fue concentrando en Melilla, un numeroso contingente de tropas, entre las que se incluían fuerzas de la Legión extranjera y de los Regulares indígenas, que llegarían a sumar más de 30.000 efectivos, y que estaban mandados por el general José Sanjurjo. Según declaraciones hechas por el general Berenguer al Presidente Maura: no se trababa de reforzar un ejército desaparecido, sino de crear otro nuevo y más eficaz.

En efecto, terminada la masacre de Monte Arruit, desde Melilla se puso en marcha la nueva máquina de guerra española, pasando de inmediato a la acción para detener el avance insurgente, romper el asedio de Melilla y reconquistar el territorio perdido.

 

 



 

 

El presente artículo procede de libros como EL SUEÑO COLONIAL de Federico Villalobos; o EN EL BARRANCO DEL LOBO, LAS GUERRAS DE MARRUECOS de María Rosa de Madariaga; periódicos, páginas webs y folletos. La mayoría de las fotos están tomadas de Internet. En el caso de la existencia de un titular de los derechos intelectuales sobre estos textos e ilustraciones, y desea que sean retiradas, basta con ponerse en contacto conmigo.

Ramón Martín

 


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