Pedro III, zar de Rusia (1762)
Karl Peter Ulrich nació en Kiel
(Alemania) el 21 de febrero de 1728, era el único hijo del duque Carlos
Federico de Holstein-Gottorp y de Ana Petrovna (hija de Pedro I el
Grande).
Su destino cambió cuando tenía 13 años: por la voluntad de su tía, dejó de ser
un chico maltratado para convertirse en heredero al trono de Rusia. Pedro era
un Romanov por línea materna, ya que, su madre, Ana Petrovna, era la hija mayor
de Pedro el Grande, la cual murió cuando Pedro tenía tres meses; y a los
once años, perdió a su padre, que nunca se había interesado por él, dejando su
educación en manos de oficiales crueles. En vista de esto, podemos decir que el
joven Pedro, lo tenía todo en contra, pero en 1741, con 13 años, sucedió algo
que le cambiaría la vida: su tía Isabel
Petrovna,
hermana de su madre ascendió al trono de Rusia, tras un golpe de estado. Una de
sus primeras decisiones fue pedir que Pedro se mudara a San Petersburgo a estar
bajo su tutela, ya que ella estaba decidida a prepararlo para que fuera su
sucesor.
A estas alturas, su
niñez y la falta de cariño, le habían convertido en un personaje cínico y
simulador. Además, él se sentía más alemán que ruso. A pesar de lo cual,
el 7 de noviembre de 1742, fue declarado heredero al trono. Siendo luterano fue
obligado a hacerse ortodoxo: rebautizado como Piotr Feodórovich. Desde su
llegada a San Petersburgo, no dejó de añorar su Holstein natal. Con este
comportamiento, todos se preguntaban si Isabel I no se había equivocado al
elegir como su sucesor a un loco. Pero la emperatriz supo reaccionar y pronto
puso una traba a su desequilibrado sobrino, haciéndole casar, en el año 1745,
con una princesa alemana, inteligente, culta y fuerte de carácter. Se llamaba
Sofía Augusta Federica de Anhalt-Zerbzt y pasaría a la historia como Catalina la Grande.
El desastre dio comienzo la misma noche de bodas, cuando es posible que Pedro
tuviera fimosis, lo que dificulta en demasía las relaciones sexuales. Durante
los primeros años, las dificultades entre la pareja fueron evidentes. Mientras
Catalina ignoraba a su esposo, teniendo aventuras amorosas y una intensa vida
palaciega, Pedro, que también tenía una amante, se dedicaba a la caza, la
instrucción militar y a organizar batallas ficticias con sus amados soldaditos
de plomo. Aun así, tuvieron un hijo: el gran duque Pablo (futuro zar Pablo I de Rusia).
Pero, dejando a un lado sus problemas conyugales, a la muerte, el 5 de enero de
1762, de Isabel I, Pedro fue proclamado zar. Aquel huérfano maltratado y falto
de cariño, se había convertido amo absoluto de uno de los más grandes imperios
de la historia. Pero, siempre surge algo que lo arruina todo.
Apenas subió al trono, quiso vengarse de los muchos que
se habían burlado de él, así que empezó a maltratar a todo el mundo. En cuanto llegó
al trono, se apresuró a firmar la paz con su venerado Federico II y le devolvió
la Prusia Oriental, algo que para los militares que habían contribuido a ganar ese
territorio fue de una gran frustración y una terrible humillación. Más no se
limitó a eso: impuso el uniforme prusiano y las órdenes en alemán en el
ejército ruso. Sumergió a San Petersburgo en un clima de guerra, ordenando
frecuentes salvas de artillería sin ningún motivo; humilló, en público, a su esposa,
a la que encerró en un pabellón de Peterhof, el enorme palacio que Pedro el
Grande había hecho construir a pocos kilómetros de la ciudad. Pronto atacó
a los popes de la iglesia, a los que prohibió usar barba y exigiéndoles ser
"ortodoxos luteranos"; a consecuencia de lo cual, ese clero se
unió a los descontentos. Nadie dudaba ya de que el emperador, que ni siquiera
respetaba las tradiciones antiguas, llevaba a Rusia al caos.
Estaba claro que
todo esto no podía terminar bien; una facción del ejército preparó un complot
para derrocarle y poner en su lugar a Catalina. Durante una estancia de Pedro
en Oranienbaum, Alexéi Orlov, hermano del amante de Catalina, entró en la habitación
de ésta en la madrugada del 28 de junio y le dijo: "Señora, debe
prepararse. Todo está dispuesto para su ascenso al trono". Ella no
vaciló, se autoproclamó emperatriz y se dirigió al Palacio de Invierno,
donde la fue prestado juramento. No cabe duda: el golpe de estado había sido un
éxito, pero surgió una duda: ¿Qué hacer con Pedro III? Cuando el zar llegó a
Peterhof dispuesto a detener a su esposa y a su amante, comprendió que Catalina
se había burlado de él y que estaba perdido. Paralizado por la indecisión, se
dispuso a regresar a Oranienbaum. Sabido por Catalina, vestida con el uniforme
de la guardia, se puso a la cabeza de un regimiento para seguirle. Cuando le
dio alcance, lo hizo abdicar. Pedro pidió que su amante siguiera con él, pero
Catalina se lo negó. Entonces, con tono patético, suplicó que le dejara
conservar su caniche, su sirviente y su violín. A lo que la emperatriz accedió.
Pedro fue encerrado en San Petersburgo y ocho días después, el 18 de julio de
1762, por orden de la emperatriz, fue estrangulado en su celda.
Terminaba así la
vida del hombre que gobernó tan solo 186 días, que jamás llegó a calzarse la
corona y que pasó a la historia por dos cosas: su gran afición a jugar con
soldaditos de plomo y su condición de esposo de quien se convertiría en
Catalina la Grande, la más recordada de todas las emperatrices de Rusia.
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Ramón Martín
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