Ramiro II, rey de León desde el año 931 al 951
Tercer hijo de Ordoño II y Elvira Menéndez, nace alrededor del año 898. Su juventud está dirigida por Diego Fernández y su esposa Onega. En pocos años se ganó la admiración de las gentes de guerra.
Corre el año 924, tras la muerte de Fruela II se produce una crisis sucesoria que enfrenta a los hijos de Ordoño II, Alfonso, Sancho y Ramiro Ordoñez, con el hijo de Fruela, Alfonso Froilaz. Sale vencedor Alfonso, apoyado por Sancho Garcés I, rey de Pamplona, que era su suegro por estar casado con su hija Onega Sánchez. La muerte de esta le sume en una depresión que le lleva a recluirse en Sahagún. Ramiro se hizo coronar el 6 de noviembre de 931, trasladándose rápidamente a Zamora para armar un ejército con que socorrer a Toledo contra Abderramán III. Pero Alfonso IV se había recuperado y arrepentido de su renuncia. El obispo Oveco avisó a Ramiro que se plantó en León con sus tropas deteniendo y encerrando a su hermano. Los hijos de Fruela II, Alfonso Froilaz y sus hermanos intentaron hacerse con el trono, sin embargo Ramiro contaba con el apoyo del conde de Castilla Fernán González, persiguieron a sus enemigos hasta Oviedo, donde les derrotó, ordenando sacarles los ojos y les confiaran, incluido su hermano en el monasterio de Ruiforco de Torio.
Afianzado en el trono se dirige a la fortaleza omeya de Magerit, conquistándola en 932 de camino a Toledo, pero al-Nasir había ocupado las fortalezas de la margen derecha del rio y solo pudo depredar las tierras más próximas a Magerit. Fernán González le avisa de la llegada de un gran ejército mandado por el propio Abderramán III, Ramiro abandona el apoyo a Toledo y acude a las proximidades de Osma, donde derrota al soberano omeya en el 933. Dolido Abderramán III inicia al año siguiente la "Campaña de Osma", se interna en Navarra obligando a la reina Toda a firmar una paz humillante, se adentra en Álava, saquea Burgos y San Pedro de Cardeña, cruza el Duero y llega a Gormaz, volviendo victorioso a Córdoba.
En el año 935, el rey leonés firma un acuerdo de paz con su enemigo musulmán, que Ramiro rompe apoyando a los zaragozanos que se habían levantado contra Córdoba. Abderramán se presenta en Calahorra, ocupa Calatayud y Daroca y asedia y rinde Zaragoza en el 937. Ante estos éxitos el soberano omeya llama a la Guerra Santa contra los cristianos, recluta un poderoso ejército y parte el 28 de junio de 939. La campaña empieza bien a pesar de los augurios, consigue el apoyo del levantisco Muhammad ibn Hasim al-Tuchibí, emir de Zaragoza y obtiene una primera victoria contra los leoneses. Sin embargo estos se recuperan y derrotan y apresan a ibn Hasim.
Abderramán se presenta ante las puertas de Simancas, pero nuevamente es derrotado por una ejército formado por leoneses, navarros y castellanos, que se persiguen hasta el barranco de Alhándega. La destrucción del ejército omeya es total y Abderramán se retira a duras penas hacia Córdoba, donde toma represalias contra los nobles militares que habían provocado divisiones en el seno de su tropa. Ramiro II lleva así la frontera de su reino hasta el Tormes, repoblando Ledesma y Salamanca. Mientras tanto Fernán González repuebla Sepúlveda, y Abderramán se refugió en su capital, mandando construir el complejo de Madinat al-Zahra.
En estos años se produce la rebelión de Fernán González. Temeroso Ramiro del poder que iba adquiriendo el conde de Lara, entrega el condado a Ansur Fernández, cosa que no debió sentar bien a Fernán que comenzará a sentar las bases de la independencia que se plasmará a la muerte del monarca leonés.
Entre 947 y 950, los musulmanes lanzan nuevas incursiones por Salamanca y Galicia, pero son derrotados en Talavera por Ramiro II. Este será su último triunfo, ya que muere en el año 951, abdicando el 5 de enero de 951 en su primogénito Ordoño III, poniendo fin a una de las etapas más brillantes del reino astur-leonés. Recibió sepultura en la iglesia de San Salvador de Palat del Rey en León, que había fundado su hija Elvira Ramírez, donde también recibieron sepultura Ordoño III y Sancho I. Los restos mortales de estos reyes fueron trasladados posteriormente a San Isidoro de León junto al Evangelio, donde ya se encontraban otros reyes como Alfonso IV.
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