Los Jardines del Príncipe en Aranjuez
Durante
el siglo XVIII, los Reyes de España enriquecieron el Real Sitio de Aranjuez con
diversas obras. Entre las más destacables está el extenso Jardín del Príncipe.
Es sin duda el jardín más grande de Aranjuez, con un perímetro de 7 kilómetros,
y 150 hectáreas de extensión. Destaca por su riqueza botánica. En realidad no
es un solo jardín, sino varios. Los cinco primeros se crearon por orden de
Carlos IV. Fue creado siendo aún Príncipe de Asturias y se concluyó siendo rey,
entre los años 1789 y 1808.
Es
un jardín que sigue la moda inglesa y francesa de finales del siglo XVIII,
aunque en él se integran elementos anteriores, como la Huerta de la Primavera y
el embarcadero de Fernando VI.
Se
accede al jardín por la Puerta del
Embarcadero, avanzando queda a la derecha la antigua Huerta de la
Primavera, y a la izquierda el río Tajo, con un embarcadero precedido por una
glorieta con cinco pabellones: El Pabellón
Real es el más grande y fue levantado por Santiago Bonavía en 1754, mientras
que los otros cuatro se edificaron durante el reinado de Carlos III, para que
el Príncipe y la Princesa de Asturias. Carlos y María Luisa, los utilizasen
como casino de recreo. Entre los pabellones se encuentra un pequeño jardín
ochavado que separa el embarcadero y el pabellón principal.
La
distribución actual dista del proyecto original que elaboró Pablo Boutelou,
esto se debe a las numerosas modificaciones que ha experimentado el jardín.
Cruzando
el jardíncillo de los pabellones nos topamos con el Museo de las Falúas Reales, en el que
encontramos las embarcaciones reales con las que los monarcas navegaban por el
río Tajo, y con el Castillo -actual
restaurante- que no se llegó a revestir de piedra de Colmenar, como se tenía
pensado, debido a los estragos económicos surgidos de la guerra con
Francia. Subiendo por la escalera de caracol del castillo se podía
observar el río, el jardín y el soto.
En
el espacio perteneciente a los cinco primeros jardines se encuentran dos edificios
ejemplo de las “fábricas de jardín” paisajistas,
tan de moda en el reinado de Carlos IV,
que encargó construir al ingeniero Domingo de Aguirre.
Entre
la antigua Huerta de
Primavera y
el río, situado alrededor de la fuente de Narciso se
situaba el tercer Jardín. El centro del “cuarto jardín” estaba ocupado por una
plaza oval donde, antes de 1804, se instaló la Fuente
de
Ceres,
destruida y rehecha en 1828; ahora sólo queda en su lugar
el pilón, porque los grupos escultóricos fueron trasladados al Jardín
del
Parterre.
La calle de Apolo, en la que encontramos la
fuente que lleva el mismo nombre, es la única que tiene carácter arquitectónico.
Las
obras del jardín al otro lado de la calle no se emprendieron hasta 1785,
y por tanto no aparecen reflejadas en el plano de Boutelou,
que es del año anterior. Este sexto tramo del Jardín era llamado anglo-chino y
sus elementos más destacados se encuentran en torno al estanque chinesco. Aquí
Boutelou
podía
trabajar sin limitaciones de espacio. El cenador chinesco construido por Villanueva,
consta de un templete monóptero de orden jónico, con diez columnas de mármol
verde de Italia, que se trajeron de La Granja, donde las
había hecho llevar Felipe V. También de la colección de
este monarca eran los ídolos egipcios que había sobre los pedestales de los
intercolumnios, comprados a los herederos de la Reina
Cristina de Suecia, y que ahora se hallan en el Museo
del Prado. Completan el adorno arquitectónico del estanque las dos rocas
artificiales: la primera, de donde salía el agua que alimentaba el estanque,
iba a estar coronado en principio con la estatua de Apolo;
el otro constituye la base de un obelisco cuya piedra se eligió con la
intención de que se asemejase al granito oriental avellana, según los diseños
de Villanueva. Todo esto se llevó a
cabo hacia 1791. Se construyó también un barco
chinesco, a modo de pequeña góndola, para navegar por el estanque.
El
sexto jardín acaba en la calle de las Islas Américas, y Asiáticas,
donde empieza el séptimo, que se extiende hasta la calle del Blanco, dividido en dos por la calle Malecón. El muy notable tratamiento
paisajista de esta parte del Jardín, que empezó hacia 1793,
está muy desfigurado.
También
entonces se inició la ordenación del sector que quedaba entre los jardines
sexto y séptimo y el río, zona denominada las Islas Asiáticas y Américas en
el S. XIX, por la procedencia exótica
de la vegetación, dispuesta en senderos tortuosos, colinas y riachuelos
artificiales. En esta zona se concentraron, la mayor parte de las especies
exóticas traídas por Carlos IV. La riqueza botánica
constituye el elemento de mayor valor del jardín, por encima de su trazado.
Parece ser que Carlos IV quiso
hacer en este rincón varias arquitecturas de jardín y entre la que destaca el
montículo artificial denominado la “montaña rusa”.
En su base se empezaron unas interesantes estructuras.
El
octavo jardín empieza en la calle Francisco de Asís, que durante el
reinado de Alfonso XII, en 1882, se reemplazaron sus tradicionales
alineaciones de chopos de Lombardía por coníferas. Este jardín que rodea la Casa
del Labrador quedaba aislado por un antiguo cauce o madre del Tajo que se
mantuvo a modo de ría y que se atravesaba por medio de tres puentes de madera.
La ría fue suprimida por Isidro González Velázquez en 1828, formando una amplia
plaza con árboles pequeños y cuadro de flores que se ha ido estrechando
progresivamente.
El
resto del terreno que se extiende entre la calle de la Reina y el Tajo
constituye el Parque de Miraflores, creado en 1848 por iniciativa del Marqués
de ese título, gobernador de Palacio durante los primeros años del reinado de
Isabel II. Este malogrado parque a la inglesa no se halla abierto a la visita,
aunque sí ha servido como coto de caza para sucesivos reyes.
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