Diego Martínez Barrio. 141º Presidente en 1933, y 156º en 1936. 3º Presidente interino en 1936. 2º Presidente de la República Española en el exilio.
Cuarto Presidente del Consejo de Ministros durante la Presidencia de Niceto Alcalá-Zamora de la Segunda República Española (1931-1936) desde 8 de octubre al 16 de diciembre de 1933.
Segundo Presidente del Consejo de Ministros durante la Presidencia de Manuel Azaña de la Segunda República Española (1936-1939), el 19 de julio de 1936, aunque no llegó a entrar en funciones.
Primer Presidente durante su Presidencia interina (1936), desde el 7 de abril al 11 de mayo de 1936.
Segundo Presidente del Segunda República en el Exilio desde el 17 de agosto de 1945 al 1 de enero de 1962.
Nacido en Sevilla, el 25 de noviembre de 1883 y fallecido en París el 1 de enero de 1962. Se sabe que Diego Martínez Barrios (o Barrio, como él preferiría apellidarse), nació en el nº 4 de la plaza de la Encarnación de Sevilla. Era hijo del matrimonio formado por Manuel Martínez Gallardo, natural de Utrera y de profesión jornalero, y de Ana Barrios Gutiérrez, nacida en Bornos y vendedora en el mercado de la Encarnación. La familia de su padre era originaria de Cabezas de San Juan, mientras que su abuelo paterno, era natural de Sorbas, en Almería. Tuvo un hermano mayor que él, llamado Modesto Pineda Barrios, periodista y director del Diario de Huelva, dicho hermano era fruto de un matrimonio anterior de su madre.
Hasta enero de 1893 Martínez Barrio estudió las primeras letras en el
colegio de San Ramón, donde conoció a uno de sus más íntimos amigos, el futuro
ministro Manuel Blasco Garzón;
pero a los nueve años tuvo que dejar la escuela para comenzar a trabajar como
aprendiz en una panadería. Huérfano de madre a los once, pasó por los oficios
de aprendiz de tipógrafo y desde 1816, gracias a las gestiones de su hermano,
trabajó como auxiliar del procurador Rodrigo Rus y Rus. Este era un anciano carlista al que siempre
profesó gran cariño, propietario también de un despacho de pan y Martínez
Barrio simultaneó los empleos de escribiente en la procuraduría y dependiente
en la panadería.
En 1906 logró colocarse de empleado de Manuel Jacinto Martínez, comisionado
de reses en el Matadero Municipal, permaneciendo en dicho empleo hasta 1910, en
que fue elegido por primera vez concejal del Ayuntamiento de Sevilla. Después,
con el apoyo de amigos y masones sevillanos, Martínez Barrio logró montar un
pequeño negocio de cuyos ingresos pudo vivir a partir de entonces. Con una
formación autodidacta, lector incansable de novelas, lecturas históricas y
periódicos, participó en mítines y reuniones de carácter societario,
desembocando a comienzos de siglo en el movimiento anarquista.
Desde 1901 comenzó a publicar numerosos artículos en el diario El
Noticiero Obrero, órgano de la Asociación de Obreros del Arte de Imprimir,
en Tierra y Libertad y en el semanario ¡Justicia!,
colaborando desde 1902 en una publicación editada en Cádiz y titulada El
Proletario. Durante esos años fundó un modestísimo semanario, que realizaba
él sólo manualmente, titulado Trabajo, y que años después volvió a
publicar con el nombre de Humanidad.
A partir de 1903 fue abandonando sus simpatías anarquistas aproximándose a
la democracia republicana. En dicha evolución jugó un papel no desdeñable su
relación con el teniente coronel al mando del batallón de Cazadores de
Chiclana, acantonado en Ronda, donde desde 1903 Diego cumplió su servicio
militar. Aquel oficial, hermano de Eugenio García Ruiz, uno de los líderes del
republicanismo unitario durante los años del Sexenio, influyó en su formación política decidiéndole a abandonar
definitivamente las ideas anarquistas. Así Martínez Barrio ingresó en la
Juventud Republicana de Sevilla, donde, desde 1905, acabaría llevándose tras
los pasos de Alejandro Lerroux, fascinado por la vibrante personalidad del
Emperador del Paralelo.
Sus primeros pasos como republicano no fueron nada fáciles. Cumpliendo su
servicio militar, fue procesado por el delito de tentativa de rebelión.
Dicha causa dio lugar a que entre mayo y junio de 1903 sufriera calabozo en los
acuartelamientos de los Regimientos de Granada y Soria, y a que se le abriera
un voluminoso sumario. Puesto en libertad sin cargos, la autoridad militar no
se olvidó de él, a pesar de haber pasado a la primera reserva. Así, por
realizar propaganda subversiva y por sus opiniones contra el régimen
monárquico, volvió a ser detenido y, en unas treinta ocasiones, procesado antes
de la proclamación de la Segunda República. Resueltos sus problemas con la
jurisdicción militar y trabajando como empleado en el Matadero, a partir de
1908 formó un grupo denominado Fusión
Federalista, opuesto a la orientación moderada de la Unión Republicana en Sevilla.
La nueva entidad, que adoptó como cuerpo doctrinal el Manifiesto-Programa
de Pi i Margall de 1894, consiguió alegar recursos suficientes para
publicar, desde enero de 1909, un semanario titulado La Lucha.
Además, en las elecciones municipales celebradas en mayo de 1910 Martínez
Barrio fue elegido concejal del Ayuntamiento de Sevilla, permaneciendo en la
corporación hasta finales de 1913. Sus constantes intervenciones en los plenos
y su amistad con Lerroux acabaron por ratificarle como uno de los
valores del republicanismo en Sevilla. Por estas fechas recibió la ayuda de un
anciano correligionario, Joaquín Maestro Amado, un comerciante enriquecido en
la Argentina, montando una pequeña imprenta dedicada a trabajos comerciales: Tipografía
Minerva, instalada en su propio domicilio de la calle Roque Barcia, n.º 5 y en
la que desde 1910 comenzó a imprimir el periódico radical-autonomista,
titulado El Pueblo.
En 1917, además, contrajo matrimonio con Carmen Baset Florindo, hija de un modesto industrial, con la que
no tuvo descendencia. Pese a estos modestos éxitos, las divisiones y los enfrentamientos
que siempre habían jalonado la trayectoria del republicanismo volvieron a
reaparecer con toda su crudeza a comienzos del siglo XX, hasta el punto que
entre 1913 y 1920 los republicanos quedaron sin representación en las
instituciones sevillanas. En esos años apenas si quedó otra cosa que la
constancia y el tesón de Martínez Barrio, impenitente candidato en todas las
elecciones de diputados a Cortes celebradas en los años previos al golpe de
estado de Primo de Rivera. En febrero de 1920 fue elegido de nuevo
concejal, englobado en una candidatura consensuada por los partidos
y fuerzas vivas locales.
Nombrado presidente del Partido
Republicano Autónomo de Sevilla en 1921 y vocal de la comisión
organizadora de la Exposición Hispano-Americana en 1922, su labor en el
Ayuntamiento le granjeó la consideración y el respeto de los sevillanos. En
1923 Martínez Barrio presentó su candidatura por Sevilla en las legislativas
convocadas por el marqués de Alucemas; aunque los resultados le fueron
favorables, un pucherazo a favor del hijo del fundador del diario ABC
le arrebató el acta de diputado. Pese a que ni la junta del censo ni el
Tribunal Supremo quisieron reconocerlo, el candidato proclamado, Juan Ignacio Luca de Tena, renunció a
tomar posesión del escaño, gesto caballeroso que fue el origen de la buena
amistad que desde entonces existió entre ambos personajes.
En cualquier caso, el golpe de estado de septiembre de 1923 truncó el
ascendente protagonismo del líder de los republicanos en la política sevillana,
al ser desposeído de sus cargos tras ordenar el Directorio el cese
fulminante de los Ayuntamientos de toda España. De esta época data su ingreso
en la Masonería. Fue iniciado como masón el 1 de julio de 1908, en la
Logia Fe de Sevilla, adoptando el nombre simbólico de Justicia;
nombre que cuatro años después cambió por el de Pierre Victurien Vergniaud,
es decir, por el de uno de los dirigentes de los republicanos moderados de
la Revolución Francesa. Su labor en esta organización comenzó a alcanzar
un especial brillo a partir de 1915, al lograr en febrero de aquel año el
reagrupamiento en una única entidad de casi todos los talleres masónicos
sevillanos. Nació así la poderosa Logia Isis y Osiris, adscrita a la Obediencia
del Grande Oriente Español y auténtico motor del resurgimiento de la Masonería
en Andalucía. Desde esta plataforma, el cada vez más respetado hermano
Vergniaud, grado 33.º, llegaría a alcanzar los cargos de gran maestre de la
Masonería andaluza y gran maestre nacional del Gran Oriente Español.
La trayectoria política de Martínez Barrio adquirió un especial relieve en
plena dictadura de Primo de Rivera, erigiéndose en esos años en el líder
indiscutible de los republicanos de la Baja Andalucía. Desde 1929 formó parte
de las conspiraciones urdidas por Villanueva y Burgos y Mazo, estableciendo
contactos con el general Goded a fin de organizar un levantamiento en Andalucía,
propósito que abortó la renuncia de Primo de Rivera en enero de 1930. Adherido
a llamado Pacto de San Sebastián y participante del mitin de las Ventas de septiembre
de 1930, en noviembre fue requerido para integrar el Comité nacional
revolucionario como representante de los republicanos andaluces, firmando el Manifiesto difundido por aquella junta a finales de 1930.
Tras el fracaso de la sublevación de Jaca y Cuatro Vientos tuvo que
refugiarse en Gibraltar, exiliándose a Francia, primero en París y después en
Hendaya, desde febrero a abril de 1931. Proclamada la Segunda República, fue
nombrado ministro de Comunicaciones del Gobierno Provisional y elegido diputado
a Cortes por Sevilla, asumiendo la vicepresidencia del Partido Radical y
convirtiéndose de facto en el hombre de confianza de Alejandro Lerroux. Desde
1931 es elegido gran maestre nacional del Grande Oriente Español y presidente
de honor de la Liga de los Derechos del Hombre, así fue adquiriendo un
paulatino protagonismo en la historia de la Segunda República, defendiendo una
política moderada y centrista desde el mismo instante en que el nuevo régimen
inició su andadura. En sus discursos preconizó la necesidad de un Estado
fuerte, pero democrático y eficaz, un Estado que fuera capaz
de nacionalizar la República y de hacerla amada y respetada por la
inmensa mayoría de los ciudadanos.
Apartado del Gobierno desde la crisis de finales de 1931, que colocó a los
radicales en la oposición, y en sintonía con la actitud de su jefe político,
Martínez Barrio hizo públicas sus discrepancias con el PSOE y, especialmente,
con los sectores liderados por Largo Caballero. También puso serios
reparos, en julio de 1932, a la aprobación de los proyectos de Reforma Agraria
y al Estatuto de Cataluña, tal y como habían sido redactados por las comisiones
respectivas. Como jefe de su minoría parlamentaria, le correspondió el deber de
desmentir en las Cortes la rumoreada implicación de los radicales en la
intentona golpista del 10 de agosto de 1932, a pesar de estar perfectamente
informado de las actitudes sospechosas de algunos miembros de su propio
partido, y en particular de Lerroux, amigo personal del general Sanjurjo.
Desde comienzos de 1933 su nombre se asoció con el de la obstrucción
parlamentaria al Gobierno Azaña, de quien llegaría a afirmar que estaba
ejerciendo una verdadera dictadura que nada tiene que envidiar a la
fascista. Años después Diego no tuvo reparo en rectificar este juicio,
afirmando que aquella política obstruccionista practicada por él mismo, por el
Partido Radical y por otras organizaciones de centroderecha, acentuada a raíz
del escándalo de Casas Viejas, fue, según reconoció en sus Memorias,
básica y esencialmente un error.
En cualquier caso, al final del verano de 1933, tras la caída de Azaña y
aceptada por el presidente de la República la propuesta de Lerroux de formar
una mayoría exclusivamente republicana, Martínez Barrio añadió un nuevo peldaño
a su carrera política al ser designado ministro de la Gobernación en un efímero
gabinete que apenas duró veintiséis días. Inmediatamente después, el 9 de
octubre, Diego era nombrado por Alcalá-Zamora presidente del Consejo
de Ministros, pero con la finalidad expresa de disolver las Cortes y convocar
elecciones.
Consideradas, a pesar de los apaños y corruptelas que tuvieron lugar en
varias circunscripciones, como una de las elecciones más limpias disputadas
hasta entonces en España, los resultados de las urnas y los efectos del sistema
electoral mayoritario republicano dieron paso en diciembre de 1933 a unas
Cortes muy diferentes en su composición a las del primer bienio. Diego Martínez
Barrio, reelegido diputado por Sevilla, si bien aceptó formar parte de los
primeros gabinetes de Lerroux, primero como ministro de Guerra y después de
Gobernación, comenzó a disentir de forma notoria de la progresiva derechización
de su propio partido, de las presiones revisionistas de la CEDA y de la
hipoteca que para los gobiernos republicanos representaba el apoyo
parlamentario de Gil Robles. Dicha actitud crítica, en la que algunos
historiadores han querido ver motivaciones secretas (presiones de la
Masonería, maniobras de Alcalá-Zamora, etc.) alcanzó su cénit tras la
aprobación de la Ley de Amnistía, que benefició a los implicados en la
Sanjurjada, concluyendo el mes de mayo de 1934 con su separación de Lerroux. La
escisión de Martínez Barrio, secundada por un reducido grupo de diputados, vino
a significar la ruptura del histórico Partido Republicano Radical.
En septiembre de 1934, tan sólo uno días antes del estallido de la
revolución de Asturias, nacía el partido de Unión Republicana, fruto de la fusión entre los
radicales-demócratas de Martínez Barrio y el grupo radical-socialista dirigido
por Félix Gordón Ordás. Su presidente y líder indiscutible sería, un Diego
Martínez Barrio cada vez más alineado con la política de Azaña. Transcurrido 1935 y nombrado miembro del Comité Nacional del Frente
Popular, tras la crisis desatada por los escándalos de corrupción que hundieron
a los lerrouxistas y la disolución de las Cortes decretada por el presidente de
la República, volvió a ser elegido diputado en febrero de 1936, integrando la
candidatura del Frente Popular por Madrid. Su partido obtuvo treinta
y cinco escaños y Diego fue nombrado presidente de las Cortes con el voto
prácticamente unánime de izquierdas y derechas (trescientos ochenta y tres
votos a favor de un total de cuatrocientos diez diputados electos).
El 8 de abril de 1936 y tras el acuerdo de las Cortes de destituir a Alcalá-Zamora, asumió interinamente la Jefatura del Estado hasta el 11 de mayo,
en que fue sustituido por Manuel Azaña. Fue en esos días cuando, acompañado por
el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y del ministro de
Comunicaciones, Manuel Blasco Garzón, realizó la que sería su última visita a
Sevilla, recibiendo innumerables muestras de afecto de sus paisanos. El 19 de
julio de 1936 ya con el ejército de Marruecos y otras guarniciones militares
levantadas en armas contra las autoridades republicanas, Martínez Barrio
recibió el difícil encargo de intentar formar un gobierno de conciliación que
evitase la Guerra Civil. Telefoneó personalmente a varios de los jefes que encabezaban
la rebelión para intentar convencerles de que depusieran su actitud. Según su
propio testimonio y contrariamente a lo que tantas veces se ha afirmado, jamás
les ofreció formar parte del nuevo gobierno. En cualquier caso, aquél era un
intento desesperado y condenado al fracaso, por más que Martínez Barrio insista
en sus Memorias y en sus escritos inéditos que en aquellas
horas aún era posible detener lo que a todas luces parecía ya inevitable.
Tras el fracaso se trasladó a Valencia para hacerse cargo de la dirección
de la Junta Delegada del Gobierno para la Región del Levante, organizando en
Albacete el aprovisionamiento de las Brigadas Internacionales y del nuevo Ejército voluntario de
la República. En esos meses encabezó también las delegaciones españolas a
varias conferencias internacionales, presidiendo las escasas reuniones que
durante la guerra celebraron las Cortes Españolas, trasladadas desde finales de
1936 a Valencia. Tras la última reunión, que tuvo lugar en febrero de 1939 en
el castillo de Figueras, con Barcelona ya tomada por las tropas de Franco,
cruzó a pie la frontera francesa y como otros miles de republicanos inició un
exilio, que consumiría los últimos veintitrés años de su vida.
Trasladado a París, el 27 de febrero de 1939 y en su calidad de presidente
de las Cortes, recibió la dimisión de Azaña como presidente de la República,
asistiendo a las tensas reuniones que la Diputación Permanente celebró en la capital
francesa. En Madrid mientras tanto estallaba la sublevación del coronel Casado contra
el Gobierno Negrín, sumiendo en el caos más absoluto a las instituciones
representativas de la legalidad republicana. En mayo de 1939 y con la Segunda Guerra Mundial a punto de estallar en
Europa, Diego y su familia abandonaron Francia a bordo del Champain,
realizando la travesía desde El Havre a Nueva York, para afincarse en Cuba y
desde octubre de 1939 en México, donde residió durante los años siguientes. Afectado
del mal de altura, se vio obligado a realizar prolongadas estancias en Veracruz
y en la costa del Pacífico, viviendo en condiciones que rayaban en la más
absoluta miseria. Auxiliado por la Junta de Auxilio a los Republicanos
Españoles, con un subsidio de 680 pesos mensuales, pudo alquilar un piso en la
calle Anáhuac, nº 21A, de México DF, donde fijó su residencia. Su principal
objetivo desde entonces se centró en el traslado a América de los republicanos
españoles y en la reorganización de los partidos e instituciones del exilio.
Con ese objetivo y al poco de su llegada a tierras americanas fundó una
organización titulada Alianza
Republicana, a la que pertenecieron Castrovido, Franchy Roca, Albornoz,
Giral, Esplá, Gordón Ordás, Ruiz Funes, etc., y en la que Martínez Barrio ocupó
el puesto de secretario general. En la primavera de 1943 junto al general Miaja realizó una gira por
Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Chile, recabando el apoyo de
sus gobiernos para la República Española. Simultáneamente mantuvo contactos muy
estrechos con la Masonería americana, al tiempo que en la España de Franco el
Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo le condenaba
en rebeldía a treinta años de reclusión mayor.
Desde 1945 y con la colaboración del socialista Indalecio Prieto,
organizó y presidió la Junta
Española de Liberación. Dos años después y tras múltiples y complicadas
gestiones, logró reunir en el Salón de Cabildos de la Ciudad de México a un
centenar de diputados supervivientes de las Cortes de 1936, siendo designado, en
su calidad de presidente de las Cortes, presidente interino de la Segunda
República Española en el exilio.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, en marzo de 1946 regresó a Europa,
siendo bien acogido por el Gobierno francés a pesar de que rápidamente fue
quedando en evidencia que los aliados, vencedores del fascismo, no iban a
propiciar la caída del régimen de Franco. Diego Martínez Barrio asumió entonces
su papel de depositario de los derechos de la República Española, reconocida ya
tan sólo por los Gobiernos de México y Yugoslavia.
Un Martínez Barrio forzado por las estrecheces económicas a trasladar su
residencia a una modesta casa a las afueras de París, que en sus discursos
nunca dejó de denunciar la ilegitimidad del régimen de Franco y que fue
convirtiéndose, año tras año, en el presidente cada vez más solitario de un
exilio sin fin. Tan sólo el fallecimiento de su mujer, Carmen Baset, en 1960,
con la que había compartido casi medio siglo de convivencia, logró afectar su
ánimo hasta el punto de sumirlo en una profunda depresión. Aun así, poco antes
de su muerte contrajo matrimonio con su cuñada Blanca. Unos meses después, a las 13.15 horas del día de Año Nuevo de 1962, en
la Taberne Alsacienne de rue Vaugirard, 235, Martínez Barrio
fallecía de un ataque al corazón cuando almorzaba con Blanca, su amigo Juan
Arroquia y su mujer. Su cuerpo fue cubierto con la bandera republicana y
enterrado en un pequeño cementerio a las afueras de París, en Saint-Germain-en-Laye,
en una ceremonia a la que sólo asistieron un pequeño grupo de viejos amigos. En
España la prensa del régimen dio cuenta de su fallecimiento afirmando que
Martínez Barrio había muerto como había vivido siempre, con un tenedor y un
cuchillo en las manos y bebiéndose el dinero de los españoles.
No obstante, conforme a los deseos expresados en su testamento, en enero
del año 2000, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal gracias a las
instituciones democráticas andaluzas, siendo homenajeado por miles de
ciudadanos, y recibiendo sepultura a los sones del Himno de Riego. Diego Martínez Barrio, a pesar del desconocimiento que aún hoy rodea a su
figura, encarnó como pocos políticos de su tiempo los ideales de una España
liberal y democrática, para él identificada con aquella República truncada en
julio del 36. Como escribiera en una de sus últimas cartas, a quienes me
escuchan no dejo de repetir que nosotros fuimos y somos simplemente liberales y
demócratas.
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