La Conspiración carlista de 1871
La llegada del Sexenio Democrático trajo la libertad ideológica para los partidos antidinásticos, por lo que, la mayoría se adhirieron a la causa de Carlos de Borbón y Austria-Este, con lo que, el carlismo revivió como fuerza política. Pero las nuevas libertades políticas no habían traído con ellas, la concordia social, sino todo lo contrario, y la partida de la porra de los progresistas, que veían en ello una amenaza a la libertad, cometió algunos asesinatos contra casinos e imprentas de los periódicos carlistas que se habían ido fundando. La popularidad del carlismo era tal, que Ruiz Zorrilla llegó a manifestar en el Congreso que, si se llegaba a someter en plebiscito quién debía ser el rey de España, la nación elegiría a Carlos VII. En las elecciones para Cortes de 1869, los carlistas o católico-monárquicos obtuvieron una veintena de diputados, y en las siguientes elecciones legislativas, más de cincuenta. Pero la llegada de Amadeo de Saboya, considerado por los carlistas como un usurpador y odiado por ser «el hijo del carcelero del Papa», terminaría por imponer la opción armada.
El
plan de la nueva insurrección no pretendía actuar en la montaña, sino tomar
ciudades importantes mediante una sublevación militar rápida. Para ello, habían
acordado el compromiso de varios oficiales y jefes del Ejército Español, que
estaban de acuerdo con el plan diseñado por Cabrera. Realizados los
preparativos, en agosto de 1871, todo estaba listo, pero Carlos VII no se
decidió en dar la orden y en septiembre suspendió la conspiración. Este
aplazamiento produjo un enorme disgusto entre los carlistas, siendo el causante
de la dimisión de los jefes de la conspiración. Muchos de estos jefes acusaban
a Emilio de Arjona, secretario de don Carlos, a quien una comisión de carlistas
catalanes, que habían sido recibidos por el pretendiente en Ginebra, buscaron
por toda la ciudad para desafiarle, pero no lo encontraron.
En
los primeros días de diciembre de 1871 Cevallos comunicó que el rey le
había admitido su dimisión como comandante general y nombraba en su lugar al
general Díaz de Rada, el cual, nada más tomar posesión de su cargo, puso al
mando de Cataluña a Rafael Tristany, organizando una Junta de catalanes en
Ceret (Francia), con la principal misión de conseguir dinero y armamento.
Cuando,
por fin dio comienzo el alzamiento, varios meses después de aquel verano de
1871, la mayoría de los jefes del Ejército que se habían comprometido entonces,
no cumplieron su palabra, quedó la masa comprometida abandonada a sus propias
fuerzas, por lo que, no les quedó más remedio, para evitar encarcelamiento y
destierros, que retirarse a la montaña, dando origen forzosamente a la triste
guerra civil.
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