Alzamiento carlista de 1855

 


El temor producido en la corte por la Vicalvarada llevó a intentar nuevas negociaciones en caminadas a buscar la reconciliación de las dos ramas de la familia real, a fin de poder oponerse juntos a los revolucionarios, enemigo común de ambas ramas. A este fin, se comisionó a Eugenio de Ochoa para entrevistarse con Antonio Arjona, representante de Carlos Luis de Borbón y Braganza (Carlos VI), conde de Montemolín. La entrevista se celebró el 10 de febrero de 1855, repitiéndose después con varias reuniones en Palacio, a las que asistió Francisco de Asís, y en las que se acordaron los siguientes puntos:

         Isabel II y Francisco de Asís conservarían los honores de reyes.

        El conde de Montemolín gobernaría con el nombre de Carlos VI.

    La princesa Isabel —hija primogénita de los reyes— se casaría con el primogénito de Montemolín, y, en el caso de que este no tuviese hijo varón, con el primogénito del infante Juan; en ambos casos los futuros esposos se titularían segundos Reyes Católicos y tendrían iguales derechos.

        Carlos VI abdicaría la corona cuando el presunto heredero tuviese veintidós años.

        Se confirmaría en sus empleos y honores a los que habían militado en ambas ramas de la real familia.

    Una vez realizada la concordia se convocarían Cortes para la regulación definitiva de la sucesión a la Corona.




    El conde de Montemolín se mostró conforme con estos acuerdos, y entre él y Francisco de Asís se cruzaron cartas en las que hacían gala de nobleza y desinterés, a fin de conseguir la reconciliación de la familia, la consolidación de la dinastía y la salvación y prosperidad de España. El 10 de marzo siguiente falleció Carlos María Isidro (Carlos V), reuniéndose el conde de Montemolín, los infantes Juan y Sebastián, el conde de Chambord y otros personajes, para tratar la cuestión de la conciliación. Lo más difícil era implantarla, ya que se creía que se opondrían los liberales progresistas y los conservadores. ​

    Por entonces hubo un proyecto de varios moderados para destronar a Isabel II y proclamar a don Carlos, pero este se negó mientras no se hubiese realizado la concordia de las dos ramas familiares. Las negociaciones sufrieron una interrupción atribuida a la intervención de Ochoa, que servía a los intereses de María Cristina, contraria a los carlistas; aunque la realidad era debido a que, el acuerdo sería inútil si no produjera resultado en la práctica y no se contase con fuerzas para imponerlo al país.

    Los carlistas realizaron grandes esfuerzos para originar un alzamiento, que fijaron para el mes de junio. Pero algunos se alzaron antes de tiempo, apareciendo partidas carlistas en Soria, Álava, Burgos y otras provincias, que fueron fácilmente reducidas por el capitán general de Burgos, don Ignacio Gurrea, que prendió y fusiló a varios jefes. En Navarra se levantaron Iribarren y el párroco Galán, siendo pronto batidos, por lo que se refugiaron en Francia. En general, el alzamiento careció de simultaneidad y de concierto, siendo abortados muchos preparativos. Al igual que en la Guerra de los Matiners, donde tuvo más importancia fue en Cataluña, levantándose partidas numerosas. Sin embargo, los carlistas no obtuvieron resultados debido al poco apoyo del país y la persecución activa de la columna del general Bassols, así como las del brigadier Ríos y del coronel Rey, que les obligó a dispersarse. Don Carlos, al ver que sus esfuerzos resultaban inútiles, ordenó la retirada a Francia, de modo que a mediados de 1856 la insurrección había terminado por completo.


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Ramón Martín

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