Alzamiento carlista de 1869
Con la revolución de 1868, el carlismo revivió con fuerza. Destronada Isabel II, numerosos moderados, que habían sido leales a la reina y se oponían al sistema revolucionario, se fueron pasando a las filas carlistas. Según ellos, la salvación de España se hallaba en el nuevo y joven pretendiente, Carlos María de Borbón y Austria-Este (Carlos VII), en quien su padre, Juan Carlos de Borbón y Braganza (Juan III), que había sido rechazado por los carlistas debido a su pensamiento liberal, había abdicado sus derechos. El anticlericalismo había ido en aumento, y creó un ambiente propicio para que muchos católicos abrazasen la causa del carlismo.
Como reacción a esa
situación, muy pronto los carlistas se dispusieron a llevar a cabo un
alzamiento, en el que se reivindicaría, especialmente, la llamada unidad
católica, qué era vehemente defendida por los diputados carlistas en las Cortes
y que don Carlos calificaba como «símbolo de nuestras glorias patrias,
espíritu de nuestras leyes, bendito lazo de unión entre todos los españoles»
en una carta dirigida a su hermano Alfonso, que sirvió como exposición
doctrinal de su causa.
Carlos VII, estaba
resuelto a ceñir la corona, y una vez sobre su cabeza, salvar a España. Para
unificar a todos los cabecillas, había nombrado general en jefe a Ramón Cabrera, puesto que confiaban en
el prestigio del tortosino. Pero Cabrera no estaba de acuerdo con el
Pretendiente, ya que opinaba que era preciso aguardar un poco más y centrarse
en adquirir fondos. Eso a pesar de tener ya bastantes trabajos preparados en la
conspiración. Opinión que chocaba con la idea de don Carlos, quien creía que su
honor estaba comprometido y debía entrar en España como fuese. Ofendido por la
falta de entusiasmo de Cabrera, se dispuso, en julio, a comenzar un
levantamiento sin contar con él.
El plan consistía en tomar,
lo más rápidamente posible, Figueras y Pamplona, cuyas guarniciones estaban
comprometidas; Al mismo tiempo, Cataluña se sublevaría y un general del
Ejército se pondría al frente de Madrid. Pero don Carlos no contaba que, dicho
general, se iba a negar a obedecer, debido a que tenía un compromiso previo con
Cabrera, además, tampoco se logró tomar Figueras ni Pamplona. No obstante,
algunos carlistas, ignorantes del fracaso del plan, se levantaron a finales de
julio. Tal es el caso dado en la provincia de León, donde destacó la partida
del exalcalde de León, Pedro Balanzategui, el cual sería fusilado por la
Guardia Civil; también en La Mancha, la del general Polo, que fue apresado y
desterrado a las Islas Marianas. Cabrera, tras poner en evidencia la mala organización
del golpe, a consecuencia de la cual, los militares comprometidos no se habían
movido, el 7 de agosto, presentó su dimisión de la jefatura carlista. Don
Carlos, indeciso ante el desarrollo de los acontecimientos, permaneció algún
tiempo cerca de la frontera española, confiando en que el movimiento se
extendería por Cataluña; pero en vista de que este tampoco daba resultado, finalmente,
optó por trasladarse a Ginebra. El intento había fracasado.
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