Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III emperador de Francia


 

Eugenia de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick o María Eugenia de Guzmán y Portocarrero, nació en la calle Gracia número 12 de Granada el 5 de mayo de 1826. Era la segunda hija de Cipriano Palafox y Portocarrero-Idiáquez, duque de Peñaranda, conde de Montijo y de Teba y grande de España, un militar y político liberal, masón y afrancesado que combatió en la guerra de la Independencia española al lado de José Bonaparte; y de Enriqueta María Manuela Kirkpatrick de Closeburn y de Grevignée, aristócrata española. Vino al mundo, en el momento en que Granada, sufría un importante terremoto, justo en el momento del alumbramiento, en una tienda de campaña habilitada en el exterior del palacio de la familia. Azaroso fue su nacimiento, como azarosa fue su vida.

Cuando contaba 12 años, una vieja gitana del Albaicín granadino se acercó a ella para leerle las líneas de la mano y predijo que llegaría a ser reina. Diez años más tarde, ya en París, el abad Brudinet, visionaba en la misma mano una Corona Imperial. Curiosas coincidencias esotéricas.

En 1835, fue enviada a Francia a estudiar, recibiendo una profunda formación católica que la acompañaría hasta el final de su vida. En 1837 tuvo una corta estancia en un internado en Inglaterra.



Por la casa familiar pasaron grandes intelectuales, viajeros que traían noticias de la Europa más rancia y refinada. Se ofrecían grandes fiestas a las que acudían las más grandes celebridades de la época. El novelista Juan Valera, la describe así en 1847, con 21 años: “Es una diabólica muchacha que, con una coquetería infantil, chilla, alborota y hace todas las travesuras de un chiquillo de seis años, siendo al mismo tiempo la más fashionable señorita de esta villa y corte y tan poco corta de genio y tan mandoncita, tan aficionada a los ejercicios gimnásticos y al incienso de los caballeros buenos mozos y, finalmente, tan adorablemente mal educada, que casi-casi se puede asegurar que su futuro esposo será mártir de esta criatura celestial, nobiliaria y sobre todo riquísima”. Pero de más trascendencia es su trato con el francés Prosper Mérimée, quien se convirtió en asiduo a las reuniones que tenían lugar en el domicilio familiar, trabando una amistad especial con Eugenia, con quien cambiaba impresiones. En una de esas conversaciones, Eugenia le habló del romance protagonizado por una cigarrera, un torero español y un soldado, una historia que a Mérimée le sirvió para argumento de su novela Carmen, la obra que le proporcionó la inmortalidad, y en la cual se basó la famosa ópera del mismo nombre de Georges Bizet. Pasados los años, la amistad con la familia de Eugenia, influiría para que, en 1853, Mérimée fuera nombrado senador de Francia.

Con 18 años, Eugenia, se enamoró del marqués de Alcañices, pero éste la traicionó, llegando a pensar en tomar los hábitos, pero la superiora del convento la disuadió. En el año 1839, quedó huérfana de padre, residiendo entre Granada y Madrid, y viajando por Europa, hasta que el año 1850 fijan su residencia en París, donde frecuentan los salones parisinos. En una de esas reuniones sociales de la alta alcurnia francesa, el 12 de abril de 1849, en el transcurso de una recepción en el Palacio del Elíseo, fue presentada a Luis Napoleón Bonaparte, que quedó hechizado ante la elegancia e inteligencia de Eugenia, cortejándola de forma vehemente, mientras Eugenia eludía el asedio. Luis se convertiría en presidente de la República Francesa, primer paso para llegar a convertirse en emperador.

Mientras, desde Madrid, Eugenia seguía las vicisitudes de su tenaz pretendiente, el cual, una vez coronado emperador, solicitó que las Montijo acudiesen a París. Allí, en una recepción en el Palacio de las Tullerias, viéndola asomada a un balcón, el emperador se acercó a ella y, con inusitado descaro, le comentó que necesitaba verla, preguntándola como podría llegar hasta ella, a lo que Eugenia: "Por la capilla, señor, por la capilla".

Napoleón había sido rechazado, con anterioridad, por la princesa Adelaida, sobrina de la reina Victoria, lo que hizo que, los periódicos de Gran Bretaña efectuaran comentarios sobre la unión entre una aristócrata, de reconocido linaje, con un miembro de la familia Bonaparte. El 29 de enero de 1853, se celebra el casamiento civil en el Palacio de las Tullerias y a la mañana siguiente, Eugenia de Montijo, se convertía en la emperatriz de los franceses al contraer matrimonio con Napoleón III, en el Altar Mayor de la catedral de Nôtre-Dame ante el arzobispo de París. Ya desde el primer momento y haciendo gala de su carácter perseverante, intenta conquistar a un pueblo francés que no la quiere. Desde el mismo atrio de la catedral de Nôtre-Dame deja el brazo de Napoleón III, se vuelve hacia los miles de franceses que la observan y, luciendo la diadema que había pertenecido a Josefina y María Luisa, se inclina haciendo una elegante reverencia de sumisión hacia su pueblo. En un instante, los allí congregados pasan de la indiferencia al entusiasmo y las aclamaciones estallan por doquier. Fue uno de esos actos que la harían famosa. El pueblo llano empezó a amarla.

Aunque no había nacido princesa, pronto supo ponerse a la altura de las circunstancias. Los recién casados pasaron la luna de miel en el castillo de Villeneuve-l'Étang, donde la emperatriz quiso ocupar las habitaciones de la reina María Antonieta. En diciembre de 1854, sufrió un aborto y, pese a las infidelidades de su esposo, volvió a quedarse embarazada, para volver a sufrir otro aborto. Ante la dificultad para concebir, la reina Victoria la aconsejó utilizar unos cojines en sus lumbares. Eugenia tomó buena nota, probó y acertó, quedando encinta. El 16 de marzo de 1856, tras un largo y penoso parto, dio a luz a su único hijo, Napoleón Luis Eugenio Juan José Bonaparte, que recibió el título de príncipe imperial. Para celebrar el nacimiento, Napoleón III anunció una nueva amnistía para los marginados del 2 de diciembre.

La emperatriz había cumplido: le había dado a su esposo un hijo y al imperio un heredero. El 17 de julio siguiente, el emperador escribe a Plombieres-les-Bains las disposiciones relativas a la regencia, la cual confía a la emperatriz. Eugenia era una mujer educada e inteligente. Los abortos sucesivos y el difícil parto de su hijo la distanciaron de la vida social y política, pero su carácter aceleró la recuperación, y empezó a tomar parte activa en la política del Segundo Imperio. Ferviente católica, se opuso a la política de su marido en Italia, defendiendo los poderes y prerrogativas del papa. Fue la instigadora de la invasión francesa de México, en apoyo del emperador Maximiliano I, la cual resultó un desastre. La emperatriz veía en la intervención en México la posibilidad de instaurar una potencia católica en Norteamérica, cortando el paso a los Estados Unidos y facilitando la aparición de otras monarquías conservadoras y católicas. Este episodio la causó una gran angustia y pena, ya que se le culpaba a ella del fatal desenlace. Por otra parte vivió con alegría junto a su esposo la victoria francesa en la Guerra de Crimea de 1856. Durante la Guerra franco-prusiana, que concluyó al año siguiente con la derrota de Sedán, fue decisiva su influencia ante el emperador.


Desempeñó la regencia en tres ocasiones: La primera, durante las campañas de Italia en 1859; la segunda, durante la estancia del emperador en Argelia en 1865; y la tercera, en los últimos momentos del Segundo Imperio, en 1870.

La emperatriz fue fundamental en la construcción del Canal de Suez, y tuvo un excepcional protagonismo político y social al asistir, como el más alto representante de Francia a la inauguración de este, el 17 de noviembre de 1869 a bordo del barco L'Aiglon. Aunque sus detractores dijeran que actuaba con soberbia, lo cierto es que desempeñó su labor con unas dotes políticas excepcionales.

Poco después del nacimiento de su hijo, sufrieron un atentado, perpetrado por un revolucionario italiano llamado Felice Orsini, hijo de un antiguo oficial de Napoleón Bonaparte componente de un grupo denominado Conjura Italiana de los Hijos de la Muerte, perteneciente a una sociedad secreta llamada Carbonería, que pretendía conseguir la independencia italiana frente a Austria. En la tarde del 14 de enero de 1858, cuando los emperadores se dirigían al teatro Rue Le Peletier (precursor de la Ópera Garnier), para presenciar la ópera titulada Guillermo Tell, de Rossini, Felice Orsini y dos cómplices, lanzaron sendas bombas, 8 personas murieron y 142 resultaron heridas, pero los emperadores salieron ilesos, continuando hacia el teatro sin perder la compostura. Orsini fue detenido por la policía al día siguiente. Este conato de homicidio incrementó la popularidad de Napoleón III y de Eugenia.

Eugenia, gran protectora de la cultura, aumentó considerablemente el esplendor de una Corte rancia y decadente. La emperatriz participa en la creación del estilo Napoleón III, inspirado en los estilos del pasado. Fue propulsora de la industria de la alta costura en Francia, se abandona el miriñaque en beneficio del más cómodo polisón. Fundó asilos, orfanatos, hospitales; y apoyó las investigaciones de Louis Pasteur, descubridor de la vacuna contra la rabia.

El mes de septiembre de 1870 finalizó la Guerra franco-prusiana, con el desastre de la Batalla de Sedán, donde fue capturado el emperador, que permanecería prisionero en el castillo de Wihelmhöhe, de donde sería, posteriormente, liberado. Esto provocó que Napoleón III fuera destronado. El ánimo de Eugenia decreció al ver cómo todas aquellas personas en las que había confiado la abandonaban a ella y a su familia hacia un exilio incierto en Inglaterra. Pudo salir de Francia gracias al doctor Evans, su dentista estadounidense. En un viaje de casi doce horas en medio de una gran tormenta. En Inglaterra se estableció junto a su hijo en la finca de Camden House (Kent), donde se le unió el emperador tras ser sido destituido por la Asamblea. Allí se agravó la salud del emperador, falleciendo el 9 de enero de 1873.

Eugenia se retiró a una villa en Biarritz en la que vivió alejada la política francesa. Su hijo parecía destinado a ser pretendiente al trono francés, en el caso de una restauración imperial, sin embargo, se unió como oficial de artillería a las tropas británicas en Sudáfrica durante la Guerra anglo-zulú, y l 1 de julio de 1879, durante una emboscada de los zulúes, se cayó del caballo mientras huía junto a su destacamento, encontrando la muerte con 23 años, abatido tras un breve combate con sus perseguidores. La muerte de su hijo, junto a la del emperador y a la de su hermana Paca de Alba, hicieron que la vida careciera ya de todo interés para la emperatriz. Relacionada con la Casa de Alba, se alojó en el Palacio de Liria de Madrid, en su Quinta de Carabanchel y en el Palacio de Dueñas de Sevilla. Durante sus estancias en España, fueron frecuentes sus visitas a la reina consorte Victoria Eugenia de Battenberg, de quien era madrina de bautismo y amiga.

En 1920 viaja a España para operarse de cataratas, por el médico Ignacio Barraquer. Preparando su regreso a Inglaterra, al atardecer del 10 de julio de 1920, se sintió indispuesta, muriendo de un ataque de uremia a las ocho y media de la mañana del 11 de julio de 1920, en el Palacio de Liria de Madrid. Su cuerpo fue trasladado en tren a París, acompañado por una comitiva formada por el duque de Alba, el duque de Peñaranda, las duquesas de Tamames y Santoña y el conde de Teba. El féretro fue recibido en la estación de Austerlitz por los príncipes Murat, el embajador de España y miembros de la nobleza francesa y española que le rindieron homenaje. Posteriormente fue enterrada en la Cripta Imperial de la abadía de Saint-Michael en Farborough (Inglaterra), junto a su esposo e hijo.

Ramón Martín

Comentarios

  1. Muy interesante el artículo. Recoge muchas curiosidades tales como el origen de la ópera Carmen. Enhorabuena. Saludos

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