María Antonieta de Austria, esposa de Luis XVI rey de Francia
Desde su
nacimiento, el 2 de noviembre de 1755, María Antonieta Josefa Ana de Austria,
más conocida como María Antonieta de Austria, vivió sumergida en la
suntuosidad de la corte vienesa. Su padre, el emperador Francisco I de
Austria, la adoraba, y la emperatriz María Teresa de Austria,
al igual que el país entero, estaba embelesada con su hija, no negándola ningún
capricho. El compositor Christoph Willibald Gluck, apenas consiguió que
tocara el clavecín, de una manera mediocre, mientras que, sus profesores de
idiomas sólo lograron que hablara francés bastante mal y que se expresara correctamente
en alemán, pero nunca consiguieron enseñarle ortografía.
A los 12
años supo que iba a ser reina de Francia. Su madre la asignó dos expertos
encargados de hacer de ella una perfecta princesa parisina. El primero debía
reforzar su fe y su francés; al segundo se le encomendó el cuidado der su
cabellera. Una semana después, ambos se confesaron derrotados. El preceptor
aseguraba que, la infanta poseía un cerebro ingenioso y despierto, pero rebelde
a toda instrucción; el peluquero no podía culminar su obra debido a la frente
demasiado alta y abombada de la joven. Con 14 años, al casarse con el duque
de Berry, entonces delfín, era ya una deliciosa muchacha, con un
exquisito rostro oval, un cutis agraciado, con unos ojos azules y vivos, un
cuello largo y esbelto y un caminar digno de una diosa. Para el gusto francés,
sólo su boca, pequeña y dotada del labio inferior de los Habsburgo,
resultaba desagradable.
El
matrimonio con el futuro rey de Francia tuvo lugar el 16 de mayo de 1770. Hubo
fastos desfiles, fiestas y solemnidades. Por la noche, no hubo nada, lo cual
fue consignado por el delfín, con una sola palabra: "Rien"
—una palabra que seguirá escribiendo durante siete años, hasta que ella
tenga el primero de sus cuatro hijos—, María Antonieta se aburría con su esposo
y pronto comenzó a salir de incógnito por la noche, llegando a escribir a su
madre: "¿Qué va a ser de nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de
ser reyes tan jóvenes. Madre del alma, ¡aconseja a tus desgraciados niños en
esta hora fatídica!". Pronto se convirtió en símbolo de la más
licenciosa corte de Europa, aunque tratara de agradar y obrar con acierto, sin conseguirlo.
Sus faltas, exageradas por la opinión pública y consideradas ejemplo vivo del
desenfreno de la corte fueron: su desprecio a la etiqueta francesa, sus
extravagancias y la constante búsqueda de placeres en el grupo del conde de
Artois, a lo que debemos agregar sus interferencias en los asuntos de
Estado para encumbrar a sus favoritas. La prensa clandestina comenzó a describirla
como un ser depravado y vendido a los intereses de la casa de Austria. Según
los panfletos, la lista de sus amantes era interminable y grandes sus excesos.
Pronto fue conocida con el despectivo mote de "la austríaca".
En 1785,
un nuevo escándalo atribuido a su codicia vino a deteriorar su fama. El asunto
giró alrededor de la más rica joya de la época. El célebre collar, realizado
por los mejores orfebres de París para madame Du Barry, favorita del rey
Luis
XV. Sus más de mil diamantes, rubíes y esmeraldas parecían haber sido
forjados con el único fin de recibir la caricia del oro en un lugar preciso de
la joya. Muerta la Du Barry antes de acabada la obra, la condesa de La
Motte, perteneciente al círculo del tenebroso conde Alessandro di
Cagliostro, embaucó al cardenal Louis de Rohan, haciéndole
creer que María Antonieta deseaba obtener el collar y que, al no disponer del
dinero suficiente, estaba dispuesta a firmar un contrato de compra si él lo
garantizaba. El cardenal, deseoso de congraciarse con la reina, se entrevistó
con quien creía que era María Antonieta, que había sido suplantada por una
bella joven apellidada d'Oliva, accediendo a su petición, por lo que, el
1 de febrero de 1785 el collar fue trasladado a Versalles. Pero no llegó a
manos de la reina, sino que fue a parar a la condesa de La Motte, que
desapareció de París junto a su marido, dedicándose a vender las gemas por
separado. Descubierta la estafa, la condesa aseguró ser favorita íntima de
María Antonieta, esgrimiendo unas cartas, falsificadas, que comprometían a la
reina. Por lo que ésta fue acusada de intrigante y ambiciosa, y aunque en el
juicio se demostró su inocencia, la campaña orquestada para desprestigiarla
tuvo éxito. El cardenal de Rohan fue desterrado, la condesa de La Motte
azotada públicamente y su esposo condenado a galeras, pero estos castigos, no pudieron
borrar el nuevo baldón que había caído sobre la honorabilidad de la reina.
A partir
de aquí los acontecimientos se suceden, y llega la caída de la monarquía. Ni Luis
XVI ni María Antonieta comprendieron los cambios que se avecinaban,
provocando su propia ruina. No había posibilidades de reconciliación entre el
pueblo y el rey, y el intento de huida de los monarcas, solo consiguió acentuar
esta ruptura, pudiendo comprobar que, el país había dado la espalda a la
corona.
El conde
sueco Axel de Fersen, amante fidelísimo de la reina, se encargó de preparar
un plan de fuga. La familia real debía huir de París saliendo de las Tullerias
durante la noche por una puerta falsa, dejando una proclama dirigida al pueblo
de París: "Volved a vuestro rey; él será siempre vuestro padre, vuestro
mejor amigo". Pero sólo consiguieron llegar hasta Varennes, donde
fueron reconocidos y detenidos. Luis
XVI, al leer el decreto que le obligaba a regresar, dijo: "Ya
no hay rey en Francia". La Asamblea Legislativa tuvo que
someterse a Robespierre y Danton, cabecillas revolucionarios, no pudiendo evitar
el asalto por las masas de la residencia real, que arrebató los poderes al rey
y permitió que fuese encarcelado en la Torre del Temple. María Antonieta
acompañó a su esposo a la prisión, haciendo gala de un valor que ennobleció su
figura, rayana en el heroísmo, cuando aceptó con serenidad la separación de sus
hijos y la ejecución de su esposo el 21 de enero de 1793.
Ella fue
trasladada, siete meses después, a la Conciergerie y encerrada en una celda sin
luz ni ventilación, sin abrigo, vigilada en todo momento. Sus nervios
estuvieron a punto de quebrarse en vísperas del juicio. Pero resistió. Durante
el proceso intentó defenderse con dignidad, contestó en términos que
confundieron a sus enemigos y, ante la acusación de haber corrompido a sus
hijos, guardó silencio y luego, dirigiéndose hacia el público, exclamó: "¡Apelo
a todas las madres que se encuentran aquí!". Las deliberaciones del
tribunal duraron tres días y tres noches, siendo, por fin, declarada culpable
de alta traición como "viuda del Capeto". El 16 de
octubre de 1793, a media mañana, sería exhibida en carreta por París ante los
ojos de la multitud. Luego subiría lentamente los peldaños del cadalso,
redoblarían los tambores, caería la cuchilla y la cabeza ensangrentada, asida
por los cabellos por uno de los verdugos, sería mostrada a la multitud
vociferante.
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