Victoria I, reina del Reino Unido e Irlanda desde 1837 a 1901

 


CASA DE HANNOVER

Nacimiento: El 24 de mayo de 1819 en el palacio de Kensington (Londres)

Fallecimiento: El 22 de enero de 1901 en el castillo de Osborne (Isla de Wight)

Padres: Eduardo de Kent y su esposa Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld.

Reinado: Desde el 20 de junio de 1837 al 22 de enero de 1901.

 


La futura reina del Reino Unido e Irlanda y emperatriz de la India nació el 24 de mayo de 1819, hija del matrimonio compuesto por Eduardo, duque de Kent, hijo del rey Jorge III, y la princesa María Luisa de Sajonia-Coburgo. Desde su nacimiento, estuvo emparentada con las principales casas reales europeas. Su nombre completo era Alejandrina Victoria. Perdió a su padre cuando sólo contaba un año, siendo educada por su madre, revelando, muy pronto, un carácter afectuoso y sensible, poco proclive a dejarse dominar. El vacío paterno fue suplido por el temperamento enérgico de la madre, cuya vigilancia era tan férrea que, al llegar a la adolescencia, no había podido dar un paso en el palacio ni en los actos públicos sin la presencia de ayas e institutrices o de su madre.

Muerto su abuelo Jorge III en el mismo año que su padre, empezó a ser evidente que estaba destinada a ocupar el trono, pues ninguno del resto de los hijos varones del rey tenía descendencia. Al enterarse Victoria, cuando contaba diez años, de esta circunstancia, permaneció callada durante un buen rato y después exclamó: "Seré una buena reina". Jorge IV y Guillermo IV, tíos de Victoria, ocuparon el trono que había dejado, al morir, Jorge III. Horas después de fallecer Guillermo IV, el arzobispo de Canterbury comunicó a la joven Victoria, que era reina de Inglaterra. La ceremonia de su coronación tuvo lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838. Victoria tenía ante sí una larga tarea: aproximar la corona al pueblo, hasta afianzar sólidamente la institución en la psicología colectiva de sus súbditos. Pero no fue tarea fácil. Sus hombres de estado procuraron, inmediatamente, recortar la influencia de los personajes dudosos de la corte, como el barón de Stockmar, o la baronesa de Lehzen. Aunque las mayores dificultades se producirían en la política exterior. Particularmente en las cuestiones relacionadas con Alemania, cuando bajo la égida de Prusia y de Bismarck surgió el gran rival de Gran Bretaña, el imperio germano.

Al ser coronada Victoria, la política inglesa estaba dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, que era primer ministro desde 1835. Era un hombre rico, dotado de una gran inteligencia y de un temperamento afable, cualidades que fascinaron a la nueva reina. Victoria, comenzó dependiendo de aquel caballero, dejando los asuntos de estado en sus manos. Como lord Melbourne era jefe del partido Whig (liberal), Victoria se rodeó de damas liberales, expresando su deseo de no ver jamás a un Tory. Los enemigos políticos de su estimado lord pasaban a ser sus enemigos. Sin embargo, se produjeron en la Cámara de los Comunes unas votaciones en las que los Whig no consiguieron alcanzar la mayoría, por lo que el primer ministro decidió dimitir y los Tories, encabezados por Robert Peel, se dispusieron a formar gobierno. Victoria, obsesionada con la idea de separarse de lord Melbourne y verse obligada a sustituirlo por Peel, sacó a relucir su genio y su testarudez, y su negativa a aceptar el relevo hizo que hubiese de resolverse mediante una serie pactos que restituyeron en su cargo a lord Melbourne.

 


El 10 de febrero de 1840 la reina Victoria contrajo matrimonio —una unión prevista desde hacía tiempo, determinada por intereses políticos—, con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, que era primo de Victoria. Cuando se convirtió en su esposo, nació en ella un sentimiento de auténtica veneración hacia él. Alberto, tardó en acostumbrarse al puesto que le había asignado el Parlamento, el de príncipe consorte. Pero, tardó aún más en hacerse perdonar su inadaptación a los modos y maneras de la aristocracia inglesa. Aunque gracias al tacto y perseverancia del príncipe, y el sentido común de Victoria, la pareja despejó todos los obstáculos. Fuel el suyo un amor feliz, del que nacieron cuatro hijos y cinco hijas, que coparon la mayor parte de las cortes del continente. Victoria fue designada «la abuela de Europa». Alberto fue un marido perfecto, además de sustituir a lord Melbourne, como consejero en política. Ejerció su misión con tanto acierto que la soberana, necesitada de ese apoyo, no experimentó ningún pánico cuando en 1841 el aborrecido Peel reemplazó a Melbourne al frente del gabinete. La habilidad política de Alberto y el respeto demostrado por la reina hacia el Parlamento, menoscabado con Jorge III a causa de su manifiesta incompetencia.


Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria con el nombre de Eduardo VII, la sucesión quedaba resuelta. Cuando, en 1851, la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante.

 

Los años siguientes, Alberto continuó ocupándose de los asuntos de gobierno. Pero su salud comenzó a resentirse a partir de 1856, un año antes de que Victoria le otorgase el título de príncipe consorte, consiguiendo que le fueran reconocidos sus derechos como ciudadano inglés. No olvidemos su origen extranjero. En 1861, Victoria atravesó el peor período de su vida: en marzo fallecía su madre, la duquesa de Kent, y el 14 de diciembre expiraba su esposo. Como en otras ocasiones, a pesar del dolor experimentado, la soberana reaccionó con gran entereza y decidió que la mejor manera de rendir homenaje al príncipe era trabajar sin descanso al servicio del país. La figura de la reina se cubrió, desde entonces, con una vestimenta de luto y permaneció fiel al recuerdo de Alberto.

Hasta su muerte, Victoria, nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir los destinos de Inglaterra. La reina alcanzaba desde su posición una notoria celebridad internacional y un ascendiente sobre su pueblo, que no habían gozado ninguno de sus predecesores. Logró que una aristocracia licenciosa se fuera impregnando de los valores de la burguesía, a medida que ésta llevaba a su apogeo la Revolución Industrial y cercenaba las competencias del último reducto nobiliario, la Cámara de los Lores. Disraeli, fue el político que mejor supo penetrar en el carácter de la reina, y desviarla de su antigua predilección por los Whigs. La convirtió en símbolo de la unidad imperial al coronarla en 1877 emperatriz de la India. Así mismo, la hábil política de Disraeli puso el broche a la expansión colonial, con la adquisición y control del canal de Suez. Londres pasaba a ser, durante mucho tiempo, el primer centro financiero y de intercambio mundial.

 

Durante las últimas tres décadas de su reinado, se convirtió en un mito viviente, referencia obligada de toda actividad política en el mundo. Su imagen fue objeto de reverencia dentro y fuera de Gran Bretaña. Su sentido común, la tranquila seguridad con que acompañaba todas sus decisiones y su identificación con los deseos de la clase media consiguieron que su sombra protectora se proyectase sobre toda una época, impregnando de victorianismo la segunda mitad del siglo.

 

Su vida se extinguió lentamente. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo. La mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.

Tras la muerte de la reina Victoria, subiría al trono del Reino Unido el rey Eduardo VII, y como el príncipe Alberto, su padre, pertenecía a la casa de Sajonia-Coburgo y Gotha, Eduardo se convirtió en el primer monarca británico de tal linaje. En plena Primera Guerra Mundial, y debido al sentimiento antigermano existente en la sociedad británica, Jorge V decidió modificar el nombre familiar a Windsor, usando como referencia la denominación de la residencia real de Windsor.

Ramón Martín


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