Ramiro II el Monje, rey de Aragón desde 1134 a 1157
Ramiro II de Aragón fue el cuarto hijo de Sancho
Ramírez
y su segunda mujer Felicia
de Roucy, llamado el Monje. Era hermano de Alfonso
I el Batallador y hermanastro de Pedro
I. Aparece por primera vez, con motivo de su entrega al monasterio de
Saint-Pons de Thomières, en Francia, realizada el 3 de mayo de 1093, por lo
cual, hemos de suponer que había nacido en 1087.
El apelativo de “monje”, viene por esta ofrenda que le
situaba bajo la tutela, de uno de los monasterios de más prestigio del sur de
Francia. El objetivo de su padre, Sancho Ramírez, era prepararle para una
carrera eclesiástica, al igual que la de su tío García, obispo de Jaca. Es así como, a principios de 1110 se halla en
la Corte de Alfonso el Batallador, aunque hacia 1112 se le cita como abad de Sahagún,
de donde se le expulsará, al no consolidarse el poder de Alfonso en León. El Monarca,
entonces, le nombra obispo de Burgos, en el 1116, aunque ante la resistencia de
los canónigos locales, tuvo que renunciar muy pronto. De nuevo tropieza Ramiro
con una fuerte oposición en 1122, cuando Alfonso le propuso para suceder al obispo
de Pamplona, Guillermo. Pero fue su rival, Sancho de Larrosa, quien se alzó con
el cargo, circunstancia que tuvo repercusiones posteriores. Finalmente, en
agosto de 1134, Ramiro fue elegido obispo de Barbastro, puesto vacante, puesto
que su predecesor había muerto en la batalla de Fraga.
Alfonso I murió sin
herederos el 7 de septiembre de 1134, tras haber ratificado su testamento. Como
es sabido, en ese documento de 1131, entregaba el Reino a las Órdenes Militares
de Palestina y distribuía entre las instituciones eclesiásticas del sur de Europa
importantes donaciones.
Ante esta situación,
Ramiro decidió salvaguardar el linaje real, es decir, retener la realeza y
mantener los dominios de sus antepasados, única forma de evitar la disolución
de la dinastía. Rápidamente, al día siguiente de la muerte de Alfonso, presidió
como rey, los sufragios por el difunto, e inició un viaje por Aragón, para
recabar la fidelidad de sus nuevos súbditos. En pocos días acudió a Huesca,
Jaca, Sobrarbe, Ribagorza, Roda y Barbastro, de manera que el 29 de septiembre
estaba a las puertas de Zaragoza. El comportamiento de Ramiro refleja una
situación desesperada, todo dependía del factor tiempo.
Los sucesos que se desarrollan en Aragón y Navarra entre 1134
y 1137 son capitales para la historia de la Península Ibérica en el siglo XII.
Tanto la secesión de
Navarra como la creación de la Corona de Aragón son los dos aspectos más
significativos, pero el control del Valle del Ebro y el estatuto de Navarra, condicionaron
la política de Castilla y Aragón durante casi cincuenta años más. Por tanto,
los treinta y cinco meses de gobierno de Ramiro II, más que ser un paréntesis
son una especie de bisagra que soporta un giro histórico de gran magnitud.
El propio Ramiro II, en
noviembre de 1137, en un documento que confirma sus donativos a la Catedral de
Roda, nos ofrece la mejor explicación de los motivos que le impulsaron a tomar
el poder: “Transcurridos escasos días, en
ese punto felizmente alzado, como consecuencia de la muerte de este varón, no
por ambición de honores o deseo de enaltecimiento, sino únicamente por la
necesidad del pueblo sediento y por la tranquilidad de la Iglesia, con plena
voluntad y buen ánimo, asumí la potestad regia y la culminación de la dignidad
y sucedí a mi hermano. Además, tomé mujer, no por la lujuria de la carne sino
por la restauración de la sangre [real] y de la estirpe”.
No hay razones para
dudar de esta declaración autobiográfica, muy al contrario, estudios recientes
han mostrado la profunda y soterrada agresividad que revestía la liturgia
cluniacense, la vasta convicción de los monjes negros de que el poder de Dios,
actuaba a petición suya, castigando a quienes desafiaban al círculo de ángeles
en la tierra formado por la congregación de monjes. No es probable que Ramiro
fuese un manso sacerdote, educado para ser humilde. Desconfiemos de la idea de
que, como monje, era un hombre sumiso.
La prioridad de Ramiro
fue, garantizar la lealtad de las comarcas que pertenecían a su familia desde
la fundación del Reino, núcleo originario de Aragón, para poder acudir a
Zaragoza y conseguir la obediencia de los grandes barones de la frontera del
Ebro, los señores de
Belchite, Calatayud, Tarazona, como el aspirante mejor colocado. Es muy probable
que el 28 de septiembre, sellara una tregua con los musulmanes, recibiendo, en
los primeros días de octubre, garantías de los nobles.
El resto del Reino era
secundario para Ramiro. García Ramírez, descendiente de la familia real navarra
desposeída en 1076, hombre ligado al Batallador, rechazó la posibilidad de un
nuevo rey aragonés y, desde mediados de septiembre negoció con los nobles del
norte de Navarra su elección para restaurar el trono navarro. El apoyo del
obispo de Pamplona fue decisivo, Ramiro era consciente de que Pamplona, Nájera
y La Rioja, Álava, Vizcaya, Tudela y Monzón estaban fuera de su control.
Pero la situación se
complicó durante ese mes, ya que el día 10, Alfonso
VII de Castilla y León llegó con su ejército a San Millán de la
Cogolla, obteniendo el reconocimiento de los nobles dueños de las “tenencias” riojanas y sorianas: Belorado,
Calahorra, Nájera, Grañón, Berlanga y Soria, con lo cual la zona sudoccidental
del Reino caía en su poder. El siguiente paso era invadir el Valle del Ebro. El
26 de noviembre se había adueñado de Zaragoza sin combatir, confirmando los
fueros de los nobles e infanzones aragoneses y las posesiones de la iglesia
zaragozana. Los magnates de esta región, sin haber abandonado a Ramiro, se acercaban
a la órbita del soberano leonés. Ramiro intentó evitar esta fuga compareciendo
a finales de diciembre en las inmediaciones de capital, pero sin resultado,
como lo evidencia que esta ciudad desapareció de la lista de sus posesiones de estas
fechas.
La decisión de Ramiro de
tomar el poder, no fue estrictamente personal, ya que en esta época, los
monarcas no tenían más autoridad que la que les reconocían sus nobles. Los
diplomas ramirenses nos permiten saber quienes fueron los nobles que le
apoyaron. Durante el primer mes, los cinco obispos del Reino aceptaron la
realeza de Ramiro, pero pronto quedó claro que Sancho, de Pamplona, y su
homónimo, de Nájera le abandonaban. Por el contrario, Dodón, de Huesca, y
García, de Zaragoza, se contaron entre sus más sólidos partidarios, junto con
los abades de San Juan de la Peña, San Victorián y Montearagón. Entre los señores, encontramos a los condes de
Urgell, Pallars y la vizcondesa de Béarn; vasallos reales, Fortún Dat, Íñigo
López, Fortún Galíndez, Martín Galíndez, Castán, Cecodín, Lope Fortuñones,
Bertrán, y Férriz. En principio, Ramiro disponía de las tierras de Huesca,
Sobrarbe y Barbastro, Ribagorza (pero no Monzón) y Cinco Villas. Durante el mes
de octubre, los virreyes de la frontera aceptaron su liderazgo.
Pero la intervención del
soberano castellano alteró el panorama político creado por la herencia alfonsí.
A pesar de haber perdido La Rioja, García
Ramírez poseía aún territorios que ambicionaba Alfonso VII, como
Estella o Tudela, por lo que su posición era muy insegura; por su parte, Ramiro
había perdido Zaragoza. No es extraño que ambos se aproximasen, en enero de
1135, y pactaran un arreglo de sus diferencias. En Vadoluengo, junto a
Sangüesa, los partidarios de un acuerdo consiguieron que García Ramírez se
subordinara a Ramiro II, a cambio de heredarle en la totalidad del Reino
navarro-aragonés. Al margen del elemento sucesorio, lo fundamental del pacto es
el compromiso mutuo de no agresión, más que una alianza formal, lo que buscaban
ambos era la neutralidad del oponente para poder enfrentarse a la amenaza de Castilla.
Durante las siguientes
semanas, Ramiro elimina uno de los problemas territoriales que había heredado.
Desde febrero, los documentos reales señalan que Miguel de Azlor es “tenente” en Monzón, por lo que sabemos
que, el monarca navarro había sido despojado de esta zona. A finales de
diciembre, Ramiro cita entre los lugares que posee, Peña, Ull, Sangüesa y
Aibar, lo que sugiere que se atraía a nobles importantes de la región limítrofe
con Navarra. Son síntomas de que el acuerdo de Vadoluengo tenía poco futuro.
Durante la primavera, Alfonso VII selló la paz con García Ramírez y, a principios de mayo el rey
navarro se declaraba vasallo del castellano. A cambio del homenaje de García, Alfonso VII le otorgó el dominio sobre Zaragoza, lo cual equivalía a un
reconocimiento diplomático oficial.
Navarra era un Reino restaurado y su rey se sometía a Alfonso,
coronado Emperador el 26 de mayo de 1135.
El aislamiento de Ramiro
era muy patente, en ese ambiente de debilidad, tuvo lugar la defección de un
puñado de nobles. Es probable que, tras la instalación definitiva de Alfonso VII y García Ramírez en Zaragoza, muchos se arrepintieran de haber ayudado a
Ramiro. Las listas de “tenentes”
omiten a partir del mes de agosto a un grupo de nobles que, son hombres que le
aclamaron desde el primer momento. Quizá la tentativa de deserción fue
acompañada por el grave incidente de la caravana musulmana, narrado por Ibn
Idari, susceptible de poner en pie de guerra la frontera en las peores
circunstancias.
La Campana de Huesca por José Casado del Alisal |
La tradición nos dice
que, Ramiro sorprendió a estos nobles en Huesca y los hizo ejecutar, y no solo los
desposeyó de sus “honores”, que
parece congruente con su completa desaparición de las fuentes y con los
acontecimientos que describe el propio Rey en un documento del año siguiente,
cuando exime de impuestos a ciertos habitantes de Un castillo: “porque expusisteis vuestras almas a la
muerte por amor de vuestros vecinos y por mi fidelidad [...] y porque me
devolvisteis el castillo y se lo quitasteis a mis enemigos, es decir, a Arnal
de Lascún, que era rebelde contra mí, no me acogía en el castillo ni en la
villa, quería poner otro rey en vez de mí y quería desheredar a mi estirpe;
además de lo cual, saqueó la villa y mató a mis hombres, vuestros parientes,
hasta un total de cuarenta”.
Cuenta la leyenda, que
ante la ingobernabilidad, Ramiro, pidió consejo a su mentor, el abad de Saint
Pons. Tras escuchar éste al emisario del Rey, sin mediar palabra alguna, salió
al huerto del monasterio, cuchillo en mano, cortó las hojas de col más sobresalientes,
al tiempo que ordenó al emisario que narrara al rey lo que había visto. Tras
el relato del emisario, el rey convocó a todos los nobles aragoneses con el
pretexto de mostrarles una enorme campana cuyo tañido sonaría en los confines
del reino. Entre divertidos, curiosos y escépticos, los nobles más levantiscos,
fueron conducidos a la estancia para contemplar la famosa campana. Tal y como
entraban, un verdugo cortaba las cabezas de todos ellos. Dispuestas las cabezas
en círculo, colgando de una soga una de ellas en el centro, a modo de badajo,
hizo entrar en la estancia al resto de los nobles para que contemplaran la
Campana de Huesca, que sonó en todo el Reino de Aragón.
El asalto a un castillo,
posiblemente, tuvo lugar en septiembre, cuando Ramiro intentaba asegurarse la
lealtad de las guarniciones de los castillos correspondientes a los nobles
ajusticiados. Es probable que, la situación del norte de Aragón en estas
semanas fuera caótica y Ramiro creyese que su poder se desmoronaba
definitivamente, lo que explicaría la huida al norte de Cataluña, donde estaba
el 18 de octubre. El retorno, igualmente rápido, sugiere que los nobles leales
consiguieron estabilizar la crisis y que, a mediados de noviembre, Ramiro había
retomado el control del poder.
El Monarca se casó con
Inés de Poitou, que quedó embarazada inmediatamente y parió una hija, Petronila,
el 11 de agosto de 1136. Poco antes Ramiro llegó a un acuerdo con Alfonso VII,
por el cual le fue restituida Zaragoza, si bien el Emperador castellano la retenía
vitaliciamente, con la obligación de devolver el territorio a los reyes aragoneses
a su muerte. Esto provocó la guerra con Navarra, pero la consolidación
definitiva del Reino y de la dinastía era un hecho. Un año después, Ramiro pudo
entregar el Reino con su hija a Ramón
Berenguer sin dificultades.
La Corona de Aragón
iniciaba su andadura mientras el extraño Monarca se recluía en un priorato de
su casa original, San Pedro del Viejo de Huesca, para ver transcurrir los
últimos veinte años de su vida.
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