Miguel I, zar de Rusia (1547 a 1584)

 


Miguel I de Rusia fue el primer zar de la dinastía Romanov, dinastía que gobernó el país durante más de tres siglos, hasta ser eliminada por la Revolución Rusa de 1917.

Miguel o Mijaíl Fiódorovich Románov nació el 22 de julio de 1596, en el seno de una familia noble caída en desgracia bajo el gobierno de Boris Godunov. Su padre, Fiódor Nikítich Románov, había sido un influyente aristócrata boyardo, pero, el año 1600 Godunov lo acusó de conspirar en su contra y les obligó a él y a su esposa a tomar los hábitos monásticos. Miguel acompañó a su madre en su encierro, lo cual le dejó una fuerte influencia, alejándole de los círculos de poder. Sin embargo, su linaje lo convirtió en una figura clave cuando Rusia entró en una crisis dinástica; en febrero de 1613, con tan solo 17 años, el Zemski Sobor (especie de Parlamento de los nobles rusos) lo eligió como zar debido a su lejano parentesco con Iván el Terrible.

En un principio, Miguel no tenía ningún apetito de poder. En primer lugar, no había sido preparado para gobernar, y además, Rusia se encontraba en un estado caótico. Los boyardos tuvieron que rogarle, asegurándole que, si no aceptaba el trono sería responsable ante Dios de la destrucción de Rusia, por lo que, finalmente aceptó, aunque tuvo que esperar hasta el 22 de julio para ser coronado, debido al estado ruinoso de Moscú. Rusia estaba devastada, arruinada económicamente, con muchas de sus regiones despobladas, y unas instituciones gubernamentales débiles. Su prioridad consistió en restaurar la estabilidad interna y negociar la paz con los países extranjeros, firmando en 1617, la paz con Suecia, que costó a Rusia el acceso al mar Báltico; en 1619 también firmó un tratado con Polonia, a costa de ceder varias ciudades de las regiones occidentales. Otra consecuencia fue la liberación de su padre por parte de los polacos, por lo que, Filareto regresó a Moscú, convirtiéndose en patriarca de la ciudad y ejerciendo un papel crucial hasta su muerte en 1633. Uno de sus mayores desafíos fue el de fortalecer la administración central, que se había debilitado durante el Período Tumultuoso. Miguel inició un extenso programa de reconstrucción del país, fomentando la repoblación de las tierras devastadas, promoviendo la agricultura y restableciendo el sistema fiscal. También impulsó el comercio con Europa occidental y el Imperio Otomano, lo cual ayudó a la economía rusa a recuperarse. A pesar de los tratados de paz, Rusia seguiría enfrentada a sus vecinos. En 1632 Miguel se lanzó a recuperar territorios perdidos, pero fue un nuevo fracaso. Tuvo que hacer frente a las incursiones de los tártaros, por lo que ordenó construir fortalezas y bastiones.

En honor de la verdad, muchas de las medidas provenían de su padre. El carácter de Miguel era conciliador y pragmático y su padre veía en esto un peligro frente a la influencia de los nobles. Filareto murió en 1633, cuando Miguel llevaba dos décadas en el trono. Su fallecimiento marcó un antes y un después en la política del zar, que mantuvo el rumbo del país con una política más prudente, volviendo a crecer el poder de los boyardos. Uno de los aspectos más importantes de su reinado fue la exploración y expansión en Siberia y el Lejano Oriente. Bajo su reinado, los exploradores rusos cruzaron los ríos Lena y Amur, llegando hasta las costas del océano Pacífico, lo que permitió a Rusia entrar en contacto con varias poblaciones indígenas y comenzar la incorporación de estos pueblos al estado ruso. Pero la expansión en el río Amur generó tensiones con China. 

La vida personal de Miguel I no fue alegre. Contrajo matrimonio en tres ocasiones y ninguno fue feliz: en 1616 se comprometió con María Ivánovna, pero al no ser aprobada por la corte, fue exiliada a Siberia a las seis semanas de matrimonio. En 1624, se casó con la princesa María Vladímirovna, pero esta falleció a los pocos meses, en 1625. Por último, en 1626 contrajo matrimonio con Yevdokiya Streshniova, con quien tuvo diez hijos, aunque solo cuatro llegaron a la edad adulta: Alexis (futuro zar Alejo I), y sus hijas Irina, Anna y Tatiana.

Por si esto no fuese poco, el zar sufrió a lo largo de su vida una lesión en la pierna, secuela de un accidente de caballo, que se agravó, con el paso del tiempo, hasta impedirle caminar en los últimos años de su vida. También sufría de escorbuto, hidropesía y posiblemente depresión. A partir de abril de 1645, su salud comenzó a deteriorarse rápidamente, empeorando al recibir un nuevo golpe político, cuando el matrimonio que había planeado de su hija Irina con un hijo del rey danés fracasó, ya que este se negó a convertirse a la fe ortodoxa. El 12 de julio de 1645, se desmayó en la iglesia y falleció once días después, el 23 de julio.


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Ramón Martín


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