Al-Hakam I, Emir de Córdoba desde el 796 al 822



El reinado del emir Hisham I fue breve, en el 13 de safar del año 180 (27 de abril de 796) sube al trono Al-Hakam I, tenía 26 años, y era alto y de aspecto delgado. No era rubio como los anteriores omeyas, sino moreno, a pesar de ser su madre una esclava (umm walad) llamada Zuruj, que había sido regalada a su padre por Carlomagno, el hijo de Pipino, cuando firmó el tratado de paz con su abuelo. Era de un carácter sanguinario y represivo, llenando, durante su reinado, los corazones de sus súbditos de terror. 

Nada más producirse la muerte, de su padre, el emir Hisham I, dos hijos de Abderramán I, Sulaymán as-Sami, el Sirio, y Abd Allah Al-Balansi, el Valenciano, se apresuraron a regresar a al-Ándalus, para reclamar su derecho al trono y, combatir al nuevo monarca. 

El encuentro tuvo lugar en Quesada (Jaén), trabándose duros combates en los que Al-Hakam resultó victorioso. Un año después, Sulaymán reagrupó los restos de su ejército, y marchó contra su sobrino. El encuentro tuvo lugar en Barkillun (Écija) a orillas del río Guadalquivir, en el mes de safar del año 183 de la hégira. Siendo derrotado, de nuevo Sulaymán. Aunque ese mismo año lo intentó otra vez, siendo también derrotado en Abu-Ayyub (Palma). 

El reinado de al-Hakam I supuso el afianzamiento de la dinastía omeya en al-Ándalus, tanto por la autoridad con que se impuso, como por conseguir el mestizaje con la población autóctona hispana. Su falta de confianza en su propio pueblo, le llevó a apoyar su gobierno en cristianos y muladíes, que le sirvieron fielmente 

Durante un cuarto de siglo gobernó su reino, y sobre todo Córdoba, con mano de hierro. En los primeros años de su gobierno, tras someter las fronteras, se dedicó a los asuntos internos, reforzó el poder y consiguió ser respetado. Dos días a la semana recibía personalmente al pueblo, ocupándose por velar por sus intereses, a estas sesiones asistían los cadíes y los alfaquíes. Fue quien introdujo en al-Ándalus, la magistratura de los mazalim (encargado de las injusticias), que fue desempeñada por el eunuco Masarra. 

Frente al Alcázar, sede de su gobierno, tenía el arrabal más populoso de Córdoba, habitado por gente levantisca, por lo que, tras descubrirse una conspiración en mayo de 815, encargó a Rabí, hijo de Teodulfo, organizar la guardia palatina. Guardia cristiana, cuyos componentes habían sido traídos como cautivos de la Septimania Narbonense, al mando del comes o conde, Rabí. Éste se encargó de la restauración de las murallas de la ciudad, con un foso de circunvalación y la Puerta Nueva. 

La actitud indolente de la guardia palatina (irafa), conocidos por “los mudos”, ya que no sabían hablar árabe, fue causa determinante de la revuelta del Arrabal de Córdoba, que estalló el 25 de marzo de 818 (13 de ramadán de 202), que culminó con la ejecución de 300 notables y la expulsión de todos los habitantes de dicho Arrabal. Destruido el arrabal, trasladó el gran mercado, a su lugar actual, junto a la Almedina y el Alcázar. 


El emir al-Hakam no disfrutó de una larga vida, tras su castigo a los del Arrabal, pues le sobrevino una larga enfermedad, que hizo mella en sus energías y le atormentó prolongadamente. Al final de su reinado no aparecía en público, y delegó en su hijo Abderramán, murió de tristeza (asaf) arrepentido de sus pecados, rogando el perdón de su Señor, por los que a sus manos sufrieron toledanos y cordobeses; refugiándose en la lectura del Corán. Pasó los últimos años de su vida encerrado en su palacio, custodiado por su fiel milicia de mercenarios cristianos. 

Antes de morir, preparó la sucesión de su hijo Abderramán. Cumplidos los días de la jura a favor de sus dos hijos: Abderramán y al-Mugira, dio al-Hakam orden de matar al conde Rabí, su mayordomo doméstico, persona de pésima naturaleza. El heredero obtenía así el beneplácito de los cordobeses, sufridores de las injusticias de ese personaje. 

El emir falleció entre las oraciones del mediodía y tarde del jueves 22 de mayo del año 822. Rezó por él su hijo Abderramán, y fue enterrado en el panteón de los Califas, dentro del Alcázar, conocido como “el jardín”, junto a su padre y abuelo.


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