Al-Hakam II. Califa de Córdoba desde el 961 al 976.
Al-Hakam II, era hijo de Abderramán III y la concubina Murchana, había nacido en Córdoba en el año 915. A los ocho años fue nombrado sucesor, recibiendo una educación esmerada y participó desde muy joven en labores de gobierno. Su carácter era tolerante y pacífico. A los cuarenta y siete años accedió al califato, continuando la política de su padre, aunque de forma menos enérgica y autoritaria. De esta suerte, fue el segundo califa omeya de Córdoba. En general su reinado fue tranquilo, y delegó parte del poder en funcionarios, sobre todo en el general Galib, el chambelán Mushafi y el visir Ibn Abi Amir. Fue un erudito y bibliófilo, cultivándose tanto en ciencias como en letras.
Con respecto a sus relaciones con los reinos del norte vienen marcadas por el incumplimiento del tratado que, Sancho I de León y García Sánchez I de Pamplona, habían firmado con su padre con el objetivo de restablecer en el trono leonés a Sancho. Mantuvo a Ordoño IV en su corte hasta su muerte y, finalmente, tuvo que declarar la guerra a los cristianos.
En el 963 marchó contra Castilla, apoderándose de San Esteban de Gormaz, destrozando todas las defensas castellanas en la ribera del río Duero. Mientras, otro ejército mandado por Galib, se apoderó de Atienza y Calahorra. A continuación, derrotó también, a los condes catalanes Borrell II y Mirón I, asegurando con esta doble campaña, sus fronteras.
A partir de ese momento, los problemas internos de los reinos cristianos motivaron una constante afluencia de embajadas pidiendo su ayuda, lo que consolidó la supremacía cordobesa en la geografía ibérica. Sólo en el 974 el ataque del nuevo conde castellano, García Fernández, a Deza (Batalla de Alboreca), y de Ramiro III en el 975 a Gormaz rompieron esa calma. Galib volvió a controlar la situación derrotando a los cristianos en las batallas de, San Esteban de Gormaz, Langa y Estercuel.
En el norte de África, tras la retirada del poder fatimí, Galib logró vencer al idrisí al-Hasam ibn Gannum, en el 974, que fue llevado a Córdoba y obligado a prestar juramento de lealtad.
En el 966 los vikingos habían atacado Lisboa, aunque luego fueron derrotados en Silves. El califa ordenó construir una flota en Almería que fuera capaz de enfrentarse a los vikingos en el mar, sin esperar a que éstos desembarcaran. En el 971 comprobó su eficacia al derrotar a una flota vikinga en las cercanías de Sevilla.
Durante su gobierno se cultivaron las ciencias y las artes. Llegó a reunir una biblioteca de más de 400.000 volúmenes. Realizó la ampliación de la Mezquita de Córdoba y continuó con las obras en Medina Azara. Reformó el alcázar y construyó castillos por varias zonas como defensa contra los reinos cristianos. En Córdoba realizó diversas obras públicas, convirtiéndola en la ciudad más importante de Europa, tanto por su población como en el ámbito político y cultural. Era la primera ciudad de la Península que tuvo pavimentadas sus calles, alumbrado público nocturno y alcantarillado, que se distribuía mediante una red perfectamente organizada, algo extraordinario teniendo en cuenta la época. También hay constancia de obras de este tipo en otras ciudades.
La vida económica estaba basada en la agricultura y ganadería. Exportándose los excedentes hacia oriente, con pingües beneficios. Se introdujeron el arroz y el naranjo, y se construyeron sistemas de riego y canales. El dominio de Marruecos y Argelia le facilitó la protección de las caravanas que le traían el oro de Sudán, con el cual se acuñaba monedas. La ganadería estuvo en manos de los bereberes. La industria de tipo artesano se centró en la manufactura de objetos de lujo.
La medicina estuvo en manos de los mozárabes hasta mediados del s. IX, cuando llegaron prácticos de oriente que desplazaron a los cristianos. Fundó escuelas públicas en las que los eruditos enseñaban de forma gratuita a los pobres y huérfanos a cambio de atrayentes salarios, y decretó la enseñanza obligatoria para todos los niños. Impulsó la Universidad de Córdoba, que atrajo a eruditos de todo el mundo. Creó una biblioteca que abarcaba todas las ramas del saber. Tenía anejo un taller con copistas, miniaturistas y encuadernadores.
Fue un califa inteligente, ilustrado y extremadamente piadoso, del que cabe lamentar que cometiera el gran error de no nombrar a un sucesor capacitado y eficaz. Su hijo, Hisham II, será una marioneta utilizada con astucia por Almanzor y sus partidarios.
Al-Hakam II falleció por un derrame cerebral en brazos de Fagil y Djahad, sus eunucos, 30 de septiembre del 976, un año y 11 meses después de que padeciera el primer ataque de hemiplejia.
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