Llegada de los musulmanes a la Península Ibérica
Nos
situamos a finales del siglo VII y principios del siglo VIII, cuando en la
Península ronda los cinco millones de habitantes, de los cuales aproximadamente
200.000 son visigodos y otros 100.000 suevos, el resto corresponde a los
hispano-romanos. Teniendo en cuenta una importante colonia judía. Todo el poder
se encontraba en manos de los visigodos. Égica, el rey, acusó a los judíos de
conspirar junto a los musulmanes, para que estos se lanzaran a conquistar la
Península, por lo que, además, decidió confiscarles sus bienes, venderles como
esclavos y apartar a todos los menores de siete años de sus padres, que serían
bautizados.
A causa de las sequías que tuvieron
lugar entre los años 707 y 709, tuvo lugar una tremenda hambruna, y, para
colmo, apareció la peste. Al morir Witiza, le sucede su hijo Agila,
que al ser niño, reinará bajo la tutela de Rechesindo, hermano del fallecido.
Desde la muerte de Wamba, la monarquía había pasado de ser
electiva, a ser hereditaria, a pesar de lo cual no todos aceptaron la autoridad
de Agila; por lo que algunos nobles quisieron restablecer el sistema antiguo, y
en el verano del 710, proclamaron, por su cuenta a Rodrigo, que era el gobernador de la Bética,
pero no de estirpe real. La guerra civil se puso en marcha. Fueron tres años de
luchas, en los que perdió la vida Rechesindo, en un encuentro don Rodrigo. Años
que terminaron cuando se impusieron los partidarios de éste. La familia de
Witiza, incluido Agila, fueron expulsados de Toledo, refugiándose primero en
Galicia, para después trasladarse al norte de África, donde fueron acogidos por
el gobernador visigodo de Ceuta, el conde Julián.
El conde don Julián, al dar cobijo a Agila
y al resto de familiares de Witiza, pensó que lo más prudente era ponerse del
lado de los árabes, en su avance arrollador, alentándoles para que se
decidieran a saltar a la Península, asegurándoles que una vez cruzaran el
estrecho, contarían con la ayuda de los partidarios de Agila y también de los
judíos. Su ayuda sería recompensada por Musa, concediéndole posesiones en la Península.
Esta actitud de don Julián, para
algunos tuvo un motivo consistente en la supuesta ofensa de don Rodrigo, a la
hija del conde, que habría sido deshonrada por el rey; aunque es posible que
esto no sea más que una leyenda.
Da comienzo la invasión
Durante el Ramadán del año 710 (julio),
el liberto Tarif Abu Zahra el Tuerto, cruzó el Estrecho con 100 jinetes
y 300 o 400 infantes. Desembarco que fue realizado en la actual Tarifa, durante
la noche, en varios viajes con las cuatro naves que le había conseguido el
conde don Julián. Tras efectuar una razzia, que fue bastante productiva,
lo fue aún más, ya que regresó con la noticia de que la Península era una
tierra rica y escasamente defendida.
Tariq
ibn Ziyad, alentado por estas noticias, y aprovechando que don Rodrigo se
encontraba en Navarra combatiendo a los vascones, dio comienzo en la primavera
del año 711, la que habría de ser la invasión auténtica, desembarcando,
en continuos viaje nocturnos, con las cuatro naves, cerca de Carteya, cerca de
la actual San Roque, en la bahía de Algeciras. La montaña cercana, llamada
Calpe, fue bautizada con el nombre de su jefe: montaña de Tariq, que luego
derivaría a Gibraltar. A pesar de las precauciones tomadas, estos movimientos
fueron detectados, presentándose un numeroso ejército cerca de Yazira al Jadra
(Algeciras), mandado por Benancio, sobrino de don Rodrigo. Rápidamente los dos
ejércitos se pusieron a luchar, lucha que cayó del lado musulmán, cayendo
muerto Benancio, ordenando la retirada de los pocos efectivos cristianos que
quedaban, por su lugarteniente Wiliesindo —a quienes afirman que fue Teodomiro—,
el cual se puso rápidamente en marcha hacia Pamplona para informar al rey
Rodrigo. Informado Rodrigo, y ante la gravedad de lo acontecido, salió al
frente de todo su ejército hacia Toledo. En su camino hacia el Sur, fue
incorporando otras fuerzas, presentándose ante los musulmanes con unos 100.000
hombres, aunque sea esta una cifra exagerada. Enfrente Tariq había aumentado el
número de sus soldados (7.000), con otros 5.000 que le había enviado Musa.
Se
calcula que, el enfrentamiento entre los dos ejércitos debió producirse entre
el 24 de abril y el 26 de julio. Tampoco hay acuerdo en lo referente al lugar
donde tuvo lugar la batalla. Las fuentes árabes, sitúan el choque en las
inmediaciones de la laguna de la Janda, no lejos de Barbate, en la región de
Medina Sidonia, el día 28 de Ramadán del año 711. Tariq a pesar de disponer de
un ejército muy inferior en número, contaba con dos militares de prestigio:
Zaid y Mugait. La lucha se prolongó durante tres días, aunque algunos
investigadores la ascienden a ocho. El conde Julián estaba entre las huestes
musulmanas, mientras el arzobispo Oppas, lo estaba entre los cristianos, al
mando del ala izquierda; el ala derecha estaba a cargo de Sisberto, mientras en
el centro se encontraba el rey en persona.
En
cualquier caso, fueran tres u ocho días, en el primero, fue la caballería
visigoda la que llevó la ventaja; pero en el segundo cambiaron las tornas, un
ejército musulmán dotado de una gran moral de victoria, con una fe ciega en su
religión, fue inclinando la balanza a su favor, los cuales aprovecharon el
desconcierto entre los cristianos, para hacer entre ellos una horrible
carnicería. En la batalla murió don Rodrigo, a pesar de que no pudo ser
encontrado su cadáver. Las fuentes cristianas achacan la derrota, a la traición
del arzobispo Oppas y otros partidarios de Agila, quienes habiendo pactado con
el conde don Julián, se pasaron al enemigo. Lo cierto es que, los soldados
cristianos que escaparon con vida ya no suponían ningún obstáculo para los
invasores. Muerto su jefe y destrozado su ejército, la Península quedaba a
merced de los invasores.
Tras la victoria, Tariq dividió su
ejército en tres. Al frente del primero puso a Zaid, que se dispuso a
conquistar Écija, Málaga y Elvira (ciudad junto a la actual Granada, que por
entonces aún no existía); el segundo mandado por Mugait, se dirigió a Córdoba;
mientras el tercero, con Tariq al frente,
y en el que se encontraba el conde Julián, salió en dirección a Toledo,
ocupando, sin apenas resistencia: Salpensa (Utrera), Tucci, Aurgi (Jaén),
Santaria (Úbeda), Laminium (Alhama), Consabura (Consuegra), desembocando en el
valle del Tajo, frente a Toledo, que también ocupó.
En
vista del éxito obtenido, el gobernador Musa ibn Nusair, reunió una importante
flota, pasando a la Península entre junio y julio del 712, con un ejército de
unos 18.000 hombres, poniéndose en camino hacia Mérida, que termino tomando,
tras fuerte resistencia, el 30 de julio; marchando a continuación hacia León,
Galicia y Asturias, desplazándose a continuación hacia Zaragoza. Al ir ocupando
plazas, el ejército de Musa se fue debilitando, por lo que tuvo que reclamar
que, su hijo, Abd al’Azíz, viniera al frente de un poderoso ejército con 7.000
jinetes y un mayor número de infantes. Con estos refuerzos, los conquistadores
ocuparon prácticamente toda la Península, a excepción de una estrecha franja al
Norte, que, por su complicada geografía, pudo mantenerse al margen de la
invasión, y que pronto empezaron a organizarse como pequeños reinos cristianos
que, con el paso del tiempo, fueron adquiriendo poder a costa de los musulmanes
hasta el punto de ocupar todo el territorio peninsular, a lo largo de siete
siglos.
Los
musulmanes dejaron de lado aquella franja norteña y se dirigieron a someter la
totalidad de Cataluña, en el año 719, para continuar su avance por tierras de
la actual Francia, llegando hasta Poitiers, donde el 7 de octubre del 732 les
detuvo Carlos Martel.
Los
nuevos dueños de la Península eligieron Córdoba para instalar su centro de
poder y su administración. Una de sus primeras decisiones fue nombrar a los
nuevos gobernadores de al-Andalus. El primer gobernador fue el hijo de Musa,
Abd al’Azíz, que fu nombrado por su padre entre agosto y septiembre del 714, y
una de sus primeras acciones fue intervenir en Valencia, donde el walí local,
Abulcacer al Hudzali, se reveló en el 715. Tras una batalla, el walí fue derrotado
y ajusticiado. Aunque esta noticia es una de esas que tienen poca consistencia.
Es difícil creer que, en plena conquista, un modesto gobernador de una ciudad modesta
tuviera la osadía de revelarse contra la poderosa Córdoba. En marzo del año
716, Abd al’Azíz, fue asesinado, sospechoso de haber querido autonombrarse emir
de Al-Andalus. Ese mismo año moría en Medina su padre, Musa, mientras realizaba
una peregrinación a los lugares santos del Islam. La desaparición de Abd
al’Azíz, supuso la llegada al cargo vacante, con carácter provisional, de Ayyúb
ben Habíb al Lajmi, hijo de una hermana de Musa, en marzo del 716, apareciendo
en las crónicas, al mes siguiente, al-Hurr ben ‘Abd ar-Rahman az-Zafiqí, quien
ostentaría el poder hasta marzo, abril del 719, en que fue nombrado al-Samh ben
Málik al-Jawlání. Este nuevo gobernador, se encargó de hacer un empadronamiento
general, al tiempo que mandaba realizar una estadística de pueblos, ríos,
costas, puertos, comercios y recursos. Cruzó los Pirineos tomando Narbona y
otras ciudades de la Provenza y la Borgoña. Sitió Tolosa, donde resultó vencido
y muerto por Eudes, duque de Aquitania.
El
año 718, Pelayo, hijo del duque don Favila, fue
proclamado rey de Asturias. Ese mismo año o en el 722 —puesto que en la fecha
hay dudas—, tuvo lugar la conocida como Batalla de Covadonga, y digo
Batalla por emplear la terminología que se usó para designarla, en un intento
de magnificar, algo que en realidad no pasó de ser una simple escaramuza. Los
hombres de don Pelayo que se encontraban en la cueva de Covadonga, realizaron
un ataque contra una columna de musulmanes que en esos momentos cruzaban por el
valle. El resultado fue que se produjera la primera derrota sufrida en la
Península por los invasores. Esto animó a los astures a emprender nuevas
acciones, dando comienzo a lo que, con posterioridad, los cristianos considerarán
el principio de la reconquista.
Así pues, desde aquel primer paso
del estrecho, que tuvo lugar en julio del año 710; de aquel comienzo de la
invasión musulmana en la primavera del 711, pasando por la Batalla de Covadonga
en el 718 o 722 (según historiadores), tendremos que llegar al 2 de enero de
1492, cuando los ejércitos cristianos, dirigidos por los Reyes Católicos,
reciben la llave de Granada —y con ella la rendición de la ciudad y del reino
nazarí—, de manos del último sultán Muhammad XI, Boabdil, para que acabe la presencia, como
reino, de los musulmanes en la Península.
Fueron
781 años —casi ocho siglos—, en los cuales, generación tras generación, con
mayor o menor integración, hubo presencia musulmana en la Península. Es cierto
que, en muchas de nuestras ciudades, Toledo fue un ejemplo claro, convivieron
las tres religiones monoteístas más importantes del momento: judíos, cristianos
y musulmanes.
BIBLIOGRAFÍA
WikipediA
La Valencia musulmana de Vicente Coscollá
Diversos capítulos de mis Blogs Personales: COSAS DE
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