La Armada española en tiempos de la Guerra de Sucesión (1701-1715)
Para
ponernos en situación debemos situarnos en los comienzos del siglo XVIII. La
situación de nuestras fuerzas navales es caótica, yo diría que era
incomprensible que teniendo que atravesar grandes distancias por mar para
proteger los convoyes que se trasladaban de América a España y viceversa, los
medios puestos a disposición de la Armada, tanto en barcos, como en personal y
preparación fueran tan limitados. Cierto que estábamos en pleno periodo de
decadencia, pero a mí no se me va de la cabeza que, era una cuestión provocada
por la mala gestión política, económica y social que se vivía en el país. Es
entonces cuando surge el problema de la sucesión a la Corona Española, y gran
parte de Europa, va a querer jugar en esa partida diplomática primero y combativa
después, cuyo primordial fin es conseguir el dominio del potencial
español.
Debido al
corto número de buques y a su estado, nuestras fuerzas navales apenas
participaron en batallas navales. Siendo las armadas inglesa, holandesa y
francesa las que adquirieron el protagonismo del conflicto. Una de las
primeras acciones correspondió a la flota angloholandesa de Rooke, que, tras
fracasar en Cádiz en 1702, zarpó hacia Vigo para hacerse con la flota de Nueva
España, a pesar de que la seguridad de la flota dependía de la escolta francesa
de Chateau-Renaud. Ante la superioridad enemiga, hubo que incendiar o echar a
pique los barcos para evitar su apresamiento, poniendo a buen recaudo el
tesoro, que había sido desembarcado con anterioridad.
En el verano
de 1703, una expedición que zarpó de Santiago de Cuba, al mando de don Blas
Moreno de Mondragón, tomó la capital de Las Bahamas inglesas, Providence. A
finales de ese mismo año, salió de Inglaterra, una expedición angloholandesa,
al mando de Rooke y con el pretendiente al trono español, el archiduque Carlos. Tras recalar
en Lisboa en marzo de 1704, salieron hacia las costas españolas, escapándoseles
la Flota de Indias, al mando del almirante Garrote, que entró en Cádiz sin
novedad.
El almirante
inglés Dilkes, atacó el 24 de marzo, con 20 buques, a 2 navíos españoles de 60
cañones, una fragata de 24 y un transporte, los cuales les hicieron frente
durante siete horas, para acabar rindiéndose ante la superioridad enemiga. Tras
el éxito obtenido, la expedición se dividió en dos: una con el almirante Byng
fue a bloquear Cádiz, mientras que Rooke se dirigía a Barcelona, todavía fiel a
Felipe V, fracasando
en sus intentos de desembarco, volviendo a Portugal el 2 de junio.
El archiduque
Carlos propuso atacar Gibraltar, por lo que la escuadra de Rooke zarpó de
Tetuán el 1 de agosto para enfrentarse a 56 soldados veteranos y 150 de
milicias. El gobernador don Diego de Salinas, se negó a aceptar los derechos
del archiduque Carlos. Los aliados desembarcaron en la desembocadura del río
Guadarrán, y el asalto no se hizo esperar. Ante la heroica defensa, les
ofrecieron una honrosa capitulación, saliendo los supervivientes con todos los
honores. Así pudo enarbolar el archiduque Carlos su pabellón en la primera
ciudad que conquistaba. La población española abandonó Gibraltar y se trasladó
al continente, fundando San Roque.
Urgía
reconquistar la plaza, pero la Armada Española carecía de medios, por lo que se
recurrió a la Marina Francesa. Una escuadra zarpó de Tolón, al mando de
Toulouse, avistando al enemigo el 24 de agosto. La flota angloholandesa al
mando de Rooke, situado a barlovento se lanzó al ataque. El combate en dos
líneas paralelas duró desde las 10 de la mañana, hasta la caída del sol. Las
pérdidas fueron enormes, aquí perdió su pierna izquierda el joven guardiamarina
don Blas de Lezo. Al día siguiente ambas escuadras se avistaron de nuevo, no
llegando a combatir, ocasión de oro perdida por los franceses, pues los
aliados, tras la conquista de Gibraltar, andaban muy escasos de munición. La
escuadra del conde de Toulouse partió hacia Alicante y de allí a Francia, y la
de Rooke a Gibraltar, donde dejó cañones, municiones y hombres, para asegurar
la plaza, partiendo seguidamente hacia Inglaterra, donde se le quitó el
mando.
Felipe V envió
fuerzas para recuperar la plaza, al mando del marqués de Villadarias, con diez
navíos y varias fragatas al mando de Pointis. Pero ante los errores cometidos,
el almirante Leake, metió en Gibraltar más de 2.000 hombres con provisiones y
pertrechos. Volvió Pointis a aguas de Gibraltar, dejando 5 navíos, entre ellos
el Lys, buque insignia de 86 cañones, en aguas de Punta Carnero. Allí les
sorprendió Leake el 17 de marzo de 1705, el resultado fue la aniquilación de
las fuerzas francesas y la llegada de otros 4.000 hombres a Gibraltar con sus
municiones y pertrechos, perdiéndose así toda esperanza de reconquistar la
plaza.
La escuadra
angloholandesa se hizo dueña del Mediterráneo, alentando la rebelión en
Cataluña, Valencia y Baleares contra Felipe V. Tomaron Barcelona tras un sitio
que duró del 22 de agosto al 9 de octubre, entrando en Barcelona el archiduque
Carlos el 23 de octubre de 1705. Poco después caía Menorca. En Canarias los
ataques anglo-holandeses fueron rechazados, y con la victoria terrestre en Almansa en
1707,
la guerra dio un vuelco en la Península, aunque fuera desfavorable en Flandes
para Luis XIV y su nieto.
En aguas
americanas tuvo lugar el último combate naval entre escuadras de la guerra, la
escuadra de Tierra Firme luchó contra la división del comodoro Wager, el 8 de
junio de 1708. Comenzó el combate a las 17:30, resistiendo bien los españoles,
hasta que su capitana voló por los aires. El resto de los buques españoles
resistió, hasta que a las 04:00 se rindió la urca Santa Cruz, y la fragata Nuestra
Señora de la Concepción tuvo que embarrancar porque se hundía. Ante la
resistencia del San Joaquín y la Nuestra Señora del Carmen, el enemigo
se retiró, salvándose el convoy. El Almirantazgo Británico quitó el mando a los
dos comandantes. Al año siguiente, la Flota de Nueva España al mando de don
Andrés del Pez, interceptó un convoy inglés procedente de Jamaica, uniéndose
después a la francesa de Ducasse, cruzando el Atlántico y arribando a
Pasajes.
El emperador
austriaco empezó a intervenir en Italia. La monarquía española que, se
resignaba a perder Flandes, pero no los estados italianos, interpretó esa
intervención como un incumplimiento de los tratados de Utrecht, aunque el
emperador no se había adherido a ellos. Es entonces cuando Julio Alberoni,
conductor de la política española, decidió pasar a la acción. Una flota zarpó
de Barcelona, tomando en 1717, sin ninguna dificultad, la isla de Cerdeña.
Entonces, Inglaterra, Holanda, el Imperio y la misma Francia, se unieran para
disuadir a España de su intervención en Italia. Pero Alberoni no estaba
dispuesto a ceder, y dio la orden de partir desde Barcelona, una segunda
expedición hacia Sicilia, el jefe de la escuadra era Antonio de Gaztañeta, el del
ejército el marqués de Lede, pero el mando político con plenos poderes lo
ostentaba José Patiño.
Ante esto se
renovaron las presiones inglesas en Madrid, enviando una escuadra con 20 navíos
al mando de Byng, y la amenaza de que, si Madrid no reconsideraba su actitud en
el plazo de tres meses, la guerra sería inminente. Pero los ingleses no
respetaron sus propias condiciones, rompiendo las hostilidades, incluso antes
de que su enviado, lord Stanhope, hubiese abandonado Madrid.
El 30 de junio
estaban frente a Palermo, desembarcando al día siguiente, sin encontrar
resistencia. Mientras la expedición española en Sicilia continuaba con éxito,
se destacó una división, al mando de don Baltasar de Guevara, a Malta. El resto
de la escuadra fondeó ante Mesina, hasta que el 8 de agosto se recibieron
noticias de la proximidad de la escuadra de Byng, el cual tenía instrucciones
secretas, de atacar a la flota española y destruirla, haciendo pasar como que
ellos eran los atacados.
Gaztañeta
decidió reunirse con Guevara, perseguido, en actitud amenazante por la escuadra
inglesa. Los españoles solo reunían 9 navíos y 20 fragatas; de los navíos solo
2 eran de 70 cañones, el resto eran buques de 60 cañones, no aptos para el
combate de línea entre escuadras; como tampoco lo eran las fragatas, de las
cuales catorce eran de 50 a 36 cañones y las otras seis de 30 a 18. Frente a
ellos Byng alineaba 21 navíos, dos de ellos de tres puentes con 90 y 80 cañones
respectivamente, otros diez de 70 y los otros nueve de 60 cañones, exceptuando
dos de 50. Por otra parte, los barcos españoles montaban cañones con un calibre
máximo de 18 libras, mientras que los buques ingleses llevaban de 32 en sus
baterías bajas. Los ingleses contaban con una manifiesta superioridad en buques
y en calibres, además los españoles no formaban una línea de batalla, y estaban
divididos en tres grupos, que los fueron batiendo uno a uno, frente a Passaro.
Primero fue la retaguardia española, al mando de Mari, que fue vencida por seis
navíos ingleses; luego le tocó el turno a Gaztañeta, el cual a bordo de su
buque insignia, el Real San Felipe, rechazó a
dos de igual porte y a continuación resistió a cinco más, uno de ellos de tres
puentes, hasta que herido en ambas piernas, destrozado el navío, no tuvo más
remedio que rendirse. Hacia el final del combate, caída la noche, hizo su
aparición la división de Guevara, que tuvo que retirarse al ver como el Real
San Felipe, arriaba su pabellón.
Una vez
restablecida la paz, los ingleses reconocieron la ilegalidad de los
apresamientos, ya que el combate tuvo lugar el 11 de agosto y la guerra de
declaró el 26 de diciembre, por lo que era necesario devolver los barcos
apresados, más cuando los enviados españoles llegaron al fondeadero de Mahón,
donde estaban, concluyeron que no merecía la pena ser reparados, debido al
estado en que los habían dejado. Byng, en el colmo de la desfachatez, llegó a
enviar un despacho al marqués de Lede, doliéndose de lo ocurrido, y afirmando
que fueron los españoles los que iniciaron el fuego.
A la
declaración de guerra de Inglaterra, siguió la de Francia del 9 de enero de
1719, pero Alberoni no estaba dispuesto a ceder y el 10 de marzo de ese mismo
año, envió, al mando de don Baltasar de Guevara, una expedición a Escocia, con
la misión de provocar una rebelión contra Inglaterra, apoyando a los Estuardo.
Pero de nuevo una tempestad, causó estragos, siendo un fracaso
total. Mientras tanto un ejército francés traspasaba la frontera vasca,
tomando Pasajes, Santoña, Fuenterrabía y San Sebastián, mientras que otra que
traspasó la frontera catalana fracasó, gracias a una tempestad que destruyó el
convoy de abastecimientos, teniendo que levantar el sitio de Rosas. Una
escuadra inglesa tomó y saqueó Vigo y sus alrededores. Tres navíos, al mando
del capitán de navío Rodrigo Torres, que se dirigían a Cádiz, apresaron a la
altura de Portugal, una fragata y una balandra inglesas. Al doblar el cabo de
San Vicente se encontraron con tres navíos ingleses, el 19 de diciembre de
1719, iniciándose el combate. Tras cinco horas, los ingleses tuvieron que
retirarse a Gibraltar.
Las recientes
perdidas habían dejado la Armada maltrecha, con la clara la necesidad de
reforzarla. Correspondió a Antonio Gaztañeta, en 1730, la tarea de diseñar los
buques que debían formar parte de ala Armada. Señala las cinco características
que debe tener un buque de guerra: que gobierne bien y responda pronto al
timón, que aguante sus velas a todo tiempo, que navegue a la satisfacción y que
sea posante y descansado en las tormentas, que se mantenga al viento sin
descaecer en exceso y que la artillería de la batería primera este floreada
(levantada del agua).
A diferencia
de escuelas como la francesa, no busca buques rápidos, sino buenos y seguros, y
poder usar todas sus piezas en cualquier tiempo. Para ello parte del calado y
la línea de agua en flotación para establecer la altura de la primera batería.
Las portas serán equidistantes y a partir de su número se determinará la
eslora, pues la quilla será los 5/6 de esta y tres codos más para los buques de
guerra. Las cintas de costado no se cortarán en parte alguna y el buque tendrá
una gran estabilidad transversal, incluso sin lastre, ya que se aligerarán en
lo posible las superestructuras.
Gaztañeta fue
el primero en realizar planos detallados de los buques y también el primero en
aplicar el cálculo matemático y geométrico, creando un gálibo para la cuaderna
maestra de óvalo de doble circunferencia. Los buques propuestos eran los
siguientes:
- El mayor de
tres puentes armado así: 30 cañones de 24 libras, 30 de 18 y 20 de a 8, y 1534
toneladas de desplazamiento.
- El siguiente
armado con: 26 cañones de 24, 28 de 18 y 16 de a 8, y 1.095 toneladas.
- El siguiente
con: 24 cañones de 24, 26 de 12, 10 de a 6, y 990 toneladas.
- Las fragatas
de 50 cañones: 22 de a 18, 22 de a 12 y 6 de a 6, y 488 toneladas.
- Las fragatas
de dos puentes, con 40 cañones: 18 de a 12, 18 de 8 y 4 de a 4.
- Las de 30
cañones: 22 de a 10, y 8 de a 4.
- Las de 20
cañones: todos de 6 libras.
- Las de 10
cañones: todos de 5 libras con 144 toneladas de desplazamiento.
Sorprende que
el máximo calibre sea de 24, cuando la Armada había adoptado los calibres de la
Armada Francesa de 36, 24, 18 y 12. Todos los navíos son de construcción
nacional, excepto dos genoveses, ocupando el primer lugar Guarnizo, con 11
unidades, seguido de Pasajes con 5, con 2 Santoña, Ferrol y Cádiz, mientras que
La Habana y Totacalpa construyen uno. En cuanto a tipos y portes, 2 son de tres
puentes, 1 de 110 cañones y otro de 80; 7 de 70 y los otros 18 de 60. En cuanto
al mejor armado, el Real Felipe, figura con la batería baja de 36,
aunque se duda que se llegara a montarla. El mayor era el Santa Isabel,
que en un principio figuraba como de 70 cañones, aunque se le convirtió en un
tres puentes. Los de 60 rebasaban las 1.000 toneladas, excepto uno de los
genoveses, de 828 toneladas y el de Totacalpa de 904. En realidad, hubo una
desviación al alza sobre el proyecto de Gaztañeta.
Las fragatas
se salen totalmente del proyecto, eran de poco más de 700 toneladas las
mayores, con entre 46 y 56 cañones de 12, 8 y 4 libras. Aquellas fragatas de
dos puentes eran muy superiores a las francesas y británicas, aunque siempre
inferiores a cualquier navío. Las seis pequeñas, tres compradas en el
extranjero, las otras tres fabricadas en Guarnizo y Pasajes son muy
interesantes, las dos primeras idénticas de 344 toneladas y 30 piezas de a 12.
En enero de
1737, la Junta del Almirantazgo, bajo la presidencia del infante don Felipe y
con la asistencia de los tenientes generales don Francisco Cornejo, don Rodrigo
de Torres y el marqués de Mari, emitió un informe: El recuento incluye 32
navíos y 16 fragatas, contando aparte los 3 navíos y una fragata de la Armada
del Mar del Sur. De ellos uno de 114 cañones, el Real Felipe, dos de tres
puentes y 80 cañones, 8 de 70 y el resto de 60. Las fragatas nueve eran de 50
cañones, ninguna de 40, tres de 30 y 4 de 20. Se incluye en el informe, la
orden del rey de construir cada año, dos navíos en La Habana y una fragata en
El Ferrol. Los buques no salieron exactamente como se había proyectado, pero
demostraron ser de una fortaleza y aguante excepcionales. Nuestros enemigos
copiaron alguno de los diseños, aunque observaron que los buques españoles, o
eran demasiado grandes para su porte artillero, o estaban poco armados para su
tamaño, el tamaño del 70 cañones lo utilizaron para un tres puentes.
Antes de la
guerra de 1739 con Inglaterra, la Armada Española se vio comprometida en varias
campañas. Se reanudó la guerra con Inglaterra, molesta con el ministro
Ripperdá, tan inquieto como Alberoni, pero de menor talento. A comienzos de
1727 los ingleses dirigieron tres escuadras, una al Báltico y otras dos contra
España, la del almirante Hossier a las Antillas y la de Jenningns a interceptar
las Flotas de Indias. Mientras, Felipe V, reemprendió el sitio de Gibraltar y
cuatro navíos y tres fragatas, al mando de Rodrigo Torres, recorrió el Canal de
la Mancha, apresando mercantes ingleses. La de Hossier bloqueó Cartagena de
Indias, donde estaba Gaztañeta con sus únicos 12 buques de guerra y otros
tantos mercantes, pero el almirante español, demostrando una gran pericia,
burló al inglés, pasando a La Habana, de allí a Veracruz y vuelta, consiguiendo
llegar a España, burlando también a Jenningns. Gaztañeta apenas sobrevivió a la
dura prueba, falleciendo en Madrid a comienzos de 1728.
La contienda
acabó con la paz de marzo de 1728, conservando ingleses y holandeses sus
privilegios comerciales. Una gestión diplomática, permitió las pretensiones
españolas sobre Italia. Un cuerpo expedicionario, partió por mar para
garantizar la posesión por el infante Carlos (futuro
Carlos III), de los ducados de Parma, Toscana y Placencia. La escuadra al mando
del marqués de Mari, que fruto de las buenas relaciones existentes, fue
acompañada por una escuadra inglesa, en su travesía, desde Barcelona a Liorna
en octubre de 1731.
Al poco se
preparó una expedición contra Orán, y esta vez la fortuna acompañó a las
fuerzas españolas. Al mando de la escuadra don Francisco Cornejo, que hubo que
volver a Italia al mando del duque de Montemar, para de recuperar Nápoles y
Sicilia.
Tras un
intento de negociación en enero de 1739, que fracasó pese a la mediación
francesa, la guerra fue declarada el 30 de octubre por parte de Inglaterra, y
el 28 de noviembre por parte española. Francia, pese al Pacto de Familia, se
declaró neutral, con lo que la superioridad de la Royal Navy era de 124 navíos
contra solamente 33 españoles, y 51 fragatas contra 12. Siguiendo su costumbre
de iniciar las hostilidades, sin mediar declaración de guerra, la escuadra de
Haddock, bloqueó las costas peninsulares.
El Caribe iba
a ser el teatro principal de operaciones. El primer ataque se realizó contra la
Guaira, pero el empeño les iba a salir mal, tras tres horas de cañoneo,
tuvieron que retirarse. Mientras, el comodoro Brown, bloqueaba las costas
habaneras, apresando a la fragata Bizarra y una balandra.
Vernon por su parte, atacó Portobelo, mal defendido por don Francisco Javier
Martínez de la Vega. Vernon atacó primero el fuerte de Todofierro, en la boca
de entrada, desembarcaron los ingleses y a la escasa guarnición no le quedó más
remedio que la retirada. El otro fuerte de la boca, el de don Jerónimo, no
ofreció ninguna resistencia. Quedaba el castillo de La Gloria, que, tras dos
días de bombardeo, tuvo que capitular. Los atacantes, volaron las
fortificaciones y destruyeron todos los cañones de hierro, embarcando los de
bronce.
Reforzado con
otros tres navíos, Vernon dio la vela hacia Cartagena de Indias, bombardeando
las fortificaciones exteriores durante seis días. En realidad, parecía más un
ataque de reconocimiento, precursor de una gran expedición. La consecuencia fue
que los defensores, aceleraron sus preparativos para la ocasión posterior.
Continuó hacia el rio Chagre, donde habia un pequeño fuerte con dos
guardacostas, al mando del capitán Juan Carlos Gutiérrez de Cevallos, quien
resistió heroicamente el ataque durante dos días, teniendo que capitular con
todos los honores. Aquel fue el último triunfo de los ingleses en el Caribe en
aquella guerra.
Una expedición
al mando del coronel Oglethorpe, gobernador de la Carolina, atacó en Florida,
la ciudad de San Agustín, la ciudad más antigua de los actuales Estados Unidos.
Pero el ataque fracaso gracias al ingenio del gobernador Manuel Montiano, que,
con un centenar de hombre, realizó un ataque nocturno, que sorprendió a los
atacantes. Vernon, mientras tanto, bloqueaba Cuba, esperando dar con la Flota
de Nueva España y los navíos de su escolta, al mando de don Rodrigo Torres, el
cual evitó al inglés, entrando en septiembre en La Habana, mientras Vernon se
retiraba a Jamaica para reponer la aguada.
Los ingleses
preparaban un golpe demoledor. La expedición era la más poderosa que Inglaterra
había lanzado jamás contra las posesiones españolas en América: una escuadra de
36 navíos (8 de tres puentes), 12 fragatas, 2 bombarderas, algunos brulotes y
unos 139 buques de transporte, con un cuerpo expedicionario de 8.000 infantes,
otros 2.000 del regimiento americano, 1.000 artilleros y otros tantos
zapadores. El mando correspondía a Vernon, mientras que la fuerza de tierra era
mandada por el general Wentworth. Las fuerzas de defensa eran muy escasas, solo
existían custro batallones de los regimientos España, Aragón, y otro formado
por destacamentos de los Toledo, Lisboa y Navarra; 80 artilleros, varias
compañías de milicias y unos 600 indios utilizados como zapadores. La escuadra
defensora, al mando del Teniente General de la Armada don Blas de Lezo, estaba
compuesta por seis navíos. Ante la imposibilidad de un enfrentamiento naval,
los hombres fueron desembarcados.
Ostentaba el
mando interino de la plaza el Coronel don Melchor de Navarrete, aunque tenía
dos superiores, el propio Lezo y el virrey y Teniente General del Ejército don
Sebastián Eslava, que tomó el mando supremo. A pesar de que su nombramiento era
más moderno que el de Lezo, este supo estar en su lugar, prestando toda la
colaboración a Eslava, cosa que no sucedió en el bando atacante. La entrada
principal de Cartagena estaba defendida en la llamada Boca Chica, el fuerte de
San Luis, el San Felipe, y de Santiago. Cerraban la entrada con diversas
obstrucciones y con cuatro de los navíos, acoderados, actuando como baterías
fijas. Dos navíos más estaban fondeados en la otra entrada, Boca Grande, con
idéntica misión.
El 13 de marzo
de 1741, se divisó la escuadra atacante, que tras hacer alguna diversión hacia
Boca Grande, pronto se vio que su objetivo era atacar en Boca Chica. El día 20,
al mando del contralmirante Ogle, rompieron el fuego. Los tres de tres puentes
y 80 cañones, apenas necesitaron cuatro horas para demoler los dos pequeños
fuertes españoles. Los 150 defensores, al mando del teniente de navío don
Lorenzo de Alderete, se retiraron al castillo de San Luis. Cara les salió la
pequeña victoria a los ingleses, un tiro español rompió el cable del ancla de
Shrewsbury, que derivó hacia la boca del puerto, donde se encontró con los
cañones del fuerte y de los cuatro navíos acoderados recibiendo, antes de ser
remolcado, 240 cañonazos en su casco, 16 de ellos a flor de agua. A la vez que
se producía el duelo artillero, los ingleses tomaron la batería de Punta
Abanicos, clavando las piezas, aunque no tardarían los españoles en
reconstruirlas.
El fuerte de
San Luis se defendía, por lo que el almirante Vernon, ordenó un ataque general
para el 2 de abril, al mando del comodoro Lestock. En el ataque murió lord
Beauclerk, comandante del Friedrich. Por parte española, el 4 de abril, fueron
heridos, Eslava en una pierna y Lezo en la única que tenía y también en su
única mano, pero ambos siguieron en sus puestos. El fuerte de San Luis estaba
prácticamente arruinado, el día 5 la fuerza de asalto inglesa lo ocupo,
retirándose la guarnición. Esta retirada implicaba la perdida de los cuatro
navíos, por lo que se ordenó barrenarlos. Los ingleses conseguían así entrar en
la bahía.
Vernon dio por
segura la victoria, enviando mensajes a Inglaterra para comunicar el éxito.
Pero la situación no era tan clara. Eslava y Lezo sabían de las dificultades
para resistir, abandonaron puntos inútiles de defender, mientras en otros se
hacían fortificaciones. Los dos navíos de Boca Grande fueron echados a pique en
el puerto, para evitar la aproximación de los buques ingleses. Las condiciones
de los atacantes eran pésimas, además se acercaba la estación de las lluvias.
Debían tomar Cartagena antes de que estas llegaran. A primeros de abril casi la
mitad de la fuerza desembarcada estaba fuera de combate. Ante otro ataque
inglés, fracasado, los ingleses pidieron recoger sus heridos, pero estos
estaban siendo curados en la ciudad, por lo que se hizo un intercambio de
prisioneros. Este duro revés descorazonó a los atacantes. Wentworth pidió apoyo
a la escuadra. El intento volvió a fracasar. Los atacantes se dieron por
vencidos y empezaron la retirada, completada el 20 de mayo, tras volar las
fortificaciones y quemar seis de sus buques, inutilizados en el asedio. Según
Lezo, los ingleses habían lanzado sobre Cartagena, 6.068 bombas y más de 18.000
balas de cañón, siendo contestados con 9.500 cañonazos. En contra las cifras de
muertos, entre los defensores, se estiman en un máximo de 500, pero la baja más
importante fue la del propio Lezo, muerto a los pocos meses, víctima de sus
heridas. Él fue el alma de la defensa, y así se lo reconoció el rey, que le
recompensó con el marquesado de Ovieco, otorgando el de la Real Defensa a
Eslava.
Vernon y
Wentworth, de regreso a Jamaica, idearon tomarse la revancha, con una invasión
de Cuba. En agosto desembarcaron en Guantánamo sin oposición, rebautizado por
Vernon como Cumberland Harbour, en homenaje al hermano del rey Jorge II. El objetivo
era Santiago de Cuba, pero pronto acudieron columnas españolas, que, sin apenas
pérdidas, les hicieron reembarcar el 20 de noviembre, dando por fallida la
empresa. Mientras tanto, la escuadra de Rodrigo de Torres salió de La Habana,
llegó a Santander con los caudales de América y regresó a La Habana sin el
menor tropiezo. Vernon y Wentworth, pensaron en atacar Panamá, pero con
las tropas diezmadas por las enfermedades, decidieron regresar a Jamaica, donde
recibieron la noticia de que ambos habían sido destituidos de sus mandos,
debiendo regresar a Inglaterra, donde fueron enjuiciados.
Mientras tanto
la otra escuadra, compuesta por seis buques de guerra y dos transportes con 500
hombres al mando del comodoro Anson, que había zarpado en octubre de 1740, para
operar en la costa americana del Pacífico, llegando a Panamá, donde confluiría con
Vernon. Pero el viaje fue terrible, y solo pudieron llegar a la isla de Juan
Fernández cuatro de los buques y en pésimas condiciones, el resto o habian dado
la vuelta o habían naufragado. Los barcos que llegaron tuvieron la suerte de
que la Armada del Mar del Sur, con cuatro buques al mando de don Jacinto de
Segurola, había estado allí tres días antes. Conociendo el destino de
Anson, con la intención de interceptarle, partió de Santander la pequeña
escuadra de don Andrés Reggio. La escuadra de Reggio sufrió las mismas
penalidades que la de Anson, hundiéndose un navío y una fragata. Anson se
dedicó a apresar mercantes y a saquear algunas poblaciones costeras, poco
defendidas, hasta llegar a Panamá, donde al conocer el fracaso de Vernon, se
deshizo de todos los barcos apresados, junto a los propios, concentrando a sus
hombres, en su buque insignia Centurión de 60 cañones y decidiendo
atravesar el Pacifico, sin atravesar el cabo de Hornos. Por fin llegó a una de
las Marianas, para descansar. El barco mal amarrado fue arrastrado mar adentro,
ya se daban todos por perdidos, cuando a los 19 días, el buque volvió a la
playa de donde le habían arrancado las olas. Posteriormente navegó a Macao,
donde carenó el navío. Anson se propuso apresar a la rica Nao de Acapulco, a la
que encontró el 30 de junio cerca del estrecho de San Bernardino, junto al cabo
de Espíritu Santo. Se trataba del Nuestra Señora de Covadonga. No
era enemigo para el Centurión, pero a pesar de ello resistió. Anson
vendió la presa en Macao, dejando libres a los prisioneros, y volviendo a
Inglaterra, fondeando en Spithead en junio de 1744.
A Vernon le
había sucedido en el mando de las fuerzas navales inglesas en el Caribe, el
almirante Chaloner Ogle, decidido a seguir con la estrategia de su antecesor.
Para ello encomendó al comodoro Knowles, atacar La Guaira y Puerto Cabello. El
ataque a La Guaira tuvo lugar el 2 de marzo de 1743, perdiendo el Bedford, a su
comandante, más 93 hombres y 308 heridos. Tras reparar los buques en la colonia
holandesa de Curazao, se dirigieron a Puerto Cabello, a donde llegaron el 26 de
abril. El general Oglethorpe, intentó un nuevo ataque en Florida, pero fue
rechazado por una pequeña flota salida de La Habana, al mando de don Antonio
Castañeda en la parte naval y don Manuel Montiano en la terrestre. De regreso
desembarcaron en la isla inglesa de San Simón, que tomaron y arrasaron.
Knowles, cosecho un nuevo fracaso en 1748, al intentar la toma de Santiago de
Cuba. El 9 de abril llegaron frente al Morro, contra el que rompieron el fuego.
Varias horas después los ingleses tuvieron que retirar con 300 bajas y algún barco
a remolque.
Es
sorprendente la tozudez de los ingleses, ante los continuos fracasos. Pero los
británicos despreciaban la calidad de las piezas artilleras que defendían las
plazas españolas, algunas del siglo XVI o XVII. Pero no contaban con que los
españoles utilizaron cañones de los barcos para defender las plazas. Los
ingleses subestimaron enormemente a sus enemigos. Al menos en una ocasión, los
españoles utilizaron esas presunciones inglesas para tenderles una trampa. Tal
es el caso, de la acción que se produjo en el segundo ataque a La Guaira, donde
el capitán jefe de la artillería, don Mateo Gual y Pueyo, ordenó que solo
rompieran fuego los cañones más ligeros, lo que confió a los ingleses, que se
aproximaron, momento en que entraron en acción las piezas más pesadas, con los
efectos que eran de esperar.
Pero los
ingleses tuvieron una alegría, ya al final de la contienda, en un encuentro
entre escuadras. El ascendido contralmirante Knowles, decidió interceptar la
flota de Nueva España, haciéndose a la mar con seis navíos de línea y una
fragata. Conocida la intención en La Habana, por don Andrés Reggio, ordenó
salir a su encuentro, zarpando el 2 de octubre. El día 11, divisaron un convoy
enemigo, escoltado por cinco navíos, se les dio caza, pero entonces apareció la
escuadra de Knowles, el combate se hizo inevitable. Rápidamente formaron línea
de combate, aunque tuvieron que ceder el barlovento, al tener que esperar
al Dragón que iba retrasado y haciendo agua. A las 15:30,
ambas frotas rompieron el fuego. Al poco, el Dragón abandonó
la línea, dirigiéndose a La Habana. El Conquistador, muerto su
comandante, resultó incendiado y se rindió. El África desarbolado se
retiró hacia La Habana, lo mismo hicieron, el Invencible, el Real
Familia, y en no mucho mejor estado el Nueva España. El África
se acercó a la costa para armarse de bandolas y poder navegar, pero fue
sorprendido por tres navíos y dos fragatas, y Reggio, puso en tierra a la
tripulación e incendio el buque, evitando así su apresamiento. En realidad, no
fue una gran victoria, de la que pudieran sentirse demasiado orgullosos los
ingleses. Los españoles sufrieron 158 muertos y 159 heridos, mientras los
ingleses reconocieron 59 muertos y 120 heridos. Knowles fue juzgado en consejo
de guerra, pues tras perder el Cornwall de tres puentes, trasbordó a
otro navío y quedó a retaguardia. Justo al día siguiente de entrar en La
Habana, se supo que el combate había sido innecesario, pues el 20 de abril se
había firmado el armisticio en Aquisgrán.
Ramón Martín
Comentarios
Publicar un comentario