Archiduque Carlos III, el Pretendiente



Carlos Francisco de Habsburgo y Neoburgo, nace en Viena en 1685, era el hijo menor del emperador austriaco Leopoldo I y de Leonor Magdalena de Palatinado-Neoburgo, y, por lo tanto, nieto de María hija de Felipe III. Con objeto de suceder a su tío Carlos, en el trono de España, recibió una educación española y aprendió el idioma castellano, además de latín, alemán, francés, italiano y húngaro; al tiempo que le enseñaban lógica, ética y filosofía y, por supuesto, la historia de la Casa de Austria, tanto su rama austriaca, como la española. Tenía una estatura mediana, cabello castaño, rostro alargado y el porte grave y serio, que siempre caracterizó a los Habsburgo. Pero junto a virtudes, también tenía lo peor de la familia, con un carácter indeciso, tímido y testarudo. 

Este joven apuesto, no se parecía en nada al último Habsburgo español, su tío Carlos II, quién en su testamento, dejó el aún enorme Imperio español en manos del duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Es cierto que los Borbones, estaban también emparentados con la familia real española, por lo que, rápidamente, tomaron posesión de la herencia de Carlos II. 

    El emperador Leopoldo, que planeaba dejarle la Corona imperial a su primogénito José, mientras Carlos recibía las posesiones españolas, con la excepción de los reinos italianos, que pasarían a manos austriacas; re­clamó el trono español para su hijo menor y no reco­noció como rey a Felipe V, que se encontraba en Madrid desde el 18 de febrero de 1701. Dispuesto a no dar por perdidas sus pretensiones, en 1702, el emperador encabezó una alianza con Inglaterra y las Provincias Unidas en contra de Fran­cia, cuyos primeros movimientos, comenzaron en Italia, extendiéndose a continuación a España. El 12 de septiembre de 1703, la Corte de Viena proclamó a Carlos Rey de España, y pocos días después puso rumbo a Lisboa, pasando por Holanda y Londres, donde fue recibido por la reina Ana y obtuvo los recursos para hacer la guerra. En Portugal recibirá la adhesión de importantes figuras españolas, como el Almirante de Castilla, el conde de Cardona y el padre Álvaro de Cienfuegos

    La guerra de Sucesión española enfrentó a dos casas reales, a distintas potencias extranjeras y, puesto que tendría lugar en España, a españoles que defendían a su propio candidato. Buena parte de catalanes, valencianos y habitantes de la antigua Corona de Aragón, tomaron partido por el Archiduque, aunque también entre los castellanos tenía muchos partidarios, del mismo modo que los Borbones tenían los suyos en Cataluña o Valencia. Las cuestiones nacionalistas no se vieron reflejadas en este conflicto, ya que, como podemos ver, las autoridades de la sitiada Barcelona hicieron un llamamiento al pueblo para que luchara «per son honor, per la pàtria i per la llibertat de tota Espanya». No solo por la de Cataluña, pero sí para abolir los privilegios medievales que aún se conservaban en algunas regiones de España. 

    El Archiduque encabezó, espada en mano, varias batallas en la Península y actuó como monarca legítimo en los territorios bajo su control. Desarrollando sus propias instituciones y rodeándose de una pomposa corte, en contraste con la penuria económica que vivía la población. Llegó a tomar Madrid en dos ocasiones, poniendo a los Borbones contra las cuerdas y alargaron la guerra durante una década. Pero otra cuestión sucesoria desinfló las aspiraciones de Habsburgo en España. 

    La muerte del emperador José en abril de 1711 otorgó la dignidad imperial al Archiduque, lo que provocó una fuga de aliados. Nadie pretendía financiar a otro monstruo igual o mayor que el representado por los territorios Borbones. La salida de Barcelona fue un alivio para Carlos, atrapado en un laberinto que no encontraba fin. En septiembre de ese mismo año, abandonó Barcelona dejando como reina regente a su esposa, Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel, que un año y medio después también marchó de la ciudad. 

    La Guerra de Sucesión acabó prácticamente con la caída de Barcelona en septiembre de 1714 y, con ella, marcharon miles de españoles –en su mayoría catalanes– al exilio. Los territorios pertenecientes a los Habsburgo fueron el principal destino de los exiliados, que temían las represalias de Felipe V. Carlos prometió a su esposa, rota por el dolor de abandonar España, que hasta el final de su reinado se responsabilizaría de los exiliados. Y así lo hizo. 

    A pesar de su voluntad de seguir reivindicando el trono de España, sus propios aliados, le presionaron para que aceptara las estipulaciones del Tratado de Utrecht de 1713, que ratificó en Rastadt en 1714, renunciando a la corona española, a cambio de adquirir el Milanesado, Nápoles, los Países Bajos y Cerdeña (que cambió al duque de Saboya en 1720 por Sicilia), 

    Tras huir de Italia, un grupo de refugiados fundó, con el permiso de Viena, la ciudad de Nueva Barcelona, en la península de los Balcanes. Comenzó la construcción entre 1735 y 1737, siendo financiada por el Sacro Imperio. Sin embargo, el sueño duró solo dos años debido a los enfrentamientos entre los Habsburgo y el Imperio Otomano. Con la llegada de los turcos, llegó también la peste, que diezmó a la población. Los pocos que sobrevivieron abandonaron Nueva Barcelona y el rastro de la ciudad se perdió. 

    El nuevo Emperador siempre se consideró el sucesor legítimo de Carlos II. Carlos VI se llevó a Viena a algunos españoles, como su secretario el catalán Ramón de Vilana Perlas o el aragonés Juan Amor de Soria. Muchos de ellos se integraron al Consejo de España, con gran influencia en la política del imperio. La cultura y la política imperial, se vio influida por este grupo de españoles. 

    El emperador fue un soberano plenamente barroco, de 1711 a 1740, estabilizó la situación del imperio tras los estragos de la Guerra de los Treinta años. Además de la dignidad del Sacro Imperio germánico, Carlos ostentó las coronas de los reinos de Bohemia, Hungría, Croacia y los reinos italianos y los Países Bajos arrebatados a España tras la guerra. Su reinado estuvo marcado por las sucesivas guerras contra los turcos, cuyo desmesurado poder resquebrajó con la presencia en las filas austriacas de uno de los mejores generales de su tiempo: el príncipe Eugenio de Saboya. Todo ello permitió incorporar al Imperio, cada vez más austriaco y menos alemán, el Banato, territorios del norte de Serbia, Bosnia y la pequeña Valaquia. No en vano, el Emperador tuvo que renunciar en 1735 a Nápoles y Sicilia durante la guerra dinástica polaca, que demostró que la situación de Austria no era tan fuerte como se aparentaba desde fuera. 

    El monarca, que le gustaba coleccionar libros, fundó la Biblioteca Na­cional austríaca, coleccionaba monedas antiguas, y era un gran aficionado a la música, en particular la ópera italiana, de la que él mismo compuso una pieza en cuyo estreno participó su hija María Teresa. Como buen Habsburgo, le apasionaba la caza, su deleite y su perdición. Carlos VI falleció de forma repentina el 20 de octubre de 1740 durante una montería en Halbturn, cayendo su herencia sobre María Teresa. La Guerra de Sucesión Austriaca fue, irónicamente, el último legado del que un día fuera Archiduque.



Datos obtenidos de WikipediA, ABC y la Enciclopedia Aragonesa.
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Ramón Martín

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