Constitución Española de 1856 Non Nata
Si hacemos un breve repaso por la Historia Constitucional de España,
encontraremos dos Constituciones que, nunca fueron aprobadas. Aunque la más conocida es la de 1873, que establecía un modelo republicano federal muy democrático;
en realidad existe otra durante el Bienio Progresista, que tuvo lugar
durante el reinado de Isabel II, en el año 1856, y que fue conocida como la “Non Nata”.
El texto constitucional es de una gran importancia, ya que pretendía
establecer el modelo liberal progresista frente al moderado, aunque este fue el
predominante, prácticamente un monopolio, en la España liberal.
La década moderada había entrado en crisis el año 1854, debido a
la profusión de casos de corrupción, que estuvieron muy relacionados con la
construcción del ferrocarril. Bravo Murillo reaccionó empleando la dureza, por lo que la oposición se
radicalizó. Debido a que el sufragio era censitario y el sistema
electoral estaba ampliamente manipulado, los progresistas se dispusieron a utilizar
el procedimiento del pronunciamiento para acceder al poder. Así, el 28 de junio
de 1854 se produjo la Vicalvarada, encabezada por los generales Dulce, O'Donnell y Ros de Olano. Desde el principio, la situación se mantuvo
incierta, hasta que los sublevados publicaron (Antonio Cánovas del Castillo)
el Manifiesto de Manzanares, que recogía algunas de las propuestas progresistas.
Posteriormente, se dieron varios levantamientos en diversas ciudades que terminaron por forzar a Isabel II a recurrir a Espartero, el cual se autoproclamó presidente del Consejo de Ministros, en un gobierno en el que, O’Donnell ocuparía la cartera de Guerra. Ese nuevo gobierno restauró, de modo provisional la Constitución de 1837, al tiempo que se aprobaba una nueva ley municipal, de línea progresista que ampliaba el derecho de sufragio y la no intervención del gobierno en la elección de los alcaldes. También en el Bienio se emprendió, el año 1855, una nueva desamortización, impulsada por Pascual Madoz, que fue de mayor envergadura que la de Mendizábal, que además, no sólo se ocupó de propiedades eclesiásticas, sino, de las de uso y propiedad común. Fue importante también la Ley de los ferrocarriles de 1855. Tras la Vicalvarada, el Gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes, en las cuales salieron vencedores los candidatos gubernamentales, dentro de una coalición formada por los puritanos (moderados menos conservadores), y los liberales más moderados. Estos son los orígenes de la futura Unión Liberal, ya anunciada por un joven Antonio Cánovas del Castillo, cuando pronunció, en diciembre, un discurso en el Congreso, manifestando la voluntad de crear un tercer partido, la Unión Liberal. A la derecha un pequeño grupo de moderados y a la izquierda los demócratas, aunque ya destacaba un grupo de “centroizquierda”, formado por liberales progresistas que no deseaban ingresar en la coalición, como serían Salustiano de Olózaga o el joven Sagasta.
Pronto dio comienzo el debate constitucional, destacando la
intensidad empleada en relación con la cuestión religiosa, donde la Iglesia
Católica se mostró muy intransigente, con la propuesta de los demócratas para que
se aprobase la libertad de cultos, que fue rechazada por la mayoría
gubernamental. Se pretendía que no se persiguiera a nadie por sus creencias
religiosas, siempre que no se manifestasen en actos públicos contrarios a la
religión católica, y aunque se partiera de que el Estado tendría la obligación
de sostener a la Iglesia y el culto, como ya se había establecido en la Década
Moderada. La desamortización provocó más tensiones, llegándose a romper
relaciones diplomáticas con la Santa Sede. En otro sentido, hay que destacar el
resurgimiento de las partidas carlistas. Los demócratas volvieron a abrir el
debate sobre la necesidad de que la educación primaria fuera gratuita y sobre
el sufragio universal, propuestas que no prosperaron. El liberalismo
progresista, aunque deseaba superar el conservadurismo de los moderados, en
realidad, no pretendía democratizar el régimen político.
La Constitución reconocía la Soberanía Nacional, sin
entrar en alusiones a que se compartiera con la Corona. Se establecía un amplio
reconocimiento de Derechos Individuales, frente al modelo de la Constitución moderada de 1845. Podemos decir que, en algunos aspectos, constituyó la base de
la futura Constitución de 1869, que llegaría tras después de la Revolución
Gloriosa de 1868. En 1855, el estallido de una huelga en Barcelona y la
propagación de una epidemia de cólera, contribuyeron a enrarecer la situación
política, marcada, desde 1854, por los sucesivos cambios de gobierno, a causa
de la muy difícil convivencia de progresistas y unionistas. En el verano de
1856, aprovechando el desconcierto provocado las revueltas populares que se
originaron en Madrid, O’Donnell abolió la Milicia Nacional y proclamó,
de nuevo, la Constitución de 1845, al tiempo que apartaba a Espartero
del poder. Pero tres meses después, la reina optó por Narváez, mucho
más afín a su ideario, apartando a O’Donnell del poder. Esta es la razón, por
la cual, la Constitución de 1856 nunca fue promulgada, y, por lo tanto, no llegó
a entrar en vigor.
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