La escuadra española en Brest


Son muchos los escritores que se han referido a la estancia de la Escuadra Española en Brest, puerto naval francés, desde que Richelieu instaló una base militar en 1631, como Una escuadra secuestrada. Refiriéndose así a los quince navíos españoles que, junto a un cierto número de fragatas, corbetas y bergantines, permanecieron en el puerto de Brest, entre los años 1799 y 1802.



INTRODUCCIÓN

Son muchos los escritores que se han referido a la estancia de la Escuadra Española en Brest, puerto naval francés, desde que Richelieu instaló una base militar en 1631, como Una escuadra secuestrada. Refiriéndose así a los quince navíos españoles que, junto a un cierto número de fragatas, corbetas y bergantines, permanecieron en el puerto de Brest, entre los años 1799 y 1802. CCIÓN

Para dar comienzo a este relato debemos tener en cuenta la situación, comparativamente hablando, de las tres Armadas más poderosas, en el paso del siglo XVIII al XIX. Propongo consultar un anterior articulo mío: Marina de Guerra de los siglos XVIII y XIX.

Tras la Revolución Francesa, la Armada había sufrido toda clase de altercados por parte de los, recién creados comités, cuyo objetivo era hacerse con el mando de los diversos navíos. Muchos altos mandos de la Armada obtuvieron la baja o fueron eliminados por esos comités revolucionarios. En lo que se refiere a las dotaciones, diezmadas por las deserciones, estaban formadas por hombres no acostumbrados a la vida en el mar, y mucho menos a la férrea disciplina de a bordo. No obstante, la Armada francesa, seguía en condiciones de afrontar duras acciones. Esta situación, lejos de mejorar, habría de seguir hasta la catástrofe del 21 de octubre de 1805

Para poder combatir a la Royal Navy, el Gobierno francés había pedido la alianza española. ¡Un nuevo Pacto de Familia!, aunque en este caso faltará la rama mayor de la familia. Sustituida por aquellos que la habían derribado. La Marina Real, que colabora con la francesa, tras haberla combatido hasta 1795, sin adolecer de los mismos defectos, sufría una grave crisis. A pesar de que, tras la llegada del célebre Jorge Juan, poseía potentes navíos de tres puentes, e incluso uno de cuatro, el Santísima Trinidad, envidiado por las demás armadas. Más lo cierto era que la Real Hacienda era incapaz de suministrar los caudales necesarios para su mantenimiento. 



DESCRIPCIÓN DEL PUERTO NAVAL DE BREST


Los ingleses suelen llamar a Bretaña “Península de Brest”, dando una gran importancia al gran puerto militar francés, al que, frecuentemente, califican con el adjetivo “formidable”, reconociendo el temor que siempre les inspiró. La última tentativa de desembarco en él data de 1694, cuando el general inglés Talmash, fue mortalmente herido y sus tropas tuvieron que regresar, precipitadamente, a sus embarcaciones.

Quién pretenda atacar Brest, debe saber que, opone en primer lugar un amplio baluarte, limitado por las islas de Ouessant y de Sein, y que está formado por multitud de peñascos y escollos, algunos a poca profundidad. Entre estos, se extiende una bahía llamada Iroise, con pasillos bastante estrechos. Con buen tiempo es de por sí, arriesgado tratar de alcanzar el puerto sin un práctico, en cambio con mal tiempo sería una empresa temeraria. La costa es brava, con pequeñas ensenadas, estrechas y mal comunicadas con el interior. Solo unas pequeñas extensiones de arena podrían representar un peligro para los defensores, por lo que están convenientemente vigiladas y protegidas.

En el caso de que, un enemigo franquease las avanzadas de Brest, se hallaría enseguida entre las puntas de San Mateo y del Toulinguet, un embudo que se va reduciendo hasta menos de una milla, en el pasillo llamado boca o “goulet” de Brest. Un largo canal entre la punta des Capucins y la des Espagnols, que se parte en dos, y en donde cualquier buque se encuentra al alcance de las baterías dispuestas en la costa. Más allá del “goulet”, hacia el Este, se abre una amplia rada, casi invisible desde fuera. En su orilla Norte, a ambos lados de la ría Penfeld, se levantaban los edificios del arsenal del siglo XVIII. A ambos lados de esta ría estaban las potentes defensas que, fueron establecidas por Vauban a finales del siglo XVII. A estas protecciones, hay que sumar un clima húmedo, un horizonte a menudo cerrado por repentinas nieblas y un mar bravo. Todo ello hace que el calificativo de “formidable” no sea excesivo. Por no todo es bueno. El puerto bretón no deja de ofrecer ciertos inconvenientes estratégicos y tácticos.

En primer lugar, porque Brest se halla peligrosamente cerca de las costas inglesas, lo que hace que, si la escuadra enemiga es muy superior a la que se abriga en la rada, puede bloquearla indefinidamente, teniendo muy a mano los puntos de suministro. Al mismo tiempo los obstáculos naturales que dificultan el acceso a una fuerza hostil también representan un obstáculo para la salida de una escuadra fondeada en la ría. El “goulet”, no es fácilmente practicable por los veleros, salvo que soplen vientos del primer y segundo cuadrante, que no son los más frecuentes. Estas condiciones no suelen presentarse muy a menudo, y una escuadra refugiada en Brest, podría quedar bloqueada durante muchos meses. Esta fue la malaventura de los españoles de José de Mazarredo y a los franceses del almirante Bruix. Desde agosto de 1799 hasta el principio de las negociaciones de la paz de Amiens, a finales de 1801, tan sólo una división naval logró hacerse a la mar.

Por aquella época, Brest era una pequeña población, se puede decir que nueva, de unos 20.000 habitantes, orgullosa de su castillo feudal, aunque no conocida hasta que Richelieu y Colbert crearon en el siglo XVII, la marina militar gala. Sin comercio ni industria, sus únicos recursos eran el arsenal y las escuadras fondeadas en su rada. 

Bretaña era por entonces una zona incapaz de generar los recursos necesarios para una gran flota. Era necesario traerlos de Normandía, Anjou o de los alrededores de Burdeos y Paris. Todo se complicaba, aún más, al hallarse en la rada y en el puerto, gran cantidad de navíos y tripulaciones.




LLEGAN LOS NAVÍOS ESPAÑOLES

El 10 de agosto de 1799, Mazarredo desembarcó. Siendo recibido con 14 cañonazos, por su colega francés, el almirante Bruix, junto a otras personalidades, entre las que se encontraba los representantes del Ayuntamiento, adonde fue conducido solemnemente. Una vez agasajado, se le acompañó hasta la casa que se ponía a su disposición, como residencia. 

Sobre las aguas de la rada, quince navíos españoles y veinticinco franceses; cuarenta poderosos buques de línea listos para hacerse a la mar, en cuanto recibieran la señal, acompañados de fragatas, corbetas, bergantines y otros buques menores. 

Mazarredo, ignorante de los planes franceses, decidió, desde un principio, conseguir la vuelta de sus buques a puertos españoles. 



BREST SITIADO 

Una vez en Brest las fuerzas combinadas de Bruix y Mazarredo, los ingleses al mando de Bridport se presentaron ante Ouessant con una poderosa flota. Pero el mal tiempo se puso en su contra, obligándole a dejar las costas de Bretaña para refugiarse en los puertos del Canal. Hacía tiempo que el Almirantazgo de Londres, proyectaba atacar, la base francesa, destruyendo el arsenal y la ciudad. Es entonces cuando Bridport pide ser separado del mando, y Jervis fue llamado para sustituirle, que aceptó a pesar de su edad y mala salud. Unos días más tarde se encontraba en Portsmouth, con el grupo de oficiales que, el mismo, había adiestrado. Salió hacia Ouessant, enarbolando su pabellón en el navío Ville de París. Pronto pudo comprobar que los franceses se apresuraban a edificar nuevas baterías y fortificaciones, en los lugares donde había sido proyectado el desembarco. Había que renunciar a la operación y volver a la tediosa tarea del bloqueo. Durante cuatro meses de crucero, las fuerzas inglesas se componían de 23.000 hombres. El conde de San Vicente (Jervis) fijó cuidadosamente la situación de sus buques, a fin de hacer efectivo el bloqueo. 

Las comunicaciones de Brest con el exterior quedaban, prácticamente, interrumpidas; mientras que las del interior del país eran lentas y precarias, durante aquellos meses de 1799, debido a la mala condición de los caminos y, sobre todo, a la revuelta de los Chouanes, que seguía desarrollándose en Bretaña y Baja Normandía. Aquella experiencia, conduciría a Napoleón, unos años más tarde, a abrir un largo canal entre Nantes y Brest



LOS PLANES DEL DIRECTORIO 

El 15 de agosto de 1799, Mazarredo, fue invitado por el embajador Azara a Paris, para examinar los aspectos relativos a la estancia de las fuerzas navales españolas en aguas francesas. No abandonó el mando, siendo representado por el teniente-general Gravina. Mazarredo llega a París en los primeros días de septiembre, donde fue recibido con grandes manifestaciones de amistad por los Directores. Pero todo aquello le hacía recelar y, pronto, sus aprensiones fueron confirmadas. 

Seguían los franceses soñando con atacar Inglaterra, para lo cual contaban, en primer lugar, con la escuadra española de Brest y posteriormente con toda la Armada y el ejército. Muchas eran las dificultades, y ya el general Dupont, autor del proyecto de desembarco en las islas británicas, proponía que las dotaciones españolas fueran completadas con marineros franceses, e incluso que las planas mayores fueran la mitad española y la mitad francesa. 



NAPOLEÓN ENTRA EN ESCENA 

Pronto nuestro almirante, impaciente por saber cuáles eran los proyectos de los Directores, pidió una conferencia. En ella se le propuso desembarcar en Inglaterra. Pero a su juicio carecía del mínimo sentido. Pero a nada se llegaría, puesto que, el 18 Brumaire (9 de noviembre de 1799), el general Bonaparte, que acaba de llegar de Egipto, da un golpe de estado que derriba el régimen. Rápidamente Bonaparte constituye el Consulado, con la necesaria tarea de recuperar la paz interior del país. Sus medidas pronto tuvieron un gran éxito. Éxito que llevarían a Napoleón Bonaparte, a convertirse en el dueño todopoderoso de Francia. 

Desde las primeras conversaciones entre Mazarredo y Bonaparte, nuestro marino, pudo comprobar, con gran pesar que, a los planes del primer Cónsul, les faltaban el conocimiento de los más elementales principios navales, aunque fiel a las instrucciones recibidas, le prestó toda la colaboración, como antes quiso hacerlo con el Directorio. Deseaba saber el motivo por el cual las escuadras aliadas, permanecían en Brest, ya que él consideraba que era necesaria la vuelta, de los propios navíos a sus puertos de partida. Además, seguía sosteniendo que, la mejor posición estratégica para la escuadra combinada era Cádiz, ya que su bloqueos sería mucho más costoso para los ingleses, por estar mas alejado de sus puertos de partida. 

Pero Bonaparte se negaba a revelar sus planes sobre la escuadra aliada. Su plan, no era otro que, el desembarco en Inglaterra, el mismo que el del Directorio, y con los mismos defectos. Pero además deseaba liberar Malta, sitiada por los ingleses, y socorrer a Egipto y al ejercito francés mandado por el general Kléber. 

El 28 de febrero de 1800, Bonaparte envió un comunicado a Mazarredo, dándole instrucciones para que los quince navíos españoles, junto a los diecisiete franceses, que se encontraban en Brest, forzaran el bloqueo de los ingleses para continuar rumbo a Malta, donde dejarían suministros, para después poner rumbo a las islas Hyères y desde allí reconquistar Mahón. Se negó rotundamente Mazarredo a tan descabellado plan, teniendo que soportar las acometidas del todopoderoso primer cónsul. Permaneció el almirante largos meses en París, deseoso de conducir sus navíos a España. 

A finales de aquella primavera, Bonaparte pasó a Italia, de donde regresó a los meses tras su victoria en Marengo. Fue entonces cuando cambio de táctica con respecto al almirante español, renunciando a discutir con él, e ignorándolo como negociador. Entretanto seguía negociando con la Corte de España, reforzando la alianza, siempre en provecho de Francia, en los tratados de San Ildefonso, de 1 de octubre de 1800 y de Aranjuez de 13 de febrero de 1801. En esta situación España cedió La Lusitania a Francia. Lucien Bonaparte, consiguió que fueran llamados a España, el embajador Murquiz y Mazarredo. El 9 de marzo de 1801, llegaría a San Sebastián, conservando la seguridad de haber servido fielmente a los reyes, al país y a la Armada. 



FINAL DE LA GUERRA 

Pasan los meses, y tras algunos intentos de la Armada inglesa, de atacar Brest, llegamos a finales de 1801. En España, Francia e Inglaterra, tanto los gobiernos como el pueblo, están hartos de una guerra que ya duraba más de ocho años. El armisticio y los preliminares de paz, firmados en Londres en octubre, fueron celebrados en todas partes. 

El 14 de diciembre, tras los retrasos provocados por la falta de dinero, víveres y pertrechos, las divisiones combinadas dejaron Brest. La española con Gravina al mando, estaba compuesta por los navíos: Neptuno, Guerrero, Paula, San Pablo, Asís, la fragata Soledad y el bergantín Vigilante. El resto de los navíos españoles permanecieron en Brest, al mando del jefe de escuadra don Antonio de Córdova. Gravina, tras reparar en Ferrol, arribó el 29 de enero de 1802 al Cabo de Semaná, punto de reunión. Terminadas las tareas, la división de Gravina se dirigió a La Habana, donde reparó, recibió pertrechos y se hizo a la vela rumbo a Cádiz, adonde arribaría el 25 de mayo de 1802. 

El 29 de abril, a las ocho y media de la mañana, aprovechando un viento de Sureste, la Escuadra española que quedaba en Brest, se hizo a la mar. El 13 de mayo a las dos de la madrugada, descubrieron las luces de Cádiz. Allí llegaron los navíos: Mejicano, Nepomuceno, San Joaquín, Reyna Luisa, Bahama, Príncipe y Concepción. Allí la Escuadra fue disuelta y se desarmaron los navíos, excepto, Príncipe, Reyna Luisa y Bahama, que junto al Argonauta formarían una división especial para llevar miembros de la Real Familia. 

Córdova arrió su insignia el 26 de mayo, un día después de fondear en el puerto la división de Gravina. De nuevo se reunían los buques y hombres que casi tres años antes habían zarpado del puerto. Durante su estancia en Francia, merecieron los elogios del alto mando aliado, por su conducta ejemplar, disciplina y valor. El Primer Cónsul mandó que se diera a cada capitán de navío de la Escuadra, un par de pistolas y un sable de honor. 

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