La batalla de Gormaz
García Fernández, conde de Castilla, rompió en septiembre de 974 la tregua con el califato tras el enfrentamiento de los Llanos de Alboreca, aprovechándose de que los generales más prestigiosos, como Galib, y el grueso de las tropas califales, estaban en el Magreb, donde Córdoba trataba de extender los dominios de su protectorado. Para contrarrestar la acometida castellana, Al-Hakam II ordenó reclutar caballos y soldados por todo al-Andalus.
El 17 de abril de 975 tropas de León, Navarra y Castilla ponen sitio a la fortaleza más importante del califato en el Duero soriano: Gormaz. Al-Hakam II ordena a Galib enviar refuerzos, partiendo de Córdoba el 24 de abril. El 7 de mayo ya ha llegado a Barahona, avanzando por Berlanga hasta llegar al sur de Gormaz. Al no poder vadear el Duero debido a que en la otra orilla están las tropas cristianas, acampa frente a ellas.
La primera escaramuza tiene lugar el 21 de mayo, y aunque no tiene un resultado claro, Galib decide retroceder hasta Barahona. No dejaron de llegar desde Córdoba nuevos refuerzos, dinero y provisiones. No se podía perder la fortaleza de Gormaz costara lo que costara.
Los cristianos también siguen recibiendo refuerzos, encabezados por el rey Ramiro III y su tía Elvira. Por parte de los cristianos había soldados de Sancho Garcés II de Pamplona, García Fernández, conde de Castilla, Fernando Ansúrez, conde de Monzón, los condes de Saldaña, y el rey de León con algo más de 60.000 hombres en total.
El 28 de junio de 975, Galib decide realizar un ataque contra Gormaz. Pero los defensores de Gormaz supieron parar la acometida e incluso salieron al campo de batalla. La coalición cristiana decidió entonces retirarse a la cercana localidad de San Esteban de Gormaz, punto fuerte de la frontera cristiana, donde se entablaría otra batalla que acabaría en una nueva derrota cristiana.
Esta batalla es narrada con todo lujo de detalles por Ibn Hayyan. He aquí la crónica:
“El día 15 del mes de rayab de este año (31 de marzo 975) hizo salir al-Hakam a un cierto número de ashab al-surta y de otros altos funcionarios del reino para las coras de al-Andalus, con objeto de mover a sus habitantes a que tuvieran prestos los caballos que estaban obligados a suministrar para ser incorporados al ejército de la aceifa habitual, cuya renovación era inmediata este año, en vista de que la mayor parte de los tiranos de Yilliqiya violaban en esos momentos la tregua, de la agitación de que daban muestras en contra de los habitantes de las fronteras orientales y de la prisa que tenía el Califa por apartarlos de dichas frontera.
El día 15 de saban de este año (30 abril 975) fueron llegando noticias desde la Frontera Media de que el ejército de los enemigos politeístas (¡Dios los haga perecer!), compuesto por gran número de gallegos, vascones y gentes de Castilla y Pamplona (¡Dios los aniquile!), había acampado junto al Castillo de Gormaz, en la frontera de Medinaceli, para ponerle sitio, violando su estatuto de sumisión, rompiendo la tregua, manifestando su inconsecuencia y haciendo patente su perjurio.
El hecho había acaecido el sábado 2 de saban de este año (17 abril 975). Ese día presentaron combate a la guarnición musulmana del castillo (¡Dios la asista!), la cual salió al campo, riñó con ellos encarnizadamente, mató a buen número de infieles y pasó la noche sobre el terreno. A la mañana del otro día, domingo, volvieron a la carga con el mayor ardor y derrotaron a los politeístas. Sin embargo los infieles no dieron muestras de cejar y asentaron sus reales sobre el río Duero, sitiando el castillo de Gormaz.
Además, los enemigos de Dios se dirigieron, en petición de ayuda y socorro, a los demás infieles que había en sus territorios, los cuales rompieron todos la tregua y violaron el pacto, viniendo a bandadas al castillo de Gormaz y acudiendo a porfía hacia él, sin aducir causa ninguna que les obligase a hacerlo o en la que encontrasen pretexto para su actitud, de no ser la codicia por sacar alguna ventaja a costa de los musulmanes, sabiendo que el gran ejército del soberano se hallaba ocupado en la guerra que éste sostenía con las gentes de Berbería, y conociendo la gran distancia que dicho ejército, en caso de volver, tendría que recorrer hasta llegar hasta ellos. En consecuencia asediaron el castillo y movían continua guerra a su guarnición. Pero Dios derramaba sobre ellos su constancia, afianzaba sus pies para combatir al enemigo, y siempre que éste la combatía, le hacía frente y le producía daños.
Apenas tuvo el Califa noticia de lo sucedido en la frontera, se apresuró a cerrar la brecha en ella abierta, a socorrer urgentemente a la guarnición amenazada, y a movilizar para ello la aceifa que era costumbre organizar todos los años, nutriendo más sus contingentes y escogiendo sus hombres.
Le pareció oportuno, además, poner al frente de este ejército al que era el jefe de sus mawlas, su mejor caíd y la espada de su venganza, o sea al visir generalísimo Abu Tamman Galib ben ‘Abd al-Rahman, maestro de la guerra, capeador de las calamidades, allanador de las adversidades y sojuzgador de los jefes de tribus.
A este caíd, como es sabido, lo había hecho primeramente regresar de Berbería, donde tan buenos servicios le había prestado con los fuegos que allí apagó y las dificultades que venció; le había hecho luego descansar, a su lado, en la capital, de las fatigas sufridas, renovándole sus dádivas y haciéndole ascender por todos los grados de la gloria; e incluso el día 15 de rayab de este año (31 marzo 975), había dado orden de que el estrado de Galib en la Casa de los visires de su Alcázar −que era la gloriosa mansión a la que anhelaban llegar todos los funcionarios del imperio– fuera instalado en lugar preferente respecto a los de los otros visires, allí colocados por orden, según sus categorías acostumbradas, y de que Galib estuviese sentado más alto que todos ellos, con lo cual le dispensó un honor que antes no se había otorgado a ningún otro.
El jueves día 7 de saban de este año (22 abril 975), celebró el Califa al-Hakam una audiencia privada… recibió al visir generalísimo Galib ben ‘Abd al-Rahman. Hablaron con él del asunto de la frontera y de la agitación que en ella mostraba el enemigo, y conferenciaron sobre la urgencia que había en cerrar dicha brecha de la línea defensiva y en socorrer a la guarnición asediada. El Califa, por último, ordenó a Galib que se preparase a llevar a cabo ambas cosas, como caíd de los ejércitos de la importante aceifa que iba a enviarse contra los perjuros politeístas enemigos de Dios, y que se apresurase a partir con bien y asistido de Dios para poner coto a la actitud manifestada por los infieles (¡Dios los haga perecer!) de querer violar, sin causa ninguna, la tregua que antes habían solicitado, y de asediar impensadamente el castillo de Gormaz. Galib aceptó el encargo y prometió poner en él cuanto estuviera de su parte.
Desde aquel mismo día se ocupó Galib en preparar su viaje, asistido por plenos poderes del soberano, el cual, además, había dado encargo a sus visires y a aquellos de sus funcionarios que se ocupaban de las tropas mercenarias de que movilizaran las tropas que habían de ir con él y ultimaran sus equipos; órdenes que ejecutaron con rapidez.
La partida del visir generalísimo du-l-sayfayn Galib ben ‘Abd al-Rahman para sud estino, con dirección a la frontera, acaeció la mañana del sábado día 9 de saban de este año (24 abril 975). Fue un desfile solemnísimo y perfecto, una partida imponente y admirablemente organizada, y la aglomeración de la gente para verlo fue extraordinaria y densísima. Salió de su casa con su coraza de guerra, ceñidas las dos espadas de honor, que le pendían por ambos lados, precedido de un escuadrón tras otro y de una formación tras otra de tropas que se seguían y destacamentos que se sucedían hasta cubrir el horizonte y atestar los caminos. Hizo que su itinerario pasase por la puerta del Alcázar de Córdoba. Su señor el Califa se le mostró en la azotea, encima de la Puerta de la Azuda, levantando las manos hacia Dios, para implorar que asistiese a los musulmanes con su poder. El príncipe Hisham, su hijo, que estaba delante de él, hizo otro tanto. Galib prosiguió su camino y la multitud fue acompañándolo hasta que se alejó del caserío de Córdoba.
Al final de aquel día acampó en el Guadajoz Armillat, y a otro día domingo día 10 del mes (25 abril) siguió camino a marchas forzadas y apresurando el viaje, en continua comunicación con su señor. Entre tanto los visires y los funcionarios a las órdenes de éstos se ocuparon aún durante varios días en movilizar al resto de las tropas que habían de seguir la campaña con él, darles sus gratificaciones y hacer que se le incorporaran.
El jueves día 14 de saban de este año (29 abril 975) salió de Córdoba el gran fata Sahl, con dirección a la frontera superior, por haberlo reclamado el visir caíd Ghalib en calidad de auxiliar del que valerse, acompañado de un contingente de mercenarios y de un grupo de esclavos negros jamsiyyin y arqueros.
También salió de Córdoba Muhammad ibn Ahmad ibn Umayya ibn Suhayd, en calidad de custodio de las grandes sumas de dinero que se le enviaban al visir Ghalib, con destino a los gastos del ejército de la aceifa que había partido para la campaña anual de verano.
El visir generalísimo du-l-sayfayn había acampado el sábado 22 de dicho mes (7 mayo) en el castillo de Barahona y permaneció en él hasta que se fueron incorporando algunas tropas rezagadas. Luego avanzó hasta Berlanga, y desde ésta hasta el monte de en medio de la llanura, al sur del asediado castillo de Gormaz, a la orilla del río Duero, que separa los territorios del Islam del mencionado castillo. Encontró el río con mucha agua e imposible de cruzar, porque los politeístas habían dificultado los vados que había en la orilla delante de su campamento, al que rodeaban multitudes sin cuento y fuerzas sin límite ni fin, y habían colocado junto al río puntos avanzados de observación con mucha caballería y compacta infantería. El visir se vio, pues, obligado a desistir de cruzar el río, hizo acampar a su ejército, y puso también, frente a los vados que impedía el enemigo, contingentes de jinetes e infantes parecidos a los suyos, extremando sobremanera la vigilancia.
El día 1º del mes de ramadán (15 mayo 975) comenzaron a salir a bandadas aquellos soldados voluntarios de los habitantes de Córdoba, que se encaminaban a la frontera superior con objeto de ayudar a las guarniciones asediadas. Día tras día, anhelando participar en la guerra santa, se desplazaban con sus bienes y personas. El gobierno estaba admirado del arrojo de los voluntarios, no obligados a ello, y alababa su santo coraje.
Llegaron asimismo noticias del ejército, refiriendo un encuentro habido entre los centinelas y politeístas a la orilla del Duero el sábado día 7 de ramadán (21 mayo 975). En efecto, los guardianes de los vados por amabas partes iniciaron la víspera las hostilidades, desafiándose unos a otros. Más tarde, los musulmanes simularon la huida ante los politeístas que los observaban y lograron cruzar el río un buen número de éstos, con quienes se enzarzaron. Trabado entre ellos violento combate a esta parte del río se enardecieron los musulmanes, que, no obstante ser menos en número, les hicieron frente y pelearon con ellos largo rato, hasta dar cuenta de ellos y vencerlos.
La noticia de este conato llegó al visir general Galib cuando estaba en su cuartel, y, pareciéndole mal, cabalgó al punto con los hombres que estaban prestos y llegó al campo de batalla. Con ello, hizo temblar la tierra para los politeístas, que huyeron para cruzar el río, mientras las espadas cumplían con su oficio en los cuellos y en las espaldas de los infieles. Sufrieron recia matanza, pues no pudo escapar más que el que se dio prisa en tirarse al río, y dejaron tendidos en el campo, sólo de sus condes, cerca de veinte hombres, a quienes les fueron cercenadas las cabezas y de quienes se cogieron cumplidas lorigas, cascos protectores, almófares defensivos y armamentos completos, todo lo cual fue botín de guerra para los musulmanes. El partido de los infieles se retiró cubierto de ignominia.
El visir generalísimo Galib pensó a continuación que la decisión perfecta y la resolución mejor sería trasladar el real a Barahona y fijar el ejército en aquella llanura, permaneciendo en ella hasta que se fueran incorporando todos los contingentes y acamparan allí todas las tropas, porque el apellido de guerra era general en todas las coras fronterizas, y las tropas de estas coras venían en bandadas al ejército, y él temía que los enemigos de Dios espiaran estos movimientos de los que venían a añadírsele y pusieran emboscadas en los caminos intentando hacerles daño, por lo lejos que se encontraba el ejército de los territorios musulmanes.
Puso, pues, por obra su decisión de trasladarse a Barahona, y acertó con lo justo, ya que Barahona está en el centro de la región. Ene se real permaneció, sopesando sus futuras decisiones y esperando un descuido del enemigo que le permitiese aprovechar la oportunidad. Este acampamiento suyo en el real de Barahona acaeció el domingo día 8 del mes de ramadán (22 mayo 975).
El jueves día 12 del mes de ramadán (26 mayo 975) salió de Córdoba el gran fata yafari …, con algunos escuadrones que quedaban, compuestos por tropas regulares, abid negros, arqueros y wufud, para hacer la campaña y servir de refuerzo al visir caíd du-l-sayfayn Galib ibn ‘Abd al-Rahman. Le precedía una larga fila de acémilas cargadas con diferentes clases de útiles, pertrechos, máquinas de guerra y utensilios sacados del Alcázar de Córdoba. Le formaron las tropas entre la Puerta de los Jardines y la de la Azuda, y contemplaron su salida muchos espectadores. Aquel mismo día acampó en el Fahs Armillat, y a otro día viernes continuó su camino a marchas forzadas.
El jueves día 18 de dicho mes de ramadán (2 junio 975) salió de Córdoba el sahib al-surta Qasim ibn Muhammad ibn Qasim ibn Tumlus, como caíd agregado y en calidad de refuerzo para el visir caíd Galib. Hizo una salida brillantísima y solemne, rodeado de un estruendoso ejército, formado por diferentes clases de mercenarios cuyo envío pareció conveniente, y por gentes del Wafd, arqueros y voluntarios que fueron elegidos par ir con él…
Los tiranos cristianos que se habían concertado para asediar el castillo eran los siguientes: Sancho ibn García ibn Sancho, el Vascón señor de Pamplona; su pariente por alianza García ibn Fernando ibn Gundisalb, señor de Castilla y de la jurisdicción de ésta; Fernando ibn al-Sur, señor de Peñafiel y de sus contornos; los Banu Gómez, señores de Álava y de los castillos, entre otros, que cercaron la fortaleza con unos 60.000 hombres infieles, y hay quien dice que más, a incitación del rey de todos ellos Ramiro ibn Sancho ibn Ramiro, que les había enviado y asistido con ese objeto.
Posteriormente, el propio rey, cuando no pudieron conquistarlo, les acusó de lentitud, impotencia e incapacidad, y vino al castillo desde su capital la ciudad de León (¡Dios la extermine!), en medio de un estruendoso ejército y acompañado de su tía paterna la infiel Elvira, la misma que antes no había cesado de ratificar la tregua y de solicitar su vigencia pero que luego fue la que la rompió, alucinada por la victoria de su partido.
Vino, pues, Elvira a los sitiadores en compañía de su sobrino, hasta acampar junto a ellos, y los cristianos cobraron ánimos con la presencia de su rey, se sometieron por completo a él y le renovaron el juramento de fidelidad. Por su parte, el maldito Ramiro se encargó de dirigir por algunos días el ataque contra la guarnición de Gormaz, asistido por sus orgullosos privados; pero Dios lo derrotaba, lo derribaba y lo encolerizaba con la muerte de sus guerreros.
En vista de todo ello, el lunes 15 de sawwal (28 junio 975) se concertaron para embestir a la guarnición de Gormaz y dar cuenta de ella de una vez, decididos a mantener la acometida contra ella y a no cejar hasta arrollarla y vencerla, o a que Dios hiciera de ellos lo que tuviera decretado. Acordado así, se dirigieron al castillo, con el grueso de sus fuerzas, y lo embistieron, bien seguros de conquistarlo y sin dudar que lo tomarían. Pero como los musulmanes −puesta la confianza en Dios e implorando su ayuda– les salieron al encuentro, se trabó una violenta pelea, de las más recias que puede haber entre huestes enemigas. Encendida y ardiente la lid, los musulmanes se calentaron en ella como un solo hombre para lanzarse contra los politeístas y acometerlos, decididos a morir y puesta la intención en Dios.
Dios, sin embargo, les concedió la perseverancia, los confortó con sus ángeles y sembró el pavor en las almas de los infieles, dejándolos desasistidos, separados y dispersos. De esta suerte, los musulmanes consiguieron emplear sus lanzas y espadas en los cuellos y espaldas de los enemigos, que retrocedieron a la desbandada, sin reparar en cosa alguna, hasta llegar en derrota al límite de su real y traspasar su enclavamiento, porque Dios los había desunido e infundido el terror en sus corazones. Todavía se ofrecieron, no obstante, a los musulmanes, tanto en la zaga del ejército como en sus alas diestra y siniestra, encuentros empeñados y escaramuzas violentas, de todo lo cual Dios, con su poder, les hizo salir con bien y en ello les socorrió con fuerza, sin verse estorbados de perseguirlos, por ir llenos de firmeza y precavidos contra las emboscadas.
Considerando los politeístas en su huida la gravedad de lo que había pasado por parte de los hombres de Gormaz y la paladina ayuda que Dios había mostrado a éstos, tomaron el acuerdo de partir y abandonarlos, y lo pusieron por obra al punto. Levantaron, pues, su real, llenos de consternación, dejando en él gran copia de impedimenta, tiendas y víveres para andar más ligeros. Sus jefes se iban haciendo mutuos reproches y censuras y se dispersaron, como los habitantes de Saba, hacia sus respectivos destinos.
La guarnición del castillo ayudado por Dios salió en pos de la retaguardia enemiga, para hostigar a los rezagados, y, después de matar, saquear y pillar cuanto habían dejado en su maldito real lo prendieron fuego. Vueltos a su castillo, sanos y honrados, hicieron saber al visir caíd du-l-sayfayn Galib, que acampaba cerca para ayudarlos, la victoria y el favor que Dios les había concedido. El visir despachó cartas con la noticia para el califa al-Mustansir bi-Allah, la mañana del miércoles día 16 de sawwal (29 de junio), y al punto cabalgó con el grueso del ejército y se instaló en el castillo de Gormaz”.
Ramón Martín
Comentarios
Publicar un comentario