María de Portugal, segunda esposa de Alfonso XI
Hija de Alfonso IV el Bravo, rey de Portugal y de la infanta Beatriz de Castilla, nació en 1313 y ya desde su niñez, su padre proyectó casarla con Alfonso XI, a pesar del estrecho parentesco que unía a ambos príncipes. A través de Alvar Núñez Osorio, Alfonso IV presionó al rey castellano para que rompiera su compromiso con doña Constanza, hija del infante don Juan Manuel, y casara con su hija María, lo que reforzaría la alianza militar entre ambas coronas. La boda tuvo lugar en 1328, pero, desde su llegada a la Corte, María se vio postergada por las mujeres que rodeaban a su marido: en primer lugar, su madre y tutora, Constanza de Portugal, y, después, Leonor de Guzmán, dama sevillana con la que Alfonso XI inició en 1329 una apasionada relación amorosa que duraría hasta la muerte del monarca, la aparición de Leonor de Guzmán significó el eclipse de María de Portugal en la corte de su esposo, ya que fue la favorita quien ocupó tanto el afecto como la privanza política del rey y quien le acompañó, junto a sus numerosos hijos bastardos, hasta ocho. Los escasos encuentros entre el rey y María dieron, en cambio, un solo fruto: el infante don Pedro, nacido el 30 de agosto de 1334, único hijo legítimo del rey y heredero del trono.
Las relaciones entre el rey y Leonor de Guzmán eran conocidas tanto dentro como fuera del reino, y ello creó fuertes tensiones con la corte portuguesa, ya que María se quejó en repetidas ocasiones a su padre de su humillante situación junto a Alfonso XI. La presencia de la favorita obligó a María a retirarse a un monasterio sevillano, donde fue creándose una corte particular, separada de la de su marido, que se convirtió en el centro del partido francófilo castellano, encabezado por Gil de Albornoz. María favoreció la ascensión de algunos nobles, como Juan Alfonso de Alburquerque, su principal consejero político.
Pese a sus malas relaciones con Alfonso XI, en 1340 éste pidió a María que viajara a Portugal para pedir a su padre apoyo militar para la reconquista del Estrecho. La mediación de María aseguró la participación de Alfonso IV en la batalla del Salado. La muerte en 1350 de Alfonso XI significó una liberación para María de Portugal. Tanto la reina como su privado, Alburquerque, habían esperado la desaparición del monarca o de su concubina para recuperar el papel que les correspondían en la corte. Aunque su hijo Pedro tenía ya dieciséis años al acceder al trono, su juventud iba a permitir a la reina madre y a su valido controlar el poder y dar rienda suelta a sus ambiciones e, incluso, a su sed de venganza. María aprovechó la desunión de la nobleza para afianzar su posición política y la de Alburquerque. Éste se hizo con el gobierno gracias al apoyo de la reina madre desde fines de 1350.
Durante los años siguientes la reina y su partido desencadenaron una brutal represión contra algunos nobles levantiscos en Vizcaya, Burgos (Garcilaso de la Vega) y Aguilar (Alfonso Fernández Coronel). Pero la primera víctima de este proceso fue su antigua rival, Leonor de Guzmán. Ésta se había refugiado en Medina Sidonia tras la muerte de Alfonso XI y la desbandada de sus antiguos partidarios. Alburquerque consiguió hacerla salir de su retiro dándole garantías sobre su vida y su libertad. Leonor se reincorporó a la corte, pero allí quedó convertida en prisionera de la reina madre; intentó recuperar su influencia y asestó un golpe de mano a María de Portugal, al casar, sin consentimiento de Pedro I, a su hijo mayor, Enrique de Trastámara, con Juana Manuel, hija del infante don Juan Manuel. Esto significaba una amenaza para Pedro I, pues este matrimonio reforzaba los derechos de Enrique y de su descendencia al trono castellano. Alburquerque, bajo la férula de la reina, hizo encerrar a Leonor de Guzmán en Carmona bajo estrecha vigilancia. Es posible que, la reina albergara el propósito de acabar con la vida de Leonor, para saciar su antiguo resentimiento y evitar que se convirtiera en cabeza de la oposición nobiliaria.
En enero de 1351, la corte salió de Sevilla para visitar las tierras de la Orden de Santiago, llevando consigo a Leonor de Guzmán. Después de esta visita, Alburquerque ordenó que Leonor fuera llevada prisionera a Talavera de la Reina, ciudad que pertenecía en señorío a María de Portugal. Allí, poco después, Leonor fue asesinada, probablemente por instigación directa de la reina madre, quien, sin embargo, trataría posteriormente de llegar a una reconciliación con los hijos bastardos de Alfonso XI.
Todos estos acontecimientos emponzoñaron la situación política en Castilla e, incluso, las relaciones entre María y Pedro I, quien demostraba una independencia de criterio que tenía necesariamente que molestar a su ambiciosa madre. Las desavenencias entre ambos se hicieron evidentes en 1353, cuando el rey contrajo matrimonio con la princesa francesa Blanca de Borbón, la candidata predilecta de su madre para convertirse en reina de Castilla. Sin embargo, el matrimonio fue, desde sus comienzos, una farsa, pues el rey mantenía una relación sólida y apasionada con otra dama de la corte, María de Padilla. A los tres días de celebrarse la boda, Pedro abandonó definitivamente a Blanca de Borbón para regresar junto a su amante. La reina madre se había opuesto a esta relación adúltera de su hijo, que se asemejaba a la que ella había padecido como esposa de Alfonso XI. María de Portugal acogió bajo su protección a Blanca y envió a Alburquerque para que conminara a Pedro a regresar junto a su esposa legítima. Sin embargo, la oposición de Pedro hizo huir a Alburquerque, cuya vida había sido amenazada por el rey. Esto significó la caída del partido de María de Portugal y la creciente enemistad entre madre e hijo.
María se unió entonces a la liga de nobles antipetristas tomando parte activa en la sublevación contra su hijo de 1353, que finalmente el rey pudo controlar. En 1355, María volvió a unirse a los rebeldes y, junto a Juana Manuel, esposa de Enrique de Trastámara, siguió de cerca los primeros acontecimientos de la guerra civil castellana. En enero de 1356, tras la derrota de los rebeldes por el rey, María se refugió en el castillo de Toro junto a un puñado de partidarios. El 26 de enero hubieron de rendirse, confiando en la clemencia del monarca por encontrarse su madre entre los vencidos. Pero Pedro quiso hacer saber que nada le detendría a la hora de defender su trono, e hizo que su madre presenciara la ejecución de sus fieles. María fue expulsada del reino. Se instaló en Évora (Portugal), en cuyo monasterio moriría, a la edad de cuarenta y cuatro años, en 1357.
Durante la guerra civil entre Enrique de Trastámara y Pedro I, la propaganda antipetrista acusó a María de Portugal de haber mantenido relaciones ilícitas con un judío, de nombre Pero Gil, de las que habría sido fruto Pedro. Por ello, se llamó despectivamente emperejilados a los partidarios del rey legítimo. También fue acusada, al parecer sin fundamento, de haber mantenido una larga relación adúltera con su principal colaborador político, Juan Alfonso de Alburquerque.
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