Felipe III, rey de España desde 1598 a 1621
Nace don Felipe III en el Alcázar de Madrid el día 14 de abril de 1578, era hijo de Felipe II y de su cuarta esposa, Ana de Austria; en el momento de nacer tenía por delante de él dos candidatos a la sucesión, sus hermanos Fernando y Diego, pero Fernando murió en octubre de ese año y Diego en 1582. El rey quiso darle una educación estricta, dependiendo en todo del arbitrio real, y rodeándole de preceptores y ayos ancianos, privándolo de la compañía de niños de su edad. Tuvo como ayo al marqués de Velada y como preceptor al capellán García de Loaysa, pero quizás el que más influyó fue Jean de L'Hermite, polifacético humanista flamenco. Poco a poco el marqués de Denia, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, fue ganándose su voluntad, mostró al príncipe nuevos entretenimientos y le permitió conocer que había un mundo exterior a la Corte. Felipe II percatándose de esta circunstancia le envió como virrey a Valencia en 1595, la separación fue breve, pues volvió como caballerizo mayor del príncipe. García de Loaysa hizo un informe a petición de Felipe II en el que presentaba al príncipe como un joven inteligente y dócil, pero perezoso, abúlico y falto de experiencia vital. Felipe II introdujo, entonces a su hijo, en las reuniones de la Junta de Noche, permitiéndole que le reemplazara en algunas ceremonias e incluso que firmara en su nombre los despachos de gobierno. Se atribuye a Felipe II dos comentarios con respecto a su heredero: "Dios, que me ha dado tantos estados, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos" y "Me temo que le han de gobernar".
En 1598 Felipe se casó con su prima Margarita de Austria, hija del archiduque Carlos de Estiria. Margarita, que en ese momento tenía catorce años, era una joven enérgica que ejerció una influencia notable sobre su esposo hasta su temprana muerte por sobreparto en 1611. Durante esos pocos años, tuvo ocho hijos: Ana (casada luego con Luis XIII de Francia), Felipe (futuro Felipe IV), María, Carlos, Fernando, Margarita, Francisca y Alfonso. Tras la muerte de la reina, Lerma aconsejó al rey que no volviera a casarse, argumentando que tenía ya la descendencia asegurada, y Felipe le hizo caso. A pesar de que contaba apenas treinta y tres años, no se le conocieron otros asuntos amorosos ni hijos ilegítimos.
El 13 de septiembre de 1598, murió Felipe II, el advenimiento de Felipe III fue recibido con alivio, mantuvo como colaboradores a Rodrigo Vázquez, Pedro Portocarrero, García de Loaysa, Cristóbal de Moura, Juan de Idiáquez y el marqués de Velada, pero pronto sustituyo a esta vieja guardia por el marqués de Denia al que nombró duque de Lerma. Pronto iría dejando en sus manos todos los asuntos de Estado. Lerma desmanteló la Junta de Noche, permaneciendo únicamente en el gobierno el marqués de Velada y el viejo Idiáquez. Lerma deseoso de apartar al rey de la influencia de la emperatriz María y acercar la Corte a sus abundantes dominios en Valladolid, trasladó esta en 1601, donde permaneció durante cuatro años.
En 1607, coincidiendo con el regreso de la Corte a Madrid, surgen los primeros enfrentamientos entre la reina Margarita, apoyada en el confesor real fray Diego de Mardones, y Lerma, dando comienzo a una campaña en contra del valido. En todas partes se culpa de los males del país a Lerma y a sus favoritos. La muerte de la reina en 1611 hizo alcanzar a Lerma la cumbre de su poder, Felipe III le permitió, incluso, firmar en su nombre.
Durante los primeros años del reinado, las relaciones con Francia fueron tensas, rey francés, Enrique IV, desarrolló una política antiespañola en Italia y los Países Bajos, evitando, el estallido de un enfrentamiento bélico. Su muerte en 1610 dio un vuelco a la situación, pues la regente, María de Médicis, se esforzó por mejorar las relaciones. En 1611 se acordó un doble compromiso matrimonial: por una parte, Isabel de Borbón (hija de Enrique IV) con el infante Felipe (futuro Felipe IV); y, por otra, Luis XIII de Francia con la infanta Ana de Austria. Las relaciones con Inglaterra también fueron de hostilidad hasta que, en 1604 tras la muerte de Isabel I de Inglaterra y la subida al trono de Jacobo I, se firmó la Paz de Londres. En Italia se ejerció de árbitro en las querellas sucesorias, como la del duque Carlos Manuel de Saboya, pretendiente al ducado de Montferrato, al impedírselo el gobierno español intentó organizar una rebelión, las fuerzas españolas invadieron el Piamonte y acabaron con los intereses del duque.
Mientras tanto los rebeldes holandeses lograron algunos éxitos en los Países Bajos, Felipe III y Lerma decidieron defender los derechos del archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia, el general Ambrosio Spínola en 1604 conquistó Ostende, pero una vez más las operaciones militares concluyeron bruscamente en 1606, debido a un motín causado por el retraso de las pagas, obligando al gobierno a ordenar una retirada parcial de Flandes. Las conversaciones de paz fueron infructuosas hasta que en abril de 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años.
La paz se mantuvo hasta el estallido de la Guerra de los Treinta Años, en 1618. Durante el periodo de paz permitió al gobierno español concentrarse en el problema de los moriscos. Después del fracaso de soluciones menos traumáticas, en julio de 1609 Felipe III firmó la orden de expulsión de la población morisca, el proceso comenzó en otoño de ese año en el reino de Valencia, continuando por toda la península. Se calcula que España perdió unos 300.000 habitantes que eran buenos campesinos y artesanos.
En lo referente a Portugal, el gobierno de Felipe III conculcó a menudo la personalidad jurídica e institucional del reino. Las medidas tomadas por Lerma, siempre supeditadas a los intereses castellanos, fueron muy impopulares y provocaron un creciente descontento hacia la monarquía de Madrid.
Felipe III heredó una enorme deuda de Estado, teniendo que recortar los gastos de defensa y devaluar la moneda, retirando de la circulación el oro y la plata. Consecuencia de esta errática política monetaria fue la bancarrota de 1612. La posición política de Lerma se debilitó a partir de 1615, la oposición al duque estaba encabezada por fray Luis de Aliaga, confesor del rey, en 1616 el conde Lemos intentó hacerse con la privanza, pero fracasó. Dos años después con el estallido de la Guerra de los Treinta Años hubo una nueva crisis de gobierno, Lerma se hizo nombrar cardenal por el Papa Paulo V en un intentando mantener su posición. Pero salieron a la luz una serie de intrigas urdidas por Rodrigo Calderón que desencadenaron una nueva ofensiva contra el valido. El duque abandonó la corte, refugiándose en Lerma, donde murió en 1623. Tras la marcha de Lerma, Aliaga y Cea (al que el rey nombró duque de Uceda) ocuparon su lugar al frente de gobierno. Pero pronto este último tendió a monopolizar los asuntos de Estado en nombre del rey, al igual que había hecho su padre. Sin embargo, Uceda nunca llegó a controlar el enlace entre el monarca y los Consejos y su poder fue, pues, mucho más limitado que el de Lerma. Ello se debió a que, en sus últimos años de vida, Felipe III sintió de culpabilidad por no haber cumplido sus deberes como rey e intentó poner limitaciones al valimiento.
La política de estos años estuvo marcada por la implicación española en la Guerra de los Treinta Años en favor del emperador Fernando II, interviniendo los tercios en Suiza, el Palatinado y Bohemia, y provocando el aumento del descontento social de Portugal, Cataluña y Valencia. En 1619 el realizó un viaje a Portugal a fin de calmar los vientos de rebelión. El viaje templó la situación, viéndose interrumpido de forma brusca al contraer Felipe una erisipela que le obligó a regresar precipitadamente a Madrid, justo antes de que se celebraran unas Cortes en Lisboa que expondrían las necesidades y quejas del país. Ello dejó sin resolver el problema portugués, que estallaría de forma violenta en 1640. La enfermedad mermó rápidamente las fuerzas del rey y le produjo una grave depresión nerviosa. Después de una corta mejoría, Felipe III murió en Madrid el 31 de marzo de 1621, a los cuarenta y tres años de edad.
Ramón Martín
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