El Alcázar de Madrid


En 1535, podemos encontrar indicios del progresivo abandono, por parte del emperador, de Granada y las tierras meridionales, en beneficio de la parte central de la península. Se queja Carlos I de la magnitud de las obras del alcázar toledano y de la necesidad de aportar ingentes cantidades de dinero para su realización. Casi al mismo tiempo, por cédula otorgada en abril de 1536, se acomete la reforma del alcázar madrileño, transformando mediante estudio elaborado por Gerard, el antiguo castillo en un palacio.

    Para su consecución se diseñó una compleja estructura administrativa, a la cabeza de la cual estaba el aposentador. Al tiempo se designó un maestro mayor, encargado de trazar los planos, elaborar los pliegos de condiciones y dirigir la construcción. Con los primeros libramientos y la designación de Alonso de Covarrubias, como maestro mayor, se iniciaron las obras.


La vieja residencia real era un conglomerado de construcciones defensivas, transformadas innumerables veces a lo largo del siglo XV. En el Ministerio de Asuntos Exteriores se conserva un plano, en el que Covarrubias plasma su proyecto de reestructuración.

    Corresponde a un edificio rectangular, defendido por torres, con dos patios interiores porticados, separados por un ala central con una capilla y una escalera. Tal disposición obedece al tipo cruciforme hospitalario, derivado del proyecto de Filarete para Milán, que Covarrubias conocía por sus trabajos en el toledano Hospital de Santa Cruz. Diseño que empleara también al planificar el Hospital Tavera.


Una vez establecido el programa se iniciaron las tareas. El 3 de mayo se firma el contrato para la construcción de la escalera principal con Juan Francés, a la vez que se trabaja en el Patio Principal o del Rey, el más pequeño de los proyectados, y en la galería que mira al norte, llamada del Cierzo. Al año siguiente se comienza la remodelación del Patio de la Reina.

    Estos trabajos coinciden con el nombramiento de Alonso de Covarrubias y Luis de Vega como maestros de las obras reales, el 21 de diciembre de 1537, emparejando así los talentos respectivos y lograr los mejores resultados. Los arquitectos se comprometieron a asistir a las obras durante seis meses, repartidos en periodos de tres, alternándose. La designación supuso la aceleración de las obras, finalizándose en 1540, la primera fase de las obras destinadas, como dijimos antes a transformar la antigua fortaleza medieval en un palacio habitable.

    A partir de ahí se comienza la segunda fase, la cual terminaría nueve años más tarde. Durante la misma se reformaron la capilla, el cuarto de la Vega y la fachada meridional. Los trabajos en esta zona llevaron aparejada la construcción de la portada del palacio, obra de Gregorio Pardo, completada en 1547, se prosiguieron los trabajos del Patio de la Reina, elevándose las galerías y aposentos ubicados tras ellas. La dirección de las mismas corrió a cargo de Luis de Vega.


Pieza capital de la remodelación del Alcázar, fue la construcción de la escalera, ubicada entre los dos patios. Solo este elemento bastaba para dotar de empaque monumental al antiguo alcázar. Su ingeniosa disposición, con entrada y salida desde los dos patios, cumplía perfectamente la función para la que fue creada, pues un patio servía de oficinas y apartamentos del rey y el otro para la reina, príncipes e infantes. Por otra parte, con dicha escalera, se estaban dando los pasos hacia las escaleras imperiales.

    Otro elemento destacado del palacio, también obra de Covarrubias, era su portada. Su composición, recordaba el carácter triunfal de la portada occidental del Palacio de Carlos I en Granada, la del Alcázar de Toledo e incluso la de la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares. Covarrubias renunció a la ornamentación, concentrándose en los efectos aportados por los elementos arquitectónicos. Solo el gran escudo imperial que remataba el conjunto, aportaba detalles de plasticidad.


Mientras toda una lección de clasicismo se manifiesta hacia el exterior del palacio, internamente la situación era diferente. La existencia de algunas dependencias con decoración mudéjar, hizo que esta se perpetuase. Solo algunos elementos se decoraron “al romano”. Esto se debió a la presencia de artistas toledanos, incluso muchos de los materiales utilizados, como rejas y azulejos, llegaron de Toledo.

    Por su decorado, el Alcázar no se diferencia, de los otros palacios de la nobleza castellana. La disposición interior es de una gran calidad artística, debido a la diligencia de los dos arquitectos que concluyeron la obra sin ninguna interrupción, y que al unir en el piso principal, la fidelidad a la tradición española, la asimilación de la armonía renacentista y una primera búsqueda de esplendor, otorgaron al castillo medieval, el rango de palacio real.
Ramón Martín

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